Por: Gvillermo Delgado Acosta OP
Las crisis señalan la urgencia de lo que “debe” ser cambiado: ¿Cómo cambiar? ¿Hacia donde impulsar los cambios requeridos?
Para cambiar hay
que tomar decisiones. Estas sólo se hacen en el margen de la libertad, con responsabilidad incluida. Un buen ejercicio para decidir en libertad es
anticiparse a asumir la responsabilidad de cualquier acción.
Dios al crear la
persona la hizo despertándola de un sueño. De ahí nace el diálogo de Adán y Eva
con Dios.
Si con el tiempo hubo rupturas y desacuerdos entre Dios y las personas creadas, hadio porque el hombre y la mujer creyeron que se bastaban así mismos. La libertad dejó de ser libertad parqa dar paso al pecado. El pecado es consecuencia de haber sacado a Dios de las relaciones de libertad. Siendo la irresponsabilidad el rostro negado de lo divino.
Por tal razón,
el sueño es aquello que perdura en el tiempo mientras vivimos. Y la libertad es
el derecho de tender a ese sueño del que un día fuimos despertados (que después
negamos). Ese es el sueño de la realización o felicidad, que, de no materializarse
de día en día en el tiempo, sólo será una fantasía infantil.
El sueño de la
felicidad se realiza ahora mismo, para que a cada impulso hacia adelante la persona se mejore cada vez más y más.
Aparece así el
amor como la fuerza que moviliza las decisiones hacia ese mundo feliz. El mundo
feliz es la materialización del beso de la justicia y la Paz (Salmo 85,10).
Simbólicamente es el paraíso terrenal donde habita Dios, del que un día nos
extraviamos.
La realización de
todo sueño humano sólo es posible por la fuerza misteriosa del amor. El beso es
el mar donde se funde toda la fuerza humana con la divina. Es el choque de
las miradas del cielo con la tierra, que florece en el paraíso que cada persona
construye al ejercer su derecho de libertad.
Decir que el amor
es la fuerza que nos mueve a la construcción del paraíso es sólo una constatación
que ha nacido de las acciones libres y responsables gracias a ese anhelo
permanente de ser más.
Envuelto en el
misterio, la persona sólo puede definirse como quien está enteramente insatisfecho
hasta no verse abrazado por lo divino. Mientras aquello acontece, se abraza y
realiza en las pequeñas cosas que puede construir en las relaciones humanas.
Eso explica porqué ama a las otras personas.
Quien ama se impulsa
en la dirección del único y definitivo amor.
Siendo que el definitivo
amor es el sueño del paraíso, la experiencia del amor humano siempre será
limitado e imperfecto. Pero esa es la única manera con el cual nos vemos
impulsados hacia al gran amor. No hay otro camino.
Mientras vivimos
en este mundo no nos queda nada más que construir el paraíso terrenal en nuestro
propio jardín, en aras de alcanzar el paraíso definitivo del abrazo con lo
divino.
Si lo que aquí experimentamos
es un ensayo de lo que seremos, el amor que aquí tributamos no puede dejar de
ser, en cierto modo, divino.