El camino es la orientación hacia un destino.
El destino es el lugar concreto (no
sólo imaginario como intuición del deseo) donde coinciden entre sí el individuo
con los miembros de una comunidad. Encaminándose hacia ese lugar, la persona
llega al templo para re-lacionarse con las fuerzas espirituales por las que es atraída.
Hay que cumplir una serie de orientaciones rituales para hacer el camino y llegar al santuario. De lo contrario no es posible alcanzarlo. Además, hay que prepararlo, quitando cualquier obstáculo (al modo del profeta: Is 57, 54) sino puede inducir a otras direcciones, las del mal.
Una vez visto el punto de reunión y considerado
con quién y quienes se reúnen, el camino toma una fuerza simbólica más
profunda e interior. Así, por ejemplo, el camino de la pasión de
Cristo es un camino de redención, asumiendo el camino tal como él
mismo lo dijo: «Yo soy el camino» (Jn 14, 6). O sea que, Cristo es «asumido desde
el estadio más íntimo e interior» que hace consciente «las razones del corazón de toda persona». No como simple exterioridad, por bella que ésta sea, en cualquiera de sus expresiones.
De ese modo, el camino interior de «los creyentes» se rige
por su propio destino (sintiéndose llamado a un ese fin), fijando la mirada en su salvación. Salvación resguardada en «la Casa del Padre» donde nadie puede entrar y hacerla suya, a no ser por la mediación del «Hijo». (Él dijo: «nadie viene al Padre sino es por mí»). La salvación es la paz, que llega con «la fuerza espiritual interior», que nos libra «de todo mal», incluso del mal de algunos dioses (en minúscula), porque nos advierte, desde la profundidad de la voluntad, por cuáles direcciones avanzar y con quiénes hacerlo.
Por consiguiente, la espiritualidad del camino interior es fruto
del «encuentro» y de saber «re-lacionarse» la persona con la comunidad y con
las fuerzas extraordinarias de la divinidad. La paz es el primer fruto, que afecta inevitablemente
toda la vida cotidiana. O sea que, el camino interior determina la vida moral y
el conjunto de las relaciones humanas.
El camino interior no es avanzar sobre lo
imaginado por los anhelos, ni siquiera aquel que conduce a infinitas direcciones, no, el camino interior es adelantar cada instante en el interior de
aquel que dijo que él es el camino (sumergirse en la divinidad). Además, unido a ello, el camino interior es dejar que ese mismo Señor avance «en-mi» (la divinidad sumergida en uno mismo), hasta
fundirnos, ambos, en pleno amor. Es lo que llamamos «la salvación»; donde desaparecen el templo como lugar de llegada y los ritos como el lenguaje de comunicación, ya no hacen falta, pues, todo es visto y dicho, cara a cara delante de quien es nuestra meta.
Finalmente, por el camino interior hemos llegado
al destino, a la Casa del Padre, donde nos reunimos, igual, para
amarnos.
Quienes no comprenden tal realidad espiritual, debieran apuntar a la validación su amor que en primer lugar atraviesa las relaciones humanas y el cosmos. En el caso contrario deberán seguir en las búsquedas de las apetencias del alma en el tránsito remoto de los caminos y de sus templos.
Por: Fr.
Guillermo Delgado OP
Foto: © jgda