En comunión con Dios Hechos y Palabras sábado, 14 de junio de 2014 1 Un Comentario


Queridos Amigos, les invito a reflexionar sobre el estar comunión con Dios. He querido partir de la siguiente afirmación: Si vivo en Dios, muero para Dios. Esa verdad brota de mi propia experiencia de participación en la vida de comunión con Dios y con los hermanos.
¿Qué es estar en comunión con Dios? Es participar con Dios de su vida divina. Él nos quiso en común-unión con él, sin nosotros ser dioses. ¿Merecemos ser parte de la vida divina? No. Sin embargo, esas son las razones por las cuales en él vivimos nos movemos y existimos (Hch 17, 28). Sin esa gracia, regalo de Dios, no somos capaces de buscar aquello que nos da alegría y paz en la vida de todos los días a pesar de las múltiples desavenencias por las que pasamos mientras el reloj marca el curso del tiempo.
¿Qué es estar en comunión con los hermanos? Si estamos en comunión con Dios, es imposible no estarlo con los hermanos. Por eso aquel reclamo de siempre: mentimos si decimos que amamos a Dios y no amamos a los hermanos (1 Jn 4, 20). Démonos cuenta, pues, que el gran mérito de vivir la fe siendo cabales, viene de la comunión, en la que Dios nos ha querido hacer participar.
Comprender este misterio es sustancial para nuestra vida de la fe, por ser esa la motivación más radical que nos mueve y aproxima a “comulgar” con Dios.
Sólo comulga con Dios quien a la vez comulga con los hermanos. Esto no es un puro reclamo moral. Es una exigencia mucho más profunda. Es una exigencia de amor, que promueve la unidad, la comunión.
Quien se acerque a comulgar en el pan de vida y no tenga su corazón en paz, por no estar en comunión con uno solo de sus hermanos, atenta con este misterio y está en pecado grave. Al punto de perder su vida. Porque la base de todo pecado es la ruptura de la comunión en el amor con Dios y con los hermanos. Eso explica las dos partes del mandamiento del amor: al prójimo y a sí mismo. Porque Dios está tan dentro de nosotros y tan fuera que podemos oírle o hablarle, de ahí que somos golpeados por el eco de su voz en la palabra de las escrituras sagradas o en el clamor de los hermanos, por lo mismo podemos verle en las huellas de su obra creadora al sentirnos expresión de su propio hacer, aún más, en la imagen de todas las demás criaturas vivientes.
Todo esto acontece si yo vivo en Dios, y muero para Dios. Morir para Dios no es anularse uno mismo. Es vivir para Dios en los hermanos, sin dejar de ser prójimo de sí mismo, es poner a los otros delante de mí. Es morir para que él florezca. Porque cuando él florece yo mismo soy parte de los frutos de su reino.

Por: Gvillermo Delgado-Acosta
Fotos: jgda
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1 Un Comentario

Flor 15 de junio de 2014, 3:14

Preciosa reflexión Padre Guillermo. Gracias por compartirla. Sin nuestro anonadamiento no podemos hacer que Dios reine en nuestra vida. Y esto es expresar el amor s nuestro prójimo con hechos y palabras y cuidar de mi persona integralmente porque ed un don de Dios