El amor es tan grande como Dios
quien es su fuente. Por eso sólo en el amor se encuentran las salidas a los
problemas, por graves que éstos sean. Eso sí, cuando una persona se cierra a la
posibilidad de encarar su condición problematizada no es posible que el amor
penetre en la profundidad de su alma. Es por eso que la diferencia entre una
persona hipócrita cerrada en sí misma y una pecadora que acepta su pecado es
marcadamente significativa.
Quiero decir que la aceptación del
propio pecado como ruptura al amor, abre las puertas al restablecimiento de la
belleza divina, porque el pecado, como ausencia y lejanía del bien y del amor, siempre
deja posibilidades de restablecimiento de aquello que se lesionó
intencionalmente. No pasa lo mismo con aquellas personas cerradas en sí mismas
por su hipocresía, porque la hipocresía incrustada en el corazón hace miserable
a la persona y produce barreras infranqueables al verdadero amor.
Con razón Jesús desenmascara las
aparentes prácticas religiosas, porque lo aparente, engañoso o falso no permite
establecer una relación profunda entre Dios y las personas, ni entre las mismas
personas. Cuando Jesús denuncia y desenmascara lo aparente o engañoso, lo hace
con el fin de decirnos lo injustas que pueden ser las prácticas religiosas
debido a la perversión del alma de las personas.
Lo más terrible de una conducta
engañosa es que aunque apunte a los grandes valores siempre se topará con su
propia contradicción. De momento nos basta con que recordemos aquellos eventos
en que Jesús denuncia la hipocresía de los escribas y fariseos (San Lucas, 11,
37-54; 12, 1-17).
Eso quiere decir que una religión
cuyos guías son señalados de conducta engañosa es hipócrita, idolátrica y
perversa, simplemente porque hace imposible que el amor se manifieste en su
pureza y gracia.
Ninguna religión es inmoral, aunque algunas veces pueden serlo si los guías y sus principios doctrinales se orientan por intereses
mezquinos y no promueven al Dios verdadero.
En cambio en aquel medio
social-religioso donde hay personas que no llevan el atuendo religioso ni
participan de los ritos tradicionales, pero se muestran tal cual en su proceder,
aunque se hayan declarado abiertamente pecadoras, en ellas se muestra el amor
de Dios, no porque sean buenas, sino porque son auténticas. La autenticidad
muestra lo mejor de la persona, porque encara lo peor de la persona. Por tanto,
mientras la hipocresía no se abra a este misterio amoroso está condenada al
bochorno de su misma falsedad.
Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
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