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El miedo y el Temor de Dios


El miedo y el Temor de Dios

Si por alguna razón llega el miedo a tu vida, déjalo entrar, que penetre en todos tus nervios; eso sí, ponle límites. Dale un tiempo para que haga lo suyo en ti. Pero cuéntale los segundos, que no sean más de diez. De ese modo nunca perderás el control de la “situación”, mejor dicho: Para que la “situación” no te controle a ti.

Luego, prosigue tu vida. Tu tiempo es más breve de lo que supones. No permitas nunca que, las circunstancias invadan toda la existencia, más allá de lo requerido. Los límites los pones tú.

El miedo psicológico es un factor inevitable que inmoviliza a la persona a actuar en libertad, que pronto se convierte en tu aliado, como combustible para sobreponerse a toda adversidad. En este sentido el miedo es necesario como advertencia, que nos ayuda a posponer ciertas acciones.

Bien asumido el miedo, nos obliga a hacer un alto en el camino: como luces de advertencias, indicando la proximidad de un peligro. Con ese "alto" podremos pensar ordenadamente y retomar la dirección que traemos. 

Al decretar OMS al Coronavirus como pandemia (el 11 de marzo del 2020)  nos obliga a hacer giros hacia otros puntos de atención, por ejemplo el cuidado de la salud integral y la calidad de las relaciones humanas a nivel global. 

Las advertencias interiores, esos chispazos que señalan la finalidad de la conducta, están en la raíz del alma: son marca registrada que traemos desde el momento de nacer, para protegernos de todo mal, donde el miedo es la voz de alarma.

El miedo y la valentía

Gracias al miedo, la valentía entra en escena en la actuación humana. Así valoramos la salud y las relaciones humanas. Nos medimos acerca de lo que somos capaces, para enfrentar cualquier situación, real o imaginaria, de manera equilibrada. 

La valentía como valor o coraje es la luz verde que nos mueve al otro lado del miedo; que, como al miedo, también, hay que darle su tiempo.

Por consiguiente, "no hay que temer al miedo", tampoco al valor o valentía. No evadas una ni otra de esas señales del alma. Es la mejor pedagogía con que nos gobierna el inconsciente. Sólo tráelo al nivel superior de lo consciente.

El miedo y la valentía son mensajeros fáciles de interpretar, muchas veces simbolizados como aviso de las grandes cosas que pueden darse, según actúes.

El temor de Dios

La voz de Dios está en la advertencia y en el coraje para vencer en los peligros. Esa voz es la certeza de que, aquello que está por venir se determina por una fuerza divina profunda donde el mismo Dios actúa junto a ti. Los griegos le llamaban a esa fuerza, Daimon o el Ángel bueno que impulsa a la persona hacia la felicidad.

Con justa razón sostenemos que el “temor de Dios” no es miedo a Dios, sino la impronta de su presencia, que no puede ser negada, sino integrada en el amor, para actuar en los modos que sólo el amor entiende y obliga.

Cuando Dios asiste, en lo que llamamos "temor de Dios", nos libra de todo juicio ético (a modo de condena), para que actuemos sólo en función de aquello que nos hace buenos delante de él y de delante de las personas. Hacemos el bien porque esa es nuestra naturaleza, nunca para buscar un premio o por miedo al castigo.  

El temor de Dios, fundamentalmente tiene que ver con el amor; ya que el amor es la fuente primaria de cualquier actuación. 

Por lo mismo, el amor es esa fuerza, esa luz de advertencia o de permiso para dar el paso siguiente hacia el fin al que nos movemos.

Actuar en el temor de Dios tiene que ver con el amor gratuito, desinteresado. Por eso, ese temor es la superación de todo miedo.

Quien ama sólo teme al amor, que va más allá de cualquier seguridad. Quien teme a Dios vive en la tensión permanente de no fallar al gran amor que profesa. 

Quien ama dice: temo porque te amo, no te amo por que te temo. Amar por temor sería lo mismo que sentir miedo o pánico a algo o alguien (incluso a lo imaginario). La fórmula perfecta es temer por amor. 

Por: Gvillermo Delgado OP
domingo, 21 de enero de 2018

un Proyecto de Vida


Proyecto de vida

Alcanzar aquello que uno se propone tiene que ver con la elaboración de razones que puedan ser implementadas como un bien amado. Eso es un Proyecto de Vida.

Los razonamientos válidos son construidos a partir de otras razones, propias o ajenas, y puestas a prueba repetidas veces, hasta el infinito.

En las razones están las fuerzas del movimiento. La acción exige constancia en dos ejes: la fuerza interna que está en la razón y la fuerza externa que es el movimiento. 

Las grandes ideas, como los sueños son la base de toda revolución científica. Del mismo modo, nuestra existencia, primero tuvo que ser una idea en el corazón de Dios, y en el de nuestros padres.

Una persona razonable, sustenta sus pensamientos y acciones en un proyecto. 

Quiero decir que, los propósitos como las razones obligan a creer, confiar, en uno mismo. 

Es frecuente escuchar decir: Yo no tengo nada que no me lo haya dado yo mismo. Todo cae en el marco de mis propias posibilidades.

Este argumento puede sonar a “exceso de autonomía” y lo es; sin embargo, es el punto de arranque y el motor que mueve hacia a todas las direcciones y metas. 

Partimos de la confianza en uno mismo. Luego, nos extendemos a todas aquella direcciones que las relaciones nos permitan. 

Dios está en entre esas relaciones. La más valiosa. Abiertos a Dios es lo mismo que asegurar que la meta trazada nunca será una tarea inútil. La energía, la dirección, el aliento y todo lo demás, vienen de las relaciones y del amor que tiene su fuente en Dios.

Aquellas personas que no tienen proyecto se abandonan en su propia miseria.

Imbuidos en el miedo y las acechanzas del mal, frustran las iniciativas propias y ajenas. Ese tipo de personas, suelen ser poco racionales y atractivas. Definidas por Alberto Cortés como “la masa”. 

La diferencia entre “la masa” y “la persona” es el proyecto y las razones que lo han puesto en movimiento.

Fíjate bien que, las personas sin proyecto, sin propósitos; aluden a las razones y propósitos de otros, repiten hasta el cansancio aquello que justifica “su modo de ser”; suelen ser gente con pocas posibilidades de apertura a los cambios; estáticos esperan que la suerte los sorprenda un día por el camino.

Por consiguiente, cada vez que emprendamos un nuevo año, por la razón que sea, te propongo que consideres tu propia vida a partir de un proyecto; que aprendas a contar con las personas y las cosas; que pienses en lo breve que es la vida; te animo a que no olvides que, las potencialidades si no se ejecutan se frustran al punto de entumecer los sueños; finalmente, no olvides nunca que una persona sin sueños es una persona miserable.

Si eres un soñador como yo, vas a tener tantas frustraciones como las estrellas del firmamento; si no lo eres, serás tan amorfo como el mar después de la tormenta; de uno y otro modo, lo que importa es que tengas un proyecto, que sueñes y que cuentes conmigo.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 3 de enero de 2018

El Sueño de la Humanidad

El Sueño de la Humanidad

Al estar hecho de Dios, no de materia ni de carne solamente, el hombre es un ser espiritual, por lo que se ha convertido en un buscador incansable de aquel espíritu que sondea su alma.

A ese espíritu lo busca dentro de él mismo, y lo busca fuera, en su mundo.

Por ser espiritual, está fuera en todo lo que ve, y tan dentro, en lo que no ve. Con razón se apasiona de lo que le deviene de dentro, y anhela poseer todo lo que está fuera. En ese anhelo se desgarra y sufre a muerte, y en la pasión desata todas sus potencialidades e inventa sus propios sueños.

En los sueños, por aquello que no ve, define lo más bello que busca en lo que sí ve, para explicar su propio misterio y origen divino.

Quiere decir que, al crear al hombre, Dios tuvo que hacerlo con el único afán de mostrar su bondad infinita en la bondad finita; al amar al hombre, quiso decirnos de qué está hecho Dios y el hombre; y, al darle a ese ser una imagen semejante a la suya, pretendió mostrar al mundo su propia belleza de Dios.

Sin embargo, tanto bien creado, tanto amor y tanta belleza mostrados, nunca alcanzó a realizarse en el hombre solitario, hasta que Dios sacó del sueño, de aquel hombre, a la mujer. Ocurrió cuando el Señor Dios hizo caer sueño sobre el hombre, y se adormeció (Gn 2, 21).

Desde entonces, la historia de la humanidad es un continuo despertarse, como le ocurre a la semilla respecto a la vida, o a la brasa al volverse fuego.

La fuerza espiritual de esta realización corresponde al sueño que Dios puso en Adán al dormirle, que sólo se materializó en la mujer que quiso para él (en donde la expresión “costilla” tiene que ver con la materialización de tal sueño).

En cierto modo, la mujer es la fuerza espiritual del hombre, por ser con quien todo sueño puede ser realizado.

Tal interpretación, podría ser absurda y para muchos parcial, sino fuera porque aquel sueño del que nos habla el Génesis, no se refiere únicamente al de Adán-y-Eva, sino a la Mujer que más tarde quiso Dios crear como Virgen, de donde nace la vida de un modo nuevo (como lo vemos en cada niño que nace), como Madre de la humanidad (que contiene las razones de las búsquedas) y como Señora que rige el curso de las cosas (pues, humanamente, todo continúa desde un punto de partida hacia una realización).

Precisamente, a eso es lo que el Ángel llama “la llena de Gracias” (Lc 1, 28), gracias, una vez derramada en ella, como lluvia, fertiliza a toda la humanidad.

En consecuencia, ella es el sueño, del que despertamos para Dios, y la dirección de la búsqueda en que el espíritu humano se sostiene.

Por: Gvillermo Delgado OP

Foto: jgda (Museo de Caleruega, 2016).
viernes, 8 de diciembre de 2017

Célula Primigenia


La semilla de la célula primigenia
tuvo que posar por el costal de la flor
para encubar la vida. 

Ahí estaba yo... 
no lo puedo recordar,
por más que lo intente.

Aquello fue un acto lejano
indeleble al alma.

Pero también estabas vos conmigo, 
apartando espacio entre la espesura
para dar lugar al único amor en el que nos fundamos.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cántico Esencial


Soy sobreviviente de una guerra reciente,
Árbol azul de mariposas misteriosas.
El olvidado pregón de los pájaros tempraneros.

Soy pordiosero de tus mensajes,
quien inmóvil por la mañana
mira pasar la brisa lenta
que lleva la silueta
de los movimientos que a tu paso dejaste
en el camino de arenas.

Soy quien,
atrapado en los años indemnes de los rezos,
por el silencio de las flores de la tarde,
por el grito abatido de las estrellas nocturnas,
por las auroras de avemarías,
se levanta cada día
en el impulso de las semillas
que despiertan del sueño primordial.

Soy gigante que busca la altura lejana de su Dios,
desde el patíbulo que el amor obliga.
Quien atrapa el murmullo de los segundos en agonía
Sobre la antigua montaña de los olivos.

Enano que engulle el espacio de la fruta nueva,
quien se sustenta de cada sorbo de las palabras
con el hondo amor de las raíces.

Y es que todos conocen
los secretos de mi condición,
la gravedad de mis búsquedas,
el ruidal reprimido de mi agonía
que apunta al corazón del alma:
sagrado hontanar donde el amor abraza.

De Gvillermo Delgado OP
Foto arte: prestada de Web.
viernes, 17 de noviembre de 2017

Aprender a Ser Humanos


Aprender a ser humanos

Quienes dichosamente vivimos este siglo, somos testigos de una nueva civilización de lo humano. Todo se examina y define a partir de esa nueva compresión.

De: Gvillermo Delgado OP


Desde que se impusieron los cambios científicos y sociales emprendidos en los años 60s el lenguaje que comunica la nueva realidad ha mostrado el rostro renovador de los anhelos humanos, cuya utopía lejos de ser una quimera se ha expresado en hechos como en la ternura, la solidaridad, la justicia, el cuidado, y los valores que definen los orígenes de la vida, que a su vez atisban su devenir.

Tales expresiones son auténticas luchas, que salvaguardan el equilibrio del cosmos en contraposición al caos del que veníamos llegando.

La persona-en-relación se comprende así misma en lo sublime de sus orígenes y su destino, en la dualidad de lo masculino y lo femenino, en los contrastes de sus inclinaciones instintivas y la perfección del alma racional, y en la imagen original y primaria de sus ancestros: los abuelos y las abuelas.

Históricamente, tal comprensión es posible gracias a la simbolización de lo femenino que se realiza y anima interiormente en los esbozos del alma de los mesopotámicos, en las expresiones de lo bello y eterno de los egipcios, en el culto a la razón de la persona civilizada de los griegos y romanos, en el hombre-divinizado de la cultura cristiana que universalizó la maternidad y la paternidad en el abrazo de la palabra que crea la realidad histórica.

Sin embargo, la persona de la cultura actual no sale del estupor y el desencanto al considerar que el misterio del encuentro del todo en la parte, lo masculino y lo femenino, lo humano y lo divino, no pueden ser retenidos en lo efímero, sino que implica entrega y devoción de toda la vida.

Esta generación ha logrado concluir, que volver a los orígenes remotos biológicos y culturales e interiorizar la realidad mítica simbolizada en las relaciones comunes del día a día, significa encontrar las preferencias y gustos de todo aquello que expresa la belleza, la bondad, el espíritu como génesis de la vida (el ruaj hebreo) y todas las realidades en la humana condición femenina (más aun en quienes nacimos hombres).

Así pues, el encanto de nuestra época tiene que ver con los vertiginosos cambios, que de no ser simbolizados en los principios elementales de la vida perdería fácilmente su norte, para que eso no ocurra al hombre postmoderno sólo le queda un camino:  redescubrirse en lo más sublime de sus orígenes. 

Foto: Mimita Aragón.
miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Rostro de la Pobreza


La pobreza no existe. Existen los pobres. Al no ser la pobreza un concepto sino una realidad social, los pobres la definen en las diversas problemáticas que se expresan en la desigualdad y la violencia, el racismo y las guerras, la religión y las culturas. Es así como la pobreza explica, por ejemplo, el fenómeno demográfico, de los nacimientos, la migración y la diferenciación de la esperanza de vida de las personas.

Por ser una realidad, la pobreza, enmarca a las poblaciones respecto a otras en estancamiento fatalista o en proceso de desarrollo económico y cultural.

Mientras los pobres sigan siendo parte del paisaje exótico para la explotación turística, industrial y ecológica, estarán condenados a ser objetos de consumo, la fuerza motriz y el combustible que mueve las locomotoras de las inmensas producciones industriales, en los nuevos y diversos modos de esclavismo.

Explotados, los pobres se convierten inevitablemente en escoria, quienes habitan los guetos, los suburbios, las zonas rojas de las grandes ciudades, o los cordones de miseria de las áreas rurales; donde sea que moren, son caldo de cultivo de los problemas más acuciantes y sin solución del planeta; no por ser pobres sino por ser empobrecidos, no por ser el sector más vulnerable de las sociedades sino por ser vulnerados.

La pobreza sólo existe, si logra definir el rostro de quienes la conforman, desvelando la inequidad como deuda social de los estados y herencia de la diversidad cultural a lo largo de los siglos, con el objeto de re-humanizar las sociedades y advertir el futuro de un planeta en proceso de involución, dada la aniquilación de sus recursos y la degradación de las relaciones humanas.

El grado de deshumanización ha llegado al extremo de afirmar que la pobreza es un mal necesario para el desarrollo de unos pueblos respecto a otros. Quienes se benefician de tal principio lo razonan diciendo que la pobreza es un mal social y que se erradica en la medida que la riqueza se distribuye en la creación de nuevos empleos como vaso que rebalsa y esparce el agua en su entorno. Sin embargo, la riqueza describe la codicia ilimitada que penetra en la condición humana hasta el tuétano, ampliando el precipicio infranqueable que separa a unos de otros.

Mientras la lógica de la estulticia subsista, la pobreza será un mal endémico generador de focos de miserias, no solo material, que aniquilará a toda la raza humana. El día que los recursos del planeta toquen fondo, y con ello la condición humana, quizá lleguemos a un consenso que permita aceptar las causas y consecuencias de los males que abrazan a todos por igual, pero será demasiado tarde.

La pobreza es causa y efecto al mismo tiempo de la frustración y de la perdida de sentido, que se manifiestan en las relaciones más próximas y cotidianas que lesionan a las familias y los proyectos de quienes aspiran realizar un proyecto de vida.

No contar con las posibilidades mínimas para satisfacer las necesidades elementales de un niño o un joven en tan solo un día o de las familias a lo largo de una semana, reproduce las causas de los males infinitos que impiden el normal desarrollo humano, lo deterioran y hunden en el fatalismo de infravaloración.

¿Qué debemos hacer quienes tenemos la posibilidad de comprender esta realidad social? De nada sirve inventar rezos, quejarnos o pedir a Dios que nos otorgue capacidades extraordinarias para soportar las consecuencias de tantos males.

Cada uno de nosotros, a nombre propio, tiene la obligación moral de erradicar la complicidad del engaño a partir del rol que ejerce, hacer prevalecer la equidad en los pequeños círculos de influencia, dignificar el trabajo en tanto responsabilidad social de cooperación con la creación en su conjunto haciendo uso debido de la propia voluntad, o tendremos que empezar por aceptar nuestro retraso racional poco evolucionado de homo sapiens que nos coloca en la determinación incontrolada de los instintos animales Ω.

Por: José G. Delgado-Acosta OP

Foto: jgda
miércoles, 8 de noviembre de 2017

SER LIBRE



La libertad es la “capacidad natural” de mi realización personal. La capacidad es aquel impulso dinamizado por mi propia voluntad a través de las decisiones que debo tomar para alcanzar lo que anhelo. Lo que anhelo es el todo, lo absoluto.

Eso se debe a que la libertad está en relación con “lo absoluto”. Solemos decir que absoluto sólo puede ser Dios: él es todo en todo. 

Lo absoluto tiene que ver con mi permanente insatisfacción de lo que ahora tengo y de lo que soy. Por lo que siempre quiero ser más. Quiero poseerlo todo.

La pretensión más grande es querer poseer a las personas, arrebatándoles su riqueza individual; inclusive queriéndoles arrancar su libertad. Sólo se poseen las cosas, a las personas se les ama en libertad.

Humanamente ese absoluto, como atributo de Dios, se encuentro en el “tú” de la “la-otra-persona”, de dónde finalmente encuentro mi verdadera identidad de hombre. Pero encontrarlo no significa que deba destruir lo absoluto que la otra persona me revela. La única manera de poseerla, sería dejando que la belleza se exprese del modo en que siempre ha sido. 

La belleza, la libertad, el amor, la bondad el y el ser no se pueden poseer nunca. Sólo ser parte de ellas, disfrutar su presencia. 

Al decir “soy libre” estoy diciendo que quiero hacer mía la libertad. Porque es el único modo de ser persona. Sin embargo, el día que yo posea la libertad nunca más la desearé; porque la libertad es el camino que me guía mientras vivo. Lo cual quiere decir que ese deseo prevalecerá hasta el día de la partida de este mundo.

Por ser la libertad el camino de realización, sólo me queda la opción de elegir una entre tantas cosas, privándome de las otras posibles satisfacciones. Yo no puedo recorrer más que un solo camino. 

Eso explica que no siempre es posible ser amigo de todos. Normalmente la verdadera amistad sólo acontece en un grupo pequeño de personas, especialmente en aquellas que yo eligo para vivir todos los días de la vida.

Es misteriosa la libertad. Por querer ser libre, tengo que optar por algo de manera preferente, dejando al margen otras tantas opciones. Eso me hace vulnerable. Muy pronto caerá sobre mí el terrible sentimiento que lo que poseo no es lo que realmente buscaba. Pero no hay otro modo de realizar la libertad que no sea en la elección.

Para que mi libertad no sea una conquista inútil debo someterme al cuidado de lo conquistado, disfrutando cada instante su presencia.

Mientras exista un camino que recorrer seré libre.

De Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA PALABRA QUE PERDURA


Es frecuente despertarme con preguntas sin respuesta que papalotean en mi mente en buena parte del día, mientras rebusco respuestas entre mis cajones que sopeso en la suavidad del alma tumultuosa.

Confieso que mis preguntas desatan otras tantas, que traigo desde que fui un pequeño niño. No olvido la primera vez que me anclé en mi barquito de papel consintiendo la incesante inquietud de la complementariedad humana.

A veces he encontrado sosiego a mis asuntos abismales; ha sido al comprender, por fin, que sólo me doy a conocer a las otras personas en la medida que “intento” escudriñar los “misterios escondidos” que están dentro de mí, y que, por alguna extraña razón, deben estar, también, afuera.

Esa exterioridad es mi alma expandida por las palabras y las manos. Es frecuente que sean las personas (“una persona” o “pocas personas”) quienes muestren esos secretos extraños, porque estoy convencido que es el diálogo la expresión sensible de las manos y las palabras la prolongación exterior de mi propia alma.

Con razón las palabras tienen poder de apagar mis inquietudes más intensas que, hundidas en el silencio, pueden, en algunos casos, arrinconarme en la soledad vacía de sentidos; y, a la vez desarrollar procesos interiores de autoconocimiento.

Sin embargo, no todo está aprendido para siempre. Todo puede ser dicho, pero no asimilado. Así es como justifico, que a veces niego aquello que antes afirmé con vehemencia. Esa aparente contradicción sólo es razonable al subir los peldaños de la escalera de mis búsquedas, o cuando desciendo al abismo de mis propios anhelos.

¿Cómo explicar estas verdades?

La palabra al conjugarse con otra palabra da origen al amor, por eso, revela mi propio yo, que una vez creado se va reinventado momento a momento a lo largo de toda la vida, como el río en dirección al mar.

El Creador es la primera palabra, quien al pronunciarse origina el amor. Yo, palabra originada, al conjugarme con otras palabras desvelo aquel gran amor, de donde procedo.

Yo vengo del gran silencio de Dios, y sólo puedo moverme en la dirección de la fuerza de las palabras. Mis palabras al ser atendidas por “otra palabra” se transforman en eco de amor que, regresa a mí para perfeccionarme.

Porque una vez originado el amor empieza a encarnarse en el alma de un modo progresivo, convirtiéndose en la energía que mantiene a la existencia humana en un movimiento sin fin.

Del mismo modo que Dios dialoga para comunicar su misma vida divina, (cuando dice “ustedes son mis amigos” Jn 15, 14-15), así mis palabras, en tanto portadoras del amor, son diálogo que abraza y se orienta hacia lo que perdura.

No existe cosa más excelsa que la realidad infinita experimentada en mi débil condición humana presente a través de las palabras en que fundo toda la existencia sostenida en el amor propio y ajeno.

No puedo deshacerme de ese sentimiento arcaico y original que habita en mí, que me mueve, cuya meta sólo puede ser la casa de “aquel que nos amó primero” (1 Jn 4, 19), él que está en mi sinuoso camino de la vida como río que desemboca en la profundidad de otras aguas, y que me coloca, al mismo tiempo, delante de aquello que puedo amar.

Lo excelso, por tanto, consiste, además, en darme cuenta de que las aguas dulces del río brotan de la misma fuente divina en las que me experimento evolucionando en el amor, mientras llego a la meta final.

El río es el amor que hace posible el encuentro y el diálogo, porque se renueva en cada palmo y se adapta de modo siempre nuevo. El río soy yo. La fuente y el mar la Palabra eterna. Tú, la otra palabra. 


Por: Gvillermo Ðelgado OP
Foto: jgda
domingo, 22 de octubre de 2017

SOMOS LO QUE CREEMOS




Cuando tus creencias te muevan hacia lo alto y al horizonte más próximo de tu mirada te habrás  convertido en lo que crees. Te habrás hecho un ser convincente, eficaz, razonable, libre y virtuoso: capacitado para el amor.


Por: Gvillermo Delgado OP


1.  Lo racional


Las “razones” son el cimiento del edificio de tus acciones. Si las demás personas dicen de de ti que "no funcionas en el mundo", quizá sea porque tus razones son débiles o no fundamentan consistentemente tu quehacer.


Consideremos que lo “racional” asume lo más primario e ínfimo de las pasiones, desde donde se eleva. Ademas, en lo racional consideramos al pensamiento, su base; y al sentido, como las repuestas  al por qué de las acciones humanas.


Tener razones para vivir es lo mismo que ser eficaz en las tareas asumidas en la transformación del propio mundo. Las razones son las capacidades del alma que lanzan a la voluntad universal, ahí donde todo tiende hacia lo más alto y bellos.


En esos términos, lo razonable armoniza lo que es conveniente para el alma, la mismidad, con lo beneficioso para el universo de todas las cosas, ahí donde el alma convive.


Tender al equilibrio permite descubrir las fuerzas negativas en las vibraciones discordes de los excesos del propio ego, ya sea en la exacerbación del propio abandono que no tiene como finalidad lo santo, o cuando el alma se disuelve desmesuradamente en las cosas ajenas, en detrimento del propio bien.

2. Cuidar lo que pensamos


Abrazados "lo propio" con "lo ajeno" hacen lo razonable. A lo que llamamos realización presente o vida con sentido.


Conviene que toda persona cuide sus pensamientos, esos que le dan origen a los razonamientos, que a su vez fundamentan hasta el más mínimo movimiento del cuerpo, porque el alma está en el cerebro, por tanto, es el altar sagrado del organismo individual y comunitario.
Con las razones examinamos todo, por ejemplo, las virtudes como naves ancladas en el mar del alma. Las razones mueven la voluntad moral, tanto así, que gobiernan las profundidades del océano del inconsciente. Por eso, insisto, en la necesidad de cuidar los propios pensamientos.

3. El valor de la persona


El ser humano es valorado socialmente por lo que hace, no sólo por las necesidades y pasiones que le mueven. Por eso se le otorga un estatus determinado, en primer lugar, como persona pensante, sabia o virtuosa, capaz de realizar una cualquier tarea; o en segundo lugar, se le degrada como irracional y parásito que vive en detrimento de la vida social, y, se le aparta de toda misión.


Sin embargo, nadie está hecho para la tierra sino para la altura del cielo. Con lo cual no basta lo razonable. Quiero decir que, hay que dar pasos hacia arriba.


La mirada puesta en la altura da las fuerzas que el alma necesita, porque hace extraordinaria la razón, transforma a la persona en lo que se cree. Este es el grado supremo de la vida humana. Da alegría a la vida que vive. Ya que, llega a saber que la existencia está arraigada en otra voluntad, distinta a la suya; además, la persona sabe que sus capacidades son inútiles sin esa relación y dependencia (así, por ejemplo, comprende su libertad). En este punto, es la libertad lo que mueve toda creencia a un grado superior. Entendida la libertad en el sentido real, este es: en cuanto la persona aspira ser más, o sea cuando decide para realizar su propia vida, y no "esa libertad" en la que  decide por el puro capricho de la misma decisión. 


Libertad y creencia son dos alas unidas a un solo corazón, contrario a la extraña arrogancia de quien intenta tocar el horizonte nadando en dos océanos a la vez.


4. Nos convertimos en lo que creemos que somos


Lo que hacemos, como lo que damos es la mejor definición de sí mismo. Esa identidad es el “desde donde” la comunidad humana, de la que somos parte, nos incorpora y protege.


Al mismo tiempo, convertidos en lo que creemos, nos hacemos valiosos y aptos para la convivencia. Nos convertimos en los maestros de otros, como el hontanar de amor, porque sin saberlo otros terminan no solo viviendo de lo que nosotros somos y hacemos, sino que nos imitan.


Insisto, cuando tus creencias te muevan hacia lo alto y al horizonte más próximo de tu mirada, te habrás convertido en lo que crees. Te habrás hecho un ser convincente, eficaz, razonable, libre y virtuoso: capacitado para amar.




5. La fe del corazón


San Pablo le escribió a la comunidad de los romanos aquello que el mismo había experimentado: el le llamó la fe del corazón. Les dijo: "la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que les anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación" (Rom 10, 8-10).


O sea, el paso agigantado entre lo que pensamos y lo que llegamos a ser es aquel que se da a la hora en que afirmamos lo bueno que llevamos en el corazón o en el alma. Es lo determinante, porque nos hace gente de lucha, constructora de las grandes cosas, cumplidoras de la misión por la cual vinimos al mundo. Sabiendo que no sólo nacimos en el mundo sino también para el mundo.


Lo que San Pablo llama salvación, es lo mismo que la realización del aquí y ahora, y al mismo tiempo realización futura. Allá donde está tu ser realizado, con quienes amas y con quien es la fuente de esa amor que ahora te mueve, mientras avanzas con tu paso de gigante.

6. Un ejercicio de meditación


Termínate con cuidado y en silencio, preguntándote: ¿En que qué creo?, luego avanza: ¿En quién creo?


Al responder estas y otras cuestiones que nazcan de tu interior te habrás convertido en un alma unida al alma universal. Te habrás puesto en movimiento, como de la semilla a la flor. Te habrás convertido en fruto. En un ser que ama, que lucha, que sueña; como quien construyéndose así mismo perfecciona la creación entera que ha sido puesta en sus manos.


viernes, 13 de octubre de 2017