Ser como Niños Hechos y Palabras viernes, 11 de noviembre de 2016 Sin Comentarios

Para ser buen ciudadano (como quien vive en la ciudad) no basta con comprender la realidad de la vida y las cosas, a no ser que eso fuera suficiente para no ser determinado por las circunstancias insignificantes. La comprensión de la realidad exige, a quien conoce, acoplarse de tal modo que el intelecto y realidad sean como el equilibrio y la dirección de los dos pies. En cierto modo, ese debiera ser el «acontecer del espíritu humano» que se mueve hacia una dirección de sentido (como respuesta a la pregunta de por qué y para qué vivo la vida en sociedad).

Cuando el conocimiento racional (en tanto comprensión de la realidad) se topa con el muro de lo absurdo (la no-comprensión de la realidad) ocurre un descenso del sentido de la convivencia y la persona cae en el abismo de las aguas turbias de la frustración, que le obligan sin control a que el cerebro reptil (MacLean, 1970) haga prevalecer esa parte oscura de «la irracionalidad del alma» (Aristóteles). Entonces emergen distintos grados de violencia, por ejemplo, visceralmente justificados.

En ese momento el Homo Sapiens (o el hombre sabio) se diluye en la penumbra de la confusión, y lo que tenemos delante (o lo que queda del Sabio) es al “Orco”, o a “la Arpía mítica" que irrumpe de las aguas turbias del sinsentido. Ese “resto humano” en estado de locura se parece al hombre impaciente y desesperado de la ciudad en "la hora pico del tráfico". Se parece, también, a los demonios que se esconden detrás de las higueras tramando juegos perversos, o a la anciana malvada que se acuesta meditando el crimen. Son los duendes neuróticos que perdieron su mente en las noches de tabernas, mientras atendían los cantos de las sirenas y acariciaban lentamente su alma seducida. ¿Qué pasó con la inocencia del hombre sabio en estado de amistad?

Ahora bien, ¿Qué les parece si hacemos «flashback» sobre la propia vida (metidos en el pantaloncito de tirantes o en los zapatos rosados de princesita) y atendemos la voz del Maestro cuando dijo: «de quienes son como niños es el Reino de los cielos»? Sabiendo que «esos locos bajitos» (como dice JM Serrat) caminan frecuentemente con los pies de la razón y de la realidad.

Más allá del margen de la ingenuidad, con la que en la edad pueril se patea una pelota o se sueña con la edad adulta, el buen ciudadano debiera ser como un niño. 

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
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