El Placer de ser Felices
Los colores puros en la realidad humana se hacen diversos y
grises.
Por naturaleza, la vida está orientada al bien. Esa orientación
da origen a los colores y matices preferidos.
Quiero decir que, en la diversidad humana, todos buscamos el bien, de tal modo que buscándolo para sí
mismos lo procuramos para los demás. Eso explica realidades como la amistad
verdadera.
Con lo cual, la amistad nos convierte no en puros buscadores de felicidad sino en
la misma felicidad.
En la búsqueda nos enfrentamos con lo santo, lo demoníaco, y
con los semáforos que trazar el destino.
Al momento de decidir, por lo bueno o lo malo, toda persona
se enfrenta a algo extraño y esto consiste en que ambos, el bien y el mal, entrañan
satisfacciones placenteras.
También la persona sabe que para decidir debe establecer la
diferencia entre ambos. Tal diferencia consiste en que el mal antepone el
placer a la felicidad; pero hay otro tipo de placer y es aquel que es
consecuencia de la felicidad.
De los dos modos de hacerse con el placer sólo uno
manifiesta la felicidad, como ya dijimos. El bien y la felicidad es lo primero.
Después todo, incluso el placer como expresión de esa felicidad hallada.
Esa felicidad tiene tantos matices grises, que hace a cada
persona única y distinta, porque cada uno halla placer en las cosas o personas
según se oriente.
He ahí, la belleza de los tonos diversos en que cada uno se
convierte, a partir de lo que antes buscaba. Este es el momento más grande. Es
cuando la persona solo tiene dos opciones: amar o ser amada.
Ahora que ha llegado a su meta, la persona sólo se hace
sentir en una cosa: y es en el placer de ser feliz. Placer que se ampliará cada
vez más, de tal manera de hacerse infinita hasta aquel día en que la persona se funda en la felicidad de una vez para siempre, como le pasa al río con el mar.
Por: Gvillermo Delgado OP
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