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Fortalecer la fe en tiempos de crisis



Fortalecer la fe en tiempos de crisis


Toda crisis es el debilitamiento de lo humano, que se manifiesta cuando nuestras facultades racionales son insuficientes para enfrentar las dificultades. Es sentirnos obligados a aceptar con frustración que necesitamos ser asistidos por otras fuerzas.

Guillermo Delgado OP

07/04/2020

Si la crisis nos empuja en el debilitamiento a reconocer que somos incapaces de superar las dificultades por nosotros mismos, entonces la fe se nos revela como esa otra fuerza que necesitamos. De otro modo, la crisis es la epifanía de la fe.

¿Dónde está la fe? ¿Cómo la adquiero?
La fe se experimenta en lo humano. Eso quiere decir que lo humano es el lugar de la fe, por eso la fe es humana y al mismo tiempo no lo es. Por eso digo que "se experimenta en lo humano".

1. La fe es humana porque la persona individual necesita del tú. Nadie se sostiene solo. Lo cual implica confiar y necesitar de las otras personas.  En tales términos la fe cala y fortalece a la propia persona y le hace capaz de superar su debilitamiento. Por tanto, solo se fortalece aquello que ya existe, pero está débil.

2. Al afirmar que la fe no sólo es humana, aceptamos que la fe es divina. Aceptamos que lo divino sucede en lo humano. Es decir, para que la fe divina acontezca necesita la fe humana.

Dios presupone lo humano para regalarnos la fe, como la semilla requiere de la tierra fértil para germinar.

3. En ambos casos la fe es un regalo. Un regalo que no se exige a nadie y que nadie está obligado a dar. En la fe no se dan cosas, es uno mismo quien se dona o se regala. 

Humanamente uno se entrega a los demás o jamás experimentará el amor. En cuanto a Dios, él se está donando permanentemente, es una fuente inagotable que no cesa. En ambos casos la fe es probada en donarse uno mismo por amor.

Sin el amor, como fruto de la fe, no hay conexión entre las personas ni con Dios; para apoyarse, para comunicarse, para no dejar de ser humanos, para combatir y encarar el devenir incierto de las cosas.

4. Las personas de fe fortalecemos las relaciones humanas, encaramos con actitud toda situación, por difícil que sea. Sabemos plantarnos en la adversidad y agradecer en los tiempos felices.

Las personas de fe sabemos anticiparnos a la derrota y a la muerte, pues, aunque parezca contradictorio, siempre encontramos atisbos de luz en la tiniebla. Ya que el debilitamiento extremo siempre nos muestra donde están los demás personas y donde está Dios.

La fe es relación, confianza y certeza en la incertidumbre. Hace decir: “yo confío en ti como en mí, y en esas otras fuerzas extraordinarias que me aseguran aquello que busco”. Por consiguiente, la fe obliga descender al sentimiento de indigencia y mostrar que somos seres necesitados.

La fe es el alma del amor
La acción buena que recibimos, cualquiera que sea y de donde sea que venga es lo que llamamos amor. El amor es expresión de la fe, porque la fe es el alma del amor. El amor es el sentimiento más puro del alma que experimentamos gracias a la fe. O sea que, la fe toca las vibras más profundas de lo humano y las liras más lejanas de la alabanza divina.

Las personas de fe además de relacionarnos, esperar, confiar, fortalecernos; también construimos, porque sabemos que esperamos “algo”. Nadie va al trabajo o a la escuela si no supiera que el futuro le pertenece. 

En ese sentido la fe es alma del amor, pues nos hace construir cosas, construirnos como ciudadanos y cuidarnos mientras nos amamos. El amor es la acción movilizada por la fuerza de la fe. En cierto modo, el amor es la superación del debilitamiento de lo humano. Es "hacernos para" los demás y hacernos para lo divino.

El momento decisivo de la crisis
La crisis pone al desnudo todo aquello que no tenemos asegurado; activa los dispositivos del alma y nos ponen en estado de alerta delante de lo que urge tener bajo control. La fe da ese control. Pero no como fuerza que se impone, sino como luz que viene de lo alto y al mismo tiempo brota de la misma persona.

La fe es la experiencia de agradecimiento por todo lo que recibimos sin esperar nada a cambio. Es el abrazo de lo divino que disipa la incertidumbre. Que, aunque no define el devenir con la claridad que quisiéramos, la ilumina y eso nos basta.

En la crisis como debilitamiento ponemos en entredicho lo que en otro tiempo no cuestionábamos. Por ejemplo, que las certezas del futuro dependen del conocimiento racional, de la economía, de la tecnología, de las capacidades humanas a todo nivel.

En el entredicho volvemos a los orígenes y a la indigencia. Volvemos al lugar donde nos fundamos como seres necesitados. Es decir, gracias a las crisis aprendemos a depender de los otros y de Dios. Extrañamente en esa relación de dependencia la muerte no se nos revela como lo más trágico sino como quien orienta la vida que ahora vivimos. Esa es la fe.

Foto: Ricardo Guardado OP

martes, 7 de abril de 2020

La Luz del mundo






La Luz del mundo


El azar no es suerte irracional. Es dar lugar al misterio que vence lo irracional de las tinieblas mentales. Hemos aprendido que con miedo nadie llega lejos, hemos aprendido que la luz de la fe que abraza a la persona, le hace humano o algo más que humano.

 

Por: Gvillermo Delgado Acosta OP
23 de marzo del 2020.


En los tiempos de guerra se impone aquella incertidumbre, que dice: Nadie sabe qué pasará mañana y qué será de nosotros.

Por puro preconocimiento sabemos que: A pesar de lo incierto, no podemos quedarnos sin hacer nada. Hay que mirar las posibilidades que tenemos entre manos. Aunque estas sean pocas.

En la adversidad, de ordinario nos enfrentamos con muchos caminos, por ejemplo: Huir o quedarse, esconderse o combatir, sufrir con paciencia o renegar, orar o matar.

No queda más. Hay que tomar un camino (sin que por eso las otras salidas desaparezcan del todo). Necesitamos una dirección.

La dirección del camino consiste en esclarecer el horizonte que la oscuridad hace invisible.

1. Sin embargo, el miedo

El horizonte en tiniebla tiene lugar en la mente. Es el miedo. Con razón en la adversidad el miedo se impone de modo egoísta. Cada quien busca librarse por su cuenta. 

Protegerse con los demás es un aprendizaje pendiente de asumir, en cada situación. La expresión "peligro" activa la capacidad natural de del sobreviviente. Primero se atrinchera la persona individual, sólo después se percata de aquellos dejó atrás desprotegidos.  

Sin embargo, el miedo cuando es pensado, tiene una cosa a favor y es esto: nos “advierte” acerca de un riesgo cercano.  ¡Con esa señal de tomamos las medidas necesarias para no ser absorbidos por el peligro del agujero negro inminente!

2. Recordemos que

Toda persona perdida en las tinieblas que hace un recorrido interior terminará por encontrarse con “la Luz del mundo” (Jn 8,12). Ese encuentro cambiará su vida. Al punto de ser mirada como persona distinta. 

La certeza de la fe viene dada a sabiendas que "somos para luz". Igual somos para la belleza no para el cáos de la muerte. Lo entenderemos el día que emprendamos esto que llamo "El camino interior".

Otros, creyendo sólo en las capacidades humanas pueden cegarse por siempre. Cegarse en la frustración gigantesca de las pocas certezas que hallan en su mente. Es decir, viven del miedo y para el miedo. Ellos, serán ciegos sin horizonte. Habitados por las tinieblas, no tendrán jamás un Dios que les salve. 

3. No olvidar, nunca

El camino interior consiste en no olvidar, nunca, que todo cambio proviene de la necesidad ordinaria que combina “el re-inventarse uno mismo y re-iventar el propio mundo”

Cuando el miedo nace, por haber perdido la capacidad de autocontrol, lo obvio consiste en que debemos tomar el control de todo. ¿Cómo lo haremos? 

Hay que volverse sobre uno mismo, no en el sentido egoísta, sino desde la pasión que conmueve el alma, desde lo racional y el espíritu con el que buscamos ir al fundo y alcanzar altura. 

Empecemos por enfrentarnos con la aceptación de que somos necesitados y dependientes, que este es el ahora de cambios profundos. Estos que jamás vendrán solos: hay que encararlos.

Resistirse a cambiar es darle lugar al miedo. Una persona de negocios o pierde el miedo o jamás tendrá éxito. Debe gobernar la adversidad, o dejar que la suerte de la calamidad le gobierne.

Con justicia el día que vencemos el miedo, nos vemos como personas nuevas. De repente no sólo descubrimos las capacidades que teníamos durmiendo sino, sobre todo, de lo tan iluminados que ahora somos. 

4. Lo que llamamos misterio

Por eso, cuando cunda el pánico, avancemos, aunque sea a tientas. Hagamos camino, otros nos seguirán. 

Pero mucho cuidado con las falsas pretensiones. Ya que humano se define por el uso de la razón. Por mucho tiempo hemos creído que lo racional es suficiente para diferenciarnos de los seres inferiores.

De ahí deviene el orgullo, que nos hace presumir que sólo lo racional es real. Lo demás no. Ni siquiera Dios. Luego nos topamos con que lo racional sí explica la realidad externa, pero no puede ni siquiera explicarse ella misma.

Los estudiosos afirman que el cerebro humano es un misterio, que no conocemos ni el diez por ciento de su estructura y funcionalidad. ¿Cómo es eso, que quien conoce el universo de las cosas y hasta otros mundos, luego no pueda conocerse el mismo?

Quiere decir que no es para tanto la presunción de lo cerebral. 

Veamos. Un virus solo visible en un microscopio es suficiente para poner a la humanidad entera en el paredón de su muerte.

La gran frustración del “Homo Sapiens Sapiens” consiste en no saber qué hacer ante la muerte. El desarrollo de la bomba nuclear no puede contra un invisible enemigo que viaja por el aire y anida en alguna parte oscura de los pulmones.

O sea, a pesar de todo, la razón siempre nos deja en el desamparo de las tinieblas. Entonces, la frustración mayúscula del ser humano es ya no saber presumir de nada.

Hoy sólo queda abrirse a la opción del camino y de la luz, de donde, sin duda vino, la levedad de la luz que habita nuestra razón.

Lo más racional será, entonces, como Afirma Antonio Pagola (2014, 132) “reconocer que nuestra vida se mueve humildemente en el horizonte de lo desconocido”.

5. La persona de fe

Extrañamente, lo desconocido es el horizonte de las personas de fe. Porque se descubren necesitados, como “el ciego que busca la luz” en una piscina de agua (Jn 9). 

Lo humano es una realidad necesitada de cambios. Eso es el paso de las tinieblas a la luz. Desde donde la muerte, el miedo, la peste, el dolor, la incertidumbre, todo, todo, todo, es vencido. Sí. Vencido. 

La persona de fe sabe de su condición de “ser necesitado”, sabe que  puede ser saciado en lo desconocido y al mismo tiempo quedarse en un tremendo vacío, para dar lugar a lo nuevo. Descubre también que en él siempre habrá un resquicio de oscuridad para avanzar por el camino interior hacia la luz. 

¿No es eso lo que experimenta el enamorado que pasa la noche despierto pensando en su ser amado? ¿Por qué le pasa eso? Porque la persona enamorada ha tenido la valentía de enfrentar a un misterio mayor, que ha descubierto en lo que ha llamado su amor. Debe ser, sin duda alguna, porque sabe que en el gran horizonte existe algo desconocido y conocido al mismo tiempo, al que llamamos Dios.

Cansado de esperanzas vacías y falsas seguridades, no nos queda más que ser humildes. Ponernos de rodillas. Es el único modo de alcanzar altura o llegar lejos como las águilas.

Así es como el ciego mira y cambia de actitud al sentirse invadido por la tiniebla del miedo, así las almas confiadas en su búsqueda descubren la luz misteriosa de lo alto y lo profundo.

Así, lo grandioso de la persona humana no será nunca descubrirse  ella misma en un misterio egoísta, sino habitando el más grande de los misterios. 

Para entonces, ya no habrá lugar al miedo. Será la hora de la luz.

Algo grande está por venir. Una epifanía está a la puerta. ¿Qué será? ¡Sólo deja que el “azar” del misterio imponga su carga!




lunes, 23 de marzo de 2020

El Camino Santo




«El Camino Santo»

(Isaías 35,8)

Toda religión verdadera al buscar lo santo se aleja de lo maligno y sus consecuencias, pues, desea alcanzar ese lugar donde habrá «alegría eterna» (Is 35, 10).
La persona al querer el bien se ve obligada a avanzar hacia Dios e irremediablemente a los demás.

Cuando más avanza hacia su centro -donde pone a Dios- estrecha el espacio entre él y los otros. Avanzando en esa dirección termina haciéndose uno en Dios y con el prójimo. Esa es la comunión con Dios, fin hacia donde toda religión tiende.

La mística, la oración, las enseñanzas no son solamente luchas tenaces por rechazar lo imperfecto sino para fundirse en una sola realidad con la divinidad.

El simple movimiento hacia lo bueno ya hace distinta a la persona y a todas sus relaciones.

Apuntar a lo perfecto mejora la dirección de quien avanza. De ahí que la realización de lo humano no será aquel día en que la persona llegue a la meta, sino ya, ahora mismo.

Quien ahora mismo experimenta lo perfecto se consumará en lo perfecto, porque a lo bueno y santo sólo se llega por lo bueno y santo. No hay otro camino.

Lo novedoso de los cristianos, en este caso, consiste en que por el bautismo (como ser en Cristo) están orientados a vivir en «la ley del amor» para «permanecer en el amor». De ahí deviene aquel sentimiento de «sentirse obligados»a no traicionar al amor.

Permanecer es aceptar la fuerza y las capacidades que el «Espíritu de Dios» da en el momento en que se insufla en las almas. Con lo que diviniza la vida presente y la hace capaz de persistir en la tensión de la espera, sabiendo que, lo mejor siempre está por darse. A esto se le llama «vivir en la gracia de Dios».

Según las mismas enseñanzas de Jesús este acto, no puede darse sin el «arrepentimiento», porque el alma creada buena tiende siempre a lo bueno y todo aquello que enturbie lo incólume necesitará ser limpiado en todo momento, hasta que regrese al seno de donde vino un día.

En el caso de los cristianos católicos este momento de «reconciliación con Dios» acontece por el sacramento de la penitencia o la confesión. 

Permanecer en el amor de Dios es «vivir en estado gracia», ya que la persona en ese «estado» adquiere las capacidades para que Dios actúe en ella en todo momento, para perfeccionar sus relaciones, ya sean con los demás, con ella misma o con la naturaleza.

Quien caminando hacia lo bueno y santo quiere permanecer en el amor, sólo tiene un destino: hacerse uno en el amor. 

El santo no se hace en la meta, sino en el camino.

Por: Gvillermo Delgado OP.
Pintura: Fra Angélico: La anunciación de María.
viernes, 21 de febrero de 2020

El placer de ser felices




El Placer de ser Felices


Los colores puros en la realidad humana se hacen diversos y grises.

Por naturaleza, la vida está orientada al bien. Esa orientación da origen a los colores y matices preferidos.

Quiero decir que, en la diversidad humana, todos buscamos el bien, de tal modo que buscándolo para sí mismos lo procuramos para los demás. Eso explica realidades como la amistad verdadera. 

Con lo cual, la amistad nos convierte no en puros buscadores de felicidad sino en la misma felicidad.

En la búsqueda nos enfrentamos con lo santo, lo demoníaco, y con los semáforos que trazar el destino.

Al momento de decidir, por lo bueno o lo malo, toda persona se enfrenta a algo extraño y esto consiste en que ambos, el bien y el mal, entrañan satisfacciones placenteras.

También la persona sabe que para decidir debe establecer la diferencia entre ambos. Tal diferencia consiste en que el mal antepone el placer a la felicidad; pero hay otro tipo de placer y es aquel que es consecuencia de la felicidad. 

De los dos modos de hacerse con el placer sólo uno manifiesta la felicidad, como ya dijimos. El bien y la felicidad es lo primero. Después todo, incluso el placer como expresión de esa felicidad hallada.

Esa felicidad tiene tantos matices grises, que hace a cada persona única y distinta, porque cada uno halla placer en las cosas o personas según se oriente.

He ahí, la belleza de los tonos diversos en que cada uno se convierte, a partir de lo que antes buscaba. Este es el momento más grande. Es cuando la persona solo tiene dos opciones: amar o ser amada.

Ahora que ha llegado a su meta, la persona sólo se hace sentir en una cosa: y es en el placer de ser feliz. Placer que se ampliará cada vez más, de tal manera de hacerse infinita  hasta aquel día en que la persona se funda en la felicidad de una vez para siempre, como le pasa al río con el mar.

Por: Gvillermo Delgado OP

miércoles, 5 de febrero de 2020

El poder de ser-uno-mismo




El poder de ser-uno-mismo


¿Cómo superar el vacío interior? Existen modos. Esta vez quiero aludir a uno, y es, a través de la re-valoración de la soledad y la memoria.

Volverse sobre uno mismo es hallarse en la soledad de los propios orígenes. De suerte que de la soledad vienen las capacidades para tomar decisiones firmes.

Por ejemplo, la ancianidad se vive con gozo cuando se centra en la decisión de conmemorar la vida. Eso la hace alegre y feliz, no sólo en lo momentáneo. Volcados a la niñez y a la juventud, los ancianos viven jubilosos. Para ellos el recuerdo no es una frustración por aquello que jamás volverán a ser, sino por el gozo de mirarse a sí mismos en lo que persiste en su alma.

La soledad no es un estado de abandono (a modo de desamparado o vació) sino la experiencia más propia "para ser humano", que con frecuencia pasa por la “buena relación de las personas” y no por el puro formalismo de los contratos institucionales que garantizan la “realización material”. Con lo cual constatamos que la soledad acerca a Dios, a los ideales, y a las relaciones humanas plenas.

Para cualquier edad de la vida, cuidarse y autoevaluarse, son recomendaciones prácticas. Cuidar las capacidades de autocontrol. De tal modo que, en el momento más importante del éxito, una vez colocados en la cima de los ideales, no se pierda el control del mundo personal y social. Para eso la autoevaluación ayuda a “dudar de todo”, incluidas las creencias elementales, para perfeccionar la fe y mantener la integridad de los ideales.

A menudo las personas que rigen las instituciones se declaran con poder -de acuerdo con sus parámetros de realización y anhelos- llegan a obviar la realidad, creyendo que lo que ahora son, será para siempre. La experiencia nos dice que toda conquista dura tanto como una puesta de sol, que precede a la oscura noche. No hay que esperar a la derrota para medir las propias fuerzas; aunque es frecuente que el hombre libre puede reivindicarse, aún en la desventura.

El hombre libre es quien está brotando siempre, como de una fuente de agua, de su propia soledad y memoria.

Por: Gvillermo Delgado Acosta
Pintura: Alfonse, "La luna y las estrellas".

lunes, 20 de enero de 2020

La razón del Bautismo Cristiano





La razón del Bautismo Cristiano


Por: Gvillermo Delgado Acosta OP


Jesús que no tenía pecado (Heb 2, 17) es bautizado en el río Jordán por Juan el Bautista (Mt 3, 13-17), quien realizaba un bautismo de conversión. En aquel gesto se oyó una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado”; quedando mostrado así que el acercamiento de Dios a la humanidad es total. 


El vínculo de Dios con lo humano es tan íntimo al punto de hacernos hijos suyos. En el bautismo, lo humano y lo divino se abrazan.


El primer y gran acercamiento de Dios tiene que ver con hacer suya la tradición judía. En el bautismo, Jesús recibe la venía de la comunidad a la que pertenecía, para emprender su ministerio. Él asume y se vincula a la tradición de sus antepasados.


La novedad de Jesús está en el Evangelio que predica y la eficacia de su misión consistió en que asumió la herencia ancestral de su pueblo. Otra cosa es la crítica que hace a las instituciones, aún las religiosas, para que la buena noticia las inunde.


Jesús no inventó la tradición de un pueblo. Su novedad consiste en renovar todas las cosas. De ahí la importancia de su bautismo.


En tal razón, los cristianos somos bautizados, asumiendo así, en la tradición de la Iglesia, el legado del Evangelio a lo largo de tantos años.


El bautismo cristiano consiste en participar de la muerte y resurrección del Señor, para convertirnos en “ciudadanos del infinito”. Con lo cual constatamos que Dios camina con nosotros desde el día que nacemos hasta el momento de la muerte.


El bautismo de los cristianos, en tanto participar de la vida de Cristo, significa que no somos sólo seres terrenos, “nacidos del agua”, sino también “nacidos de lo alto” (Jn 3, 5), de tal modo que, somos del agua y del Espíritu. En nuestra humanidad prevalece el mismo Espíritu de Dios.


Al ser bautizados, aun siendo niños, por la fe de toda la Iglesia, dejamos claro que no somos sólo fruto de la necesidad terrena, sino seres con aspiraciones superiores.


La experiencia de los bautizados denota, de este modo, que por pequeños que sean nuestros sueños y tareas, estos llevarán siempre un hálito de eternidad. He ahí la razón del bautismo cristiano.

domingo, 12 de enero de 2020

La generación perdida




La generación perdida

Como quien se coloca al borde de un puente inmenso a medio camino, así me siento al final de una década que inevitablemente da lugar al comienzo de otra.
Al percatarme de los años vividos, no puedo más que sumar: comenzando por los 16 de conducir automóviles, los 20 de ministerio al servicio del Pueblo de Dios como fraile dominico; así, la sumatoria se hace infinita. Al punto de suponer que, avanzar en la dirección de un puente no significa llegar victorioso al otro lado.
Soy hijo de aquella generación que parió la época de cambios sociales y tecnológicos, que, por no interpretar debidamente esos cambios se perdió sumergiéndose en una guerra civil prolongada. Más aún de las guerras y escaramuzas que se remontan a los tiempos primordiales, guardados como tesoros en la memoria del corazón.
Si me preguntan de dónde vengo, digo que, del otro lado del Volcán de San Salvador, o del milenario cráter del Ilopango; digo que vengo de la sangre mestiza mutilada en las cenizas del Izalco; porque vengo de un mapa genético dibujado en quienes se defendieron del crimen organizado de las élites, con carabinas de una sola munición. De suyo el ejército salvadoreño asesinó a uno de mis abuelos-antepasados en Chalatenango, al norte de San Salvador, por los años 30, con un disparo en el abdomen al defender las causas campesinas.
Crecí intacto a pesar de tantos disparos. Siempre quise ser un revolucionario, pero nunca tuve la edad. Cada vez que oía las descargas de un fusil me sentía mutilado. Después vinieron las otras guerras, de las que no se si saldré vivo.
Avanzando sobre el puente tendido, confieso que soy un hombre de fe, de esos que creen en la radicalidad del amor. Soy de esos predicadores que insiste en que no hay salvación posible para aquellos que viven solamente para las realidades temporales.
No hay otro modo de llegar victorioso al otro lado del puente, que viviendo para las realidades eternas.

Por: Guillermo Delgado OP
viernes, 6 de diciembre de 2019

Creados por Amor




Creados por amor


Una vez Dios creó al hombre pensó: no-es bueno que esté solo (Gn 2, 18). Entonces le dio una compañera. De tal suerte que Soren Kierkegaard, diga:
Cuando Dios creó a Eva, dejó caer sobre Adán un sueño profundo, pues la mujer es el sueño del hombre. Eva es el sueño. Al despertar, Eva, por primera vez, lo hace al contacto del amor. Antes era sólo sueño. Ahora, el amor sueña con ella y ella sueña con el amor. Por eso, la mujer, existe sólo para los demás.
El cuerpo humano es armónico porque es dual (todo está complementado). Van juntos, los pulmones, los ojos, los ovarios, los pies y los oídos. Todo es completo porque todo depende de lo otro. Lo mismo pasa en la naturaleza. El cielo mira a la tierra y el día a la noche. En las cosas sublimes, también pasa lo mismo, pues, saben hallarse. En tal razón, la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan (Sal 84, 10).

Siempre me ha llamado la atención que el corazón, el estómago y el hígado no sean duales en el cuerpo. Una explicación posible se debe a que el corazón busca su otra parte fuera de él mismo, por eso, la persona ama desde dentro hacia fuera. Del mismo modo, el estómago no busca saciar el hambre sino es en la mesa compartida.

Es necesario existir en el amor, sabiendo que somos para el otro y no sólo para sí mismos. La persona no es para la soledad vacía, sino para la soledad completa. Cuando eso no ocurre, el hígado, como un trueno en la tormenta desata su furor y se complementa, pero no en el amor, sino en el enojo. El enojo es el sueño perdido, es la soledad vacía. Es el vacío existencial, por ser alejamiento en lugar de cercanía.

San Agustín afirmó en sus Confesiones que Dios crea al hombre en su amor para relacionarse con él. De suerte que el hombre sólo existe si se relaciona con Dios.

Quiso Dios no sólo dar al hombre una compañera, sino él mismo ser la compañía de ambos. Quiso, además, que la comida fuera el símbolo de ese encuentro. Puso por lo mismo en lo más hondo y blando del alma el apetito insaciable de la búsqueda. De tal modo que en la comida y en el amor se abran las puertas hacia lo infinito y eterno.

Al mismo tiempo, Dios dejó en el corazón una huella de soledad para que lo busquemos a él. Y buscándole amemos a los demás. De ahí, que: Nosotros sólo amamos en la hora bendita en que buscamos.

En la búsqueda encontramos a Dios hallando a otro. Cuando referimos nuestros sentimientos como Adán con Eva, decimos: No hay otro modo de amar que, amando, aunque no seas tú a quien yo realmente buscaba.

Buscando, despertamos como Eva del sueño, al escuchar los susurros del amor, no de Adán, sino de quien la había creado y llamado del sueño profundo y eterno para relacionarse con ella.

Por: Gvillermo Delgado-Acosta OP
Foto: jgda
miércoles, 27 de noviembre de 2019

El Cuerpo es un Símbolo


El Cuerpo es un Símbolo


Por: Gvillermo Ðelgado OP
Foto: jgda

El cuerpo es el símbolo de la persona humana. El valor del símbolo está en lo que representa hacia afuera y lo que es realmente hacia adentro.


Hacia fuera el cuerpo es lo que está a los ojos. Permite que con facilidad deduzcamos a quien vemos. Casi nunca nos equivocamos en la opinión que damos en lo que vemos. Biológicamente hay características definidas que describen al hombre o a la mujer, al niño o al anciano, al débil o al fuerte. Además, por el cuerpo, también, nos aproximamos al estado interior en que la persona se encuentra. El cuerpo habla mucho de la persona, sin que ella diga una sola palabra. Basta con verla, a veces, sólo con sentir su presencia es suficiente para saber delante de quien estamos.


Hacia adentro el cuerpo es lo que no está a los ojos, pero nos permite intuir que es lo que hay. Lo que está dentro se hace visible en la exterioridad. La alegría, la tristeza, y el dolor son estados interiores que al manifestarse hacia fuera en el cuerpo lo dicen todo. Sin esconder nada. El cuerpo no sabe de secretos. Nada pasa por dentro que no lo sepamos por fuera.


El cuerpo se cuida desde dentro. Lo que decides o haces, todo viene de dentro. La salud es integral y duradera cuando se provee desde dentro. Cuando por fuera quieres alentar lo que va por dentro, a veces llegas demasiado tarde. Y nada se puede hacer. Lo mejor es cuidar el cuerpo desde dentro. Para eso es conveniente pensar acerca de aquello llevarás hacia a dentro a través de lo que comes, de lo que oyes, de lo que miras, de lo que tocas de lo que hueles…


La vida interior debe ser cuidada con buena alimentación, buenos ambientes físicos libres de contaminación. La vida interior se cuida con espacios prolongados de silencios y soledad; con la preferencia de buenas relaciones humanas. Es aconsejable, alejarse estratégicamente de las personas ruidosas y enajenadas. También, es necesario meditar, leer, ir a la montaña, recibir el sol de la mañana y de la tarde, ver el esplender de los cielos estrellados y la luna en plenilunio, montar a la bicicleta, nadar en ríos de aguas frías, dormir plácidamente, corregir los errores, pedir y dar perdón, deshacerte de cosas que no necesitas o tienes de más, mirarte al espejo y amarte.


La salud mental, física y espiritual es sostenida por un manantial profundo que va por dentro. En tal razón la belleza exterior, la felicidad exterior, la sonrisa, el semblante y todo lo que vemos en el cuerpo es sólo expresión de lo que abunda o no abunda en ti.
domingo, 17 de noviembre de 2019

La Fe


La Fe

Todas las personas tendemos a la búsqueda de cosas mayores, digamos, como ejemplo, la felicidad. Nos pasamos la vida añorando ser felices y luchando por ello. Sin embargo, nos despedidos de este mundo sin un día haberla alcanzado, al menos en el modo que la imaginamos.

Guillermo Delgado OP

El problema de no alcanzar la felicidad está en el modo de buscarla. Necesitamos de la fe.

¿Qué es la fe?

La fe al estar en relación con la religión, por tanto, con Dios, nos da certezas. 

Así es como esperamos y alcanzamos grandes cosas. Por la fe nos reconocemos limitados y necesitados. 

De ahí que por la fe buscamos aquello que el alma sabe que requerimos para ser felices.

A la vez, por la fe aprendemos a reconocer que no nos bastamos a nosotros mismos. Necesitamos ser sostenidos por «el otro».

«Necesitar y ser sostenidos» son dos realidades interiores que dan consistencia a la fe, por la cual creamos vínculos profundos «con aquel» que nos asegura lo que buscamos.

Gracias a la fe nos relacionamos con Dios de múltiples formas, porque en la fe establecemos el lenguaje propio para hablar con Él. 

Hablamos a Dios y él nos oye. Él habla y nosotros escuchamos. Así nos entendemos con Dios. Por eso, acostumbramos a afirmar: «hablando nos entendemos bien».

Quiere decir que, para tener fe hay que aceptar la palabra de Dios. Él habla de muchos modos: en las escrituras, en la naturaleza, y principalmente en el corazón humano. Él está en todo, pero hay que oírlo. Nos da «su» palabra. Sólo depende que nosotros la aceptemos y lo oigamos. 

Aceptar «su» palabra, implica entrar en relación con él. Esa es la fe verdadera.

Del mismo modo en que entendemos la fe, puesta en relación con Dios, también entendemos la fe humana.

En la fe humana sostenemos relaciones de confianza. Creemos en las otras personas. Ponemos al descubierto que somos necesitados de ellas y esperamos ser sostenidos por ellas. 

En ese orden de cosas, damos confianza y esperamos la confianza de las otras personas, sin la cual no es posible ninguna relación humana permanente.

Con la fe en Dios, aprendemos a creer en Dios y creerle a Dios. Del mismo modo nos ponemos a prueba con las personas y el mundo.

Con la fe nos relacionamos en confianza total. Por eso, la fe es la vía sublime por la cual nos llega el amor. El amor único de Dios. De donde el amor humano se deriva.

Dios se relaciona con nosotros con un sólo propósito, y este es el de amarnos. Nosotros nos relacionamos entre sí del mismo modo, para amarnos. O sea que, la fe lleva al amor. 

La fe es el alma del amor. Y hace del amor la realidad visible por el cual nosotros creemos.

La tan ansiada felicidad sólo puede ser posible en el amor, en un amor animado por la fe. 

Ese día, el de la felicidad, no puede esperar más... solo hay que empezar con animar al amor con la fe. 


Foto: jgda
domingo, 6 de octubre de 2019