La fidelidad es energía viva -como el fuego es
para el calor o la fuerza para el movimiento. Siendo energía, la fidelidad está orientada “al cuidado del bien
amado”. En la
fidelidad el amigo “cuida los
intereses del amigo” (Santo Tomás de Aquino).
La fidelidad es tener la mirada en el paso
siguiente para alcanzar los intereses compartidos. De ese modo, la fidelidad se
parece a la madre que vela el amor de su bebé mientras duerme, para seguir
amándole cuando despierte.
Sin la fidelidad no hay amor verdadero, sino
fingimiento. El fingimiento es tan pasajero como el dulce canto del pájaro que
vuela sobre nuestras cabezas. La fidelidad es la base de la estabilidad amorosa, mientras el fingimiento hace superficial y termina con el amor.
La fidelidad arranca del alma los aromas
esenciales del amor propio para brindárselo al ser amado. El “amor que cuida”
del bien amado se hace “paciente”, en “la tolerancia voluntaria” (Cicerón). La
paciencia, con aroma de amor, nos capacita para amar en el desgaste propio que
viene con el paso del tiempo. De ese modo, si de repente “ya no crees” en la
persona que amas, no te largues, “quédate ahí”, porque el amor no tiene pasado,
es para siempre, “nunca pasará” (San Pablo, Cor 13, 8). Si en “tu relación de
amor” encuentras problemas graves, que no sean de muerte, “aprende a cambiar”
pero no abandones tu puesto; “permanece ahí” -como el Vigilante fiel espera a que amanezca-, ya que la fidelidad sólo brilla en la dificultad, como
ocurre con el haz de luz. La fidelidad es perfume Crismal que consagrada al Gran Amor.
La fidelidad en el amor es un camino de
realización. Humanamente no existe otro camino para la realización que el de la
fidelidad. De ahí el consejo: “guárdate en la fidelidad”. No olvides que el abrazo entre
la fidelidad y amor hace de ésta experiencia un proyecto de vida que culmina en
el punto mismo en que inició, o sea en el amor, y hace que no sea una fantasía
forzada por el ímpetu de las emociones Ω
Por: José G. Delgado
viernes, 24 de junio de 2016