La confianza es ponerme enteramente en
las manos de “la otra persona”. Yo empiezo a confiar en ti según las cualidades que me haces visible al presentarte delante de mi.
LLa confianza da origen a la amistad. La amistad es la unificación de los distintos modos de ser de la persona, expresadas en la diversidad. O sea que, la amistad no es un proyecto cualquiera, ni las cualidades y perfecciones de lo humano descritas en una sola persona. La perfección de la amistad se desgrana en las diferentes personas asociadas a tus relaciones inmediatas: los amigos del trabajo o de estudio, las amistades de tu comunidad eclesial, los hijos, los hermanos, el padre, la madre, la novia o el novia, los esposos; en fin, todas las relaciones contribuyen a la construcción de la amistad. La amistad empieza por reconocer en las personas, en esa diversidad, aquello de lo que son capaces, según las condiciones intelectivas y afectivas para realizar cualquier meta, ellas, que expelen confianza como el aroma de las flores silvestres. La amistad se huele.
Para comprender esto, a veces hay que tomar distancia de las personas en quien se confía, aunque sea el ser amado, para darle tiempo a que se manifiesten las virtudes que en él o en ella prevalecen. Este ejercicio no siempre es fácil. A veces es doloroso. Pero sólo así la persona en quien se confía usará la creatividad para hacer valer aquello que se le ha sido dado en gracia. Tanto quien da como quien recibe la confianza, danzan mano a mano. Cada uno se ha puesto en las manos del otro.
Si la amistad se huele, es porque la confianza es la música que evoca la danza de la amistad.Todo desde la confianza, nada sin ella.
Tal realidad genera hacia fuera y hacia dentro de sí mismo la Fe-Amor, para creer en quien se ama. Con lo cual, nos movemos a tomar decisiones definitivas. En consecuencia a ser más felices.
El contrario de la confianza es el miedo. Del miedo se deriva la des-confianza. El miedo es inmovilidad, es resistencia al cambio. Por ejemplo, cuando asumimos a Dios sólo desde la tradición, las normas-cumplimiento, y la ritualidad, entonces la divinidad pierde su encanto novedoso. Lo propio de Dios es lo que no cambia, pero que a su vez provoca el permanente cambio, porque “en el cambio está la evolución” (Chambao) y lo novedoso que muestra el encanto de la belleza. Venimos de quién no es movido por nada pero que a su vez lo mueve todo, y en ambos puntos tanto el de partida como de llegada esta la belleza. Lo humano está determinado por su ser evolutivo, que es el encaminarse de manera permanente hacia su perfección, como el río orientado a fundirse en el inmenso mar, así la persona avanza a fundirse en el misterioso ser divino, que los místicos llaman mirarse cara a cara con él.
No olvides que el miedo, más que el egoísmo, es lo contrario del amor. El miedo es trampa que no deja que el ser de lo humano se manifieste tal cual. El miedo se opone a la autenticidad. El miedo ciega porque no permite visibilizar lo bello y niega la apertura a los otros y a Dios. Como opuesto al amor, el miedo es desconfianza pura.
Tal como mi madre me espera que
llegue al menos cada navidad a casa, así de ansioso me pongo cuando espero que
llegue o vuelvan quienes yo amo o me aman. Me refiero a esas personas
que de modo continuado dan sentido y
alegría a mis horas, a pesar del ajetreo y dificultades de la vida.
Cuando en
estos días de diciembre y Adviento recuerdo las letras del canto “Ven, ven Señor no
tardes” o las palabras del Apocalipsis que dicen ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 22) ese mismo sentir de mi madre y de mis
amistades se transfiguran en el Señor, en quien yo creo. Supongo además que,
tarde o temprano cuando él pose su mirada en mí y me asuma para sí, entonces
ese anhelo habrá acabado; pues se cumplirán aquellas palabras de San Pablo
cuando dice:
“Ahora conozco de un modo
parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (1Cor 13, 12).
Esa
sensación “natural” ha de ser porque busco mi-ser-semejante, y no es casualidad
que la mejor figura e imagen sea la del creador. Aquí vienen a colación las
palabras del filósofo Sören Kierkegaard al decir:
“Lo igual solo se conoce por
lo igual; solamente quien permanece en el amor puede conocer el amor, y además
el amor puede ser conocido”.
Jesús dijo:
Permanezcan
en mi amor.
Eso, simplemente, eso, es lo que pretendo. Ahí está fundada mi
esperanza. Confieso que el amor es lo que sostiene mis alegrías. Hasta que llegue
el día de mi arrebato definitivo (Mt 25). Mientras tanto, experimento el amor
divino en la amistad de tantas personas que me ayudan a ser bueno y bello, a
ser hombre de esperanza.
A: Mis hermanos: Leo, Migue, Cesar, Sergio Delgado
La
gloria de los grandes hombres se mide por la lucha que han hecho durante toda
su vida al hacer sus tareas, y no por los triunfos que han alcanzado. “La mayor
satisfacción está en el esfuerzo y no en los resultados” , decía el Maestro Gandhi.
Esos
hombres se parecen a los árboles que en el verano tienen que votar sus hojas
para mantenerse vivos, y sobrevivir para el próximo invierno. Pero es entonces,
sí en verano, cuando florecen, exponen sus mejores galas, como si murmuraran: que no hay pérdida sin belleza. Por
eso, dicen que las flores más bonitas son
las del desierto, pues pintan de colores la soledad (Rubén Blades). Lo que en la aridez se avanza, es precisamente lo que se alcanza.
Como
el campesino que disfruta la sombra después varias horas bajo el sol. En la sombra
medita la cosecha que espera, cosecha que no será para sí únicamente, sino para
compartirla, cuando piensa en su mujer y sus hijos; Así se mide la gloria de los
grandes hombres.
Por prueba y error comprendemos que la vida es lo que viene con la muerte. Al enmendar errores propios o ajenos, la vida termina perfeccionandose en la persona que enmienda. Entonces no sólo la muerte le da sentido a la vida sino que la vida le da sentido a la muerte. Una muerte sin sentido empuja irrevocablemente a una vida sin sentido. Y una vida sin sentido ¿para qué vivirla? Quien vive la vida sin sentido no-existe, deambula como "alma en pena" por el mundo. Penando y haciendo penar.
El sentido tiene que ver con las razones del por qué vivir, es aquello con lo que nos empujamos así mismos hacia lo que llamamos perfección, eso que sólo se nutre del sustrato propio de la existencia. ¿Pregúntate por qué vives o para quién vives? en la respuesta hallarás el sentido de vivir y del para qué vivir. La religión que no ayude a este fin está totalmente fuera de ser autentica. Toda religión si es auténtica no sólo nos relaciona con lo trascendente, que es Dios, sino que nos permite a nosotros trascendernos, es decir salir de sí mismos para encontrarnos a nosotros mismos en los demás y en lo que llamamos mundo. Aquí está el principio más propio del amor.
Por eso, las confesiones de fe tienen que haber nacido primordialmente en afirmar que "he amado", que es lo mismo: "juro que existo". Con lo cual caigo en la cuenta que existir es hacer camino al lado de la otra persona. Aquí aparece lo que en el lenguaje cristiano llamamos amar-al-prójimo, comprensible sólo en el mandamiento esencial: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
LA CORONA
DE ADVIENTO tiene cuatro velas, que pueden ser
de colores diferentes. Se recomienda que tengan los cuatro colores litúrgicos
(morado, rojo, verde y blanco/azul). Dejando el cirio blanco con decoración
especial para solemnidad de la Navidad, como quinta vela que se coloca en el
centro de la Corona.
LA
LUZ DE LAS
VELAS: inicia el camino, aleja el miedo y
favorece la comunicación. Es símbolo de Jesucristo
que ilumina la vida de familia. Es símbolo de la presencia permanente de Dios
que está en todo momento y en todo lugar, como luz: está de día y de noche, en
el camino y la montaña, en la vida y en la muerte, en la soledad y el ruido. Lo
abraza todo con su luz. Como el sol en el día y la luna y las estrellas por las
noches.
Con
las velas encendidas se espera que crezca la luz en el camino de la vida, la
esperanza, y el compromiso de vida por la vida. La bendición que necesita nuestra Corona
de Adviento es la disposición de todos para preparar nuestra vida y nuestra
casa para esperar al Niño Dios que viene a invitarnos a vivir de una manera diferente a esa que llevamos y que no es tan buena, que digamos...
Es el período de las cuatro semanas antes de la Navidad. Este
tiempo nos prepara interiormente para la llegada de Nuestro Señor Jesucristo. Los cristianos esperamos ansiosos la manifestación definitiva
del Señor. Él mismo nos dijo: Mira, vengo
pronto (Ap 22, 7).Los
cristianos decimos ¡Amén! ¡Ven, Señor
Jesús! (Ap 22, 22). Eso es el significado fundamental de estos días.
La palabra Adviento significa
“llegada” y claramente indica la actitud de vigilia y preparación de los cristianos.
Nos
dice el Apóstol San Pablo: Ustedes mismos
saben perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la
noche. Pero ustedes hermanos no vivan en la oscuridad, para que ese día no los
sorprenda como ladrón, pues ustedes son hijos de la luz e hijos del día (1
Tes 5, 2. 4-5).
Durante
esos cuatro domingos que anteceden a la fiesta de Navidad, preparamos nuestra alma
para recibir a Cristo y celebrar con Él su presencia entre nosotros. Para
sentirlo cerca de nuestras vidas. Tal, como lo afirma San Juan: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros (Jn 1, 14).
La persona virtuosa es aquella que actúa no para ser compensada por lo que hace, sino
porque la fe da sentido a toda su vida.
Nunca actúes ni te comprometas
religiosamente si lo que buscas hacer a este nivel no da sentido a tu vida.
Es
decir, si la fe no te ayuda a responder a la pregunta ¿para qué vivir? No estás en el camino correcto. El sentido de la
vida ayuda a vivir alegremente y a superar con esperanza las dificultades más
grandes, aún aquellas que impliquen la muerte. Entonces es cuando brillan las virtudes. Aristóteles decía que en "en las adversidades sale a la luz la virtud."
Es
virtuosa la persona que sigue la voz interior de su conciencia y la voz de Dios. La
conciencia se forma a la luz de la experiencia propia y ajena. Ser
virtuosos a la luz de las prácticas de fe es aceptar libremente las disciplinas
propias de la vida, en función del sentido de la vida. Por ejemplo, practicar ejercicios concretos en función de
la obediencia. Saber obedecer nos libera. Por eso dijo Jesús que, la verdad nos hará libres (Jn 8, 32). Aceptar la verdad es enfrentar los embates diversos que esa aceptación contrae.
Sólo será posible a partir de la constancia, la disciplina, las convicciones de fe
y la propia experiencia. Toda lucha como práctica de la virtud en el buen entendido de lo que la persona busca, le convierte tarde o temprano en virtuosa.