Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.
Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del martes de Pascua, 11 de abril del 2023.
Transcripción literal: Lorena Natareno.
Si queremos mirar con claridad tenemos que
limpiar nuestra mirada. Si queremos mirar con autenticidad, con pureza, tenemos
que limpiar nuestro corazón.
Si los ojos son la luz del alma. Entonces, ¿miramos
realmente con el alma, con su autenticidad? ¿Siendo el alma creada directamente
por Dios o imagen suya, nos permite mirar como él mira?
MIRAR CON OJOS DIVINOS
Para mirar con ojos divinos y con el corazón se nos sigue
pidiendo ser bautizados. Que nos arrepintamos de nuestros pecados. Que
recibamos el Espíritu Santo. Estas eran las ideas centrales de la predicación
inicial de los discípulos. Pedro lo dijo a todos los judíos: hay que recibir el
Espíritu Santo. Sólo después los ojos aprenderán a mirar, y el alma mirará lo
que tiene que mirar.
Esta es la condición indispensable, para que
como bautizados y como quienes nos hemos confesado más de dos veces durante la
Cuaresma, recibamos la fuerza del Espíritu Santo, que es esa Luz que nos hace
presente al Resucitado, y nos permite vivir en esta condición.
El pecado en nuestra comprensión es aquello
que nos ancla, nos mantiene estacionados en cosas del pasado. Porque el pecado
es aquello que nos ha hecho daño y nos tiene en este estado. ¿En qué estado estás
tú?
Basta con revisar las acciones del pasado,
aquellas que no nos permiten limpiar nuestra mirada para mirar con claridad
hacia el futuro. A veces se nos hace difícil mantener la mirada limpia, porque
estamos demasiado anclados en ese pasado. Tan anclados estamos que cuando
queremos corregirnos, corregimos a los otros, no nuestro pasado. Queremos
apartar a los otros de su pasado, de su pecado. Y por nuestra parte insistimos
en mantenernos tal cuales. Así es como aprendimos a sentenciar a otros.
Poco parecido lo que sucedió a unos amigos
casados. Llegaron a confesarse con migo, después de que la esposa se confesó,
se acercó su esposo y me dice: -“Padre,
yo no me voy a confesar, pero perdóneme de una vez los pecados” -Y eso ¿por qué?, dije. El repuso: - “porque mi
mujer ya se confesó con usted y seguramente ya le habló mal de mí, así que de
una vez perdóneme”. Suele ocurrir ¿verdad? Son los otros, a los anclados en el
pasado a quienes queremos corregir y eso no nos permite mirar con entera
claridad.
Entonces, se trata de reinterpretar la
vida presente. La condición del Dios eterno se halla totalmente en el momento presente.
Si el pasado queda olvidado con el perdón de los pecados, ya no debiéramos
mirar hacia él. Nos toca, más bien, partir del presente hacia adelante y visualizar
de una manera totalmente nueva. Si no somos capaces de superar nuestro pasado
trágico, doloroso, feo y pecaminoso y a la vez queremos que Dios nos resuelva
las cosas, nada será posible a no ser que superemos aquellas cosas del pasado.
Por eso recibir el Espíritu Santo implica
superar esta condición de pasado y abrirnos a una nueva visión, para que ahora
Dios comience a construir con nosotros en adelante las cosas nuevas.
Hemos escuchado que las lágrimas en la
mentalidad religiosa tienen un sentimiento
profundo de culpabilidad. Entonces ¿Por
qué llorar delante de un difunto? ¿por
el amor que le tenemos o porque no volveremos a ver físicamente a la persona que
se va? Casi siempre se nos vuelca un sentimiento
por el bien que no hicimos, por lo que no le dijimos... Si lloramos por el bien que no hicimos, entonces,
de aquí en adelante dejemos que la Gracia del Espíritu Santo nos permita llorar
nuestra culpa. Por ese pasado que no podemos corregir, porque nos permitirá subir
un grado en la bondad. Es lo que ocurre en el caso de María Magdalena.
SANTA MARÍA MAGDALENA
En la tradición del Nuevo Testamento, se
cuenta que a María Magdalena le expulsaron siete demonios. Es el único dato que
hay sobre ella. Por favor no digan que es una pecadora de otro estilo. Algunos de
nosotros tenemos más de siete pecados. Somos unos brabucones, chismosos,
buscapleitos, no saludamos a nadie. Pues, María Magdalena seguramente era así: broncosa, enojona, de mal humor. Si le expulsaron siete demonios es porque era
una mujer de armas tomar, por decirlo así. Pero ya había sido perdonada por
esto. Su pasado ya había quedado atrás. ¿Por qué llora ahora? ¿Por qué llora ante la ausencia del Señor?
Llora porque tiene al Señor en su corazón.
Porque Él ya forma parte de su condición de persona, de mujer. No llora con sentimiento de culpa.
Persiste en el llanto por el mismo amor. Si
en el amor nos hacemos buenos, esa bondad tiende a perfeccionarnos. Es como decir:
ya soy buena, ahora quiero ser mejor; ahora soy mejor, quiero ser perfecta.
La mayoría hemos ido a la escuela. Como estudiantes
al superar una calificación de sesenta, la pasando bien. Si logramos un nivel de
ochenta o de noventa por ciento y un día sacamos un sesenta, sufriremos y lloraremos
porque ya nos habíamos acostumbrado a un grado de perfeccionamiento.
Así
es en la superación humana y espiritual. Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras
miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.
El llanto de María Magdalena tiene que ver
con el deseo de retener al Señor y plantearle un mundo de acuerdo con este amor,
del que ella ya participa con Él. Ella visualiza el futuro. A pesar de eso las lágrimas
no le permiten mirar con claridad, por eso confundió a Jesús con el jardinero (¡benditos
jardineros! ¡dichosos los que nos gusta hacer jardín!). Pero una vez lo reconoce
quiere hacerlo para ella, y de la comunidad; porque María Magdalena también
representa a la comunidad. La comunidad de los creyentes que ya son parte de él.
Por eso, María Magdalena, quiere que el Señor se quede para siempre con ella.
LA ESPERANZA CRISTIANA
Definir desde aquí nuestro futuro, es
definir nuestra esperanza. Definir el hacia donde vamos y aquello en lo que nos
vamos convirtiendo cada día. La persona que vive en la esperanza no solamente va
realizando sueños de futuro, sino que va encontrando ya las satisfacciones de
sus anhelos; porque va convirtiéndose en algo nuevo cada día, porque ya está
encarando aquello en lo que finalmente, se convertirá. Esta es la esperanza.
Uno de los momentos tan místicos, tan
sublimes y auténticos de los cristianos está en la Eucaristía. La Eucaristía
cobra notoriedad en nosotros porque nos convierte desde la esperanza en aquello
que seremos. Al participar, ya de la Eucaristía, nos estamos alimentando eternamente
de lo que seremos para siempre. De tal manera que teniendo a Cristo en nuestro
corazón lo tendremos a él eternamente. Esto define nuestra esperanza. Esto
define en María Magdalena, su sueño de eternidad. La esperanza es querer poseer
al Señor ahora mismo y que él me posea. La esperanza es que Él entre en mi alma
y que me ilumine desde dentro. Esta es una experiencia mística y profunda de
fe.
Queridos hermanos, si hemos salido de un
tiempo de Cuaresma en el que hemos superado nuestros pasados trágicos de pecado,
ahora nos abrimos con la Luz de la resurrección hacia un futuro y a una esperanza
prometedora que, experimentamos en el resucitado. Eso es lo que nos ha
convertido en personas diferentes, nuevas.
Esto es vivir en la condición de la Gracia. Esto es lo que ya nos
provoca una inquietud de tensión hacia adelante. Es lo que nos hace sentir y
proclamar nuestra fe y creer en la salvación eterna.
Pidamos al Señor que esa Gracia abunde en nosotros,
que nos ilumine desde la profundidad de nuestra alma. Que nuestra vida tenga sentido
en función de nosotros mismos y para darle sentido a los otros.
Muchas personas en nuestro derredor andan carentes
de sentido, con hambre de Dios. Aunque no lo digan. Con un hambre de eternidad que,
aunque no lo expresen, la mendigan. Muchos mendigan amor y por no expresarlo, se
auto torturan y torturan a los demás. Sufren
y hacen sufrir. Si nosotros tenemos la
Gracia, la esperanza, tenemos las capacidades de iluminar sus almas. Si tenemos un sentido que viene de la
esperanza, podemos dar ese sentido a la vida de los otros. Que el Señor nos
conceda su abundante Gracia. ¡Que así sea! ¡Amén!