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el Paraíso terrenal




el Paraíso terrenal


Por: Gvillermo Delgado Acosta OP



Las crisis señalan la urgencia de lo que “debe” ser cambiado: ¿Cómo cambiar? ¿Hacia donde impulsar los cambios requeridos?


Para cambiar hay que tomar decisiones. Estas sólo se hacen en el margen de la libertad, con responsabilidad incluida. Un buen ejercicio para decidir en libertad es anticiparse a asumir la responsabilidad de cualquier acción.


Dios al crear la persona la hizo despertándola de un sueño. De ahí nace el diálogo de Adán y Eva con Dios. 


Si con el tiempo hubo rupturas y desacuerdos entre Dios y las personas creadas, hadio porque el hombre y la mujer creyeron que se bastaban así mismos. La libertad dejó de ser libertad parqa dar  paso al pecado. El pecado es consecuencia de haber sacado a Dios de las relaciones de libertad. Siendo la irresponsabilidad el rostro negado de lo divino.


Por tal razón, el sueño es aquello que perdura en el tiempo mientras vivimos. Y la libertad es el derecho de tender a ese sueño del que un día fuimos despertados (que después negamos). Ese es el sueño de la realización o felicidad, que, de no materializarse de día en día en el tiempo, sólo será una fantasía infantil.


El sueño de la felicidad se realiza ahora mismo, para que a cada impulso hacia adelante la persona se mejore cada vez más y más.


Aparece así el amor como la fuerza que moviliza las decisiones hacia ese mundo feliz. El mundo feliz es la materialización del beso de la justicia y la Paz (Salmo 85,10). Simbólicamente es el paraíso terrenal donde habita Dios, del que un día nos extraviamos.


La realización de todo sueño humano sólo es posible por la fuerza misteriosa del amor. El beso es el mar donde se funde toda la fuerza humana con la divina. Es el choque de las miradas del cielo con la tierra, que florece en el paraíso que cada persona construye al ejercer su derecho de libertad.


Decir que el amor es la fuerza que nos mueve a la construcción del paraíso es sólo una constatación que ha nacido de las acciones libres y responsables gracias a ese anhelo permanente de ser más.


Envuelto en el misterio, la persona sólo puede definirse como quien está enteramente insatisfecho hasta no verse abrazado por lo divino. Mientras aquello acontece, se abraza y realiza en las pequeñas cosas que puede construir en las relaciones humanas. Eso explica porqué ama a las otras personas.


Quien ama se impulsa en la dirección del único y definitivo amor.


Siendo que el definitivo amor es el sueño del paraíso, la experiencia del amor humano siempre será limitado e imperfecto. Pero esa es la única manera con el cual nos vemos impulsados hacia al gran amor. No hay otro camino.


Mientras vivimos en este mundo no nos queda nada más que construir el paraíso terrenal en nuestro propio jardín, en aras de alcanzar el paraíso definitivo del abrazo con lo divino.


Si lo que aquí experimentamos es un ensayo de lo que seremos, el amor que aquí tributamos no puede dejar de ser, en cierto modo, divino.

viernes, 28 de septiembre de 2018

La creatividad



La creatividad

La creatividad humana está en relación con las capacidades naturales de crear. Crear y volver a crear. Pensar y volver a pensar, como una acción permanente.

La creatividad, en tanto capacidad es un regalo inmerecido, que, como la vida, recibimos sin ni siquiera pedirla.

Todos llevamos  cicatrices en las manos como señales de aquello que hemos intentado hacer más de una vez desde pequeños. Porque siempre supimos que podemos ser algo más que creativos, creadores. Por algo aprendimos a hablar, a caminar, a leer y a escribir, a amar cada día, para mostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces de hacer y perfeccionar.

Por tanto, el paso breve por este mundo sólo puede ser valorado por aquello que hemos creado. De lo contrario seremos olvidados como los animales.

Creando, la persona se autopercibe como un pequeño dios, haciendo de su mundo el mejor de los mundos posibles. 

El mejor autorretrato de sí mismo son tus obras, como los hijos son para los padres, la silla para el carpintero y la salvación de las almas para quienes predicamos el amor eterno.

Todos tenemos un mundo propio cimentado en el interior, de donde percibimos aquella luz infinita que ilumina el alma y evita que se extinga la llama divina que nos sostiene. Así construimos este mundo continuamente, haciéndolo salir del fuego arde por dentro; materializándolo en las obras de nuestras manos.

O sea, pues, la capacidad creativa nos viene dada por quien nos creó en el amor. De quien está saliendo  nuestro ser continuamente como de la fuente el río. Con lo cual, “todo lo que somos viene íntegramente de quien nos creó”. Nuestro quehacer está fundado en otro mayor.

Cuando construimos una casa, hacemos una obra de arte, educamos a los jóvenes, escribimos un libro o componemos una canción, estampamos nuestra propia alma a lo que hacemos porque con ello avanzamos hacia lo mejor y a lo perfecto, ya que en todo lo que hacemos, por pequeño que sea, estamos intentando, cada vez, tocar con la yema de los dedos y con el intelecto a aquello de quien, sin saberlo venimos, y en cuya dirección avanzamos.

Por lo mismo, la capacidad creadora es terapéutica, como dirían los animadores del personal de las empresas, pues es la fórmula para superar todo fatalismo. Porque tiene que ver con la insatisfacción de vivir en el tiempo y hacer historia, o con la impronta de vivir en el espacio para dejar una huella imborrable que otros perfeccionarán.

La creatividad revela que somos universales y pequeños dioses. De tal modo que cuando lleguemos a los ochenta años, como mi Padre y mi Madre, podamos estar seguros de que el mundo que construimos jamás será olvidado.

Dios actúa en el mundo con la fuerza interior que el mismo puso en estas manos. Y si fue voluntad suya, hacerse invisible, fue con el único fin, de saber que un día nos enviaría de niños con un mensaje suyo para que nos hiciéramos cargo su obra magnífica.

Dios está actuando y perfeccionando la creación en el mundo gracias a ti, gracias a mí, gracias a nosotros .

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: en línea.


jueves, 6 de septiembre de 2018

Entender la libertad

Entender la libertad

Por Gvillermo Delgado
Rebeldes
La rebeldía es consecuencia de nuestras impotencias, en relación con el dominio de sí mismo, a partir de las leyes que nos gobiernan.

Si las leyes vienen de uno mismo, las consideramos autónomas; si las leyes las imponen desde fuera, de cualquier tipo de institución, entonces las consideramos heterónomas.


La rebeldía es el modo de actuar de acuerdo con las leyes a las que nos oponemos. Oponerse a una o a otra depende de las impotencias, la fragilidad con la que nos enfrentamos al mundo en un caso determinado. Es así como nos oponemos a la religión, a la policía, a la opinión de las personas, al matrimonio; en el peor de los casos, nos oponemos a las leyes de nuestro propio interior.


¿Que pasa cuando ya no nos sentimos dueños de la propia casa, de nuestro interior ni del ambiente que nos rodea? Ante tal impotencia nos declaramos ¡rebeldes! «dueños» de nuestra propia ley y de la verdad. Es decir, no queremos nada con nadie ni con nada, y nos atrincheramos en «nosotros mismos», como los únicos que determinan el presente y el futuro de todo. 


¿En qué se ha convertido la libertad? La libertad se ha convertido en expresión de la propia autonomía.

Al punto de creer que «cualquier relación si nos impone normas a las que hay que someterse, aunque vengan de Dios, contradice la libertad». ¡Gran error!

El error consiste en la pretensión de conquistar la perfecta libertad sólo con los recursos propios, considerarnos dueños absolutos y capaces de disponer de la propia vida a conveniencia.

Pero sólo a Dios pertenece la perfecta libertad y él se la concede a la persona, si ella la acepta.

Ley de amor
Por definición la persona no es un ser pasivo ni puede ser sumiso a la ley. Es autónomo y responsable. Pero tampoco es la fuente primaria de su ley. Por tales motivos, al ser limitada la persona no puede, por más que lo intente, generar una ley absoluta para ella misma.

Por eso, toda ley es propia y a la vez le es dada de fuera de sí mismo.

El ser humano lucha contra sí mismo para convertirse en «dios». En realidad, alcanza a ser absoluto, pero sólo hasta donde su límite se lo permita.

Sin embargo, su pretensión solo tiene sentido en «dependencia original», porque esa dependencia no destruye su autonomía interna. Al contrario, le da consistencia.

Esa ley externa de la que depende (llamémosle, «ley de amor» y que viene del Dios absoluto) sólo puede ser asumida desde el fondo de lo humano, debido a su capacidad de interiorizarla y hacerla suya, con lo que se capacita para las grandes cosas.

Pongo aquí la ley del amor, porque si bien es cierto que la persona «se hace en el amor», es incapaz de «darse ese amor», ya que «el amor siempre le es dado» como un regalo nunca merecido.

De otro modo, ese amor divino asumido humanamente nos fundamenta, ya que se convierte en una exigencia de sentido y de coherencia en el seno de la conducta. Además, el amor define a la persona. ¿Qué le queda a un hombre si renuncia a esa ley de amor de la cual depende, quiéralo o no?

Libres en el mundo
Nosotros somos libres en el mundo, pero no hemos creado este mundo que constituye nuestro ser; tampoco hemos creado esa libertad que somos.

Todo esto «se nos ha dado» y se «nos da» en cada instante, para un tiempo provisional, ya que no podemos matar nuestra muerte y vivir para siempre, por más que lo intentemos. Nuestra libertad sólo puede ser vivida en esa provisionalidad. La libertad absoluta cae fuera de nuestros anhelos.

Quiero decir que, de ser libre, sólo puedo serlo en el marco de aquella a la que me someto por la ley del amor.

Inmersos en las diversas posibilidades
Por ser limitados siempre nos movemos en el ámbito de las opciones o posibilidades. El sueño de lo infinito y la inmortalidad no pueden ser tenidos en el mundo de lo finito y la mortalidad. Entre una cosa y otra siempre encontraremos un enorme abismo.

Este abismo no puede colmar nunca el espíritu. Mientras nuestro espíritu no vea a Dios y quede saciado en él, tendremos que escoger y optar entre las diversas posibilidades.

La Gracia
La libertad sólo se nos ha dado para que nos realicemos. Pero hay quienes al entender la libertad como una no-dependencia de algo o de alguien que los supera, hacen de «su» libertad algo destructivo. En cambio, aquellos que se entregan y aceptan la dependencia, su libertad es comprometida y constructiva.

En pocas palabras la libertad es amar lo que se nos exige. Vivir la ley es una respuesta de amor y libertad.

Sin amor la ley mata. Para que eso no pase Dios nos da su gracia. La gracia cura y perfecciona la libertad humana para conducirla a la libertad divina.

La gracia es la vida misma de Dios, que se le comunica a la persona para regenerarla en su voluntad libre.

La gracia en la voluntad humana es la presencia del amor divino que opera en su voluntad, es como injertarse en el mismo Dios.

Por la gracia, Dios infunde en cada persona un amor por el que ama a Dios por él mismo y a todas las cosas por él. Ese amor perfecciona la voluntad y la eleva por encima de su naturaleza para vivir el amor en la libertad.

Ahora piensa ¿Cómo amar a las personas? ¿cuál es la causa del fracaso de las «relaciones de amor»?

Foto: en red

domingo, 29 de julio de 2018

El valor de la Comida



                   El valor de la Comida

Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

Por: Gvillermo Delgado OP


Una casa sin cocina no es una casa
Cocina, comedor, dormitorio y sala son los lugares más sagrados de una casa. A veces uno prevalece sobre los otros de acuerdo a las circunstancias.

Cuando hablamos del «vacío existencial» pensamos en tiempos y lugares tristes, por ejemplo, en la soledad de la tumba después que enterramos a un ser querido; en todo aquello que queda atrás de un primero de enero o en un teatro vacío después de su función. 

Vació es el salto de la soledad al abandono. Como cuando uno se queda solo porque todos los demás se van a cualquier parte, y no sabemos que hacer con nuestro tiempo libre y espacio que ocupamos. 

Así pues, vacío existencial es la pérdida del sentido ante la ausencia de aquello que define la vida.

Ahora bien, si intentamos responder a la pregunta: ¿Qué es una casa sin cocina y mesa de comedor? No queda más que decir que: «no existe». En todo caso, lo que queda (si es que queda algo) es un vacío inhabitable.

Una casa se convierte en hogar sólo cuando en su interior arde una hoguera. La hoguera da calor y protección a quienes viven en la casa. La hoguera es la llama que arde en la casa mientras se cocinan los alimentos para quienes la habitan o la visitan.

Las hornillas de las casas campesinas ahúman el entorno. Otorgan identidad vital a las viviendas y al vecindario,  pues preservan los alimentos y aromatizan el aire que acerca a las personas en el silente fluir de una braza bajo el comal. 

¿Qué queda de una casa campesina sin el humo que se escapa por sus chimeneas?

La comida como símbolo de encuentro
Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

La comida como símbolo de encuentro significa «unión y comunión». Con razón la comida no sólo satisface las necesidades objetivas, sino todas aquellas que demandan las circunstancias humanas. Así, por ejemplo, el paso de la vida a la muerte o de la muerte a la vida sin comida en la mesa no tienen sentido, ya que la comida hace posible la vida y traza estelas por donde la existencia se define en cada caso.

Imagina el matrimonio de tu hija o el funeral de un ser querido donde falte, por lo mínimo, una taza de café y un pedazo de pan. Cuando aquello que compartes, ya sea la tristeza o el festejo, lo simbolizas en la comida, eso que compartes toma un nuevo matiz: si es de tristeza deja de ser menos trágico, si es de gozo lo trasciendes a lo más profundo de tu interioridad o lo elevas a las alegrías más sublimes.


En el momento en que la comida es el símbolo del encuentro entre dos o más personas, lo que está ocurriendo es que «tu condición humana» está volviendo a nacer, tanto, como si Dios te tomara en sus manos como barro moldeable e hiciera de ti una vasija nueva.

La bendición del trabajo
El salario se sacraliza en aquel instante en que se transfiere el valor material del dinero a los alimentos como sustento elemental para la familia y los amigos. Del mismo modo, el trabajo significa «la bendición de Dios».

Dice el escritor sagrado: «Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien» (Sal 128, 2). Esa es la razón de ser de la existencia humana: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado» (Gn3, 19).

Mientras «volvemos a la tierra de la cual fuimos sacados» santifiquemos la mesa con la alegría de los niños que crecen y la bienvenida de los amigos que llegan a la casa. Hagámoslo en la unión y comunión. 

Simbolicemos en este acto al gran amor del cual venimos. En el que nos reunimos cada vez que la mesa se pone para contemplarnos, celebrar la vida o unirnos en solidaridad con quienes sufren una pena. 

Foto: jgda
jueves, 19 de julio de 2018

El mal




El mal 


El mal es un problema humano que no debiera existir; pero existe.


El mal es muralla infranqueable con quien la persona libra una batalla de modo permanente. 


Desde que lo humano es humano el mal se ha convertido para él en una realidad inevitable; y como voz desesperada golpea el paredón como grito de muerte que al parecer Dios no escucha.


El mal no debiera existir ya que toda persona humana está llamada a una realización siempre mayor, la felicidad permanente, por ejemplo; y el mal impide tal anhelo. 


Humanamente no es posible la realización sin la pérdida, como no puede haber vida sin crecimiento. En el desarrollo o crecimiento siempre debe perderse algo, sin el cual no es posible alcanzar mínimamente aquello que se busca. Por ejemplo, nadie puede realizar su personalidad adulta sin renunciar a la felicidad de la niñez o de la juventud. 


Por tales razones el mal no sólo es inevitable, sino al parecer, parte de la naturaleza del ser limitado, que dará sentido a la vida en aquella hora en que, a pesar de lo que provoca, impulsa la búsqueda de la comunión plena con lo infinito, como lo entendía San Ireneo al referirse a la salvación “como crecimiento hacia la plenitud”.


De otra manera, el mundo sensible, el de la limitación, -no el de Dios- produce el mal inevitable, porque impide la perfección. 


¿Dónde está Dios? 
¿Por qué no acude al clamor de quienes sufren el mal? 


Si afirmamos que Dios es amor, que jamás abandona a quienes creó por amor. Eso quiere decir que, Dios padece el mismo grito desesperado de quien lo expresa, del mismo modo como la madre experimenta el sufrimiento de su propio hijo. El ser de Dios, estando entre nosotros, tiene que ver con la lucha permanente ante el mal. Y, es precisamente ahí donde nuestra existencia tiene verdadero sentido, a pesar del sufrimiento que el mal provoca.


Consideremos cómo la muerte de Jesús en la Cruz implica una tremenda confianza en el Padre, porque el Padre nunca estuvo tan unido al Hijo que en su muerte; tal afirmación es completamente válida, también al decirlo para nosotros.


¿Dios creo el mal?


Dios crea al ser humano finito, con realización infinita. Si Dios hubiera creado a la persona humana infinita, entonces ya no sería una persona humana, sino otro Dios, y Dios no puede crearse así mismo. Por consiguiente, Dios no crea el mal, sino a la persona finita.

Al crear a la persona con esa condición le da la capacidad de aspirar y alcanzar lo infinito. Por eso le crea por amor y le ama de modo permanente.


Eso quiere decir que Dios está en diálogo de amor con sus criaturas, y le está invitando de modo permanente a la comunión infinita de la que él  participa.


Por: Gvillermo Delgado OP




martes, 26 de junio de 2018

La Fuente del Amor



El amor define a la persona y a su Creador

 

Por: Gvillermo Delgado OP


El escritor sagrado de la primera carta de San Juan dijo que “Dios es amor” 
(1Jn 4, 8). En eso centró sus enseñanzas a las comunidades cristianas de finales del primer siglo. E incluso decía que, quien no ama, aún no ha conocido a Dios.

 

Ese amor uno y único, hace uno y únicos a aquellos en quienes acontece.


En las personas ese amor fluye como agua pura e incólume. Decir que fluye es afirmar que no nace en esa o aquella persona, sino que en ella sólo corre como agua de manantial.


Entonces ¿Dónde nace? Nace en quien es uno y único, y hace uno y único en quienes acontece.


De otro modo, ninguna persona puede presumir de tener el amor, sólo expresa un amor cuya fuente no está en ella misma, sino en otra fuente. Sin embargo, todo ser humano, por serlo, ama y es amado en ese "otro" amor que tiene una fuente única, la divina.


Con justa razón el amor es esa realidad que hace misteriosa a la persona y a su búsqueda. No porque sea inalcanzable o incognoscible, no, sino porque le hace extraordinaria, le da sentido a su existencia, y en definitiva le lanza al conocimiento de su fuente.

Así, por ejemplo, el amor hace extraordinario al hombre en aquella hora que buscando saciar la sed en su única fuente, halla agua en otra fuente. Esa es la “hora bendita” en que se descubre así mismo delante de otra persona. Empieza a amar.


Aquí y sólo aquí es cuando el escritor sagrado del Genesis (2, 23) pone en boca de Adán, aquellos sentimientos que lo inducen a decir: “Esa si es carne de mi carne y huesos de mis huesos”. Y cuando Levinas afirma: “Frente al otro me encuentro ante una fuente de significados y valores”. Eso mismo lo afirma radicalmente el antropólogo, al decir: “El acceso a lo humano es el otro”.


Es decir, el fundamento de una persona sólo puede estar en la otra persona; porque la otra persona será siempre el acceso a la fuente más lejana y profunda, de donde emana el amor.


Dios es esa Fuente inagotable del amor, en quien el alma se sacia. Así lo expresaban, también, aquellos místicos del siglo VI a. C. al cantarlo en sus cítaras: “Señor, tu eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti como tierra reseca agostada sin agua” (Sal 62, 1).


¡Qué gran misterio el nuestro al hallar tal riqueza en las otras personas!


Por lo mismo, solo podemos ser felices delante de las personas, nunca sin ellas. 


Quizá haya quienes encuentren felicidad en las cosas y las mascotas; si bien es cierto, habrá que certificarlo como algo agotable y efímero; porque el amor no acontece en algo, sino en alguien. Eso es precisamente lo que hace inagotable al amor
.
 
Por consiguiente, el amor humano, como indicación del único amor, el amor Fuente, es y será siempre inagotable, a pesar de sus flaquezas por no transparentar convenientemente su pureza, como lo dijo el apóstol:
“Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4, 7).
domingo, 10 de junio de 2018

el Misterio de Dios


el Misterio de Dios

Es imposible comprender el misterio de lo divino sin comprender el misterio de lo humano. No es posible, a la vez, acceder al misterio de lo humano sin compenetrar en el misterio divino.

La comprensión del misterio supone la participación y abrazo de lo humano con lo divido. Cuyo abrazo no es un puro acercamiento como algunos quieren hacerlo creer. No. Ese abrazo indefectible ha quedado sellado como en una alianza, en el amor radical que Dios ha mostrado en su hijo Jesucristo. Por tanto, es de unión y amor puro que ya nada ni nadie lo puede romper jamás.

Cuando contemplo el llanto de los bebes recién nacidos y la desesperada actitud de sus padres por aquietar sus gemidos, confirmo el sentimiento íntimo de quien extraña a un amor único y extraordinario, que se visibiliza en otro amor semejante (el de los padres respecto a los hijos).

Esos llantos me han permitido entender los tres pasos del misterio humano, que describen el vínculo con lo divino. (Para mayor comprensión lo hago con la analogía de los tres pasos).

1. El primer paso tiene que ver con el nacer. Sin excepción, todos venimos de Dios: quien como “espíritu puro” perfecciona lo mejor del padre y lo mejor de la madre, porque él es padre y madre al mismo tiempo. En este primer nacimiento, somos acogidos en los brazos de una “madre que nos dio a luz”.

2. El segundo es el paso por este mundo. Tiempo único y breve. Donde ponemos a prueba las capacidades de aquel perfeccionamiento de donde procedemos. Este es el mundo de las posibilidades y de la libertad, que, por lo mismo, puede ser de realización o de pérdida, de salvación o condena.

Bienaventurados aquellos que eligen el camino del perfeccionamiento. Con razón las palabras del maestro suenan tan tristes en el alma cuando dice: de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida, y ¿qué puede hacer para recobrarla?

3. El tercer paso del misterio es el de la muerte. “Extraña” e imposible de conocer, porque mientras vivimos, ella es lo más ausente posible, y al morir, la vida no puede ser vivida nunca más, al modo del paso por este mundo. Quizá por eso hasta el mismo Jesús en la víspera de su crucifixión dijo que sentía una enorme tristeza de muerte.

La muerte es el segundo nacimiento. Sólo que esta vez no somos acogidos en los brazos de nuestra madre, como en el primer nacimiento, sino en los brazos del Padre.

En el misterio se dan a conocer todos los secretos del amor. Nada puede quedar oculto. Es decir, el misterio no tiene que ver con lo que no puede ser conocido, sino con lo que se nos muestra en el amor extraordinario.

Tres pasos tenemos, una sola vida y esta es la que viene del primer y único amor, de quien venimos y a quien retornaremos. 

O sea que, el paso por este mundo es tan breve porque es de retorno a la fuente de donde procedemos.

Ahora tengo la oportunidad de hacerme en el misterio y este, sólo puedo alcanzarlo en el amor. El “ahora” (el tiempo en que te amo) es el “mientras tanto” me encamino, y te encaminas conmigo, al abrazo unitivo de quien es la vida y el amor. 

Por: José Gvillermo D. OP
Foto-Arte: Sra. María Elida, 1959, a sus 21 años de Edad. Para entonces yo era un proyecto de amor, nada más. Años más tarde me dio a luz.










jueves, 17 de mayo de 2018

Madurez humana



La persona madura es una persona inteligente

Por: Gvillermo Delgado OP

¿Qué es la madurez humana? Cuatro realidades la definen: La responsabilidad como la condición de quien asume las consecuencias de sus actos de principio a fin. El dominio de sí mismo como la capacidad de sostenerse en lo más auténtico y santo. Las aspiraciones más profundas, como el reconocimiento de que nada caduca en la propia necesidad y su goce. Y la capacidad de crear ideas, que pone a toda persona sólo por debajo de Dios, como quien crea y recrea su propio mundo.

Ninguna de estas características se limita a cierta edad, condición religiosa, ni a capacidades intelectuales, sino estrictamente a la condición humana en crecimiento.

1. La responsabilidad

La persona responsable es aquella que asume las consecuencias de sus actos en todas sus manifestaciones.

La responsabilidad conecta con aquellas actuaciones que inspiran a las demás personas relaciones de confianza; desata los nudos que atan toda posibilidad de creer y dialogar.

A eso le llamo apertura, porque abre puertas hacia todo lo que puede ser. Con la apertura la persona intuye las posibilidades de acción, descubriendo, al mismo tiempo, señales de realización. Se nota cuando una persona abandona su condición pasiva para convertirse en el dinamizador de las posibilidades que tiene entre manos.

Así la responsabilidad hace visible el crecimiento humano. Cuando la responsabilidad se ilumina en la persona, la persona es transparencia, y autenticidad. No teme que lo desnuden en la verdad, tampoco teme a su propia muerte. 

Cuando eso ocurre estamos delante de la persona honesta. 


Si encuentras a alguien con estas características por el camino, no pases de largo. Es una especie en extinción. Domesticarlo es un verdadero reto para la salud moral de tu alma. Detente. La creación entera te lo agradecerá, porque finalmente lo imitarás y otros tantos, te imitarán a ti.

2. El dominio de sí mismo

Lo santo es por excelencia el dominio de sí mismo. Para muchos de nosotros quizá sea una camisa que nos quede grande. Pero no. Porque el dominio de sí mismo es poner en marcha el aprendizaje de la propia experiencia, es la autoconsciencia de lo que uno ha llegado a ser, gracias a la vida. En ese aprendizaje, la persona apunta a un destino que la conciencia traza.

Si la persona adulta es aquella que se define en el dominio de sí misma, eso significa que, en el lenguaje de la ética filosófica, es “virtuosa”, y en el lenguaje religioso es “santa”. Estas alusiones del “ser perfecto”, que se derivan del dominio de sí mismo, son indicios del ser “iluminado”. Eso es: mirar con la claridad del alma.

De ahí deviene la cualidad de la persona transparente. Esa persona que se aconseja primero ella misma antes de aconsejar; no engaña, simplemente porque ella misma no se engaña.

En este nivel, la persona se concibe en el marco del  "carácter de lo sagrado". Esto es la santidad de la persona, contagiada por Dios, que le define como inviolable; porque al mirarse en el espejo de sí mismo contempla el valor absoluto:  el grado más alto que le coloca "casi" al lado de Dios.

3. Las aspiraciones profundas

La madurez humana implica también la insatisfacción que la convierte en soñadora de cosas grandes. Pues, se mide con lo alto y “grandioso”; aspira persistir en lo más íntimo y “profundo”.

La insatisfacción apunta a la consideración de los orígenes de donde el ser ha evolucionado, pues, se remite a la profundidad inconsciente del alma con la cual construye su propia vida.

Estas cualidades hacen misteriosa a la persona. Son objeto de inspiración, sin duda que de ser imitadas.

4. Crear ideas

Finalmente, la madurez humana tiene que ver con las ideas. Las ideas son reales en la práctica porque crean la realidad. De otro modo, todo lo existente es palabra porque son palabras del alma.

La madurez humana implica crear ideas que de suyo están transformando su mundo inmediato, y las propone para trasformar la comunidad de referencia.

Pero no son ideas que vienen de la nada. La persona madura medita, por eso prefiere el silencio y la soledad al bullicio y la compañía; a ese punto se llega a través de la lectura o el diálogo.

Así, por ejemplo, leer es ver las ideas del alma, y, terminar un libro es liberar la nostalgia para transformar el mundo propio y ajeno. Me pasa con frecuencia, siempre que leo o escribo siento el inexorable sentimiento de nostalgia que me retiene o me libera. Esa sensación de luz que el alma libera para ver o para cegar. Igual ocurre en el diálogo, la otra persona revela algo de uno mismo y de la condición humana.

Las ideas son la noble expresión de la realidad. Sean nuestras o no, las ideas, siempre apuntan a una acción o simplemente son su expresión.

Quien se niega a no crear ideas está condenado a ser enajenado. Ajeno a su propia libertad, jamás verá la luz de su propia alma, ni verá por asomo el mundo que siempre soñó para él y su entorno.

Crear ideas es un aprendizaje que pasa por el tamiz de la propia interpretación. En función de todo lo que merece ser cambiado. Los grandes cambios son del pensamiento, de las grandes ideas que crean mundos. No hay transformación sin ideas, ni creación sin un Dios que la pronuncie para llamarla a su existencia real.

Crear y recrear es propio de la madurez humana.

5. La inteligencia moral 

La vida moral es la mejor síntesis de las virtudes antes descritas. De ahí la afirmación que "la persona madura es inteligente". Inteligencia que se  expresa como empatía o "sensibilidad por el otro" en los principios universales básicos (las reglas de oro y en el mandamiento del amor). Que se aplican a los valores personales, metas y acciones, por tanto, definen a la persona por lo que es y por lo que hace, así:
- La integridad como capacidad de armonizar la conducta con "principios humanos universales", con el fin de orientar la vida hacia el fin de toda persona: la realización, la felicidad, vivir en el amor. 
- La responsabilidad en tanto  capacidad de asumir las consecuencias de las acciones como muestra que las acciones son concordes con los principios universales.
- La compasión como capacidad de preocuparse por las otras personas y expresar respeto por ellas; 
- y el perdón como expresión de tolerancia hacia los errores, flexibilidad y capacidad de comprometerse para promover el bien de todos. 

lunes, 23 de abril de 2018

flor Silvestre



Cuando pasé tempranito
en la mañana, por la vereda,
rumbo a la montaña
sentí en la piel desnuda
la mirada de alguien.

Cuando volví a la Casa,
era mediodía,
una alegría
como bomba de fiesta patronal
 estalló muy dentro de mí...

Entonces supe que ella,
esa flor silvestre,
me había visto pasar.

Ya de tarde, casi de noche,
cuando te digo estas cosas.

De: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
martes, 10 de abril de 2018

Amor aPasionado




Amor aPasionado
El amor o es apasionado o no vale la pena. Y si vale la pena es porque ha trascendido hacia la compasión. La compasión es el grado máximo de la pasión.

La pasión es existir, por hacer sensible a los demás la propia experiencia de amor. Y la compasión es trascender más allá de uno mismo esa experiencia, por ser el modo en que un corazón apasionado habita otro corazón distinto al suyo.

La compasión es lo que mejor define al amor, por expandir la propia alma más allá de los propios límites. En el cristianismo hablamos del amor extremo y apasionado del Hijo Dios.

De ordinario la compasión se aplica a la solidaridad de una persona con otra en situaciones críticas, que ha hecho de lo humano  un ser miserable, quien hundido en el abandono, carece de esperanza próxima y lejana; pues, en la desventura todo, todo parece haber llegado a su final. 

Sin embargo, en cada luna llena del equinoccio de primavera, cuando hacemos memoria de la Pasión del Señor, los cristianos estrenamos una nueva sensibilidad espiritual, ese es el amor apasionado que inunda el alma de paz, de formas y olores, de luz y colores, de sabores y música, de recuerdos y sueños. Es la Pascua de la propia vida.

Compungidos, los cristianos, salimos de nuestras casas y elaboramos alfombras y atuendos que indican ese tránsito interior hacia un universo de misterios, o simplemente significamos la procesión permanente de la vida. Y es que, en cada equinoccio somos más viejos y menos dueños de este mundo.

Además, con cada Pascua aprendemos de nuevo que el Dios de los hebreos que se hizo pasar por uno más entre la gente, definió el sentimiento desde la compasión; en tanto, el paso de la propia pasión a la pasión de la miseria ajena. Siendo este, el único modo en que enlazamos con las cosas eternas, porque nos hace capaces de cambiar la desdicha en buenaventura y la desesperanza en aliento nuevo.

Aquellas alfombras de aserrín que decoran las calles en los días de cuaresma y Semana Santa se crean con el fin de dar paso a las andas procesionales. Como arte efímero acaba entre los pies de quienes llevan a hombros los enormes muebles con alegorías religiosas. Pero su destrucción no provoca sentimientos lastimeros, sino de gratitud ante la imagen de un Cristo a quien cada devoto se siente unido por fuertes vínculos matizados en el amor.

Como las alfombras, comprendemos que somos tan efímeros, parecidos a un haz de luz que se extingue con la simple mirada. Ya que, por fin empezamos a comprender que lo único que no se extingue y permanece es el amor misericordioso, pues, nos mueve a abrir el propio corazón y dar paso a tantas personas para que lo habiten.

Cuando eso acontece las alfombras con que decoramos las calles dan paso también a quienes avanzan con la frente en alto en la misma dirección del Hombre-Dios que sangró apasionadamente hasta dar la propia vida, como lo hacen los verdaderos amigos.

Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda

viernes, 23 de marzo de 2018