Lo santo y lo demoníaco Hechos y Palabras sábado, 26 de noviembre de 2016 Sin Comentarios

El encanto de la princesa está en que ella expresa la belleza de todos. Pero cuando «todos» dan cuenta que la princesa sólo vela por sus intereses, entonces los demás empiezan a sentirse no-representados, y lo que queda de la princesa son gestos vacíos y acciones mezquinas que rallan en lo espantoso. Lo mismo pasa entre el rey y el tirano. Una misma persona puede transmutar de soberano a dictador. El límite entre uno y otro depende de una membrana delgadísima, casi invisible, que eleva al estrado de lo santo o hunde en el limbo de lo diabólico.

La manera de diferenciar a un santo de un demonio es fácil. El santo obra de tal modo que todo lo que dice y hace, lo hace bello, y esa “belleza perdura en el tiempo” (Aristóteles) porque afecta a las generaciones presentes y venideras. Pues al buscar lo eterno deja huellas aún en las pequeñas cosas que hace, porque las inunda del significado de lo bello, señalando las realidades infinitas. Sin embargo, lo demoníaco es lo efímero, inútil y aparente; por más que persista en hacerse notar en lo bello, recae en lo feo, ridículo y apestoso.

Lo demoníaco se parece a la flor de medio día que fenece al atardecer. Mientras que lo bello, lo santo, es como el árbol plantado junto a las corrientes de agua que da frutos a su tiempo (Sal 1). 

Por: Guillermo Delgado OP
Foto: jgda  (Quema del diablo, Santa María Cahabón).
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