El vacío existencial es aquello que no tiene contenido
ni es sostenido por nada.
Sentir vacío es sentir la nada. La nada es "la
náusea", esa sensación de abandono y de muerte anticipada; en tal caso, la
persona se siente, sin quererlo, inclinada al desprecio de sí misma en la sensación acre de hallarse con su muerte.
Quien experimenta el vació fija su alma simbólicamente en el
pasado, se ancla en un punto fijo. Se inmoviliza. La existencia no tiene rumbo.
El ser es opaco, no se ilumina.
Sin embargo, el vacío como extremo de vaciamiento, puede ser indicación
que lo humano “debe alzar vuelo”. Lo humano, dado su origen, no puede ser para
la muerte. La muerte física, cuando se percibe, abre puertas a otras experiencias, antes desconocidas.
El vacío existencial es la pérdida de sentido que puede ser
reivindicado a partir de la soledad, y el encuentro. Porque la soledad es algo
más que el vacío. La soledad es la sensación profunda de que algo está por venir.
Sensación que avizora la llegado de algo o alguien. El pueblo judío lo entendía
como el momento de la visión (Ap 8, 1). Visión que requiere de la soledad y del silencio.
La soledad empuja al silencio, que hace crecer en la
persona el anhelo de escuchar, con el afán de atender aquello "siempre
mayor" que viene. Es la impresión de sentirse en búsqueda y a la vez
encontrado. Porque la soledad no está centrada simbólicamente en el pasado sino
en el silencio y la intuición. Es la pasión anticipada que hace venir lo
grandioso. Esa pasión que afecta todo el ser y todo el entorno habitado.
En
justicia la soledad hace experimentar de modo extraordinario aquello que está
en la conciencia en grado ínfimo; por eso, hace venir a las ciencias, las
expresiones simbólicas del misterio, las voces del viento que anuncian la
belleza. La soledad, impulsa desde las profundidades del alma, hacia lo que cada quien
sabe que debe llegar a ser, porque está hecho para "esas cosas grandes". Sobre todo la soledad mueve al encuentro de lo que puede ser amado y no está siendo amado.
La
soledad es la madre de la esperanza, la esperanza que hace dialogante a la
persona; pone a uno delante de lo otro para desvelar lo más humano posible. Es
la plataforma de eso que llamamos felicidad. Con lo que inevitablemente se ha de
vivir la vida en el "eterno presente". Es el impacto inesperado de
"ese de repente" que nos pone delante de lo que ni siquiera imaginabas un día; pero que siempre nos puso en movimientoΩ
Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Fotografía: Luis Ixim.