Lo que queda después de
la guerra son rezagos que sólo podrán ser superados con el nacimiento de nuevas
generaciones, serán ellas quienes retomen la enorme herencia de sus padres y
hagan su propio análisis de la realidad, considerando la memoria histórica a
la luz de lo que ahora mismo son. Mientras esto acontece entre los grandes
rezagos –en el caso de los pueblos mayas de Guatemala- están el debilitamiento del valor de la
persona humana y el de su propia historia. Según los guías espirituales y los
líderes, ese desajuste en gran parte puede ser superable con el fortalecimiento
de la espiritualidad cimentada en los ancestros y la visión de unidad con el universo.
La desconfianza hacia
las otras personas debilita el valor de la necesidad de reciprocidad, tan
propia y necesaria para la identidad de cualquier pueblo; más aún de los
pueblos mayas que históricamente se han constituido como tales cara a esta
interrelación de naturaleza dual. Al desquebrajarse el sistema de normas,
dejando a las comunidades sin un andamiaje seguro que los oriente y rija, se
crea una atmósfera de anomia; las personas parecen deambular por los caminos,
según las narraciones del Popol Wuj, como muñecos
de madera con apariencia humana, que “no tenían espíritu y no tenían
pensamiento; no se acordaban de sus Creadores, de sus Formadores". Pasada la guerra, la gente empezó a parecerse a aquellos
primeros hombres creados de madera, que caminaban desorientados por los
caminos. No por el “gran olvido” de reconocer a sus Formadores, sino por el
despojo del valor de la vida
sostenida por una serie normas elementales que habían sido consensuadas socialmente. Habían sido heridos en el tronco.
Por: Gvillermo Delgado
Foto: jgda, pintura original de Pedro Lesaca, OP (Centro Ak' Kutan).
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