Viendo "Posts antiguos"

El Adviento

El Adviento es el período de cuatro semanas antes de la Navidad. Este tiempo nos prepara interiormente para la llegada de Nuestro Señor Jesucristo. Los cristianos esperamos ansiosos la manifestación definitiva del Señor. Él mismo nos dijo: Mira, vengo pronto (Ap 22, 7). Los cristianos decimos: ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 22). Este es el significado fundamental de estos días.

La palabra Adviento significa «llegada» y claramente indica la actitud de vigilia y preparación de los cristianos. Nos dice el Apóstol San Pablo: 
Ustedes mismos saben perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Pero ustedes hermanos no vivan en la oscuridad, para que ese día no los sorprenda como ladrón, pues ustedes son hijos de la luz e hijos del día (1 Tes 5, 2. 4-5).
El Adviento marca el inicio del año litúrgico como el tiempo de Dios, cuando Él se hace presente en la vida de la comunidad con el único propósito de darnos la salvación.

Aunque Dios ya se ha manifestado plenamente entre nosotros, aguardamos su venida final. Con ese motivo los cristianos celebrábamos el Nacimiento del Niño Jesús. Ese acontecimiento lo esperamos con un tiempo de preparación en cuatro semanas previas a la Navidad, que se convierten en un periodo de reflexión y de perdón.

El Adviento como tiempo de meditación y penitencia nos ayuda a tomar conciencia de la «calidad de vida» que tenemos. Como quien dice: «vivo de esta o de esta otra manera, pero no me sirve para ser feliz. Debo cambiar el rumbo de mi vida». Este tiempo de Dios es la oportunidad para renovar la vida presente delante de quienes amamos y delante de Dios. Es volver a nacer a partir de una vida reconciliada.

Es verdad que Dios está por manifestarse plenamente en el tiempo futuro. Pero la mejor y más grande noticia es que se está mostrando siempre, porque Dios camina con nosotros. De lo que se trata en este tiempo de Adviento es de darle el lugar a Dios para que nuestros hogares sientan su presencia.

Por tanto, el Adviento es el «chance» que Dios nos da para «reiniciarnos». Por eso hablamos en primera persona, en estos términos:
Adviento es renovarme con las mimas alegrías con que empecé el proyecto que ahora hago realidad en la familia. Es renovar los propósitos de mi vida. Es retomar mis sueños con nuevas fuerzas, porque muchas de las cosas que fueron importantes ahora ya no lo son. Es el tiempo de renovarme personalmente para presentarme dignamente delante de la comunidad de quién soy parte, y permanecer listo para cuando el Señor me llame a su presencia".
Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda (Antiguo convento del Monasterio de la Santa Espina, Castilla).
viernes, 18 de noviembre de 2016

El Valor del Tiempo


 Si el final de un año es a la vez el inicio de otro, quiere decir que el tiempo es cíclico como el de las estaciones determinadas por las fuerzas de atracción del sol y la luna. El tiempo se mide por la influencia de las relaciones profundas de las personas entre sí (en la amistad), con la naturaleza (en la cultura) y con Dios (en la religión). Lo demás se encuadra en lo que llamamos historia y en la eternidad, pero ni de uno ni de otro tenemos control ni pleno conocimiento. Lo esencial acontece en el aquí y ahora mismo, gracias a la amistad (el amor), la cultura (el mundo y la naturaleza) y la religión (Dios).



Con el cierre de un ciclo de tiempo, las personas perciben los límites de la existencia, y el tiempo se considera a la luz de la vida. En una mirada retrospectiva en el tiempo se valoran las personas que han conformado tu círculo afectivo inmediato, algunos de los cuales ya no están, ya sea porque “fueron llamados a la casa del Padre” o porque rompieron el cerco de las relaciones afectivas inmediatas; mientras que otras se han unido al clan familiar y de las amistades.



Pensar en tales realidades desde el propio “yo soy” (un tanto lejos de la heteronomía mundana) ayuda a valorar la vida como materialización de los sueños, a considerar “tu derecho de piso en este planeta”, y a considerar las propias capacidades que permitan sostener la calidad de vida que crees tener, de las cuales dependes.



Sin embargo “el yo soy” no es suficiente para asegurar esa calidad de vida; necesitas los límites que definen a las libertades (más allá del “yo soy”), también necesitas  de las determinaciones misteriosas (de esas fuerzas fascinantes que dan razones a las impotencias de los límites). Así pues, la calidad de vida está sumergida en las aguas profundas de las relaciones temporales cimentadas en las razones que enfocan  la mirada en lo que llamamos futuro.



La vida se abre y cierra imaginalmente en ciclos que cada vez más se elevan hacia un sueño que jamás logras esclarecer (¿el futuro?), pero que no cesas de buscar con ilusión. Es un punto de plenitud que en cierto modo define la felicidad, al que quieres despertar de una vez para siempre en el mundo de las relaciones preferidas.



Cuando un niño despierta a los años juveniles, el mundo se le presenta como una gran quimera por conquistar, donde el tiempo se figura en una pompa de jabón que se escapa mientras se diluye; pero cuando el mundo de la juventud empieza a escaparse realmente, el tiempo se siente como la fuerza imponente de los años, que deja una huella indeleble de desazón disgustante en el alma como señal de que el tiempo se ha ido para siempre. En esos estados del alma, el tiempo aparece como la gran membrana que recubre la vida que te sostiene a pesar de lo perdido. Entonces, la memoria se ancla en los recuerdos de la infancia como resistencia inconsciente para no dar paso de modo pacífico a los años benditos de la senectud.


Como ventanas que airean tu alma, si mañana por la mañana abres un ciclo nuevo de vida, por las razones que sean, no te olvides nunca que ese es el inicio de la realización de un sueño eterno, tampoco olvides que no estás determinado por las fuerzas gravitacionales del sol o de la luna solamente, sino que dependes de tus relaciones fundamentales. 


Finalmente, está prohibido olvidar que la fuerza determinante del tiempo sólo puede ser y estar en el amor, en el que todos somos uno (Jn 17)∎


Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda



jueves, 17 de noviembre de 2016

Ser como Niños

Para ser buen ciudadano (como quien vive en la ciudad) no basta con comprender la realidad de la vida y las cosas, a no ser que eso fuera suficiente para no ser determinado por las circunstancias insignificantes. La comprensión de la realidad exige, a quien conoce, acoplarse de tal modo que el intelecto y realidad sean como el equilibrio y la dirección de los dos pies. En cierto modo, ese debiera ser el «acontecer del espíritu humano» que se mueve hacia una dirección de sentido (como respuesta a la pregunta de por qué y para qué vivo la vida en sociedad).

Cuando el conocimiento racional (en tanto comprensión de la realidad) se topa con el muro de lo absurdo (la no-comprensión de la realidad) ocurre un descenso del sentido de la convivencia y la persona cae en el abismo de las aguas turbias de la frustración, que le obligan sin control a que el cerebro reptil (MacLean, 1970) haga prevalecer esa parte oscura de «la irracionalidad del alma» (Aristóteles). Entonces emergen distintos grados de violencia, por ejemplo, visceralmente justificados.

En ese momento el Homo Sapiens (o el hombre sabio) se diluye en la penumbra de la confusión, y lo que tenemos delante (o lo que queda del Sabio) es al “Orco”, o a “la Arpía mítica" que irrumpe de las aguas turbias del sinsentido. Ese “resto humano” en estado de locura se parece al hombre impaciente y desesperado de la ciudad en "la hora pico del tráfico". Se parece, también, a los demonios que se esconden detrás de las higueras tramando juegos perversos, o a la anciana malvada que se acuesta meditando el crimen. Son los duendes neuróticos que perdieron su mente en las noches de tabernas, mientras atendían los cantos de las sirenas y acariciaban lentamente su alma seducida. ¿Qué pasó con la inocencia del hombre sabio en estado de amistad?

Ahora bien, ¿Qué les parece si hacemos «flashback» sobre la propia vida (metidos en el pantaloncito de tirantes o en los zapatos rosados de princesita) y atendemos la voz del Maestro cuando dijo: «de quienes son como niños es el Reino de los cielos»? Sabiendo que «esos locos bajitos» (como dice JM Serrat) caminan frecuentemente con los pies de la razón y de la realidad.

Más allá del margen de la ingenuidad, con la que en la edad pueril se patea una pelota o se sueña con la edad adulta, el buen ciudadano debiera ser como un niño. 

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
jueves, 10 de noviembre de 2016

LA HIPOCRESÍA RELIGIOSA


El amor es tan grande como Dios quien es su fuente. Por eso sólo en el amor se encuentran las salidas a los problemas, por graves que éstos sean. Eso sí, cuando una persona se cierra a la posibilidad de encarar su condición problematizada no es posible que el amor penetre en la profundidad de su alma. Es por eso que la diferencia entre una persona hipócrita cerrada en sí misma y una pecadora que acepta su pecado es marcadamente significativa.
Quiero decir que la aceptación del propio pecado como ruptura al amor, abre las puertas al restablecimiento de la belleza divina, porque el pecado, como ausencia y lejanía del bien y del amor, siempre deja posibilidades de restablecimiento de aquello que se lesionó intencionalmente. No pasa lo mismo con aquellas personas cerradas en sí mismas por su hipocresía, porque la hipocresía incrustada en el corazón hace miserable a la persona y produce barreras infranqueables al verdadero amor.
Con razón Jesús desenmascara las aparentes prácticas religiosas, porque lo aparente, engañoso o falso no permite establecer una relación profunda entre Dios y las personas, ni entre las mismas personas. Cuando Jesús denuncia y desenmascara lo aparente o engañoso, lo hace con el fin de decirnos lo injustas que pueden ser las prácticas religiosas debido a la perversión del alma de las personas.
Lo más terrible de una conducta engañosa es que aunque apunte a los grandes valores siempre se topará con su propia contradicción. De momento nos basta con que recordemos aquellos eventos en que Jesús denuncia la hipocresía de los escribas y fariseos (San Lucas, 11, 37-54; 12, 1-17).
Eso quiere decir que una religión cuyos guías son señalados de conducta engañosa es hipócrita, idolátrica y perversa, simplemente porque hace imposible que el amor se manifieste en su pureza y gracia.
Ninguna religión es inmoral, aunque algunas veces pueden serlo si los guías y sus principios doctrinales se orientan por intereses mezquinos y no promueven al Dios verdadero.
En cambio en aquel medio social-religioso donde hay personas que no llevan el atuendo religioso ni participan de los ritos tradicionales, pero se muestran tal cual en su proceder, aunque se hayan declarado abiertamente pecadoras, en ellas se muestra el amor de Dios, no porque sean buenas, sino porque son auténticas. La autenticidad muestra lo mejor de la persona, porque encara lo peor de la persona. Por tanto, mientras la hipocresía no se abra a este misterio amoroso está condenada al bochorno de su misma falsedad.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda


miércoles, 12 de octubre de 2016

El Camino Interior


A: Stella María Valverde

El camino es la orientación hacia un destino. El destino es el lugar concreto (no sólo imaginario  como intuición del deseo) donde coinciden entre sí el individuo con los miembros de una comunidad. Encaminándose hacia ese lugar, la persona llega al templo para re-lacionarse con las fuerzas espirituales por las que es atraída.

Hay que cumplir una serie de orientaciones rituales para hacer el camino y llegar al santuario. De lo contrario no es posible alcanzarlo. Además, hay que prepararlo, quitando cualquier obstáculo (al modo del profeta: Is 57, 54) sino puede inducir a otras direcciones, las del mal.

Una vez visto el punto de reunión y considerado con quién y quienes se reúnen, el camino toma una fuerza simbólica más profunda e interior. Así, por ejemplo, el camino de la pasión de Cristo es un camino de redención, asumiendo el camino tal como él mismo lo dijo: «Yo soy el camino» (Jn 14, 6). O sea que, Cristo es «asumido desde el estadio más íntimo e interior» que hace consciente «las razones del corazón de toda persona». No como simple exterioridad, por bella que ésta sea, en cualquiera de sus expresiones.

De ese modo, el camino interior de «los creyentes» se rige por su propio destino (sintiéndose llamado a un ese fin), fijando la mirada en su salvación. Salvación resguardada en «la Casa del Padre» donde nadie puede entrar y hacerla suya, a no ser por la mediación del «Hijo». (Él dijo: «nadie viene al Padre sino es por mí»). La salvación es la paz, que llega con «la fuerza espiritual interior», que nos libra «de todo mal», incluso del mal de algunos dioses (en minúscula), porque nos advierte, desde la profundidad de la voluntad, por cuáles direcciones avanzar y con quiénes hacerlo.

Por consiguiente, la espiritualidad del camino interior es fruto del «encuentro» y de saber «re-lacionarse» la persona con la comunidad y con las fuerzas extraordinarias de la divinidad. La paz es el primer fruto, que afecta inevitablemente toda la vida cotidiana. O sea que, el camino interior determina la vida moral y el conjunto de las relaciones humanas.

El camino interior no es avanzar sobre lo imaginado por los anhelos, ni siquiera aquel que conduce a infinitas direcciones, no, el camino interior es adelantar cada instante en el interior de aquel que dijo que él es el camino (sumergirse en la divinidad). Además, unido a ello, el camino interior es dejar que ese mismo Señor avance «en-mi» (la divinidad sumergida en uno mismo), hasta fundirnos, ambos, en pleno amor. Es lo que llamamos «la salvación»; donde desaparecen el templo como lugar de llegada y los ritos como el lenguaje de comunicación, ya no hacen falta, pues, todo es visto y dicho, cara a cara delante de quien es nuestra meta.

Finalmente, por el camino interior hemos llegado al destino, a la Casa del Padre, donde nos reunimos, igual, para amarnos.

Quienes no comprenden tal realidad espiritual, debieran apuntar a la validación su amor que en primer lugar atraviesa las relaciones humanas y el cosmos. En el caso contrario deberán seguir en las búsquedas de las apetencias del alma en el tránsito remoto de los caminos y de sus templos.

Por: Fr. Guillermo Delgado OP
Foto: © jgda


jueves, 6 de octubre de 2016

La Persona Completa y Espiritual


A: Ariana Delgado y Edward Delgado

Las agujas del reloj que marcan el tiempo se sostienen por tornillos diminutos que se impulsan por fuerzas invisibles. Se parecen a aquellas sociedades que tiene metas claras hacia donde llegar, aunque a veces vivan para el tiempo que los envejece sin más. En ese marco, las personas en un de repente, se descubren: «viejos y cansados».



En las sociedades mecanizadas los ciudadanos se acoplan como parte de un engranaje donde todos se reemplazan en los tiempos convenidos.



Independiente del mundo que tú y yo habitemos, estamos  interconectados como piezas mínimas que marcan el tiempo a una maquinaria de producción, sin apenas conocer el producto final ni los beneficios definitivos de tal fuerza productiva, porque la gran potencia que moviliza este motor está sostenido por engranajes invisibles a los ojos; eso sí, finamente ensamblados y manipulados por quienes sin conocerte a ti y a mí nos hacen indispensables para el consumo de sus mercancías.



Precisamente, esto es lo que hace que tú y yo luchemos toda la vida sin apenas satisfacer las necesidades elementales, y morir dejando lejos, muy lejos, otras tantas por satisfacer (¡Ah! olvidaba decir que para eso nos hablaron del cielo «los señores», porque no hay producto sin un valor que señale lo perdurable; es lo que aprendieron los patrones en los clubes de negocios).

El reloj de nuestra sociedad ha avanzada hacia una hora empunto de confusión, porque muchos no sabemos cuál es la razón principal por la cual vivimos nuestros días (en cierto modo hemos perdido el sentido de la existencia) y lo superficial ha tomado relevancia.


Como agujas de reloj ¿Qué hacemos con nuestro tiempo? Para no escondernos en asuntos efímeros, que muchas veces se envuelven en el gusto del placer, tu y yo debiéramos adentrarnos en lo que Frankl (2003) llama la «voluntad de sentido» que no es otra cosa que el sentido del tiempo que vivimos, con lo cual  encontramos la verdadera misión de la vida, nuestra misión única y peculiar, como única y peculiar es tu vida y la mía. De lo contrario nos toca ser asumidos por la condena que oscila entre los extremos de la necesidad y el aburrimiento (Arthur Schopenhauer) «del vacío existencial o espiritual», donde no sabemos qué hacer con el tiempo libre, y no tener fuerza espiritual que lo anime. Cuando eso acontece, tú y yo somos caldo de cultivos de los vicios.



¿Qué nos queda? Nos queda vivir la vida como si fuera una segunda oportunidad, donde en la primera lo hicimos muy mal. Además dejarnos interrogar por la misma existencia; y responder con el fin de hacernos responsables de la vida y de las cosas a partir de la propia conciencia (ya que toda responsabilidad emana de la libertad que se ejerce ante algo).


Sí procedemos así, entonces el tiempo es nuestro aliado porque en él hallamos el sentido que buscábamos, hemos conquistado la libertad; porque nos hemos conquistado a nosotros mismos, es decir a «la persona completa y espiritual».


Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Fotos: Ariana y reloj de pared en jardín de jgda, las demás son de la Web.

martes, 4 de octubre de 2016

Explicar el Amor

«No sólo no se puede explicar el Amor.
La Verdad es que no se puede ni hablar del tema».

Video: ©DK
lunes, 26 de septiembre de 2016

El Alma


El alma es el «estado» de mayor cercanía de una persona con la divinidad. El alma es «lugar interior» como una casa de encuentro y convivencia familiar. «En ese lugar» acontecen las relaciones más íntimas y determinantes de toda persona humana, por ejemplo, «ahí» se toman las decisiones para hacer posible cualquier sueño.

Cuando una persona ha tomado una decisión que le cambió la vida, en el devenir de los días, siempre volverá al lugar y al tiempo en que aquella decisión fue hecha. En esos casos es frecuente acudir a los testigos que avalaron las acciones, de quienes en cierto modo podrá prescindir, pero no podrá hacerlo jamás «de su Juez interior» quien habita permanentemente «su Casa».

«La Casa interior» es representada simbólicamente como «Casa exterior». Con razón la persona busca «fuera» aquello que en cierto modo está «dentro», ya que inconscientemente «sabe» que esa es la única manera de conectarse con lo más íntimo y querido. Le pasa a los amantes, a los poetas, a los amigos de Dios, a los religiosos consagrados, al científico, al deportista, al maestro, al filósofo,  a los que tienen el alma limpia, etc., simplemente porque aman, se asombran con los descubrimientos que hacen todos los días en la naturaleza creada y porque saben que si viven, debe ser por estar unidos con un alma más grande y universal.

Todos ellos tocan con sus conocimientos, con su modo de ser, la profundidad o la altura de lo que aman; como «pequeños dioses mortales», se aproximan, aunque sea momentáneamente a la gloria, al éxito y a la felicidad.

Con razón toda persona busca la gloria en el trofeo, el botín, la medalla, el título, el cetro, la corona y el reconocimiento público. Pero no todos son «pequeños dioses», al no serlo, aveces impulsan sus vidas a satisfacciones efímeras, a leves glorias simbólicas de la unión con la divinidad, sin trascender.

Quienes no logran distinguir la verdadera gloria (lo más profundo y alto) se confunden, de modo que, con facilidad tienden a pasar de la gloria al fracaso o de ser ángeles a convertirse en demonios. En el mejor de los casos, no queda más que expulsarlos del paraíso terrenal.

Eso explica el hecho que no todos tenemos la fuerza anímica para habitar el Alma Grande (esa que saben habitar, los santos,  los mártires, los maestros, los místicos y los doctores del conocimiento) y vivir en la unidad del alma.

El alma es la fuerza que moviliza a la persona en sus búsquedas para saciar los deseos más profundos o escalar las alturas infinitas. O sea que, el alma es una fuerza profunda e interior, por eso tan exterior; tan alta, y al mismo tiempo tan cercana e íntima.

Entonces, el alma es la mejor definición de la persona que busca realizar el gran sueño del que despertó un día en una Casa interior, porque vino de otra exterior: de su siempre amante y Creador.

Por: Fr. José G. Delgado
Foto: jgda (Fort Worth)

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Las Pequeñas Cosas

Las «pequeñas cosas» son aquellas realidades que dan a conocer «otras mayores». Extrañamente el mundo de las pequeñas cosas aproximan a lo auténtico y extraordinario, ya que obligan a pensar en lo que falta por perfeccionar en la vida o a valorar aquello que siempre ha estado ahí y que «en apariencia  falta». Basta una mirada consciente a un atardecer cualquiera para sumergirse en el conocimiento y la valoración.

Las pequeñas cosas son aquellas realidades que  como «arte de magia» conectan profundamente a las personas entre sí y con la propia interioridad. Son como un larga vistas que penetra la distancia y acercan lo que está lejano, ya que revelan la verdad de lo oculto y le dan brillo a lo que parecía no tenerlo. Las pequeñas cosas, igualmente destapan las aparentes verdades y trazan la dirección correcta que el autoengaño o la falta de sabiduría cotidiana negaba a la mirada. Las pequeñas cosas son la captación y la aceptación de la realidad en cuanto tal, es un mirar al desnudo. 

Son suficientes las pequeñas cosas para descubrir la presencia cercana de lo que siempre «he amado y no lo sabía». Sólo que a veces esas pequeñas cosas cuando irrumpen inesperadamente pueden hundirte en la tristeza y la frustración. Por ejemplo, la muerte de tu propia madre o de uno de tus hijos siempre será traumática. Ese hecho es profundamente doloroso porque siempre fue negado racionalmente. Pero una vez, el trauma es interiorizado o elevado a la propia conciencia, la persona tiende a darle un «vuelco radical a toda su vida». Ese mismo ejercicio de reflexión habrá que hacerlo, a la inversa, ante el nacimiento "de tu propio hijo" o con el éxito de tu empresa o trabajo.

Para lograr afirmar esto, he tenido que cambiar de horizontes de comprensión, varias veces. Otros paisajes y personas me han hecho retrotraer "mi propia historia" y desmarcarme de lo que no es real (de-lo-que-no-es-humano). Por azares del destino (como dicen algunos), yo digo por Providencia Divina, me "embarqué" hacia un mar inmenso de acantilados insondables;  me aferré a la Vedad que yerguen las palabras; me calcé para desgastar la vida hasta que la fuerza se desvanece y lo que obtuve de todo eso ha sido la fe. Nada más que la fe. (Claramente «embarcarme» fue consecuencia del amor, y ahora, la fe es fruto de aquel amor que me permite mirar cercanas aquellas cosas que antes parecían lejanas).

De acuerdo al lenguaje del amor, en determinado momento de la vida, hay que «atarse a la esperanza» por ser la palabra más cierta del pensamiento, y comprender que nada puede ser sostenido fuera del «amor propio y del amor recibido».

La fe ha dado consistencia a mis palabras, pues con ella, el amor ha de dejado de ser una figura simbólica o de simple significado.  Con la fe he aprendido a materializar aquello que espero; y, como lo que espero es siempre mayor, la fe es la fuerza que me sostiene en el amor para alcanzar «aquello» que es más grande que yo, el cual necesito para existir.

En ese mismo sentido, el amor se define de una manera simple:  «es uno y  nada más» (a la manera del amor divino "para que todos sean uno como tú y  yo somos uno", Jn 17). Y se hace presente de una manera tal que puede ser hallado en las personas. El amor se aparece cuando se anhela "alcanzar y ser alcanzado" por la unidad infinita,  que empieza por asomarse poco a poco en la conjugación de las palabras de "los semejantes".

Mientras yo-exista en este mundo la única manera de alcanzar y ser alcanzado por el amor (para-ser-uno-en-el-amor) es por medio de lo que llamo  «la atadura».

Paradójicamente el amor como atadura  es el preciado camino de la libertad, que al hacer vulnerable a la persona que ama, y exponerlo al criterio de la voluntad ajena, le muestra la virtud de la obediencia «como alfombra roja» para caminar por las alturas de la libertad.

Para muchas personas aquí empieza la conquista de la felicidad. Estoy de acuerdo, por ser esto el inicio de la auto-conciencia -o la realidad verdadera- pero sólo el inicio. El resto es la vida que está por delante, más allá del propio horizonte.

En algunos casos "el universo a la vista" puede confundirse con la realidad. La realidad sólo puede se poseída a través de la palabra que se cree, por la esperanza materializada o por el amor en que se espera.

Esta es mi conciencia despierta. Estas son mis pequeñas cosas.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 17 de agosto de 2016

Subir a los Cielos


Subir a los cielos

La persona humana aunque no sabe con claridad que es la eternidad cree en ella, ya que le hace capaz de alcanzar lo que persigue con sus sueños (los anhelos). Así es como busca “la gloria”.

Por aquello de las dudas, todos queremos inmortalizarnos “aquí y ahora”. Con razón, no cesamos de buscar las mejores cosas de este mundo, por pequeñas que sean. Al lograrlo, nos empeñamos en darlo a conocer, aunque sólo sea el corte de nuestro pelo o el paisaje que nos vislumbró en una tarde cualquiera.

La gloria empieza por reconocer lo grande que somos y lo mucho que merecemos. Pero eso es sólo un anticipo de algo mayor que rebasa el ánimo y el conocimiento; aquello que abre a lo misterioso.

Todos queremos elevarnos más allá de nuestra estatura. Quisiéramos “escalarnos” desde nuestra interioridad y destapar secretos. Lo que no siempre sabemos es que ya no hay secretos posibles. Todo ha sido dado a conocer. Saberlo es cuestión de humanidad y fe.

Subir al lugar de Dios (el Cielo), posarnos delante de su presencia es lo que está recogido en la verdad de fe sobre la Asunción de la Madre de Dios (dogma proclamado por Pío XII, en 1950). Ella representa todo lo humano, y define qué es “la existencia”.

Existir es “encontrarnos” en la corporalidad. De ese modo, glorificar la grandeza de Dios es cuidar nuestro cuerpo. María, la Gran Madre, es el mejor símbolo de esa verdad.

La experiencia de Jesús (hombre-Dios) y de María (Mujer-humana) nos dicen cómo Dios nos salva a partir del cuerpo; por eso, Dios está en el inicio de la vida (en la creación, y en la encarnación de su Hijo) y en el final de la existencia (como es el caso de la resurrección de Jesús y la Asunción de la Madre).

En el cuerpo somos felices. Ahí, la felicidad eterna es anticipada por la felicidad presente. Quien no es feliz ahora no puede presumir felicidad futura. La eternidad de Dios acontece en el tiempo de quienes él quiso que participen de su condición divina. La persona que glorifica a Dios glorifica su cuerpo, y hace de su vida presente un acontecer futuro. No se conforma nunca con “cualquier cosa”, lo quiere Todo.

“Vivir la vida” es el primer peldaño para elevarse al cielo. La altura del cielo se alcanza a partir de la estatura de la dignidad humana.

Por: Fr. Gvillermo Delgado
Foto: jgda
lunes, 15 de agosto de 2016