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El DERECHO A LA FELICIDAD

 




El derecho a la felicidad


Por: Gvillermo Delgado OP


¿La felicidad se adquiere como un derecho? ¿Por qué es un derecho? Y, ¿Quién tiene que concederlo?


La felicidad más que un derecho es una tendencia propio de la persona (hacia donde orienta sus anhelos). Es el fin último al que se orienta. En ese afan, cruzamos las fronteras de este al otro mundo a otros universos posibles.


Con la felicidad se trazan las búsquedas mientras se vive y se sacian todas las necesidades e inquietudes. En pocas palabras con la felicidad se realiza la vida. Porque con ella se vive ahora mismo en el horizonte de la eternidad. Desde ahí se comprende la realidad de la dignidad, el sentido del endiosamiento humano: eso de creernos dioses, aunque no seamos más que simples mortales.


Si eso es verdad, entonces, la felicidad ya está en la persona. Forma parte de su diseño original. En lugar de hablar de derechos, más bien, ¿no es cierto que nos toca entenderlos y actuar como se hace con los metales preciosos a la hora de hacer brillar aquello que ya está contendido en su esencia?


Si ya poseemos el derecho a la felicidad nadie tiene que darlo. Aunque nos toque hacerlo valer en algunos casos. Como cuando en cierto modo nos ha sido negado en la convivencia social, en tal caso, toca, obrar como se hace con la mugre sobre la belleza del metal precioso. La mugre, como la envidia al posarse sobre lo bello, acabará más temprano que tarde diluyéndose en la nada, dando lugar a la luz de lo bello. Así pasa con la felicidad.


Santo Tomás de Aquino nos dijo en sus escritos que, los Estados deben organizarse con el fin de procurar el bien común, la paz y la felicidad de los ciudadanos. Tuvo razón. De lo contrario ¿con que otro propósito se rige el destino de un pueblo, sino promoviéndolo a la felicidad?


Por su parte, Dante Alighieri, en su obra Monarquía, afirmó que: el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea. En tal razón, dice el poeta, que Dios al crearnos nos dotó del mayor de los dones, el de la libertad. De donde afirmó que la libertad y la paz nos hacen obrar de un modo casi divino. Pues, la paz y la libertad son medios para la felicidad. Así, en este mundo somos felices como humanos y allá, en el cielo, lo seremos como dioses.


Los Estados Unidos de norte América al promulgar su constitución de 1788, lo hicieron en el fundamento de los principios de la libertad, la unidad, la justicia y la tranquilidad general. Ellos tenían claro, al menos en los inicios, que no hay otro fin mayor que el de la felicidad de los ciudadanos.


Si los Estados deben asegurarnos ese derecho, nos toca luchar colectivamente para que así sea. Al mismo tiempo que cada persona se convierte en el destinatario y la patria de esos derechos.


Así como es imposible que algo acontezca en otra cosa sin que haya en ella cierta disposición de recibir lo que se ofrece, también es imposible, no dar aquello que a la vez se ha recibido. Por tanto, es propio de las personas recibir y dar lo recibido. De lo contario aquello que es recibido gratuitamente pierde el misterio de su grandeza. ¿En qué se convierte un gobierno cuando no cumple con ese mandato? Y, ¿Qué es aquello que se frustra en toda persona si no experimenta la felicidad y la asegura para los otros?


Ningún atleta olímpico recibe la antorcha de los juegos para hacerla suya esperando ansioso la hora en que se extinga. En ese caso el atleta y la antorcha perderían su esencia. Lo mismo pasaría con cualquier persona.


La esencia humana está en su dignidad. Lo muestra cualquier hombre jugando, amando, luchando, trabajando…; sobre todo en aquello que le da sentido al vivir su vida presente en paz y tranquilidad mientras avanza en dirección de la felicidad, que en cierto modo ya posee o ya es poseído por ella.


Con razón toda persona se dignifica al punto de compararse con los dioses, al modo de los griegos. La dignidad describe lo grandioso de lo humano, tanto que al actuar lo hace como si fueran ellos mismos los dioses. Así es como se hicieron las catedrales de piedra firme, erguidas hacia las alturas; así es como se construyen puentes y aeronaves, se programan viajes a velocidades del sonido o la luz y se descifran los códigos genéticos.


Por tanto, una persona digna, jamás espera que los demás le declaren un derecho por pequeño o grande que este sea. Sabe que es un deber suyo asegurarlo. Sabe también, que el único modo de hacerlo valer para todos es asegurarlo primero para sí. Queda claro entonces que es necesario ser feliz siempre y en todo momento para hacer feliz a los otros. Por eso y de este modo es como definimos la felicidad como un derecho.


No hay mejor gloria para una persona que hacer feliz a todos los demás siendo feliz él mismo.

lunes, 19 de abril de 2021

Yo y Tú

 



Yo y Tú

Por: Guillermo Delgado OP

 

Al nacer traemos trazos, como mapa interior, que dibujan los caminos por donde transitar sin la ayuda de nadie. Tal itinerario no puede ser entendido sino caminándolo, poniendo límites, estableciendo distancias, y definiendo metas.

 

En cuanto nacemos crecemos en todos los sentidos. A penas avanzamos por la vida, se impone una angustia incómoda de tener que mirar hacia las demás personas, seguir instrucciones y obedecer.

 

Es el momento en que nos descubrimos como “necesitados”.

 

Esa incómoda sensación también nos descubre otro estado natural: la rebeldía, de no querer necesitar de nada ni de nadie. Entonces, se ilumina desde la propia alma la individualidad como concepto mental, que nos acompañará el resto de la vida.

 

Digamos que la individualidad flota de aguas profundas, que emerge espontáneamente y exige imponerse por encima de todo pensamiento.

 

La adversidad de la individualidad da origen a una consigna con gérmenes primarios de sobrevivencia, que dice: yo versus tú. Ese egoísmo ensanchado será la propia sombra que no podremos sobrepasar por más que queramos, no al menos mientras caminemos bajo el sol de este universo.

 

Lo que nos queda es validar la libertad a prueba de voluntad, delante de las personas que amamos o que no.

 

O sea que, despertar al sueño de la vida nos obliga comprender la “condición misteriosa” de lo individual y la necesidad de las relaciones humanas.

 

Entendemos que junto al diseño de origen existe una caja de herramientas que tendremos que aprender a usar, más allá de todo egoísmo y más acá del puro amor.

 

Desde tiempos ancestrales los maestros de la moral y la religión nos hablaron de guiar el comportamiento hacia el equilibrio de las virtudes, sin las cuales no sería jamás factible la felicidad y la buena vida. Pero la felicidad no tiene un lugar, una meta, ni es una realidad determinada de una vez y para siempre. Sino que ella es el paraíso siempre habitado mientras la vida acontece.

 

La felicidad es lo verdadero. Lo conquistado. Partir de las propias disposiciones interiores, donde está el poder, el amor y el dominio propio, del que le habló San Pablo a Timoteo (2 Tm 1, 7). Cuyo alcance definitivo jamás será posible sin el auxilio de aquellos que nos aman. 


lunes, 15 de marzo de 2021

La Providencia

 




La Providencia


Por: Guillermo Delgado OP


La vida es un reloj en marcha que acaba y se reinicia a cada instante. La vida es el latido del corazón, la oportunidad de oír la propia voz en el silencio y la voz de quienes amas, es el aquí y ahora (Hic et nunc) de la existencia.


La vida no conoce la prisa. 

La prisa es un invento humano que enmudece la cadencia del alma que fluye como agua interior, y que hace fértil todo lo que halla en su paso. La prisa es ausencia de sosiego en el alma. Como tal, atrae al dolor, a la pena y al error. La prisa es la desarmonía del reloj.


Con razón, una vez damos lugar a la prisa, se desatan tormentas interiores, se entorpecen las aguas; y como siervos heridos huimos a guaridas ajenas en busca del consuelo y del remedio para las penas, lejos del remanso de los propios pastizales.


En el dolor se extrañan en extremo los días felices. Y en la urgencia que la herida y el desorden imponen, a veces prolongamos las penas que queríamos remediar.


Es por lo que, mientras la angustia persiste no vale la huida ruin, más bien se hace necesario ceder a la calma que viene con el silbo de los vientos. Lo necesitarás para sanar, y para no dañar a quienes caminan al lado tuyo.


Sólo retírate a tu propio pastizal. Deja que la calma de los vientos y el sereno que dejó la noche halle su morada en el alma dolida; deja que la serenidad penetre por las cicatrices que dejó el dolor. Porque la herida solo sana con el silencio, con el paso leve que deja cada segundo tras de sí.


La señal de que ya habitas la calma se evidenciará en tu capacidad de resistencia: en no permitir nunca que, todo aquello que amas, empezando por ti mismo, sea lastimado. Entonces, protegerás al indefenso, no al modo de los huracanes, sino como lo hace la suave brisa con los cipresales, que perfuman las tardes de los domingos.


En tales circunstancias se alumbra desde ti mismo la luz de la sabiduría; porque la luz te enseñó que la vida es el eterno presente, el ahora mismo, el ritmo de cada segundo, el punto de partida de cada suspiro.


Todo lo demás es la Providencia.

lunes, 8 de marzo de 2021

Personas educadas

 



Personas educadas

Guillermo Delgado
15 de febrero del 2021


Nos dijeron de niños que “las personas educadas saludan”. Afirmando así que, la educación es el principio útil para tejer las buenas relaciones, a todo nivel y en todo lugar. Con las personas que hallamos en los corredores de la casa o por las calles de camino al mercado.

Al insistir tanto en la educación queda claro que, eso de “relacionarse” humanamente no siempre es para todos; porque prevalece en el interior de cada persona un instinto larvario de rebeldía que arrastra retorcidamente por direcciones, no alineadas con la recta razón. A eso llamamos “misterio estulticia”.

¿Cómo educar en los casos de retorcimiento? Esta pregunta se salva por el punto de partida, y es este, que toda persona, aún en el misterio lejanísimo de su esencia bondadosa, puede ser restablecida y rehumanizada.


Gracias a la profesionalización escolar hemos aprendido que a unos se les puede confiar la educación de otros, sean niños, jóvenes o adultos; con el propósito de llegar a conocer las leyes de la ciencias físicas y sociales, al ser humano en su esencia, su origen y destino. Y eso, por ejemplo, porque aun siendo adultos, muchos emprenden el digno camino de la paternidad, sin estar preparados para el ejercicio de esa loable misión. De ahí la necesidad imperiosa de recurrir a otros para que coadyuven a tal tarea.


Sin embargo, no siempre es necesaria la escolaridad para ser educados. Por generaciones hemos perfeccionado el sano juicio de la convivencia. Lo que ahora enseñamos en las escuelas y las universidades a veces sólo tiene, como cosa nueva, los modos de enseñar a los niños y a los jóvenes.


El ser humano como el conocimiento científico no es un invento de laboratorio, establecido de una vez para siempre, sino un descubrimiento continuo que se perfecciona en la ecuación: ensayo-error.


Dichosamente, en cada época y acontecimientos, las sociedades nos han regalado seres humanos sabios e iluminados que nos han instruido y guiado con sus intuiciones y conocimientos hacia una manera mejor y perfecta para relacionarnos.


Por consiguiente, el imperioso principio “aprender a aprender”, nos obliga a mirar el propio pasado con ojos de apertura, aprender de lo que un día fuimos; soñar una vida mejor que la que ahora llevamos, para aprender desde lo que creemos; permitir que aparezcan en nuestro espejo aquellas personas dignas de ser imitadas, pues nos educamos en relación con los demás, sobre todo con quienes se aproximan, en cierto modo, a lo que soñamos; valorar las huellas que vamos dejando por donde avanzamos, que otros pisarán, de lo contrario la vida es un sinsentido y absurdo; finalmente, sin fatalismos, estar conscientes que la vida se nos va poco a poco en el implacable tiempo, pero el mundo que dejaremos el día que nos vayamos, será sin duda, mejor que aquel que hallamos el día en que fuimos llamados a la existencia.

lunes, 15 de febrero de 2021

La vida se nos va

 


La prisa trae maravilla y error
Aristóteles

Gvillermo Delgado OP


Es costumbre entre nosotros empezar un año con festejos. Poner en cero el calendario. Así, renovados, iniciar un nuevo ciclo de tiempo.

De pronto, la prisa nos mete en la cotidianidad del trabajo, cuesta arriba para perseguir los sueños. En ese afán, como en un breve suspiro o agua entre los dedos, se nos van los días.

Pasados los años, perdemos fuerzas. Con lo efímero del tiempo decimos: otro año se fue. En ese “de pronto”, descubrimos que ya no tenemos la salud ni la ilusión, de al menos un año atrás. Todo cambió.


Los cambios son buenos e inevitables. A veces frustrantes. Al ser naturales, sociales o individuales, no siempre tenemos control de ellos. Algunos denotan deterioro irreversible, que nos dejan sin posibilidades de renovarnos en el mediano plazo. Tal es el caso de la crisis democrática en países rectores como Estados Unidos, Argentina o el Reino Unido; esas crisis, sin que seamos conscientes, impactan en la base más elemental de la familia y en cada ser individual. 


Por eso vemos a personas defendiendo, con una exagerada radicalidad, posturas nuevas de libertad, para disponer de la sexualidad, de las leyes de la naturaleza y la sociedad, de la propia vida y ajena, sin medir con claridad las consecuencias de sus acciones. 


También, prevalece una actitud de las mayorías, que vemos con resignación el deterioro de los valores en la herencia familiar, consolidados desde los orígenes humanos.


Unido a esa realidad, las relaciones humanas mediadas por mecanismos tecnológicos artificiales hacen artificial también a las personas. 


Ensimismados en el mundo de la tecnología, el “tú y yo” de la condición humana, inhabilita la vida social. Por lo mismo, al limitarnos a socializar en círculos estrechos y selectivos, nos vemos obligados a buscar otras opciones de relaciones, muchas veces, centradas en el consumo placentero de cosas, animales y personas, entre las cuales destacan: las mascotas, la adopción de bebés o el contrato de relaciones de convivencia. 


Con lo cual, se facilita la adquisición de objetos o personas a nuestra imagen y gusto. Imponiéndonos “hábitos” que nos hacen esclavos. Entonces, el trabajo no nos dignifica, nos somete, acaba con nuestras vidas.


Con todo eso, la vida se nos va, sin tener control de las capacidades mentales y emocionales. Mientras la incertidumbre va en crecida.


En estas aguas torrenciales, para religiosos o no religiosos, la fe puede ser el salvavidas. La fe es enfoque que orienta. No un dios (en minúscula) de antojos. 



La fe orienta las búsquedas y el sentido del por qué nos aferramos a la vida que ahora vivimos. Aunque, no olvidemos nunca, que, con la fe, jamás hallaremos la única respuesta que quisiéramos; pues la fe abre a más incertidumbre. La fe es, en cada caso, un horizonte nuevo que abre a diferentes respuestas y a más interrogantes. Y esto no debe angustiarnos, sino darnos sosiego.


Dios no es panacea de nuestros males, ni el responsable de las consecuencias de nuestras decisiones. Dios es la orientación segura que la fe atisba.


El día que comprendemos esta verdad, importarán poco las seguridades que las cosas, la ciencia, las personas o nosotros mismos, nos damos; porque habremos adquirido, por fin, facultades nuevas de quien presiente que la vida se nos va, y al adquirir el sentido necesario para vivir, relativizaremos todo lo anterior; todo aquello a lo que antes nos aferrabamos, incluida la propia autonomía. Comprender esta verdad es saber que, todo se hace nuevo en esta incesante incertidumbre que la fe confiere.


Para que el tiempo no mate la fuente generadora de la paz que viene con la fe, sólo  nos queda esa verdad en el horizonte, que es la búsqueda permanente del sentido de cada cosa que no se agota en la cosa, sino que nos lanza a lo más remoto del tiempo pretérito e inconsciente, al más allá del devenir de lo que anhelamos y a la alegría de sabernos vivos en cada instante, viviendo cada segundo; como quien navega por aguas de remanso, mientras escucha el único cántico de alabanza del universo, a su creador.
viernes, 15 de enero de 2021

UNA VIDA FELIZ

 




Por: Guillermo Delgado OP


Si actúas según el bien o el mal, no puedes presumir ignorancia del porvenir que te acecha. Lo bueno o lo malo, como las matemáticas, se calculan en función de los resultados.


La apuesta por lo bueno te hará firme; lo malo te debilitará extremadamente en lo que piensas, decides y haces.


Lo bueno apunta a la vida feliz. La vida feliz ordena todo con objetivos claros. En cambio, la apuestas por el mal asegura la desventura.


El espíritu humano es creado en dirección del bien; por eso, con él, toda persona sostiene las buenas actitudes y cultiva “las cosas buenas”. Sólo así la persona puede asegurar su destino. En su defecto, le apremia la incertidumbre.


El espíritu da razón a las creencias. Con el cual se desenvuelven todas las ideas, hacia su realización.


La persona que cree, batalla; como quien sueña, sabe que nada es en balde. Todo se alcanza.


Ordenar la vida en función del bien es asegurar una vida feliz, porque quien busca, tarde o temprano encuentra lo buscado.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Las actitudes humanas

 




La voluntad es el motor que lo mueve todo

Por: Gvillermo Delgado OP


Si hay algo de qué presumir, presumo de haber sido un buen estudiante. Hasta que llegué a la Universidad y no pude superar la clase de latín. La frustración que me trajo aquel evento marcó el resto de vida académica.

A los años vista, evalúo las actitudes con que enfrenté aquella “pérdida”.

¿Qué son las actitudes?
Las actitudes se definen en la bipolaridad moral, donde la conducta se mueve como en un péndulo: en cuando está en un extremo puede estar en otro. Además, las actitudes son medidas por el parámetro de los valores morales.

El péndulo y el barómetro definen las actitudes. Veamos cómo.

Con las actitudes manifestamos ciertas posturas para encarar una situación determinada. Con tales posturas envolvemos las conductas, ya que al mismo tiempo hemos sido envueltos por esa membrana como si fuéramos crisálidas.

Las actitudes describen a las personas al encarar un dilema, un conflicto, los momentos felices, las decisiones determinantes o fallidas o simplemente los modos simples de encarar la cotidianidad. Las actitudes pendulan en la duda, y a la vez obligan a tomar una postura de actuación.

Hay tres tipos de actitudes: las hay positivas, negativas y críticas. De las tres hemos aprendido, ya que las hemos puesto a prueba en algún momento de la vida. 

La cuestión no es cuál de las tres nos define, sino: ¿Cuál es la determinante o prevalece sobre las otras? Así, calificamos a las personas, de tal o cual carácter o definimos su modo de ser.

En la actitud se entrecruzan los pensamientos, las decisiones y la actuación; como hilos de telarañas, y nos movemos con facilidad de un extremo a otro cual péndulos vivos.


Las actitudes positivas
En la actitud positiva es notoria la efectividad, el autoconocimiento que procura el propio bienestar y el ajeno.

 A veces en las actitudes positivas no alcanzamos los beneficios buscados, de modo visible y a corto plazo, pues en la condición humana no siempre aparece visible lo que buscamos o deseamos.

Cuando perdí mi clase de latín supe que estaba en juego el honor, aún intacto, de mi historial académico. Perder me obligó a estudiar más. Confieso que, gracias a la recuperación de aquel curso, aprendí latín.

Con las actitudes positivas sabemos anticipadamente que lo bueno llegará de diversos modos, aunque a veces sea invisible a la simple mirada. Por eso, con las actitudes positivas, sacamos provecho de aquello que aparece como negativo, donde la lógica de los sentidos se ciega.

Al cegarse los sentidos, el tiempo se lleva todos los créditos, pues será quien despejará la mirada. Solo hay que ser cautos positivamente. Lo valioso de la actitud positiva consiste en lo evidente y persistente, aún en la confusión; por estar centrada en la realidad concreta y medible, no en un optimismo ilusorio racional.


Las actitudes negativas
Hay otras actitudes con las que calificamos a las personas “negativas”. Las personas negativas son ciegas, no ven otros mundos más allá del propio. Han creado un mundo a su manera. Su mundo es la burbuja que en su interior contiene sus ideas, sus experiencias, y las pocas posibilidades que tienen a mano, para avanzar por el basto universo.

La estreches del pequeño mundo de las personas negativas se parece a aquellos que viven en un meteoro de acuerdo con sus ambiciones. 

Un codicioso, por ejemplo -pensando en la obra mínima del Principito-, se encierra en las únicas posibilidades que conoce, encuadrado en la estrechez de su pequeño mundo, no mira otras distancias.

Las personas negativas con demasiada frecuencia tienden a hacer más complejas las situaciones, en lugar de darles solución. Ocurre en quienes resuelven los problemas con otros problemas, haciendo infinitos los líos.

Arrastrados como agua enturbiada, no sabrán nunca enfrentar las vicisitudes grandes o leves. En lugar de cosechar satisfacciones como suele pasar en quienes actúan positivamente, son arrastradas por frustraciones en aumento. Son quienes abandonan los estudios, no batallan en las vicisitudes, nunca aprenderán latín.


Las actitudes de punto medio o equilibrio 
Una tercera actitud es de término medio. En esta se desarrolla la capacidad de crítica y análisis, que trata de sopesar las posibilidades de lo positivo con lo negativo.

Se parte de la autonomía. La voluntad es el órgano-motor que lo mueve todo. Como ejemplo está Jesús, ya que en la incertidumbre de su Cruz conjugó la propia voluntad con la voluntad del Padre.

Las acciones son validadas en las experiencias aprendidas, propias o ajenas. Actuar es la consecuencia de una espera paciente, no necesariamente demorarse en el tiempo, sino hacer uso de los criterios construidos desde el análisis previo y permanente.

Las personas con actitud de término medio consideran las posibilidades de quienes se mueven en ideas distintas, a quienes tienen un mundo; de quienes ponen todo en tela de juicio. La actitud crítica trae consigo la mesura y la prudencia. Esa criticidad no puede cerrarse en su propio espíritu sino abrirse al espíritu de la sabiduría.
Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza... La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su  resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables (Libro de la sabiduría 7, 7-11).
Estas actitudes, definen a una persona adulta, de confianza, con quienes se pueden echar las redes.

Nunca pensé que la frustración por no aprobar latín me arrastrara a los extremos del péndulo para ser evaluado con el parámetro de los valores. Aquello, sin duda, me condujo, en parte, a ser lo que ahora soy.

martes, 27 de octubre de 2020

LOS AMIGOS





Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

(Jesús de Nazaret en Jn 15, 13-14)


Por: Gvillermo Delgado OP


Tara y Roberto se definen éticamente como “cuidadores”. Amigos de la vida. Tienen su casa al pie del Xucaneb, cerro sagrado para las culturas ancestrales mayas de Cobán en la Alta Verapaz de Guatemala.


Ricardo y yo fuimos a visitarles un domingo por la tarde. De ahí estas ideas sobre la amistad.


La gratitud hacia las personas pone en evidencia la identidad de “los otros” y de “uno mismo”. Más, si está referida a los amigos. Ir con los amigos es avanzar desde el desgano o el entusiasmo hacia lo desconocido que sólo será descubierto una vez regresamos del viaje.


 Habitualmente agradecemos por aquello que las otras personas “sacan a flote” de nosotros mismos, y vemos reflejado en los amigos. Sólo entonces, hacemos propósitos y aprendemos a replantear lo que ahora mismo somos. Por ejemplo, nos hacemos más tolerante en el trato con las demás personas.


Los amigos nunca se pierden. En el caso que mueran los acogemos en el alma. Hacemos nuestro su legado y los añadimos a lo mejor de nosotros mismos. La ausencia de los amigos nos perfecciona. ¿Qué queda fuera de los amigos? Decía el Poeta Jorge Guillén: “Amigos. Nadie más. El resto es selva”.


Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son mis amigos… porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho (Jn 15, 14).


La amistad que avanza del todo a la nada o de la nada al todo determina los valores de la confianza y la radicalidad del amor.


¿Quiénes son los amigos? Cada uno define los suyos según le permitan definirse así mismo. En la base o fuente están los padres, desde ahí, como luz difuminada, se expande la amistad por el basto universo de las personas y las cosas. Con razón damos estos atributos humanos a Dios ¿o de Dios los aprendimos, aún sin haber nacido y sin saberlo? Quizá, por eso decimos que los amigos son para siempre.


Tara y Roberto nos enseñaron aquella tarde que el mejor modo de ser amigos tiene que ver con la capacidad de amar la naturaleza en todas sus manifestaciones.


Algo nuevo reluce en nuestras almas, gracias a los amigos. 

jueves, 1 de octubre de 2020

EL PARAÍSO INTERIOR

 


El paraíso es un terreno infinito cuyos límites sólo los encuentra en el alma

Por: Guillermo Delgado


Por origen y destino somos para el sueño feliz. No para la pena. Sin embargo, nos acecha la desdicha.


Con frecuencia los rumores de guerras y pestes se oyen a lo lejos. Mientras no nos afectan, las malas noticias sólo son noticia lejana. El dolor ajeno sólo duele cuando arde en la propia piel.


Ojalá pudiéramos de una vez derrotar las malas cosas e instalar un paraíso "en el propio mundo" en cuyos límites abunde la vida plena sin final.


Si la mala noticia pasa del rumor a instalarse en el patio de la casa; no queda más que asumirla, dominarla, antes que ella nos asuma y domine fatalmente. Sugiero 3 modos útiles de hacerlo.


1. Quienes hemos pasado por momentos traumáticos, aprendimos de esos momentos que la pena se hace leve si "a pesar de los pesares" contemplamos los colores de luz en los paisajes.


Los paisajes no son tristes ni felices. Somos nosotros los entristecidos o los felices. Proyectar el estado de ánimo al atardecer de un domingo, por ejemplo, es prolongar la propia alma más allá de la propia comprensión. Eso, alivia, conforta.


En la desesperanza, en el luto, la amenaza, el vacío, por leves o graves que sean, aconsejo que salgamos al patio e improvisemos sobre el césped la cama y abramos el corazón a la noche estrellada; dejemos que la infinita noche inunde la humanidad debilitada. ¡Qué el movimiento de la naturaleza, el viaje de la luz penetre el alma! 


El paraíso es un terreno infinito cuyos límites sólo aparece en el interior de cada alma. Ningún paraíso está perdido. Está olvidado. Habitarlo significa entrar en él por la memoria, la vida interior.


Si extendemos el alma en la unidad del universo no hay mala noticia que la atrinchere y le haga daño; más bien, por mala que sea la noticia, será la oportunidad para ampliar el paraíso más allá de los límites establecidos.


2. El segundo modo útil es dejar fluir los sentimientos. Que corran como río interior. La objeción que a menudo aparece es ¿a quién confiar lo que siento? Es indispensable tener a quien confiarle el alma, alguien que avance con nosotros por el paisaje y sus límites interiores.


Si es cierto que el dolor como la sombra jamás nos abandonan, al menos mientras caminamos bajo la luz, entonces no nos queda más que experimentar el dolor como pasión redentora, con la cual avanzamos más allá de las propias fronteras. Hay que sentirlo en el alma. Y confiar hasta la muerte. No existe herida sin dolor que al mismo tiempo traiga un aviso de sanación. Sólo es cuestión de tiempo. 


3. El tercer modo está en la fe, en la confianza que nos sostiene.


A veces somos pluma en el aire. Es cuando solemos expresar: ¿Quién por mí?


Dirigir la mirada al horizonte de la tarde, dejando al mismo tiempo que el interior exprese el sentimiento para que nada se quede dentro, hace de la fe el vínculo que nos sostiene en la vida divina, junto al intercambio amoroso con las demás personas. Eso, nos permite transitar más allá de los límites de la propia alma.


Si no somos para la precariedad es porque somos para la vida feliz. No queda más que ser parte del paisaje de la noche estrellada, confiar y creer.

Foto: jgda

sábado, 22 de agosto de 2020

AMA, NADA MÁS

 




La realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo lo único que puedes hacer es amar.

Por: Gvillermo Delgado OP

Foto: original de jgda


Cuando fui estudiante de teología el siglo XX acababa, para entonces asimilé por poco tiempo que “el ser ideal” es posible mientras habitamos este mundo. Los desengaños por los que la misma teología me llevó vinieron después.


Los estadios que el tiempo marca en etapas mientras crecemos determinan lo que seremos para siempre. Vamos a la escuela, hacemos amigos, practicamos deportes o un arte, trabajamos, nos graduamos y tomamos decisiones. Por eso, hoy somos de acuerdo con lo que fuimos un día y mañana llegaremos a ser por lo que ahora somos.


Aprender que la felicidad es una tarea y no una meta allende del horizonte, nos cuesta toda la vida. Eso es lo que asimilé en el siguiente estadio de mi vida.


El día que por fin afirmemos sin tapujos que la realización humana no es posible, nos liberamos de tantos clichés asimilados por los convencionalismos culturales, sociales y a veces religiosos. Quizá ese día empecemos a ser más religiosos y más nosotros mismos. 


Esto que digo de repente podría inquietar el alma de más de dos personas, porque: ¿Quién de nosotros no afirma que vive para realizar su vida?, pero, les pido que continúen esta reflexión hasta el final. Saben ¿por qué?


Cargar con frustraciones, con diversidad de miedos e inseguridades es como si tuviéramos instalada en la raíz del cerebro alguna aplicación malvada imposible de desinstalar. Es como una condena anticipada. Sobre todo, lo cruel y penoso está en la desazón que nos provoca el hecho que experimentemos de tajo tales emociones por el afán de alcanzar la felicidad.


Desaprender, desheredar las propias riquezas, para retomar las promesas y el conocimiento cierto es la lección más hermosa que los profetas y los santos hicieron en su tiempo. 


Imagina a San Jerónimo al abandonar su vida feliz de los circos romanos para dedicarse después a una vida de austeridad, de penitencias y estudio de las Sagradas Escrituras. Si hablamos del Gran Agustín de Hipona, quien no conforme con sus riquezas y conocimientos llegó al despojo, al modo de los evangelios predicados por el mismo Jesús de Nazarét.


Llegado a este punto quizá te preguntes ¿A dónde quiero llegar? Desaprender para volver a aprender es lo que hacemos cuando amamos. 


Amar es despojarnos para volvernos a revestir “con un traje de triunfo”, como dice el profeta Isaías (62, 10). Amar entregándose como aquello que nadie puede comprar al modo del Cantar de los Cantares (8, 7). A eso quiero llegar con todo lo que vengo diciendo.


La felicidad, la realización o “la salvación eterna” de la que dicen las Sagradas Escrituras es posible sí y sólo sí te “despojas”, tal como se lo pidió Jesús al Joven rico: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Solo entonces lo probable será posible.


En pocas palabras, lo que finalmente digo es que la realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo, lo único que puedes hacer es amar. Nada más. 



miércoles, 19 de agosto de 2020