Viendo "Posts antiguos"
El Adviento
Ustedes mismos saben perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Pero ustedes hermanos no vivan en la oscuridad, para que ese día no los sorprenda como ladrón, pues ustedes son hijos de la luz e hijos del día (1 Tes 5, 2. 4-5).
Adviento es renovarme con las mimas alegrías con que empecé el proyecto que ahora hago realidad en la familia. Es renovar los propósitos de mi vida. Es retomar mis sueños con nuevas fuerzas, porque muchas de las cosas que fueron importantes ahora ya no lo son. Es el tiempo de renovarme personalmente para presentarme dignamente delante de la comunidad de quién soy parte, y permanecer listo para cuando el Señor me llame a su presencia".Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda (Antiguo convento del Monasterio de la Santa Espina, Castilla).
El Valor del Tiempo
Si el final
de un año es a la vez el inicio de otro, quiere decir que el tiempo es cíclico
como el de las estaciones determinadas por las fuerzas de atracción del sol y
la luna. El tiempo se mide por la influencia de las relaciones
profundas de las personas entre sí (en la amistad), con la naturaleza (en la cultura)
y con Dios (en la religión). Lo demás se encuadra en lo que llamamos historia y en la eternidad, pero ni de uno ni de otro tenemos control ni pleno conocimiento.
Lo esencial acontece en el aquí y ahora mismo, gracias a la amistad (el amor),
la cultura (el mundo y la naturaleza) y la religión (Dios).
Con el cierre
de un ciclo de tiempo, las personas perciben los límites de la existencia, y el
tiempo se considera a la luz de la vida. En una mirada retrospectiva en el tiempo se valoran
las personas que han conformado tu círculo afectivo inmediato, algunos de los
cuales ya no están, ya sea porque “fueron llamados a la casa del Padre” o porque
rompieron el cerco de las relaciones afectivas inmediatas; mientras que otras
se han unido al clan familiar y de las amistades.
Pensar en
tales realidades desde el propio “yo soy” (un tanto lejos de la heteronomía
mundana) ayuda a valorar la vida como materialización de los sueños, a
considerar “tu derecho de piso en este planeta”, y a considerar las propias capacidades
que permitan sostener la calidad de vida que crees tener, de las cuales dependes.
Sin embargo “el
yo soy” no es suficiente para asegurar esa calidad de vida; necesitas los
límites que definen a las libertades (más allá del “yo soy”), también necesitas de las determinaciones misteriosas (de esas fuerzas fascinantes que dan razones
a las impotencias de los límites). Así pues, la calidad de vida está sumergida
en las aguas profundas de las relaciones temporales cimentadas en las razones que enfocan la mirada en lo que llamamos futuro.
La vida se
abre y cierra imaginalmente en ciclos que cada vez más se elevan hacia un sueño
que jamás logras esclarecer (¿el futuro?), pero que no cesas de buscar con
ilusión. Es un punto de plenitud que en cierto modo define la felicidad, al que
quieres despertar de una vez para siempre en el mundo de las relaciones
preferidas.
Cuando un niño
despierta a los años juveniles, el mundo se le presenta como una gran quimera
por conquistar, donde el tiempo se figura en una pompa de jabón que se escapa
mientras se diluye; pero cuando el mundo de la juventud empieza a escaparse realmente, el
tiempo se siente como la fuerza imponente de los años, que deja una huella indeleble de desazón disgustante en el alma como señal de que el tiempo se ha ido para siempre. En esos estados del alma, el
tiempo aparece como la gran membrana que recubre la vida que te sostiene a
pesar de lo perdido. Entonces, la memoria se ancla en los recuerdos de la
infancia como resistencia inconsciente para no dar paso de modo pacífico a los
años benditos de la senectud.
Como ventanas
que airean tu alma, si mañana por la mañana abres un ciclo nuevo de vida, por las razones que sean, no te
olvides nunca que ese es el inicio de la realización de un sueño eterno, tampoco
olvides que no estás determinado por las fuerzas gravitacionales del sol o de
la luna solamente, sino que dependes de tus relaciones fundamentales.
Finalmente,
está prohibido olvidar que la fuerza determinante del tiempo sólo puede ser y
estar en el amor, en el que todos somos uno (Jn 17)∎
Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda
Ser como Niños
Cuando el conocimiento racional (en tanto comprensión de la realidad) se topa con el muro de lo absurdo (la no-comprensión de la realidad) ocurre un descenso del sentido de la convivencia y la persona cae en el abismo de las aguas turbias de la frustración, que le obligan sin control a que el cerebro reptil (MacLean, 1970) haga prevalecer esa parte oscura de «la irracionalidad del alma» (Aristóteles). Entonces emergen distintos grados de violencia, por ejemplo, visceralmente justificados.
Ahora bien, ¿Qué les parece si hacemos «flashback» sobre la propia vida (metidos en el pantaloncito de tirantes o en los zapatos rosados de princesita) y atendemos la voz del Maestro cuando dijo: «de quienes son como niños es el Reino de los cielos»? Sabiendo que «esos locos bajitos» (como dice JM Serrat) caminan frecuentemente con los pies de la razón y de la realidad.
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
LA HIPOCRESÍA RELIGIOSA
El Camino Interior
Finalmente, por el camino interior hemos llegado al destino, a la Casa del Padre, donde nos reunimos, igual, para amarnos.
Quienes no comprenden tal realidad espiritual, debieran apuntar a la validación su amor que en primer lugar atraviesa las relaciones humanas y el cosmos. En el caso contrario deberán seguir en las búsquedas de las apetencias del alma en el tránsito remoto de los caminos y de sus templos.
La Persona Completa y Espiritual
Las agujas del reloj que marcan el tiempo se sostienen por tornillos diminutos que se impulsan por fuerzas invisibles. Se parecen a aquellas sociedades que tiene metas claras hacia donde llegar, aunque a veces vivan para el tiempo que los envejece sin más. En ese marco, las personas en un de repente, se descubren: «viejos y cansados».
En las sociedades
mecanizadas los ciudadanos se acoplan como parte de un engranaje donde todos se
reemplazan en los tiempos convenidos.
Independiente del mundo
que tú y yo habitemos, estamos interconectados como piezas mínimas que marcan el tiempo a una maquinaria de producción, sin apenas
conocer el producto final ni los beneficios definitivos de tal fuerza
productiva, porque la gran potencia que moviliza este motor está sostenido por
engranajes invisibles a los ojos; eso sí, finamente ensamblados y manipulados
por quienes sin conocerte a ti y a mí nos hacen indispensables para el consumo
de sus mercancías.
Precisamente, esto es
lo que hace que tú y yo luchemos toda la vida sin apenas satisfacer las
necesidades elementales, y morir dejando lejos, muy lejos, otras tantas por
satisfacer (¡Ah! olvidaba decir que para eso nos hablaron del cielo «los
señores», porque no hay producto sin un valor que señale lo perdurable; es lo
que aprendieron los patrones en los clubes de negocios).
El reloj de nuestra
sociedad ha avanzada hacia una hora empunto de confusión, porque muchos no
sabemos cuál es la razón principal por la cual vivimos nuestros días (en cierto
modo hemos perdido el sentido de la existencia) y lo superficial ha tomado relevancia.
Como agujas de reloj ¿Qué
hacemos con nuestro tiempo? Para no escondernos en asuntos efímeros, que muchas
veces se envuelven en el gusto del placer, tu y yo debiéramos adentrarnos en lo
que Frankl (2003) llama la «voluntad de sentido» que no es otra cosa que el sentido
del tiempo que vivimos, con lo cual encontramos la verdadera misión de la vida,
nuestra misión única y peculiar, como única y peculiar es tu vida y la mía. De
lo contrario nos toca ser asumidos por la condena que oscila entre los extremos de la necesidad y el aburrimiento (Arthur Schopenhauer) «del vacío existencial o espiritual», donde no sabemos qué hacer con el
tiempo libre, y no tener fuerza espiritual que lo anime. Cuando
eso acontece, tú y yo somos caldo de cultivos de los vicios.
¿Qué nos queda? Nos
queda vivir la vida como si fuera una segunda oportunidad, donde en la primera lo
hicimos muy mal. Además dejarnos interrogar por la misma existencia; y responder
con el fin de hacernos responsables de la vida y de las cosas a partir de la
propia conciencia (ya que toda responsabilidad emana de la libertad que se ejerce
ante algo).
Sí procedemos así, entonces
el tiempo es nuestro aliado porque en él hallamos el sentido que buscábamos, hemos
conquistado la libertad; porque nos hemos conquistado a nosotros mismos, es
decir a «la persona completa y espiritual».
Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Fotos: Ariana y reloj de pared en jardín de jgda, las demás son de la Web.