viernes, 11 de julio de 2014
Viendo "Posts antiguos"
VENIMOS
Comunicar
Sí aprendemos a escribir lo que pensamos
vamos a prender a pensar lo que escribimos.
Sólo entonces habláremos bien.
Hablar como escribir,
escribir como hablar
es clave en estos tiempos
en que importan pocos los signos lingüísticos.
Sabernos comunicar es siempre una tarea pendiente.
Por: Gvillermo Delgado
Foto: Sergio Delgado
jueves, 26 de junio de 2014
Más que dos
Escribir
La tolerancia
La tolerancia es ceder el lugar a la otra persona, tal y como lo
merece, para que se exprese, crezca, eche raíces desde su propia alma y florezca
en el aroma de las relaciones humanas. Para aceptar o querer a una persona, no
tenemos que imponer un modo de ser. Debes sentirte obligado a decir: nadie tiene que ser como
yo soy, pensar como yo pienso, ni siquiera que crea lo que yo creo.
Para abrir las puertas de la
felicidad sólo necesitamos abrir las puertas que la intolerancia a veces no
permite. Hemos de saber que para vivir en la felicidad de-la-comunión-de- los- hermanos no necesitamos mucho. Sólo que nos acepten como somos. Igualmente
dejar a Dios ser Dios, porque Dios mismo nos ama tal como somos, no condiciona
nada para querernos. Al punto de buscarnos cuando estamos en pecado, porque
necesita abrazarnos. Ante eso, el pecador no resiste, y él mismo se va
sintiendo obligado a abandonar su condición envilecida. Simplemente por quererle a pesar
de ese estado, que a veces se torna despreciable.
No olvidemos nunca que somos para el hermano como somos para Dios. La comunión es nuestra vocación más propia. Esa es una de las cualidades que mejor definen a Dios. Por eso, el hijo consumó su proyecto de amor en la mesa. En la fracción del Pan. quedándose él mismo como alimento. Alimento de comunión.
Por: Gvillermo Delgado
Foto: prestada
sábado, 21 de junio de 2014
Ser Padre
Al nacer, todos traemos un llanto y unas palabritas que poco a poco se van soltando del alma nueva, que ahí fueron impresas al momento de ser creados. Con estas representaciones del alma, llamamos "a Aquél" de quien no quisiéramos ni podremos separarnos jamás.
Siendo apenas unos bebes somos conscientes que estamos "unidos" a Un Gran Amor. Por eso, cuando alguna persona se aproxima y nos da su mano, se la apretamos con fuerzas sutiles. Así las manos del recién nacido se mantendrán empuñadas hasta que poco a poco la conciencia se vaya abriendo a la razón, o entre en relación con el amado de otros y diversos modos.
Con justa razón las primeras palabras del alma son un misterio. Son palabras que buscan mantenernos unidos a ese alguien amado. Esas palabras salen de la profundidad del espíritu como hojitas nuevas de la semilla, y dicen: tata, nana, papá, mama, ta, na, abba o imma’.
Aunque nos parezca raro, con esas palabras estamos llamando a Dios. Pero desde el momento de nacer, Dios se hace visible de modos mundanos, humanos, sensoriales y racionales, donde está próximo el amor de pá, ná. (papá-mamá), los hermanos, la familia, los amigos que se vendrán a caminar paso a paso con el recién nacido hasta el día que retorne a la casa del Padre. Mientras tanto éste otro padre nos construye una casa y nos ve crecer junto a él.
O sea que, cuando llamamos al Padre-Creador con nuestros balbuceos, quien responde ya no es Dios sino nuestro papá o nuestra mamá, de cuyo seno hemos nacido físicamente. Por lo mismo nuestros padres asumen la condición de ser Padre o ser Madre en la condición del Abbá-Imma (Dios-Padre- Madre).
Si cuando dije ¡Papá!, llamé a Dios-Padre y quien respondió fue mi papá terreno, eso quiere decir que mi papá o mi mamá están haciendo las veces de Dios. He ahí el gran misterio de Dios, que tiene mucho que ver con nosotros.
¡Qué grandes debemos sentirnos cuando nos llamen papá o mamá, sabiendo que aquella palabra fue aprendida por nuestro hijo o nuestra hija en el mismo seno divino de Dios-Padre-Madre! Sobre todo cuando nosotros respondemos como si fuera Dios mismo quien responde Ω
Siendo apenas unos bebes somos conscientes que estamos "unidos" a Un Gran Amor. Por eso, cuando alguna persona se aproxima y nos da su mano, se la apretamos con fuerzas sutiles. Así las manos del recién nacido se mantendrán empuñadas hasta que poco a poco la conciencia se vaya abriendo a la razón, o entre en relación con el amado de otros y diversos modos.
Con justa razón las primeras palabras del alma son un misterio. Son palabras que buscan mantenernos unidos a ese alguien amado. Esas palabras salen de la profundidad del espíritu como hojitas nuevas de la semilla, y dicen: tata, nana, papá, mama, ta, na, abba o imma’.
Aunque nos parezca raro, con esas palabras estamos llamando a Dios. Pero desde el momento de nacer, Dios se hace visible de modos mundanos, humanos, sensoriales y racionales, donde está próximo el amor de pá, ná. (papá-mamá), los hermanos, la familia, los amigos que se vendrán a caminar paso a paso con el recién nacido hasta el día que retorne a la casa del Padre. Mientras tanto éste otro padre nos construye una casa y nos ve crecer junto a él.
O sea que, cuando llamamos al Padre-Creador con nuestros balbuceos, quien responde ya no es Dios sino nuestro papá o nuestra mamá, de cuyo seno hemos nacido físicamente. Por lo mismo nuestros padres asumen la condición de ser Padre o ser Madre en la condición del Abbá-Imma (Dios-Padre- Madre).
Si cuando dije ¡Papá!, llamé a Dios-Padre y quien respondió fue mi papá terreno, eso quiere decir que mi papá o mi mamá están haciendo las veces de Dios. He ahí el gran misterio de Dios, que tiene mucho que ver con nosotros.
¡Qué grandes debemos sentirnos cuando nos llamen papá o mamá, sabiendo que aquella palabra fue aprendida por nuestro hijo o nuestra hija en el mismo seno divino de Dios-Padre-Madre! Sobre todo cuando nosotros respondemos como si fuera Dios mismo quien responde Ω
Por: José G. Delgado.
domingo, 15 de junio de 2014
En comunión con Dios
Queridos Amigos, les invito a reflexionar sobre el
estar comunión con Dios. He querido partir de la siguiente afirmación: Si vivo en Dios, muero para Dios. Esa
verdad brota de mi propia experiencia de participación en la vida de comunión
con Dios y con los hermanos.
¿Qué es estar en comunión con Dios? Es participar con Dios de su vida divina. Él nos quiso
en común-unión con él, sin nosotros ser dioses. ¿Merecemos ser parte de la vida
divina? No. Sin embargo, esas son las razones por las cuales en él vivimos nos movemos y existimos
(Hch 17, 28). Sin esa gracia, regalo de Dios, no somos capaces de buscar
aquello que nos da alegría y paz en la vida de todos los días a pesar de las
múltiples desavenencias por las que pasamos mientras el reloj marca el curso
del tiempo.
¿Qué es estar en comunión con los hermanos? Si estamos en comunión
con Dios, es imposible no estarlo con los hermanos. Por eso aquel reclamo de
siempre: mentimos si decimos que amamos a Dios y no amamos a los hermanos (1
Jn 4, 20). Démonos cuenta, pues, que el gran mérito de vivir la fe siendo cabales, viene de la comunión, en
la que Dios nos ha querido hacer participar.
Comprender este misterio es sustancial
para nuestra vida de la fe, por ser esa la motivación más radical que nos mueve
y aproxima a “comulgar” con Dios.
Sólo comulga con Dios quien a la
vez comulga con los hermanos. Esto no es un puro reclamo moral. Es una
exigencia mucho más profunda. Es una exigencia de amor, que promueve la unidad,
la comunión.
Quien se acerque a comulgar en el pan de vida y no tenga su corazón en
paz, por no estar en comunión con uno solo de sus hermanos, atenta con este
misterio y está en pecado grave. Al punto de perder su vida. Porque la base de
todo pecado es la ruptura de la comunión en el amor con Dios y con los
hermanos. Eso explica las dos partes del mandamiento del amor: al prójimo y a
sí mismo. Porque Dios está tan dentro de nosotros y tan fuera que podemos oírle
o hablarle, de ahí que somos golpeados por el eco de su voz en la palabra de
las escrituras sagradas o en el clamor de los hermanos, por lo mismo podemos
verle en las huellas de su obra creadora al sentirnos expresión de su propio
hacer, aún más, en la imagen de todas las demás criaturas vivientes.
Todo esto acontece si yo vivo
en Dios, y muero para Dios. Morir para Dios no es anularse uno mismo. Es
vivir para Dios en los hermanos, sin dejar de ser prójimo de sí mismo, es poner
a los otros delante de mí. Es morir para que él florezca. Porque cuando él
florece yo mismo soy parte de los frutos de su reino.
Por: Gvillermo Delgado-Acosta
viernes, 13 de junio de 2014
PENTECOSTÉS
¿Qué hacer con la “mediocridad espiritual” de la Iglesia de nuestro tiempo? Para que el pentecostés sea un acontecimiento nuestro, urge la experiencia interior de Dios. Cinco actitudes humanas pueden ayudarnos a descender a esa condición.
1. Aprender a callar
es aprender a dialogar. Dios que habla y yo que escucho. Las grandes cosas
vienen del silencio. Cuando las palabras desaparecen el diálogo aparece. No
necesitar palabras es darle cabida a lo grande. A Dios. Dios crea en el
silencio. El artista necesita silencio. El filósofo requiere de la soledad. El
hombre de ciencia debe encerrarse, trasnochar. Sólo los mediocres hacen ruido,
lo necesitan, ruido interior ruido exterior. ¿Y qué puede salir de ahí?
2. Saber estar
“en el mismo lugar”
con quienes venimos haciendo camino. Donde acontece la acción de
Dios (El Espíritu de Dios). Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu. Creados
con un mismo Espíritu. Movidos por un mismo Espíritu.
3. Reconocer los dones
propios y ajenos. Para contar con los otros y que los otros cuenten
conmigo. Dios distribuye sus dones de acuerdo a la unidad de los creyentes,
para favorecer la unidad. Lo que Dios te ha dado a ti es porque los otros lo
necesitan. Lo que los otros tienen y tú no tienes es porque Dios sabe que lo
necesitas. Saber necesitar unos de otros, es propio del Espíritu, es una
cualidad de Dios, Dios no es un ser solitario…
4. Saber recibir
de Dios lo que él me ofrece en función de su misma Misión. Con el
Espíritu quedamos capacitados para perdonar o no perdonar. Ser misericordiosos
a la manera suya. Perdonar y ser perdonados.
5. Convertirnos en portadores alegres de la paz de Dios. Como quienes hemos visto al Señor. Desde nuestra
experiencia interior y desde la exterioridad de la vida cotidiana.
Por: Fr. Guillermo Delgado
Imagen: prestada
sábado, 7 de junio de 2014
La hora del ángelus
Suena el ángelus de las seis de la tarde en el campanario
de la vieja Ermita.
Las calles que llevan al calvario
lucen limpiecitas
como después de una noche de lluvia.
Pasa un avión y se pierde entre las montañas lejanas.
Inmutables y silentes las paredes de las
calles y avenidas
se vistes con mapas de grietas y musgos, carcomidas de dolor.
A esa misma hora
van en procesión los mártires de la guerra civil.
Y otros en vigía,
aparte de vos y yo,
cercan el atrio de la Catedral metropolitana,
cuando los muertos van solitos a su valle de
lágrimas...
Las puertas acurrucadas
rechinan en murmullo su bostezo penumbroso.
Y, vos que me mirás con largavistas
desde alguna esquina alta
te ausentás como relámpago estruendoso
para espiarme a lo lejos.
Mientras otro día aparece tibiecito en otro ángelus.
Me entero que amanece
simplemente, porque:
Un árbol despunta del humus de mi pecho.
Por: Fr. Gvillermo Delgado
Fotos: Kevin Cuz
jueves, 5 de junio de 2014
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