Creer en Él para entenderlo a Él, entenderlo a Él para creer en Él.
Por: Gvillermo Delgado OPHomilía pronununciada el 09/04/2023Transcripción literal de Lorena Natareno
Hay una etapa de nuestra vida,
especialmente durante la juventud, donde florecen demasiadas cosas en nuestros
corazones. Por ejemplo, ilusiones. Puede ocurrir que crezcan ilusiones en nuestro
corazón como una fe inquebrantable con la que prácticamente decidamos el
devenir de los días o puede ser, también al mismo tiempo que, decidamos que no
florezca nada; sino dejar que crezca sólo aquello que viene de nuestras
capacidades humanas; cuanto eso pasa, nos convertimos en el defecto que
combatimos en las otras personas, lo que no nos permite llegar a ser lo que ya
sabemos que debemos ser.
Siendo joven, puedo recordar, precisamente
aquellos momentos en que ilusionado por lo que yo no sé de qué manera mis
padres sembraron en mi corazón y que me han permitido ser lo que ahora soy, al punto
que creció en mi un gran amor a Dios, a la Iglesia, a los sacramentos. Y fui
poco a poco ofreciendo mi propia vida sin que nadie me lo indujera, así lo
sentí. Nunca fui obligado a ir a Misa, pero nunca tampoco me lo impidieron. Sentía
una ilusión tan grande que yo no entendía por qué otros no la sentían, tampoco
aquel contentamiento por los sacramentos por la escucha de la palabra, por la
oración; por el contrario, los compañeros de estudio tenían más bien reacciones
distintas a mí. No comprendía por qué mis compañeros, por el contrario, tenían
comportamientos y hacían actividades diferentes, por ejemplo, durante las vacaciones
o en el fin de semana. No siempre coincidíamos. Unos se ocupaban en pasear o en
hacer otras cosas distintas a las que por lo menos, dos o tres hacíamos
distintas en aquel tiempo.
Esto tiene que ver precisamente con el
sentimiento profundo que crece en el corazón de cada uno y que carecería de
valor si no fuera por una disposición que muchas veces es cultivada por nuestros
padres o por la comunidad cristiana. Estoy convencido que ninguno de los
presentes estaría acá sin que hubiera gente que los ha acompañado desde
chiquitos, que les ha permitido crecer en la fe y en el amor.
Y es que es en estas primeras etapas y en
el crecimiento de nuestra fe cuando abundan los cuestionamientos, preguntas abiertas
que no tienen respuesta. Así, por ejemplo, “Es que no creo porque no entiendo”.
Uno podría responder a la manera de San
Agustín: “Es que no entiendes porque no crees”. Porque solamente aquel que cree
entiende. Y solo aquel que entiende aumenta en la fe. La fe no te da una única
respuesta. La fe abre un campo inmenso en el que va permitiendo ahondar en el
misterio insondable de Dios. Dios es un abismo profundo que nunca logramos
penetrar. Por eso es un Misterio. No es una respuesta hecha. No es un concepto
elaborado por la RAE, sino una respuesta abierta que se va expandiendo y
haciendo; por lo mismo es tan grande que nos provoca un dinamismo de avanzar en
esa dirección.
Este es el testimonio que escuchamos en
los Hechos de los Apóstoles, de los profetas, de los primeros creyentes, de cuantos
creen en Él; de todos, de quienes han recibido el perdón de los pecados.
Creer en Él para entenderlo a Él,
entenderlo a Él para creer en Él. Esto es lo que provoca en nosotros esa inquietud, ese rumor que va creciendo en el
corazón, que no entendemos de donde viene y a donde nos lleva; pero vamos
avanzando con ese rumor profundo. Es el Señor que va hablando desde adentro. Es
la misma inquietud que puso en el Corazón de María, de los discípulos, de los
jóvenes que consagran su vida al Señor en el matrimonio o en la vida consagrada.
No sería posible de otro modo, sin este creer en que Dios a través de lo que yo
puedo hacer Él está queriendo manifestar su grandísimo y misterioso amor. La
buena noticia que nos transmiten, en ese sentido los Apóstoles, es que creyendo
en Él y por su medio llega a nosotros el perdón de los pecados. Esto es posible.
El perdón de los pecados sí es posible.
Creer en Él permite que esta luz penetre
en tu alma oscurecida por el pecado. Si le das lugar a Él, Él te irá dando las
respuestas poco a poco a tus búsquedas, y así como la luz abrasa todo, abrasará
todo tu ser desde lo profundo de tu alma. Te convertirá en un ser humano
distinto. Ya no tendrás la única respuesta de tus búsquedas sino tendrás, más
bien, una fuerza, un camino en la dirección de esa luz.
Por eso la resurrección, para nosotros
define nuestro destino. ¿Cuál es tu destino?
Es bien frecuente decir que lo único que
tenemos definido para el futuro, del cual no nos vamos a librar, es de la
muerte. Si ese fuera nuestro destino, acabaríamos como la muerte: en la
oscuridad, en el abismo de las tinieblas. Pero no, nuestro destino es la
resurrección, ella es el hacia donde sabemos que vamos avanzando.
En la misma tradición judía la muerte se
describe como dormición, como dormirse; de hecho, el cementerio, para ellos es “el
lugar del sueño”. Cuando le avisan a Jesús de que Lázaro estaba muerto, Él
dice: “No está muerto, simplemente duerme”. Es decir, si creemos en Dios nos
dormimos en Él y despertamos para contemplar su rostro (salmo 16, 15). Este es
el anhelo más profundo, despertar para contemplar su rostro. Él es nuestro destino.
Por eso ¿de qué manera ahora experimentamos este acontecimiento elemental de
nuestra fe?
Esto es precisamente… lo elemental, lo más
valioso, lo que logramos comprender en el cristianismo. ¿qué es la fe? Es precisamente la resurrección
del Señor. ¿De qué manera? Esto queda muy bien expresado en los textos que
hemos escuchado hoy.
Este dinamismo de vivir como personas resucitadas
a través del Bautismo que hemos recibido. El Bautismo es renacer para avanzar
en la vida. Es como un árbol que está en un permanente cambio, como dice el
escritor uruguayo, Eduardo Galeano: “todo cambia y el que no cambia es una bestia”.
Todo cambia y estamos en este fluir permanente como el río que corre. Abrirnos
a los cambios, a las transformaciones no en cualquier dirección sino en
dirección de la Luz, en dirección del perfeccionamiento, es precisamente cuando
le damos lugar a la Gracia del Bautismo que es movido no por cualquier espíritu
sino por el Espíritu Santo de Dios, el que va orientando nuestras vidas. Esto
es lo que define nuestra resurrección. Dar muestras de que somos bautizados,
que hemos sido sumergidos, que nos hemos levantado de estas aguas que nos han
limpiado y nos van encaminando a la perfección.
Ser bautizados en el Señor, ahí en esta
intuición tan profunda que tuvieron nuestros primeros hermanos que dieron fe de
la resurrección, nos dan una tremenda enseñanza. Recordemos cuando comenzaron a
congregarse en la comunidad para orar y poner en vigencia la condición de
resucitados desde aquellos primeros momentos en que experimentaron la
resurrección del Señor, ellos nos dijeron: que había que bautizarnos todos los
de la casa, incluidos los niños, todos los de la comunidad, ¿Por qué? porque
tenemos que crecer en todo el sentido de la palabra, en estatura, en gracia
como se dice del mismo Jesús siendo un niño de 12 años. No solamente en el
momento en que entendemos lo que significa el bautismo, como dicen algunos
hermanos equivocadamente, o sea cuando eres grande y lo entiendes todo. El problema
es que cuando lo entiendas todo ya no tendrás la posibilidad para vivir todo lo
que entiendes.
Cree, pero si no entiendes aun lo que crees,
serás alimentado por aquellos que creen y entienden lo que creen. Ellos son nuestros
padres, nuestra comunidad. Ahí nos alimentamos. En la medida que creas irás entendiendo.
Y en la medida en que entiendas irás entrando en el Misterio.
Bañados en esta Agua, en aquel que murió y
bajó hacia el lugar de los muertos, eso es bañarnos en Él para resucitar en Él.
Bautizarnos es sumergirnos en el Misterio de Dios mismo. Bautizarnos es levantarnos
en Él, en su Luz inaccesible. Esta que nos da la fortaleza para resistir a las
adversidades.
Es lo que celebramos nosotros los
bautizados en el Señor, los resucitados en Él. Esta es nuestra salud, este es
nuestro gozo.
Son los momentos significativos para
nuestra vida. Si comparamos este con otros tiempos, solemos preguntar: ¿Dónde
están nuestros hermanos que se han bautizado como nosotros? Aquellos cuyos padres
vinieron jubilosos un día y los presentaron para ser bautizados… ¿en dónde
están? ¿Siguen todavía en las procesiones cargando al Señor, no se han enterado
de que está resucitado?
Con mucha suerte algunos bautizados han
participado en esta Semana Mayor de las procesiones. ¡Bendito sea Dios porque
han tenido la oportunidad de contemplar, de escuchar, de mirar, de experimentar
en el silencio su entrega amorosa a través de las imágenes; pero hay muchísimos
que no! Yo escuché a un compañero decir que la Semana Santa no tendría que ser el
momento para confesarse, sino mas bien después; porque para muchos bautizados, la
Semana Santa no es el momento de meditación, sino el tiempo para pecar. Entonces,
hay que confesarse después, pasada la Semana Mayor.
¿Qué hay entonces, de este hecho tan
relevante de la resurrección, siendo así que es el fundamento de nuestra fe? ¿Qué
hay? Si somos consientes e iluminados por esta Luz de lo alto, nos toca sin
duda, iluminar a aquellos que pareciera que no se han enterado aún que existe
esa Luz.
La resurrección es el dinamismo que nos
mueve porque es la fuerza del Espíritu con el que nosotros resistimos a los
embates del mal, el dinamismo con lo que vencemos la oscuridad, es lo que nos
permite entender para crecer en la fe, para encaminarnos en dirección de Aquel
que es nuestro destino. De tal modo que, llegado el momento en que nos llame a
su presencia contemplemos su rostro, rostro que, ya ahora mismo contemplamos,
experimentamos, sentimos. Porque Él es quien nos da las razones para vivir nuestras
vidas.
Esto es lo que en nuestra juventud buscábamos
y no lo sabíamos, cuando interrogábamos y buscábamos respuestas. Esta es la
respuesta a nuestra inquietud profunda que nos lleva al extremo de tomar
decisiones.
¡Qué bien por nosotros que hemos tomado
decisiones, aun sabiendo que no teníamos la última respuesta a nuestras
preguntas! Es un error pensar que no decidimos porque no están las cosas tan
claras. Nadie puede tener todo claro de una vez. Sin embargo, puedes tener la
certeza de que, si lo has hecho, y lo has hecho a la Luz de Aquel que es la
Luz, Él llevará esto a feliz término. Él te ayudará en el camino, te asistirá en
los obstáculos y te irá orientando para resistir en las adversidades. Esta es
la condición de los bautizados, esto es lo que hoy celebramos, el sentido de
nuestra fe cristiana, creer en la resurrección, vivir como bautizados.
Queridos hermanos, que este gozo, que esta
gracia ilumine nuestra alma, nuestro ser y que se traduzca en actitudes de alegría
y de bondad.
Si nos ha costado y nos siguen costando
las relaciones humanas, seamos amables. Es algo sencillo. Sabiendo que hemos
sido iluminados por lo Alto, propongámonos ser amables, respetuosos. Si los
otros no saben ser amigos, no por eso no lo seamos, si los otros no saludan, no
hagamos lo mismo, saludemos. Mostremos que somos de la Luz y no de la oscuridad.
No porque los demás hacen lo malo eso tengo que hacer yo. El pecado no es una
decisión democrática. La Luz a veces nos aísla en la soledad, cuando la
democracia del mal se impone. Sin embargo, notemos que basta solamente con que
una Luz irradie en la oscuridad para vencer la diversidad de la democracia del
mal.
Pidamos al Señor que nos conceda esta
Gracia, y que iluminados desde lo Alto permanezcamos así, permanentes en esta
condición de bautizados.
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