Cuando el conocimiento racional (en tanto comprensión de la realidad) se topa con el muro de lo absurdo (la no-comprensión de la realidad) ocurre un descenso del sentido de la convivencia y la persona cae en el abismo de las aguas turbias de la frustración, que le obligan sin control a que el cerebro reptil (MacLean, 1970) haga prevalecer esa parte oscura de «la irracionalidad del alma» (Aristóteles). Entonces emergen distintos grados de violencia, por ejemplo, visceralmente justificados.
En ese momento el Homo Sapiens (o el hombre sabio) se diluye en la penumbra de la
confusión, y lo que tenemos delante (o lo que queda del Sabio) es al “Orco”,
o a “la Arpía mítica" que irrumpe de las aguas turbias del sinsentido. Ese “resto
humano” en estado de locura se parece al hombre impaciente y desesperado de la
ciudad en "la hora pico del tráfico". Se parece, también, a los demonios que se esconden detrás de las higueras tramando juegos perversos, o a la anciana malvada que se
acuesta meditando el crimen. Son los duendes neuróticos que perdieron su mente
en las noches de tabernas, mientras atendían los cantos de las sirenas y acariciaban
lentamente su alma seducida. ¿Qué pasó con la inocencia del hombre sabio en
estado de amistad?
Ahora bien, ¿Qué les parece si hacemos «flashback» sobre la propia vida (metidos en el pantaloncito de tirantes o en los zapatos rosados de princesita) y atendemos la voz del Maestro cuando dijo: «de quienes son como niños es el Reino de los cielos»? Sabiendo que «esos locos bajitos» (como dice JM Serrat) caminan frecuentemente con los pies de la razón y de la realidad.
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
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