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El riesgo de ser-Uno-mismo


El riesgo de ser-Uno-mismo
Quien busca corre el riesgo de hallar lo buscado. Una vez encontrado ¿Qué hace con  eso? ¿Volverá a buscar en otro sitio, con la idea que es otra cosa lo que en realidad buscaba? 

Así pasarán los años. Hasta que un día, cansado de escudriñar, descubra que envejeció sin otra posibilidad que, esperar a que alguien lo encuentre a él, quizá en un destino sin futuro ni salida.

Por otro lado, la esperanza de quien anhela “ser más” (o tener más) es ser consolado con un futuro, que otros le prometen, sin tampoco tenerlo. En este caso la esperanza es creer que, los hijos serán quienes tocarán aquel sueño con sus dedos rosados.  Podría decirse que, esa esperanza es de los desdichados, por ser construida en cierto modo por quienes ostentan poder sobre otros.

La mejor ecuación para alcanzar cualquier sueño, alimentar esperanzas y anhelos, consiste en hallarse-Uno-mismo, y no buscar otra cosa que no sea la paz interior.

Un día le dijeron a Jesús que lo buscaban su madre y sus hermanos. Él señalando a sus discípulos dijo que sus hermanos y su madre son aquellos que cumplen la voluntad de “miPadre”.

Jesús es expresión del Hombre-iluminado que una vez se ha hallado él mismo en una voluntad superior, en este caso la de “suPadre”, es capaz de encontrarse él mismo en los amigos, la madre, los hermanos y las hermanas.

Entonces, lo primero que hay que tener antes de buscar cualquier cosa es tener un lugar seguro. Y ese lugar siempre será el alma apacible del propio interior; luego, los amigos, los hermanos y la madre. Es decir, primero la propia alma, después, el alma de los otros. Ese es el punto. ¡Nunca descansa tanto el alma como cuando reposa en otra alma! 

La más grande esperanza no tiene que ver con el cumplimiento de una promesa. Sería avanzar hacia el muro ciego de la frustración. La esperanza nace, crece, cuando se alimenta de la construcción de sí mismo y de convicciones profundas. Es perderle el miedo al miedo.  Cuando este no es el pedagogo que "me toma" de la mano sino la condena a una vida de parálisis.

Sólo con el tiempo comprendí el axioma de Sócrates, que dice: “Conócete a ti mismo”. O, la segunda parte del mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Porque no hay verdad más absoluta que conocerse, amarse y correr el riesgo de ser uno mismo.

Por eso, antes de buscar considera si realmente buscas lo que debes.

Si primero desciendes a la profundidad de tu propio pozo, sabrás que encontrarte a ti mismo es un gran riesgo, pero hay que correrlo, por ser el tesoro mayor que cualquiera puede hallar. Todo lo demás viene de ahí, incluso el gran amor. Porque en ti mismo está la fuente de todo, lo que sacia tu sed, y la sed de los amigos.

Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda

miércoles, 21 de marzo de 2018

El Gran Olvido


El Gran Olvido

A la hora en que los amigos empiezan a marcharse la mirada del pensamiento se dirige a la distancia del pasado como una realidad finalizada.

Paradójicamente, el pasado se transforma en el único modo de comprender el porvenir de los acontecimientos, del que inevitablemente seremos parte.

Empezamos a definirnos por lo que fuimos, por las cosas que un día amamos y por el tiempo en que perduramos haciendo tareas en las que empeñamos todos los recursos posibles.

Cuando eso pasa por nuestras mentes, los pensamientos se amotinan al antojo en la certeza de que nada de lo que se ama puede ser olvidado.

El pasado es el alma de los sueños. Sueños como reconstrucción del paraíso querido, y la validación de lo vivido. En cierto modo, los sueños son un invento de lo que podemos llegar a ser.

Los sueños son «el mientras tanto» llegamos al lugar de los amigos que se han ido. Y para demorar en la buena espera, hacemos «del para siempre» canciones obligadas, así migrar a la profundidad del inconsciente Edén.

Con todo, Hombre-Dios es en quien comprendemos esto, que ahora afirmamos.

La gran novedad del Hijo de Dios consiste en que es Palabra hecha Carne. 

Tal misterio sólo puede ser experimentado en el sentimiento de que somos de propiedad divina, desde aquel día que despertamos como palabra de amor, dado que el paso por este mundo no es otra cosa que un tránsito breve de retorno a aquel abismal encuentro.

Esta certeza tiene que ver con que el Hijo de Dios es el amor visible, la ruta que señala y lleva a lo más profundo de los orígenes y a la meta más próxima de cualquier final. Con lo cual, nos aclara en definitiva que es lo humano. 
Lo humano no es la "naturaleza pura". Es el acontecer de Dios en el mundo. Claro está, tampoco aquello que nos define como dioses. Simplemente define lo humano.
Porque el Hijo es la participación de Dios en la humanidad, muy sensible para nosotros en las mejores muestras de amor posible, sobre todo al darnos a su Padre, también como Padre nuestro. 

No hay más grande ternura que sentir los abrazos del Padre en los abrazos de su Hijo.

Desde entonces y para siempre, toda la humanidad (incluidos tú y yo), nos entendemos en el hecho de que provenimos más allá del sueño de Adán. Venimos del sueño de Dios.

Para entonces, el paraíso deja de ser una plena añoranza, pues nunca estará perdido mientras el amor tenga vigencia en nuestras almas. 

Ese amor es uno, donde nada se separa, por ser divino.

En todo caso, por aquello de los extravíos, tenemos que regresar del gran olvido, cuando el amor deja de ser la energía que moviliza las acciones. 

Ya que el gran olvido que da origen a la estupidez tiene ver con la necedad de pronunciar la palabra separada de los hechos; aun sabiendo que las palabras son la materia prima del amor, o separar lo divino de lo humano, sabiendo que sin esa causa seriamos cualquier cosa, sin destino y sin mundo.

No podemos olvidar nunca que, fuera del amor nada existe, que todo pasará, menos el amor (así lo escribió el viejo Pablo). Y si no fuera por eso, nadie nos encontraría jamás. Dichosamente somos palabra, palabra de amor.

Queda prohibido, pues, no separar jamás lo humano de lo divino, ni toda acción del pensamiento amoroso. Ay, de quienes lo hagan en su inefable arrogancia, quedaran condenados a no volver a reunirse más con los amigos que un día se fueron.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: en línea.

martes, 27 de febrero de 2018

Cómo acceder a Dios


Cómo acceder a Dios


Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda (Museo del prado, 2016)


Si lo humano es misterioso ha de ser porque se define en un origen también misterioso.

Mientras vavamos en este mundo, pasaremos el tiempo intentando comprender ese origen y acceder a él.

En ese "mientras tanto", nos jugamos la vida amando, inventando problemas para intentar resolverlos, poseyendo lo humanamente posible para mostrar lo grande que podemos ser, y sobre todo queriendo cambiar el pasado. Es frecuente constatar que, lo único que logramos es colocarnos al borde de un abismo sin salidas.

Con las siguientes ideas intento iluminar ese misterio y cómo acceder a aquello que nos define.

1. El gran sueño fallido
Cualquier persona, haga lo que haga nunca cambiará su pasado. El pasado no puede cambiarse.

La gran fantasía del ser humano es cambiar la ecuación inamovible. Esa quimera se ha transformado en una tentación inevitable, aun sabiendo que es intentar lo imposible. 

Previamente todos sabemos que intentarlo es toparse con un abismo infranqueable que sólo lastimará el corazón.

El sueño de acceder allá atrás del tiempo, para modificarlo, hace débil al momento presente que añade incontables frustraciones al alma. El pasado es lo muerto que no puede revivirse.

A no ser que ese remontarse, atrás del tiempo, posea contenido en lo divino. En ese caso, el pasado en lugar de "un punto muerto" es la posibilidad de acceso a Dios. Pero, ¿Cómo hacerlo?

2. La experiencia fundamental

Sin embargo, extrañamente, el pasado puede ser perfeccionado, al tomar conciencia de lo que soy y somos.

Una vez anclado en esa reflexión puede la persona lanzarse a la búsqueda infinita de la satisfacción de los deseos humanos. Es decir, no sólo mirar hacia atrás, sino sobre todo al futuro. A esto llamamos experiencia trascendental o fundamental.

3.  La conversión
El pasado también puede asumirse y perfeccionarse en la memoria histórica. La memoria es lo que sobrevive del pasado en el presente. Es la razón por lo que ahora somos, pues, somos según lo que un día fuimos o hicimos. Quienes reflexionan y asumen el pasado desde la memoria histórica, ciertamente no cambian nada del pasado, pero sí cambian ellos, y se perfeccionan. A esto llamamos conversión.

El pasado es lo conocido y punto departida para la experiencia y la conversión en función de aquello siempre nuevo que está por conocerse.

Sólo quien cambia de mentalidad y regresa el punto de partida, del cual se extravío, se "reinicia", se renueva. Eso es conversión. Ese punto de partida es donde lo divino acontece. Por eso la conversión es uno de los mejores modos de acceder a Dios.

4. El acceso a Dios
Más atrás del pasado sólo puede colocarse la fuerza originaria, que lo mueve todo, o sea Dios. Ese Dios que se deja sentir cuando toda criatura humana activa las posibilidades de retorno a su fuente, promovidas por la propia razón.

La fuerza originaria, colocada atrás del tiempo, o sea Dios que sacia toda sed, nutre todo sentimiento carente de amor y  fortalece las razones por las cuales existimos y somos.

Ese Dios es tan accesible e invisible a la vez para nosotros, parecido a lo que le pasa al enamorado que al sentir la pureza del amor en su alma no puede imaginar la grandeza de ese amor que le envuelve.

Al mismo tiempo esa fuerza originaria, que también llamamos Creador, traza el rumbo de la historia hasta el momento presente en que cada uno se coloca, ahora mismo.

Ese punto o fuente originaria es de “encuentro”, mientras esperamos que venga lo que está por venir o por conocerse de modo definitivo. Con justa razón esa fuerza la experimentamos como Alfa y Omega: «El que es, el que era, el que viene, el todopoderoso» (Ap 1, 8).

Así es como accedemos a él y resuena su voz, cuando dice:
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

viernes, 9 de febrero de 2018

crecimiento Humano




Toda relación humana comienza en el encuentro de la atracción, de las cuales algunas perduran hasta el final de la vida; otras, al ser adquiridas a la sombra de la familia exigen un esfuerzo extra en la compenetración de valores que se fundamenten en el amor, fuente y motor de toda relación y perfección humana. Ambos tipos requieren de una comprensión apropiada.

Explico esa tarea en cuatro “estadios de la persona” o etapas por las que se promueve a la persona hasta constituirse en “ser plena”.

1. El primer estadio de la responsabilidad
La responsabilidad es “hacerse cargo” de las propias acciones, define el alto grado en que la libertad acontece. La atracción y aceptación de las personas tiene que ver con ese grado de libertad.

La persona libre “seduce” con la simple atracción. Dado que quien “se hace cargo” de sí mismo es “capaz asumir lo otro”. En esta etapa la persona toma altura o penetra en la profundidad de los sueños, a tal punto de beber del puro amor. Se hace atractivo. De ahí, le deviene “la atracción de la simple mirada”.

¿Quién en este mundo no desearía ser parte de un ser libre que le envuelva en el amor, para cuidarle y dejarse cuidar al mismo tiempo?

2. El segundo estadio de la integridad
Del aire ni los aviones se sostienen, las aeronaves requieren de bases profundas, de leyes de la naturaleza cuyas fuerzas están más allá de ellas mismas, que les hacen capaces de “generar”, renovarse en nuevas fuerzas y advertir toda consecuencia.

La integridad se define como unificación del todo en la parte, cuya base está en el interior del ser y en las leyes de alcance universal. Básicamente una persona integral es sostenida por esa integración, que fortalece su vida interior.

La vida interior es como el silente amanecer que va creciendo indefectiblemente en el permanente despertar del “ahora mismo”. La vida interior define a las personas despiertas. Define a quienes viven en el asombro del amanecer y celebran cada instante maravilladas por el latir de su corazón.

Las personas despiertas están conectadas con la naturaleza de las cosas. Al comprender las causas y la finalidad de las leyes de la vida (que es el amor mismo), todo lo que hacen, lo definen como un gesto de agradecimiento. No alaban a Dios en vano.

Por consiguiente, la persona integral no necesita “duplicar” su personalidad. Para ellas la mentira, por ejemplo, no es requerida. La persona integral habita su propio lugar, existe para sí misma, no es aparente, no es enajenada. Al ser sostenida por la ley del amor, sostiene todo amor venga de donde venga, e integra la naturaleza de las cosas que tiende a lo bueno y bello.

3. El tercer estadio de la bondad
La bondad es lo más propio hacia donde tiende la naturaleza humana, negarle sería negar el origen más santo de todo ser, como matar el sueño, fumigar la flor y su fragancia, o ahogar para siempre el fuego de la luz.

La persona que ya asimiló los valores hasta en el inconsciente, vive en su tiempo, sabe que existe para lo justo y para el amor misericordioso.

Llegado a este punto, la mirada de la justicia ilumina lo bueno. La persona no tiene que esforzarse por hacer el bien, ya que es dominada por esa fuerza de ese amor interior. Delante de las personas, como delante de su Dios, hace suya las palabras del poeta cuando dice:
 «Siempre estás tú delante de mí y saltan de alegría todas mis glándulas. ¡Aun de noche mientras duermo, y aun en el subconsciente, te bendigo!» Ernesto Cardenal (1998).

4. El cuarto estadio de la belleza
La belleza es consecuencia de la responsabilidad, la integridad y la bondad. Lo bello es lo bueno por excelencia, el grado más alto del crecimiento humano, es el ser encaminado hacia la felicidad, o quien ya la habita.

La persona bella es algo más que atractiva, es apetecible. No por la bondad que emana de ella, sino por los fundamentos en que se asienta, porque ese tipo de belleza llega hasta la base de sus orígenes, que es lo santo, bello y lo bondadoso en todo su esplendor.
«La belleza está en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios» (1 Pdr 3, 3-4).
Con razón quien desea “tu belleza” no es que quiera poseerte a ti, sino al amor y a la fuente de ese amor. Y al no estar esas fuentes en ti mismo, te convierte en referencia del gran Amor que rige toda tu vida. Si alguien te dice que eres el amor de su vida, no te lo creas del todo, piensa tan solo que te has convertido en la mejor referencia de la belleza.

Es por eso por lo que, la persona bella irradia belleza en todo lo que dice y hace. Le embellece todo. Y no sólo es bella, además es justa, compasiva, autónoma, responsable, moral, etc.

En ese estado y culmen, dime: ¿quién no quisiera ser ese amigo bello, por quien apostar una vida entera?

Por: José G. Delgado OP
Foto:

lunes, 5 de febrero de 2018

El miedo y el Temor de Dios


El miedo y el Temor de Dios

Si por alguna razón llega el miedo a tu vida, déjalo entrar, que penetre en todos tus nervios; eso sí, ponle límites. Dale un tiempo para que haga lo suyo en ti. Pero cuéntale los segundos, que no sean más de diez. De ese modo nunca perderás el control de la “situación”, mejor dicho: Para que la “situación” no te controle a ti.

Luego, prosigue tu vida. Tu tiempo es más breve de lo que supones. No permitas nunca que, las circunstancias invadan toda la existencia, más allá de lo requerido. Los límites los pones tú.

El miedo psicológico es un factor inevitable que inmoviliza a la persona a actuar en libertad, que pronto se convierte en tu aliado, como combustible para sobreponerse a toda adversidad. En este sentido el miedo es necesario como advertencia, que nos ayuda a posponer ciertas acciones.

Bien asumido el miedo, nos obliga a hacer un alto en el camino: como luces de advertencias, indicando la proximidad de un peligro. Con ese "alto" podremos pensar ordenadamente y retomar la dirección que traemos. 

Al decretar OMS al Coronavirus como pandemia (el 11 de marzo del 2020)  nos obliga a hacer giros hacia otros puntos de atención, por ejemplo el cuidado de la salud integral y la calidad de las relaciones humanas a nivel global. 

Las advertencias interiores, esos chispazos que señalan la finalidad de la conducta, están en la raíz del alma: son marca registrada que traemos desde el momento de nacer, para protegernos de todo mal, donde el miedo es la voz de alarma.

El miedo y la valentía

Gracias al miedo, la valentía entra en escena en la actuación humana. Así valoramos la salud y las relaciones humanas. Nos medimos acerca de lo que somos capaces, para enfrentar cualquier situación, real o imaginaria, de manera equilibrada. 

La valentía como valor o coraje es la luz verde que nos mueve al otro lado del miedo; que, como al miedo, también, hay que darle su tiempo.

Por consiguiente, "no hay que temer al miedo", tampoco al valor o valentía. No evadas una ni otra de esas señales del alma. Es la mejor pedagogía con que nos gobierna el inconsciente. Sólo tráelo al nivel superior de lo consciente.

El miedo y la valentía son mensajeros fáciles de interpretar, muchas veces simbolizados como aviso de las grandes cosas que pueden darse, según actúes.

El temor de Dios

La voz de Dios está en la advertencia y en el coraje para vencer en los peligros. Esa voz es la certeza de que, aquello que está por venir se determina por una fuerza divina profunda donde el mismo Dios actúa junto a ti. Los griegos le llamaban a esa fuerza, Daimon o el Ángel bueno que impulsa a la persona hacia la felicidad.

Con justa razón sostenemos que el “temor de Dios” no es miedo a Dios, sino la impronta de su presencia, que no puede ser negada, sino integrada en el amor, para actuar en los modos que sólo el amor entiende y obliga.

Cuando Dios asiste, en lo que llamamos "temor de Dios", nos libra de todo juicio ético (a modo de condena), para que actuemos sólo en función de aquello que nos hace buenos delante de él y de delante de las personas. Hacemos el bien porque esa es nuestra naturaleza, nunca para buscar un premio o por miedo al castigo.  

El temor de Dios, fundamentalmente tiene que ver con el amor; ya que el amor es la fuente primaria de cualquier actuación. 

Por lo mismo, el amor es esa fuerza, esa luz de advertencia o de permiso para dar el paso siguiente hacia el fin al que nos movemos.

Actuar en el temor de Dios tiene que ver con el amor gratuito, desinteresado. Por eso, ese temor es la superación de todo miedo.

Quien ama sólo teme al amor, que va más allá de cualquier seguridad. Quien teme a Dios vive en la tensión permanente de no fallar al gran amor que profesa. 

Quien ama dice: temo porque te amo, no te amo por que te temo. Amar por temor sería lo mismo que sentir miedo o pánico a algo o alguien (incluso a lo imaginario). La fórmula perfecta es temer por amor. 

Por: Gvillermo Delgado OP
domingo, 21 de enero de 2018

un Proyecto de Vida


Proyecto de vida

Alcanzar aquello que uno se propone tiene que ver con la elaboración de razones que puedan ser implementadas como un bien amado. Eso es un Proyecto de Vida.

Los razonamientos válidos son construidos a partir de otras razones, propias o ajenas, y puestas a prueba repetidas veces, hasta el infinito.

En las razones están las fuerzas del movimiento. La acción exige constancia en dos ejes: la fuerza interna que está en la razón y la fuerza externa que es el movimiento. 

Las grandes ideas, como los sueños son la base de toda revolución científica. Del mismo modo, nuestra existencia, primero tuvo que ser una idea en el corazón de Dios, y en el de nuestros padres.

Una persona razonable, sustenta sus pensamientos y acciones en un proyecto. 

Quiero decir que, los propósitos como las razones obligan a creer, confiar, en uno mismo. 

Es frecuente escuchar decir: Yo no tengo nada que no me lo haya dado yo mismo. Todo cae en el marco de mis propias posibilidades.

Este argumento puede sonar a “exceso de autonomía” y lo es; sin embargo, es el punto de arranque y el motor que mueve hacia a todas las direcciones y metas. 

Partimos de la confianza en uno mismo. Luego, nos extendemos a todas aquella direcciones que las relaciones nos permitan. 

Dios está en entre esas relaciones. La más valiosa. Abiertos a Dios es lo mismo que asegurar que la meta trazada nunca será una tarea inútil. La energía, la dirección, el aliento y todo lo demás, vienen de las relaciones y del amor que tiene su fuente en Dios.

Aquellas personas que no tienen proyecto se abandonan en su propia miseria.

Imbuidos en el miedo y las acechanzas del mal, frustran las iniciativas propias y ajenas. Ese tipo de personas, suelen ser poco racionales y atractivas. Definidas por Alberto Cortés como “la masa”. 

La diferencia entre “la masa” y “la persona” es el proyecto y las razones que lo han puesto en movimiento.

Fíjate bien que, las personas sin proyecto, sin propósitos; aluden a las razones y propósitos de otros, repiten hasta el cansancio aquello que justifica “su modo de ser”; suelen ser gente con pocas posibilidades de apertura a los cambios; estáticos esperan que la suerte los sorprenda un día por el camino.

Por consiguiente, cada vez que emprendamos un nuevo año, por la razón que sea, te propongo que consideres tu propia vida a partir de un proyecto; que aprendas a contar con las personas y las cosas; que pienses en lo breve que es la vida; te animo a que no olvides que, las potencialidades si no se ejecutan se frustran al punto de entumecer los sueños; finalmente, no olvides nunca que una persona sin sueños es una persona miserable.

Si eres un soñador como yo, vas a tener tantas frustraciones como las estrellas del firmamento; si no lo eres, serás tan amorfo como el mar después de la tormenta; de uno y otro modo, lo que importa es que tengas un proyecto, que sueñes y que cuentes conmigo.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 3 de enero de 2018

El Sueño de la Humanidad

El Sueño de la Humanidad

Al estar hecho de Dios, no de materia ni de carne solamente, el hombre es un ser espiritual, por lo que se ha convertido en un buscador incansable de aquel espíritu que sondea su alma.

A ese espíritu lo busca dentro de él mismo, y lo busca fuera, en su mundo.

Por ser espiritual, está fuera en todo lo que ve, y tan dentro, en lo que no ve. Con razón se apasiona de lo que le deviene de dentro, y anhela poseer todo lo que está fuera. En ese anhelo se desgarra y sufre a muerte, y en la pasión desata todas sus potencialidades e inventa sus propios sueños.

En los sueños, por aquello que no ve, define lo más bello que busca en lo que sí ve, para explicar su propio misterio y origen divino.

Quiere decir que, al crear al hombre, Dios tuvo que hacerlo con el único afán de mostrar su bondad infinita en la bondad finita; al amar al hombre, quiso decirnos de qué está hecho Dios y el hombre; y, al darle a ese ser una imagen semejante a la suya, pretendió mostrar al mundo su propia belleza de Dios.

Sin embargo, tanto bien creado, tanto amor y tanta belleza mostrados, nunca alcanzó a realizarse en el hombre solitario, hasta que Dios sacó del sueño, de aquel hombre, a la mujer. Ocurrió cuando el Señor Dios hizo caer sueño sobre el hombre, y se adormeció (Gn 2, 21).

Desde entonces, la historia de la humanidad es un continuo despertarse, como le ocurre a la semilla respecto a la vida, o a la brasa al volverse fuego.

La fuerza espiritual de esta realización corresponde al sueño que Dios puso en Adán al dormirle, que sólo se materializó en la mujer que quiso para él (en donde la expresión “costilla” tiene que ver con la materialización de tal sueño).

En cierto modo, la mujer es la fuerza espiritual del hombre, por ser con quien todo sueño puede ser realizado.

Tal interpretación, podría ser absurda y para muchos parcial, sino fuera porque aquel sueño del que nos habla el Génesis, no se refiere únicamente al de Adán-y-Eva, sino a la Mujer que más tarde quiso Dios crear como Virgen, de donde nace la vida de un modo nuevo (como lo vemos en cada niño que nace), como Madre de la humanidad (que contiene las razones de las búsquedas) y como Señora que rige el curso de las cosas (pues, humanamente, todo continúa desde un punto de partida hacia una realización).

Precisamente, a eso es lo que el Ángel llama “la llena de Gracias” (Lc 1, 28), gracias, una vez derramada en ella, como lluvia, fertiliza a toda la humanidad.

En consecuencia, ella es el sueño, del que despertamos para Dios, y la dirección de la búsqueda en que el espíritu humano se sostiene.

Por: Gvillermo Delgado OP

Foto: jgda (Museo de Caleruega, 2016).
viernes, 8 de diciembre de 2017

Célula Primigenia


La semilla de la célula primigenia
tuvo que posar por el costal de la flor
para encubar la vida. 

Ahí estaba yo... 
no lo puedo recordar,
por más que lo intente.

Aquello fue un acto lejano
indeleble al alma.

Pero también estabas vos conmigo, 
apartando espacio entre la espesura
para dar lugar al único amor en el que nos fundamos.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cántico Esencial


Soy sobreviviente de una guerra reciente,
Árbol azul de mariposas misteriosas.
El olvidado pregón de los pájaros tempraneros.

Soy pordiosero de tus mensajes,
quien inmóvil por la mañana
mira pasar la brisa lenta
que lleva la silueta
de los movimientos que a tu paso dejaste
en el camino de arenas.

Soy quien,
atrapado en los años indemnes de los rezos,
por el silencio de las flores de la tarde,
por el grito abatido de las estrellas nocturnas,
por las auroras de avemarías,
se levanta cada día
en el impulso de las semillas
que despiertan del sueño primordial.

Soy gigante que busca la altura lejana de su Dios,
desde el patíbulo que el amor obliga.
Quien atrapa el murmullo de los segundos en agonía
Sobre la antigua montaña de los olivos.

Enano que engulle el espacio de la fruta nueva,
quien se sustenta de cada sorbo de las palabras
con el hondo amor de las raíces.

Y es que todos conocen
los secretos de mi condición,
la gravedad de mis búsquedas,
el ruidal reprimido de mi agonía
que apunta al corazón del alma:
sagrado hontanar donde el amor abraza.

De Gvillermo Delgado OP
Foto arte: prestada de Web.
viernes, 17 de noviembre de 2017

Aprender a Ser Humanos


Aprender a ser humanos

Quienes dichosamente vivimos este siglo, somos testigos de una nueva civilización de lo humano. Todo se examina y define a partir de esa nueva compresión.

De: Gvillermo Delgado OP


Desde que se impusieron los cambios científicos y sociales emprendidos en los años 60s el lenguaje que comunica la nueva realidad ha mostrado el rostro renovador de los anhelos humanos, cuya utopía lejos de ser una quimera se ha expresado en hechos como en la ternura, la solidaridad, la justicia, el cuidado, y los valores que definen los orígenes de la vida, que a su vez atisban su devenir.

Tales expresiones son auténticas luchas, que salvaguardan el equilibrio del cosmos en contraposición al caos del que veníamos llegando.

La persona-en-relación se comprende así misma en lo sublime de sus orígenes y su destino, en la dualidad de lo masculino y lo femenino, en los contrastes de sus inclinaciones instintivas y la perfección del alma racional, y en la imagen original y primaria de sus ancestros: los abuelos y las abuelas.

Históricamente, tal comprensión es posible gracias a la simbolización de lo femenino que se realiza y anima interiormente en los esbozos del alma de los mesopotámicos, en las expresiones de lo bello y eterno de los egipcios, en el culto a la razón de la persona civilizada de los griegos y romanos, en el hombre-divinizado de la cultura cristiana que universalizó la maternidad y la paternidad en el abrazo de la palabra que crea la realidad histórica.

Sin embargo, la persona de la cultura actual no sale del estupor y el desencanto al considerar que el misterio del encuentro del todo en la parte, lo masculino y lo femenino, lo humano y lo divino, no pueden ser retenidos en lo efímero, sino que implica entrega y devoción de toda la vida.

Esta generación ha logrado concluir, que volver a los orígenes remotos biológicos y culturales e interiorizar la realidad mítica simbolizada en las relaciones comunes del día a día, significa encontrar las preferencias y gustos de todo aquello que expresa la belleza, la bondad, el espíritu como génesis de la vida (el ruaj hebreo) y todas las realidades en la humana condición femenina (más aun en quienes nacimos hombres).

Así pues, el encanto de nuestra época tiene que ver con los vertiginosos cambios, que de no ser simbolizados en los principios elementales de la vida perdería fácilmente su norte, para que eso no ocurra al hombre postmoderno sólo le queda un camino:  redescubrirse en lo más sublime de sus orígenes. 

Foto: Mimita Aragón.
miércoles, 15 de noviembre de 2017