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Llegar a ser alguien en la vida







Llegar a ser alguien en la vida


Por Gvillermo Delgado OP
21/09/2021


¿Para qué estudias?, le pregunté a un estudiante universitario de la Facultad de Administración de Empresas, dijo: “Estudio para llegar a ser alguien en la vida”. Él sabe que existe una posibilidad de convertirse en persona de importancia en un mundo donde las relaciones y el conocimiento son determinantes para hacer valer el esfuerzo académico.


El conocimiento y el interés no son suficientes para alcanzar las metas. Hay otra cosa necesaria. No siempre somos conscientes que el fundamento de lo que somos o podemos llegar a ser depende de las relaciones que creamos con los otros. Qué tan elemental sea depende del modo en que buscamos asegurarlo.


Es casi imposible alcanzar el éxito sin aferrarnos a los padres, a amistades sólidas o exclusivas que tengan como base la confianza. Esos son los referentes de sentido que finalmente nos definen como personas sabias. O sea, asegurando las relaciones, veamos por qué.


La confianza

Todos creemos en algo o en alguien, aunque no todos expresamos abiertamente que tenemos fe. La incredulidad es una decisión y la fe un horizonte de sentido, sin el cual es imposible realizar las posibilidades de alcanzar las metas que desde niños perseguimos.


La confianza como expresión de la fe, empieza por creer o encontrarse con alguien. Es colocarnos delante del otro para creerle, para darle el corazón y hacerle fuerte. Y hacerme fuerte “yo mismo”. Ese es el principio del conocimiento de las personas y de uno mismo. De tal modo que la fe es el amor que ve y permite divisar el horizonte hacia donde avanzamos cada día.


Los sueños

¿Qué sería de nuestros sueños, sin la fe y las personas con quienes nos relacionamos y en quienes damos consistencia a nuestros anhelos? La fe es ya, en sí misma la posibilidad de consumar nuestros sueños.


Soñar, ser alguien en la vida es poner de manifiesto que por más que presumamos de sí mismos, nunca un anhelo puede alcanzarse sólo con las propias fuerzas o el puro intelecto. Ya que estamos referidos, lo queramos o no, a un poder que nos trasciende, a quien podemos llamar Dios, o simplemente esa otra realidad que nos mueve a ser más, el poder al que estamos subordinados en este mundo limitado.


Para unos, Dios es experimentado de modo personal más allá de toda religión y es el tú infinito de todo anhelo, ya que permite ir más allá de lo que hallamos en nuestras posibilidades humanas; para otros no es otra cosa que el sentido de nuestras vidas.


El sentido de la vida

Llamamos sentido al mundo o al conjunto de todas las cosas incluido lo humano. También es viaje, dirección que se asoma, la meta final de una vida. Es la determinación de una dirección dentro de un amplio sistema de direcciones. Es subordinar la parte de nuestra realidad, que experimentamos como nuestro mundo, al todo de nuestros anhelos, incluido el más allá de nuestro mundo.


Decimos que hay sentido cuando todo concuerda, cuando las cosas van como deben ser, cuando todo se consigue y sale bien, cuando ilumina nuestro pensamiento y da satisfacción a nuestros sentimientos de vida. De tal modo, el sentido lo experimentamos en la satisfacción, la paz. Son los triunfos y la felicidad, un amor compartido o simplemente un perdón otorgado.


Con el sentido nos apoderamos del mundo para hacernos responsables de él. Ese mundo al que tenemos delante y es nuestro, que construimos a través del conocimiento y las obras, construyéndonos a nosotros mismos.


Así funciona la vida. Llevamos adelante los sueños, las profesiones y nos convertimos en ese alguien por el cual un día vinimos a la universidad.


Construir un mundo de sentido

Construirnos en el mundo de sentido es encaminarnos en la simplicidad ética de hacer el bien concreto, con el que apuntamos a un bien mayor; porque nadie se encamina a la nada sino al todo de sentido. Queremos decir que obrar importa cuando lo ponemos al servicio de una meta, cuando lo experimentamos como algo que hemos recibido de alguien. Eso es lo que define el anhelo de “llegar a ser alguien”, con lo que en cierto modo saciamos, nuestras inquietantes búsquedas o insatisfacciones humanas.


Viktor Frank, psiquiatra sobreviviente de los campos de concentración Nazi escribió, con razón: “No importa tanto lo que nosotros podamos esperar aun de la vida cuanto lo que la vida espera de nosotros”. Partir del sentido es creer, dar dirección a todo aquello en que nos ocupamos.


Creer en uno mismo es importante, pero no más que confiar en aquellos con quienes nos relacionamos. Quien no es capaz de sostenerse en las relaciones profundas para luchar por lo que quiere, podrá alcanzar lo que quiera e incluso ser feliz, pero será más difícil alcanzar sus metas. El sentido de la vida nos sostiene ahora mismo en la fe y traza el horizonte de las metas por las cuales vivimos.


 Publicado en Prensa Libre, el 20 de septiembre del 2021. En la sección Buena Vida, salud emocional, página 22.

https://www.prensalibre.com/vida/salud-y-familia/llegar-a-ser-alguien-en-la-vida/?fbclid=IwAR1LJ4zOx5F0LiwVVGlIvMPuvhN105Frhdsyvf1_RBuHxa8eylZHuOb2HtQ

martes, 21 de septiembre de 2021

Condición Misteriosa

 




Condición Misteriosa
Por: Gvillermo Delgado OP
26/08/2021

Existe una condición misteriosa, que tiene ver con el surgimiento de acciones espontáneas, a veces imprevistas, inesperadas en las personas.

Se trata de la búsqueda de los orígenes y del destino del ser humano, con el deseo de prolongar la dicha y desaparecer la desdicha, en el ahora mismo de la vida. El asunto tiene que ver con el modo en que esa búsqueda acontece. Es extraño . A veces se hace presente como un "deja vu", prolongado en el tiempo.

La condición misteriosa, con el tiempo se transforma en cíclica, como las estaciones o lineales como se ordenan los años en lustros, las décadas, las centurias, etc. Lo extraño de esta condición, también tiene que ver con el modo en que ocurre en la interioridad y en la exterioridad, por ejemplo, en cada persona y en los colectivos humanos.

Esa condición suele visibilizarse en los gustos que se imponen con las modas. Se expresa en las tendencias en el vestir, hablar con expresiones nuevas, marcas de perfume, o tan simple como la preferencia por los colores o el estilo en que llevamos el pelo. Además, esta condición se impone en los gustos artísticos, las expresiones religiosas, sociales, la ética y hasta en la política. En algunos casos, esa condición se queda por largo tiempo, años; otras veces a penas dura una temporada, como el verano o las vacaciones de la navidad.

Eso explica por qué a veces vemos surgir poetas, santos, héroes, científicos; hombre que construyen grandes obras, niños prodigio; y de repente sólo los echamos de menos. O, por otra parte, aparecen, como ola nos que nos pasa encima, los tiranos, los falsos profetas, guerras cruentas, terremotos, pestes y sueños truncados. A veces, todo acontece al mismo tiempo, mientras la vida persiste en ser vivida.

Cuando eso es tendencia y gusta tanto, nadie puede eximirse de participar en ello. En su defecto habita lo ridículo. Una vez pasa, se rechaza al extremo en que si alguien persiste en “habitarla” es una persona anticuada, un fuera de lugar. Cuando no gusta y por tanto es rechazada, por más que la evitemos nos toca sufrirla, sustraernos, más allá de la propia voluntad, mientras pasa.

La condición natural misteriosa no necesariamente tiene que ver con el estado de ánimo, las condiciones de salud, de pobreza, la coyuntura política, los cambios climáticos, o los ciclos del año. No. Es aquella realidad natural espontánea que emerge como de un sueño subterráneo, tal cual habitara en el propio interior y en el exterior al mismo tiempo. Con lo cual nos permite coincidir con el diferente, con lo diverso. ¿De dónde viene? ¿Qué ley la determina?

Al no saberlo del todo, simplemente nos toca vivirla. Asumirla. A veces nos obliga a trascender hacia el pasado con nostalgia y hacia el futuro con exagerado optimismo. Es un modo de escapamos de este mundo y de habitarlo al mismo tiempo.

Yo pienso que esa condición natural espontánea que llamo misteriosa no es otra cosa que una leve expresión de lo que llamamos humano, como quien ha salido de las aguas lustrales profundas para habitar la tierra y, desde entonces no puede más que intentar sumergirse nuevamente en esas aguas para saciar su propia sed de eternidad.


jueves, 26 de agosto de 2021

El mundo de los jóvenes

 





El mundo de los jóvenes

Por: Gvillermo Delgado OP
21/07/2021

Cada época y cada sociedad tiene sus santos y sus demonios. La nuestra tiene jóvenes, que nos avisan acerca de las características de los santos y los demonios; para que evitemos a unos y para configurar la vida según la vida de los otros.

La identidad de una persona se define al tomar conciencia que en todo momento está y estará en “relación” con cosas, pero sobre todo con personas y con Dios. En esa condición es como cada uno construye “su” propio mundo.

La relación con Dios tiene tantos matices, como una paleta de colores. Otro tanto igual, pero menos matizada, es la relación con la familia y con los amigos.

Veamos cómo están las cosas en el mundo de los jóvenes.

En la relación con Dios

Dios es el ser hacia donde la vida tiende y por quien la podemos tener asegurada. Eso no siempre obliga a crear relaciones bajo una religión determinada. Las relaciones son personales. Esas que no obligan.

Dios está siempre, no nos falta, aseguran los jóvenes. Aun cuando no le busquemos y emprendamos caminos como sí él no existiera. Dios es como un amor asegurado, que siempre está y estará para nosotros.

En consecuencia, la aceptación de Dios en la vida es tan cotidiana, aunque no siempre consciente; dado que es considerada como la base de todas las relaciones. Sin Dios no nos podemos relacionar con casi nada, o mejor dicho con nada ni con nadie.

La relación consigo mismo

La condición personal es “el mejor lugar” para ser y estar. Es “la relación” de más conciencia, que nunca se abandona: seremos toda la vida, hombre o mujer, niño o adulto, estudiante o ciudadano. Lo que importa es que cada uno se defina, tal cual es. Una vez definida la persona está a gusto consigo misma.

Eso que llamamos “uno mismo” es ese quien nos acompaña, siempre; donde sea que estemos. Somos pasado, presente y futuro; nacemos, crecemos, morimos, sufrimos y nos realizamos en esa identidad.

La afirmación de la identidad muchas veces emerge de las inconsistencias; pero permite sentirnos cómodos "con lo ahora somos". Más allá del reproche, la inconformidad de "mi propio fenotipo" es frecuente sentirnos felices y agradecidos por lo que somos, tenemos y por lo que podemos llegar a ser. O simplemente, nos amamos, porque nos tenemos.

En ese sentido, como generación espontánea, los jóvenes emergen desde sí mismos como buenas noticias.

Los amigos

Los amigos son pocos y exclusivos. Se pueden tener o no, y no pasa nada. Si se tienen estos deben ser de calidad, tal como uno mismo es.

Los amigos son auténticos, con valores o mejor no tenerlos. Son probados en los momentos difíciles. Siempre deben ser buenos. Por eso suelen ser muy pocos.

Los amigos están entre los de la propia generación. Son mi otro igual. Por lo mismo han de estar bien definidos.

Parecido a otros tiempos la amistad es exclusiva y es definida por cada persona. Aristóteles lo hizo hace más de 2,300 años, dijo: “Los amigos, cuando son más en número de lo que reclaman las necesidades ordinarias de la vida, son muy inútiles, y hasta llegan a ser un obstáculo para la felicidad”.

Y, cómo los jóvenes del aquí y ahora, también dijo el filósofo: “El amor es como el grado superior y el exceso de afección, y nunca se dirige a más que a un solo ser”. Esa es la exclusividad de la que hablan los jóvenes.

La vida en la familia

La familia es el lugar más seguro. Nada como ella. Dónde ir sino a la familia, porque de ella venimos y ahí vivimos toda la vida.

Parecido a lo que ocurre en la toma de conciencia de sí mismos, en la familia se describen tantas inconsistencias en las relaciones con los hermanos, y los propios padres; pero ahí y sólo ahí están aquellos valores que a veces creemos encontrar en la exclusividad de los amigos. Este es un amor asegurado. Por ser el lugar donde nos hacemos y permanecemos durante toda la vida.

La familia es el refugio más seguro para ser y estar mientras la vida acontece.


Amarse a uno mismo

En toda reflexión y toma de conciencia, al momento de pasar de “la razón pura” a la expresión verbal o escrita, casi siempre habrá cierto halo de “pura teoría”. Así debe ser. Así debe ser, porque la definición de las ideas, por abstractas que sean, son indispensables y andamiaje que guiará toda práctica.

¿A qué viene esta afirmación? Resulta que la opinión de los jóvenes a la hora de ser cuantificada en cifras, es decir, al materializar la idea en la praxis moral, su discurso cambia.

En su opinión “uno mismo” y la familia son los mejores lugares para vivir la vida. La condición de Dios tiene una definición particular; mientras que la amistad sólo ocupa un lugar de exclusividad.

Al preguntarles, considerando los ámbitos o lugares antes descritos ¿Qué es más importante para vivir la moral?

¿Si la familia es el lugar más asegurado para vivir la vida, por qué en la encuesta no prevalece sobre los otros ámbitos? (sólo el 4% destaca su importancia). Tiene que ser porque los jóvenes se configuran a partir de sí mismos.

En tal razón, Dios como condición personal siempre está como un eje configurador, bajo criterios personales. Por lo que Dios (42%) y yo mismo (54%) son como de la misma naturaleza, pues, ayudan a configurar y orientar la propia vida moral.

Para definir la vida moral es indispensable la doble condición: yo y Dios. Y para vivir esa condición, la familia es el lugar más factible. Con lo cual, el lugar de los amigos se desdibuja en su totalidad (0 %). Los amigos no figuran para la vida moral, de pronto, la amistad alienta a una vida en otros marcos poco ortodoxos.

Aunque para vivir la vida exclusiva, se hace “necesaria” la amistad sobre todo para aquellos ámbitos donde la familia no llega, por ejemplo, en los equipos de futbol, ir una fiesta o salir a tomar un café. Ámbitos que no trascienden a cuestiones más elementales como suelen ser aquellos que son propios de la familia.

En consecuencia, uno siempre está feliz consigo mismo mientras exista Dios, la familia y los amigos; eso sí, cada uno de esos ámbitos es una luz que ilumina cada circunstancia de modo distinto. Unos más que otros, como suele ser Dios respecto a la familia; unos más efímeros o menos permanentes como ocurre con los amigos. Pero cuando esas luces se apagan, lo que se queda para siempre “es uno mismo”; por eso amar a los demás, en el fondo es amarse a uno mismo, ya que a la postre es lo único que tenemos para vivir toda la vida.

Publicado en Prensa Libre el día 30 de agosto del 2021. En la sección Buena Vida, salud emocional, pag. 22.

https://www.prensalibre.com/vida/salud-y-familia/el-mundo-de-los-jovenes/

miércoles, 21 de julio de 2021

Reinventarme para la felicidad

 




Por: Gvillermo Delgado OP
11de junio del 2021


Existe una tensión que me mueve en todo momento. Se trata de aquello que quiero alcanzar en cada cosa. Estoy convencido que cualquier acción sino es en dirección de la felicidad, realmente no vale la pena.


¿Qué otra cosa me puede preocupar más que no tener la paz suficiente para vivir una vida tranquila?


Si quiero gozar la vida lejos de todo mal, me obligo a aceptar los límites que las leyes de la naturaleza me imponen, además de suprimir todo aquello que no necesito.


No necesito aquello que puede ser perdido. Lo que puede ser perdido, no me debiera imponer sufrimiento porque no es parte de la vida, por tanto, de los límites que la naturaleza me impone.


En tal caso, la muerte es el mayor de los límites, que acontece en cada momento del desarrollo cotidiano, como el reloj que va muriendo en cada segundo de tiempo.


Aceptar la muerte es estar preparado para gozar la vida, libre de todo mal y sufrimiento. La muerte como la finalización de todo, no la necesito, pero sí estoy obligado comprenderla como límite, para que el día que “caiga en el sueño de la muerte” (Sal, 13,3) pueda despertar a una vida feliz, sin relojes.


Lo que debe preocuparme es perder aquello que sí necesito y que nadie me puede dar. Eso es lo que depende de mí. Hay algo que nadie me puede quitar porque nadie me lo puede dar. Esa es la paz.


La quietud de espíritu depende de los límites que acepto y de los excesos que suprimo, cuando estos me conducen al dolor y al sufrimiento.


Al otro lado de mí, está la ciencia. Ahí, nada puede ser creado. La ciencia sólo pone al descubierto aquello que es invisible a la simple mirada del conocimiento. La ciencia reinventa lo que ya existe, para que pueda ser captado por la simple mirada. 


El impacto de la re-invención, propio de la ciencia, se debe al efecto de su utilidad y eficacia, pues resuelve aquellas cosas que otrora aceptábamos en la fatalidad del límite. Con la ciencia hacemos de todo cosa, una oportunidad para crecer hacia el mundo más deseado.


Por nuestra parte, la persona que se re-inventa, reconoce los límites de su propia naturaleza. Hace de la razón y de las pasiones, los instrumentos eficaces para guiarse.


Eso es aceptar aquella razón creadora que configura todo lo que existe y que da origen a la naturaleza de todo cuanto existe. A quien llamamos Dios. Si ese es Dios, delante de él, reconocer los limites es emprender caminos de libertad en dirección suya. Donde la meta es la felicidad que acontece en él, sin lo cual será siempre imposible la vida feliz.


Si no inventamos nada, quiere decir que reinventarnos es hacer de la felicidad la terea más digna por el cual vivimos en cada caso.


Esa es la paz que nadie me puede dar, que nadie me puede quitar. Pues yo me la doy, cuando me reinvento a cada instante, mientras el reloj del tiempo avanza.

viernes, 11 de junio de 2021

El DERECHO A LA FELICIDAD

 




El derecho a la felicidad


Por: Gvillermo Delgado OP


¿La felicidad se adquiere como un derecho? ¿Por qué es un derecho? Y, ¿Quién tiene que concederlo?


La felicidad más que un derecho es una tendencia propio de la persona (hacia donde orienta sus anhelos). Es el fin último al que se orienta. En ese afan, cruzamos las fronteras de este al otro mundo a otros universos posibles.


Con la felicidad se trazan las búsquedas mientras se vive y se sacian todas las necesidades e inquietudes. En pocas palabras con la felicidad se realiza la vida. Porque con ella se vive ahora mismo en el horizonte de la eternidad. Desde ahí se comprende la realidad de la dignidad, el sentido del endiosamiento humano: eso de creernos dioses, aunque no seamos más que simples mortales.


Si eso es verdad, entonces, la felicidad ya está en la persona. Forma parte de su diseño original. En lugar de hablar de derechos, más bien, ¿no es cierto que nos toca entenderlos y actuar como se hace con los metales preciosos a la hora de hacer brillar aquello que ya está contendido en su esencia?


Si ya poseemos el derecho a la felicidad nadie tiene que darlo. Aunque nos toque hacerlo valer en algunos casos. Como cuando en cierto modo nos ha sido negado en la convivencia social, en tal caso, toca, obrar como se hace con la mugre sobre la belleza del metal precioso. La mugre, como la envidia al posarse sobre lo bello, acabará más temprano que tarde diluyéndose en la nada, dando lugar a la luz de lo bello. Así pasa con la felicidad.


Santo Tomás de Aquino nos dijo en sus escritos que, los Estados deben organizarse con el fin de procurar el bien común, la paz y la felicidad de los ciudadanos. Tuvo razón. De lo contrario ¿con que otro propósito se rige el destino de un pueblo, sino promoviéndolo a la felicidad?


Por su parte, Dante Alighieri, en su obra Monarquía, afirmó que: el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea. En tal razón, dice el poeta, que Dios al crearnos nos dotó del mayor de los dones, el de la libertad. De donde afirmó que la libertad y la paz nos hacen obrar de un modo casi divino. Pues, la paz y la libertad son medios para la felicidad. Así, en este mundo somos felices como humanos y allá, en el cielo, lo seremos como dioses.


Los Estados Unidos de norte América al promulgar su constitución de 1788, lo hicieron en el fundamento de los principios de la libertad, la unidad, la justicia y la tranquilidad general. Ellos tenían claro, al menos en los inicios, que no hay otro fin mayor que el de la felicidad de los ciudadanos.


Si los Estados deben asegurarnos ese derecho, nos toca luchar colectivamente para que así sea. Al mismo tiempo que cada persona se convierte en el destinatario y la patria de esos derechos.


Así como es imposible que algo acontezca en otra cosa sin que haya en ella cierta disposición de recibir lo que se ofrece, también es imposible, no dar aquello que a la vez se ha recibido. Por tanto, es propio de las personas recibir y dar lo recibido. De lo contario aquello que es recibido gratuitamente pierde el misterio de su grandeza. ¿En qué se convierte un gobierno cuando no cumple con ese mandato? Y, ¿Qué es aquello que se frustra en toda persona si no experimenta la felicidad y la asegura para los otros?


Ningún atleta olímpico recibe la antorcha de los juegos para hacerla suya esperando ansioso la hora en que se extinga. En ese caso el atleta y la antorcha perderían su esencia. Lo mismo pasaría con cualquier persona.


La esencia humana está en su dignidad. Lo muestra cualquier hombre jugando, amando, luchando, trabajando…; sobre todo en aquello que le da sentido al vivir su vida presente en paz y tranquilidad mientras avanza en dirección de la felicidad, que en cierto modo ya posee o ya es poseído por ella.


Con razón toda persona se dignifica al punto de compararse con los dioses, al modo de los griegos. La dignidad describe lo grandioso de lo humano, tanto que al actuar lo hace como si fueran ellos mismos los dioses. Así es como se hicieron las catedrales de piedra firme, erguidas hacia las alturas; así es como se construyen puentes y aeronaves, se programan viajes a velocidades del sonido o la luz y se descifran los códigos genéticos.


Por tanto, una persona digna, jamás espera que los demás le declaren un derecho por pequeño o grande que este sea. Sabe que es un deber suyo asegurarlo. Sabe también, que el único modo de hacerlo valer para todos es asegurarlo primero para sí. Queda claro entonces que es necesario ser feliz siempre y en todo momento para hacer feliz a los otros. Por eso y de este modo es como definimos la felicidad como un derecho.


No hay mejor gloria para una persona que hacer feliz a todos los demás siendo feliz él mismo.

lunes, 19 de abril de 2021

Yo y Tú

 



Yo y Tú

Por: Guillermo Delgado OP

 

Al nacer traemos trazos, como mapa interior, que dibujan los caminos por donde transitar sin la ayuda de nadie. Tal itinerario no puede ser entendido sino caminándolo, poniendo límites, estableciendo distancias, y definiendo metas.

 

En cuanto nacemos crecemos en todos los sentidos. A penas avanzamos por la vida, se impone una angustia incómoda de tener que mirar hacia las demás personas, seguir instrucciones y obedecer.

 

Es el momento en que nos descubrimos como “necesitados”.

 

Esa incómoda sensación también nos descubre otro estado natural: la rebeldía, de no querer necesitar de nada ni de nadie. Entonces, se ilumina desde la propia alma la individualidad como concepto mental, que nos acompañará el resto de la vida.

 

Digamos que la individualidad flota de aguas profundas, que emerge espontáneamente y exige imponerse por encima de todo pensamiento.

 

La adversidad de la individualidad da origen a una consigna con gérmenes primarios de sobrevivencia, que dice: yo versus tú. Ese egoísmo ensanchado será la propia sombra que no podremos sobrepasar por más que queramos, no al menos mientras caminemos bajo el sol de este universo.

 

Lo que nos queda es validar la libertad a prueba de voluntad, delante de las personas que amamos o que no.

 

O sea que, despertar al sueño de la vida nos obliga comprender la “condición misteriosa” de lo individual y la necesidad de las relaciones humanas.

 

Entendemos que junto al diseño de origen existe una caja de herramientas que tendremos que aprender a usar, más allá de todo egoísmo y más acá del puro amor.

 

Desde tiempos ancestrales los maestros de la moral y la religión nos hablaron de guiar el comportamiento hacia el equilibrio de las virtudes, sin las cuales no sería jamás factible la felicidad y la buena vida. Pero la felicidad no tiene un lugar, una meta, ni es una realidad determinada de una vez y para siempre. Sino que ella es el paraíso siempre habitado mientras la vida acontece.

 

La felicidad es lo verdadero. Lo conquistado. Partir de las propias disposiciones interiores, donde está el poder, el amor y el dominio propio, del que le habló San Pablo a Timoteo (2 Tm 1, 7). Cuyo alcance definitivo jamás será posible sin el auxilio de aquellos que nos aman. 


lunes, 15 de marzo de 2021

La Providencia

 




La Providencia


Por: Guillermo Delgado OP


La vida es un reloj en marcha que acaba y se reinicia a cada instante. La vida es el latido del corazón, la oportunidad de oír la propia voz en el silencio y la voz de quienes amas, es el aquí y ahora (Hic et nunc) de la existencia.


La vida no conoce la prisa. 

La prisa es un invento humano que enmudece la cadencia del alma que fluye como agua interior, y que hace fértil todo lo que halla en su paso. La prisa es ausencia de sosiego en el alma. Como tal, atrae al dolor, a la pena y al error. La prisa es la desarmonía del reloj.


Con razón, una vez damos lugar a la prisa, se desatan tormentas interiores, se entorpecen las aguas; y como siervos heridos huimos a guaridas ajenas en busca del consuelo y del remedio para las penas, lejos del remanso de los propios pastizales.


En el dolor se extrañan en extremo los días felices. Y en la urgencia que la herida y el desorden imponen, a veces prolongamos las penas que queríamos remediar.


Es por lo que, mientras la angustia persiste no vale la huida ruin, más bien se hace necesario ceder a la calma que viene con el silbo de los vientos. Lo necesitarás para sanar, y para no dañar a quienes caminan al lado tuyo.


Sólo retírate a tu propio pastizal. Deja que la calma de los vientos y el sereno que dejó la noche halle su morada en el alma dolida; deja que la serenidad penetre por las cicatrices que dejó el dolor. Porque la herida solo sana con el silencio, con el paso leve que deja cada segundo tras de sí.


La señal de que ya habitas la calma se evidenciará en tu capacidad de resistencia: en no permitir nunca que, todo aquello que amas, empezando por ti mismo, sea lastimado. Entonces, protegerás al indefenso, no al modo de los huracanes, sino como lo hace la suave brisa con los cipresales, que perfuman las tardes de los domingos.


En tales circunstancias se alumbra desde ti mismo la luz de la sabiduría; porque la luz te enseñó que la vida es el eterno presente, el ahora mismo, el ritmo de cada segundo, el punto de partida de cada suspiro.


Todo lo demás es la Providencia.

lunes, 8 de marzo de 2021

Personas educadas

 



Personas educadas

Guillermo Delgado
15 de febrero del 2021


Nos dijeron de niños que “las personas educadas saludan”. Afirmando así que, la educación es el principio útil para tejer las buenas relaciones, a todo nivel y en todo lugar. Con las personas que hallamos en los corredores de la casa o por las calles de camino al mercado.

Al insistir tanto en la educación queda claro que, eso de “relacionarse” humanamente no siempre es para todos; porque prevalece en el interior de cada persona un instinto larvario de rebeldía que arrastra retorcidamente por direcciones, no alineadas con la recta razón. A eso llamamos “misterio estulticia”.

¿Cómo educar en los casos de retorcimiento? Esta pregunta se salva por el punto de partida, y es este, que toda persona, aún en el misterio lejanísimo de su esencia bondadosa, puede ser restablecida y rehumanizada.


Gracias a la profesionalización escolar hemos aprendido que a unos se les puede confiar la educación de otros, sean niños, jóvenes o adultos; con el propósito de llegar a conocer las leyes de la ciencias físicas y sociales, al ser humano en su esencia, su origen y destino. Y eso, por ejemplo, porque aun siendo adultos, muchos emprenden el digno camino de la paternidad, sin estar preparados para el ejercicio de esa loable misión. De ahí la necesidad imperiosa de recurrir a otros para que coadyuven a tal tarea.


Sin embargo, no siempre es necesaria la escolaridad para ser educados. Por generaciones hemos perfeccionado el sano juicio de la convivencia. Lo que ahora enseñamos en las escuelas y las universidades a veces sólo tiene, como cosa nueva, los modos de enseñar a los niños y a los jóvenes.


El ser humano como el conocimiento científico no es un invento de laboratorio, establecido de una vez para siempre, sino un descubrimiento continuo que se perfecciona en la ecuación: ensayo-error.


Dichosamente, en cada época y acontecimientos, las sociedades nos han regalado seres humanos sabios e iluminados que nos han instruido y guiado con sus intuiciones y conocimientos hacia una manera mejor y perfecta para relacionarnos.


Por consiguiente, el imperioso principio “aprender a aprender”, nos obliga a mirar el propio pasado con ojos de apertura, aprender de lo que un día fuimos; soñar una vida mejor que la que ahora llevamos, para aprender desde lo que creemos; permitir que aparezcan en nuestro espejo aquellas personas dignas de ser imitadas, pues nos educamos en relación con los demás, sobre todo con quienes se aproximan, en cierto modo, a lo que soñamos; valorar las huellas que vamos dejando por donde avanzamos, que otros pisarán, de lo contrario la vida es un sinsentido y absurdo; finalmente, sin fatalismos, estar conscientes que la vida se nos va poco a poco en el implacable tiempo, pero el mundo que dejaremos el día que nos vayamos, será sin duda, mejor que aquel que hallamos el día en que fuimos llamados a la existencia.

lunes, 15 de febrero de 2021

La vida se nos va

 


La prisa trae maravilla y error
Aristóteles

Gvillermo Delgado OP


Es costumbre entre nosotros empezar un año con festejos. Poner en cero el calendario. Así, renovados, iniciar un nuevo ciclo de tiempo.

De pronto, la prisa nos mete en la cotidianidad del trabajo, cuesta arriba para perseguir los sueños. En ese afán, como en un breve suspiro o agua entre los dedos, se nos van los días.

Pasados los años, perdemos fuerzas. Con lo efímero del tiempo decimos: otro año se fue. En ese “de pronto”, descubrimos que ya no tenemos la salud ni la ilusión, de al menos un año atrás. Todo cambió.


Los cambios son buenos e inevitables. A veces frustrantes. Al ser naturales, sociales o individuales, no siempre tenemos control de ellos. Algunos denotan deterioro irreversible, que nos dejan sin posibilidades de renovarnos en el mediano plazo. Tal es el caso de la crisis democrática en países rectores como Estados Unidos, Argentina o el Reino Unido; esas crisis, sin que seamos conscientes, impactan en la base más elemental de la familia y en cada ser individual. 


Por eso vemos a personas defendiendo, con una exagerada radicalidad, posturas nuevas de libertad, para disponer de la sexualidad, de las leyes de la naturaleza y la sociedad, de la propia vida y ajena, sin medir con claridad las consecuencias de sus acciones. 


También, prevalece una actitud de las mayorías, que vemos con resignación el deterioro de los valores en la herencia familiar, consolidados desde los orígenes humanos.


Unido a esa realidad, las relaciones humanas mediadas por mecanismos tecnológicos artificiales hacen artificial también a las personas. 


Ensimismados en el mundo de la tecnología, el “tú y yo” de la condición humana, inhabilita la vida social. Por lo mismo, al limitarnos a socializar en círculos estrechos y selectivos, nos vemos obligados a buscar otras opciones de relaciones, muchas veces, centradas en el consumo placentero de cosas, animales y personas, entre las cuales destacan: las mascotas, la adopción de bebés o el contrato de relaciones de convivencia. 


Con lo cual, se facilita la adquisición de objetos o personas a nuestra imagen y gusto. Imponiéndonos “hábitos” que nos hacen esclavos. Entonces, el trabajo no nos dignifica, nos somete, acaba con nuestras vidas.


Con todo eso, la vida se nos va, sin tener control de las capacidades mentales y emocionales. Mientras la incertidumbre va en crecida.


En estas aguas torrenciales, para religiosos o no religiosos, la fe puede ser el salvavidas. La fe es enfoque que orienta. No un dios (en minúscula) de antojos. 



La fe orienta las búsquedas y el sentido del por qué nos aferramos a la vida que ahora vivimos. Aunque, no olvidemos nunca, que, con la fe, jamás hallaremos la única respuesta que quisiéramos; pues la fe abre a más incertidumbre. La fe es, en cada caso, un horizonte nuevo que abre a diferentes respuestas y a más interrogantes. Y esto no debe angustiarnos, sino darnos sosiego.


Dios no es panacea de nuestros males, ni el responsable de las consecuencias de nuestras decisiones. Dios es la orientación segura que la fe atisba.


El día que comprendemos esta verdad, importarán poco las seguridades que las cosas, la ciencia, las personas o nosotros mismos, nos damos; porque habremos adquirido, por fin, facultades nuevas de quien presiente que la vida se nos va, y al adquirir el sentido necesario para vivir, relativizaremos todo lo anterior; todo aquello a lo que antes nos aferrabamos, incluida la propia autonomía. Comprender esta verdad es saber que, todo se hace nuevo en esta incesante incertidumbre que la fe confiere.


Para que el tiempo no mate la fuente generadora de la paz que viene con la fe, sólo  nos queda esa verdad en el horizonte, que es la búsqueda permanente del sentido de cada cosa que no se agota en la cosa, sino que nos lanza a lo más remoto del tiempo pretérito e inconsciente, al más allá del devenir de lo que anhelamos y a la alegría de sabernos vivos en cada instante, viviendo cada segundo; como quien navega por aguas de remanso, mientras escucha el único cántico de alabanza del universo, a su creador.
viernes, 15 de enero de 2021

UNA VIDA FELIZ

 




Por: Guillermo Delgado OP


Si actúas según el bien o el mal, no puedes presumir ignorancia del porvenir que te acecha. Lo bueno o lo malo, como las matemáticas, se calculan en función de los resultados.


La apuesta por lo bueno te hará firme; lo malo te debilitará extremadamente en lo que piensas, decides y haces.


Lo bueno apunta a la vida feliz. La vida feliz ordena todo con objetivos claros. En cambio, la apuestas por el mal asegura la desventura.


El espíritu humano es creado en dirección del bien; por eso, con él, toda persona sostiene las buenas actitudes y cultiva “las cosas buenas”. Sólo así la persona puede asegurar su destino. En su defecto, le apremia la incertidumbre.


El espíritu da razón a las creencias. Con el cual se desenvuelven todas las ideas, hacia su realización.


La persona que cree, batalla; como quien sueña, sabe que nada es en balde. Todo se alcanza.


Ordenar la vida en función del bien es asegurar una vida feliz, porque quien busca, tarde o temprano encuentra lo buscado.

jueves, 31 de diciembre de 2020