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Mucho Gusto en Conocerte

Mucho Gusto en Conocerte
¿Por qué me da tanto gusto conocerte? 
Porque al saber de ti, me conozco yo mismo.

Accedo a ti con mis palabras. Las palabras son la mejor representación de mi pensamiento. Y, el pensamiento se construye en la sensibilidad del corazón.

De otro modo, las palabras son el caleidoscopio que descompone aquellas cosas que mis sentidos perciben de ti.

¿No será que al mirarme, te miras también tú; e interpretas tus mismas palabras? 

Al tomar una foto cualquiera, percibes la belleza. Esa fotografía la guardas, llevándola al grado inconsciente de tus recuerdos. Tarde o temprano volverá a presentarse delante de ti.
La belleza percibida es aprendida desde uno mismo. ¿De dónde más? La belleza, son pequeños impulsos interiores que mueven la existencia. Quienes a su vez se remontan a los fundamentos, a la fuente de donde venimos.
Por eso, amamos aquello que asimilamos con el pensamiento. Tal realidad nos convierte en personas creyentes, de acuerdo a lo comprendido, porque en el nódulo de la razón determinamos las decisiones como “las mejores”.

Desde ahí nos convertimos en intérpretes de nosotros mismos y de todo lo que amamos; y en personas que creen (creer es la razón de ser de la autoestima). Por consiguiente, la mejor manera de comprendernos a nosotros mismos sólo puede ser posible delante de quien es nuestro semejante. Así es como el hijo ama a su padre por toda la vida.

Desde siempre se ha dicho que Dios habita el centro del corazón humano, por eso aprendimos a colocarnos en ése centro, poniendo la totalidad de lo que decimos amar. 

Entiendo por Corazón el centro o lo fundamental de lo humano, no necesariamente un órgano o un lugar físico.


Lo razonable de tal acierto está en que del corazón brotan las leyes auténticas. La ética ha nacido de la sensibilidad humana más profunda que tiene un centro específico en lo humano. Lo que nunca ha estado en el corazón puede ser desvirtuado como humano, por consiguiente nadie está obligado a obedecerlo. Sólo se obedece aquello que nace del centro divino-humano y se alimenta de aquella Fuente. Esa obediencia es el soporte de la libertad y del amor con el que finalmente conocemos a quienes amamos.
Quiero decir que, si un día te sentiste amado y amaste a alguien, “eso” nunca puede ser finalizado repentinamente, pues quien ama como quien es amado ha sido percibido con el corazón y grabado, ahí incluso de modo inconsciente, en un amor infinito. Como dice el escritor sagrado: "grábame como tatuaje en tu corazón, como sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el infierno la pasión" (Cantar de los Cantares, 8, 6).
Con justa razón algunas experiencias cuentan que en el momento final de la vida suele mirarse una película que recuenta los hechos y las personas que hicieron de la vida una auténtica historia de amor.

Delante de lo que amas no hay nada sin valor. El conocimiento de ti mismo y de la persona conocida te perfecciona. Te hace más feliz. En el dado caso que consideres alguna banalidad en ti, ha de ser porque nunca aprendiste a interpretar las representaciones simbólicas que la otra persona te expuso. O porque no quisiste que tu mente hiciera ciencia de la conciencia.

Lo que no-cambia en ti será aquello que aprendiste como verdadero y lo pusiste en lo profundo de  tu corazón, porque ahí está la fuente de la felicidad.

Lo-que-sí-cambia sólo puede ser aquello que te perfecciona, ya que esa es la razón de ser de toda persona. El cambio para perfeccionarse.
Como botan sus hojas los árboles para darle lugar a las flores y sus frutos, así debes cambiar tú para hacerte valer en la belleza, de cuya imagen eres extraída.
Así es como te percibo en la belleza cuando me dices tu verdad. Y aseguro: que me conozco más y mejor, conociéndote a ti.

De Gvillermo Delgado-Acosta.
Foto: jgda
sábado, 9 de julio de 2016

El Cielo


Eran las cuatro de la tarde cuando salí presuroso de Casa. Por dos años había preparado tal viaje. Los retos me seducían, las alturas medían mi estatura.

Como cualquier extraño, empecé a subir la montaña.

La noche me atrapó sin apenas darme cuenta.

Para entonces, mi respiración ya se había acelerado.

Sabía que debía llegar a la meta que yo mismo me impuse.


En cada impulso de mis pasos pensaba: que, trazar un límite es tener el cielo por señal.


En algún momento llegué a creer que alguien calcaba mis pasos, pero sólo era la sombra difusa y tendida en la vereda de mi mediana estatura.


En la cruz-calle, María Magdalena descansaba a la sombra de los olivares. Antes de mirarle a los ojos el perfume de su ánfora me habían alcanzado. En el suelo aún se veían los rastros sinuosos de una palabra en arameo. Yo pensé: ¿Ésto es real o es sólo el rumor lejano del viento que trae el mensaje de los trenes que avanzan en sus carriles cuando traen las tropas al término de la guerra?
...
Llegué exhausto a la cumbre, y contemplé perplejo las líneas curvas del horizonte.

Así transcurrieron las horas hasta que decidí regresar al punto de partida, sólo que veinte años después.
Para entonces, el cielo había dejado de ser una metáfora. María Magdalena, quien tenía las palabras exactas, me había dicho que lo razonable del alma está en saberse colocar a la sombra del amor; que el cielo no es una conquista de las fuerzas humanas únicamente -porque el cuerpo no siempre es capaz de la verdad-, sino un regalo que sólo el amor puede darte. Me dijo, además,  que el modo de hacer tuyo ese amor es aceptarlo con el beneplácito del alma entera. Sin dejar nada, nada, nada, fuera. Por último, me dijo: el paso siguiente es atender las palabras del Maestro cuando dijo: ¡Vete en Paz! ¡El amor te ha liberado¡ ¡El mal no te hará daño nunca más! 

Después, tuve que proseguir mi camino. No quedaba más.

Jamás, olvidé el color de su mirada, el olor de su perfume, el semblante de su estatura y el tono sublime de sus palabras. Sin duda, tenía un alma grande: había sido inundada por el amor.

Desde entonces, pasados aquellos años, yo camino en la dirección que el cielo me traza 

Foto: jgda (BS, FW).

jueves, 30 de junio de 2016

La Fidelidad como Camino

Como los dedos son esenciales a la mano así la fidelidad es al amor. La fidelidad en el amor sólo puede darse en toda su extensión en las relaciones humanas, y ser punto de partida para otros modos de afecto, como el amor a la naturaleza, a las plantas, a los animales, y el valor de las cosas -sobre todo cuando esos valores representan a las personas.


La fidelidad es energía viva -como el fuego es para el calor o la fuerza para el movimiento. Siendo energía, la fidelidad está orientada “al cuidado del bien amado”. En la  fidelidad el amigo  “cuida los intereses del amigo” (Santo Tomás de Aquino).

La fidelidad es tener la mirada en el paso siguiente para alcanzar los intereses compartidos. De ese modo, la fidelidad se parece a la madre que vela el amor de su bebé mientras duerme, para seguir amándole cuando despierte.

Sin la fidelidad no hay amor verdadero, sino fingimiento. El fingimiento es tan pasajero como el dulce canto del pájaro que vuela sobre nuestras cabezas. La fidelidad es la base de la estabilidad amorosa, mientras el fingimiento hace superficial y termina con el amor.


La fidelidad arranca del alma los aromas esenciales del amor propio para brindárselo al ser amado. El “amor que cuida” del bien amado se hace “paciente”, en “la tolerancia voluntaria” (Cicerón). La paciencia, con aroma de amor, nos capacita para amar en el desgaste propio que viene con el paso del tiempo. De ese modo, si de repente “ya no crees” en la persona que amas, no te largues, “quédate ahí”, porque el amor no tiene pasado, es para siempre, “nunca pasará” (San Pablo, Cor 13, 8). Si en “tu relación de amor” encuentras problemas graves, que no sean de muerte, “aprende a cambiar” pero no abandones tu puesto; “permanece ahí” -como el Vigilante fiel espera a que amanezca-, ya que la fidelidad sólo brilla en la dificultad, como ocurre con el haz de luz. La fidelidad es perfume Crismal que consagrada al Gran Amor.

La fidelidad en el amor es un camino de realización. Humanamente no existe otro camino para la realización que el de la fidelidad. De ahí el consejo: “guárdate en la fidelidad”. No olvides que el abrazo entre la fidelidad y amor hace de ésta experiencia un proyecto de vida que culmina en el punto mismo en que inició, o sea en el amor, y hace que no sea una fantasía forzada por el ímpetu de las emociones 

Por: José G. Delgado
Foto: jgda

viernes, 24 de junio de 2016

La Gran Madre

Madonna de la granada de Fra Angélico (1523-1524)

La expresión «Madre»

El concepto «Madre» representa la belleza y la vida en todo el acontecer humano. La belleza de la Madre se impone en todo lo que existe, es aura que envuelve lo viviente haciendo razonable aquello que se escapa a la comprensión mundana por ser manifestación de lo misterioso. Ese sentimiento le permite a la personas hallarle sentido a las cosas cotidianas, incluso a las horrendas, dándoles matiz de perfeccionamiento.
O sea que, existe una experiencia y una comprensión de tal expresión. Como experiencia es lo que extrañamente llamamos amor: fuerza arrasadora que vincula a una persona con otra, aunque sean diametralmente diferentes. La compresión, por su parte, es la representación simbólica de la belleza en la Madre que hace nacer, en toda comunidad humana y en la persona individual, las narraciones de tipo mitológico para explicar los sentimientos más profundos.
En el ámbito más personal o privado, la profundidad de los sentimientos subsisten en las relaciones orientadas a la complementariedad. Todo ser viviente -las plantas, los animales y hasta los seres inanimados- perduran en la complementariedad, todo es vacuo e inútil sin «su-otro-yo». El universo es caos sin el abrazo de la complementariedad. Las diversas representaciones simbólicas de la complementariedad se convierten en la justificación más idónea para entender el esplendor de la naturaleza humana y del mundo. Por ejemplo, las relaciones opuestas que nacen de «la atracción de lo-otro y extraño», como el día y la noche, la luna y el sol, el agua y el fuego, la vida y la muerte, el hombre y la mujer, dan a conocer la belleza de la Madre como fuerza unificadora que abraza y armoniza todo; de tal modo, que el sentimiento materno es el nervio que une a las partes, llama a la parte vacía para ser llenada, y a la parte inerte a ser vitalizada.
En la experiencia de la fe cristiana la Madre es el punto de encuentro de lo divino y lo humano, porque revela la omnipotencia de Dios y lo grandioso de lo humano. Dios hermana a toda la raza humana en su Hijo, en particular en la condición de Dios-Padre, sobre todo al «compartir» a la Madre de su Hijo con la comunidad humana -eso ocurre en el momento en que Juan, el discípulo de su Hijo, recibe «a su» Madre «en su» casa.

La expresión «Madre» en lo divino

Imaginemos por un instante a Dios creando los opuestos y ordenando las cosas para dar paso al Edén, donde el Creador se abraza con lo creado. En los primeros dos capítulos del libro de Génesis, el escritor sagrado, cuenta que Dios crea y pone las cosas en orden, y sólo después crea a la persona humana como hombre y como mujer. Al parecer, la «soledad» no le va al hombre, ya que para existir necesita exteriorizar lo femenino desde sí. Más allá de «una mujer», lo que al hombre le urge es realizar el gran sueño de lo humano, como un trascenderse desde-sí-mismo (es la razón por lo que Dios hace caer al hombre en sueño profundo, quien al despertarse, «se reconoce» él mismo en la mujer, al decir: «Ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos»).
Ser llamados a la unión no es sólo llenar el vacío o revitalizar lo inerte, sino hacer nacer y acompañar el desarrollo de los grandes sueños del que un día se despertó la vida. La unión es el sentimiento humano que siempre moverá inconscientemente a mirar el punto de origen, que «aparenta estar» en el horizonte visible inmediato -captado por todos los sentidos-. Por eso, la Madre como punto de unión o de re-unión está presente a lo largo de toda la vida, y la persona no puede vivir sin estar orientada a ella. Como la aguja del reloj que va tras cada segundo sin nunca alcanzarlo y retorna periódicamente a su punto de partida para marcar un nuevo comienzo, así la persona busca ser unificado en la Madre.

La expresión «Gran Madre»

La idea de la «Gran Madre» es tan familiar porque está presente en la feminidad que alcanza su máxima expresión en nuestras madres y abuelas -sobre todo, en las representaciones femeninas de la naturaleza-.
Con razón, lo femenino complementa la realidad y «envuelve» al universo en un solo abrazo. Así como nadie en este mundo nace sin madre, el hombre (Adán, en tanto ser humano) sólo es bello «en relación» a ella. Científicamente se ha demostrado que el diseño humano desde la «célula primaria» es femenino y tal realidad, en cierto modo, perdura a la largo de la vida.
De ahí que la única manera de poseer ese sentimiento sublime es adherirse radicalmente con aquello que sin saberlo tiene que representar esa cualidad femenina y divina. Con razón quien encuentra ese sentimiento representado en su ser amado «encuentra un tesoro» y «vende todo lo que tiene» para atarse irremediablemente a él o «lo compra con su dinero» haciéndolo suyo. Quienes logran captar esa verdad saben que deben atarse a su ser amado, y que tal atadura les sostendrá vigente el sentimiento (de amor) hasta el día en que vuelvan al lugar donde comenzó la vida.

La «Gran Madre» en la fe cristiana-católica

Muchas de las imágenes que representan a la Gran Madre sostienen a un niño en sus manos u otros símbolos que denotan la generación de la vida de modo perenne. En la fe cristiana-católica, las imágenes perfectas están en la Virgen María. Ella sostiene la vida, la del Dios encarnado. Aquellos que gustamos de tal belleza nos sentimos sostenidos en esas representaciones. Y desde los regazos de la Madre declaramos calladamente que «somos seres para la vida y no para la muerte», porque para cuantos amamos, la muerte nunca tiene la última palabra. La muerte no es otra cosa que la ausencia de ese sentimiento amoroso que contradice la genialidad de la obra creadora. Sabemos que todo lo que tiene vida en el basto universo envejece a cada instante. Cada segundo que pasa es letal, sólo la Madre como expresión de la belleza divina es quien nos hace hallar sentido incluso a lo calamitoso, al desprecio y a la muerte. En justicia oímos decir: dichosos quienes salvan su vida atándose a ese Gran Amor.

La realidad profunda del inconsciente

La Gran Madre es la realidad más profunda del inconsciente que al exteriorizarse conscientemente revela la verdad de los sentimientos. Así como nadie se contenta con la sola revelación del símbolo, sino con la satisfacción del deseo al poseerlo o sentirse poseído por él, así, la Gran Madre como expresión universal de la belleza es puente, es lugar que da crédito a lo que sentimos y queremos poseer. Que Dios haya tenido Madre y que esa Madre también sea nuestra, no es una simple invención ideológica ni un principio antropológico, sino la más grande revelación de quién es Dios. Esa madre es el lugar en que el Verbo (la Palabra Eterna) se hace carne "y habita entre nosotros" (Jn 1,14), más allá de toda analogía, es el espacio que nosotros también habitamos, donde encontramos la otra parte que nos permite encarnar el sentimiento, creer, esperar, amar y hacernos para las realidades que perduran más allá del acontecer presente.

Por: Fr. José G. Delgado
Foto: Museo del Prado
martes, 7 de junio de 2016

Los anhelos humanos


A mis amigos: Kevin Cuz y Tono Flores. Empoderados de anhelos. Ellos avanzan con armazón de certezas,

Los anhelos humanos 

Un anhelo siempre será extraño debido a que su naturaleza se debate entre la certeza y la incertidumbre...

De: Gvillermo Delgado OP


Los anhelos se parecen mucho a "la avanzada de las personas en dirección de los ideales", a las utopías y los sueños, porque son la materialización de los deseos, por los cuales toda persona lucha, toma decisiones y entrega su propia vida hasta la muerte.

En la realización de las grandes cosas está la fuerza imbatible de los anhelos. Los anhelos hacen a los santos, a los héroes, a los amantes, al profesional y al artesano; pero también a cuantos siguen una idea al margen de la virtud, como el terrorista verbal o material, al adicto a las drogas y a la mentira.


Hay anhelos que por su naturaleza son extraños, como aquellos que concibe la persona racional para morir por una causa justa. Es extraño porque "la causa justa" está en el marco que toda ética convalidada ante las virtudes. El mismo Sócrates acepta la condena a muerte al ser acusado de corromper a la juventud con  las ideas y por atentar con la tradición de los dioses griegos -el filósofo bebe la cicuta con la certeza que aceptaba la muerte por defender una gran causa en favor de la juventud ateniense.


 El anhelo, como deseo vehemente, tiene una contrapartida, ya que puede aproximarse a una razón suicida derivada de la interioridad del alma en estado de trastorno. En este ámbito algunos críticos se atreven a quitar méritos al acto martirial como entrega extrema de amor. En los primeros siglos del cristianismo muchos creyentes se fueron a vivir  al desierto para experimentar la soledad y el desamparo espiritual que les aproximaba, en imitación, al Maestro del Sermón del Monte y de las turbulencias del mar; ahí dieron razón los testimonios de los santos padres del desierto.


Pensar "ofrecer" la propia vida en una lucha validada por la ética que nos encamine al cenit de la existencia, aunque se decline hacia la esquina marginal de la ancianidad cuando las fuerzas son esbozo lejano y los recuerdos se tornan tan vivos en la memoria despierta, implica estar atentos a lo que ahora mismo significa ofrecer la propia vida. 

Un anhelo siempre será extraño debido a que su naturaleza se debate entre la certeza y la incertidumbre; precisamente esa es la condición necesaria para desatar los nudosos hilos del alma que hilvanan el tejido de la vida feliz. 

Lo que el alma racional no debe retener en demora son las decisiones que la incertidumbre conservadora ata a conceptos inmóviles. Más bien la incertidumbre es la servidora de la certeza. La incertidumbre se parece al horizonte inalcanzable que se posa como norte del camino. Es a la vez certeza que guía al caminante con brújula en mano para llegar al filo de lo que mentalmente creyó. Dar la vida y ofrecer la vida de tal modo, da sentido y realización a la persona, junto a quienes se pusieron en su camino, pues termina como el río que viene cuesta abajo para abrazase al mar.  

De acuerdo con mis percepciones y hallazgos en la vida social y espiritual, la persona debe remitirse siempre a quienes ama y a la divinidad.  Considerar, además, la tradición ancestral y todos aquellos ritos y gestos simbólicos que vuelven nuevo lo que en el pasado tuvo preponderancia en la vida de la comunidad humana. 

El alma que nace de esta agua, hace que sus anhelos no sólo se realicen sino que su vida presente sea gratificante. Además hace de las personas, a sus amigos. Entre ellos ama, selecciona a unos pocos y les ofrece su propia vida (dejemos el amor como realización universal al mismo Dios y a las utopías humanas). 

Lo que venga después no sólo dependerá de lo que pudo posibilitar el alma, sino de lo que los amigos, su amor, y su Dios le quieran mostrar eternamente. O sea el amor como regalo que sólo viene con el anhelo.


Foto: jgda
jueves, 2 de junio de 2016

Un viaje inesperado


Recientemente regresé de un viaje inesperado por España (para unos la Madre Patria para otros la tierra de los conquistadores; más allá de la historia es la tierra de los amigos y los hermanos). Fue inesperado porque no pude suponer desde los inicios que estar por aquellas latitudes implicaría considerar las posibilidades de la comprensión de la realidad del mundo desde los tiempos originarios. Pisar tantas sendas vetustas me permitió sentir los modos en que se abrazan la mítica Grecia, Visigoda, Romana, con los ancestros mayas de Guatemala, en un solo lugar. Esa conexión dio lugar al vaciamiento de prejuicios y al juicio interpretativo que termina por alumbrar la verdad. Lo que ciertamente no fue tan inesperado fue la razón que me motivó realizar tal viaje. Desde varios años atrás tenía atravesado en el alma un proyecto sin concluir, cerrarlo en aquella tierra en la euforia del buen vino y el encuentro de los amigos fue el gran motivo del periplo. Sí. Allá defendí mi tesis doctoral en ciencias políticas y sociología. Ser llamado por mi nombre para defender una tesis con ingredientes míticos entre el bullicio y la confusión de las sociedades modernas pareciera un absurdo, pero no lo es ni lo será; sobre todo cuando finalmente te llaman y dicen: aquí tiene su acta definitiva como Doctor, por la prestigiosa Universidad de Salamanca, tan centenaria como la misma Orden de los Frailes Dominicos, tal cosa, hace de un viaje por el mundo algo más que un viaje inesperado.

Por: José G. Delgado
Foto: jgda


lunes, 2 de mayo de 2016

El Punto de Equilibrio


El ser humano como ser real que es intenta colocarse siempre en el punto de equilibrio para vivir la felicidad, lo cual requiere no sólo de principios éticos sino de un marco total que lo envuelva y le otorgue sentido.

Felicidad que “no es otra cosa que la conciencia de lo necesario, para, a partir de ella, subvertir el apacible orden de las cosas y hacerlo aún más grato” (Payeras, 2004: 56).

La felicidad puede comprenderse como el equilibrio buscado en la espiritualidad de los pueblos mayas de Guatemala, espiritualidad religiosa comprendida como experiencia.

La experiencia es reflexión y toma de conciencia acerca de quién soy y quienes somos (Castells, 2000), es una acción del pensamiento y del sentimiento de toda persona sobre sí misma, a la vez referida a su entorno social.
En los pueblos originarios, la vida gira en torno a Dios, al no ser así la vida se desmorona, se desarmoniza, rompe con un orden establecido.

Entonces, el punto primero al que hay que acudir para restablecer el equilibrio en la persona parte de ella misma, de su mundo interior y sus relaciones a través de la religión (como un renovar las relaciones inmanentes y trascendentes), ya que con la religión se recoge esa experiencia total de la realidad, que a la postre “es privilegio de quienes por su condición se hallan capacitados para juntar con el pensamiento los fragmentos del mundo” (Payeras).

El cristianismo ha encontrado en esta visión un repliegue de sí mismo, una autoconciencia de su ser universal, sin presunciones; el cristianismos ha encontrado en la experiencia de ese equilibrio el mejor modo de hablarnos de la felicidad.

Por: José G.  Delgado
Foto: Web (punto de equilibrio). Museo del Prado (Foto jgda).
domingo, 17 de abril de 2016

Después del Conflicto

Lo que queda después de la guerra son rezagos que sólo podrán ser superados con el nacimiento de nuevas generaciones, serán ellas quienes retomen la enorme herencia de sus padres y hagan su propio análisis de la realidad, considerando la memoria histórica a la luz de lo que ahora mismo son. Mientras esto acontece entre los grandes rezagos –en el caso de los pueblos mayas de Guatemala- están el debilitamiento del valor de la persona humana y el de su propia historia. Según los guías espirituales y los líderes, ese desajuste en gran parte puede ser superable con el fortalecimiento de la espiritualidad cimentada en los ancestros y la visión de unidad con el universo.
La desconfianza hacia las otras personas debilita el valor de la necesidad de reciprocidad, tan propia y necesaria para la identidad de cualquier pueblo; más aún de los pueblos mayas que históricamente se han constituido como tales cara a esta interrelación de naturaleza dual. Al desquebrajarse el sistema de normas, dejando a las comunidades sin un andamiaje seguro que los oriente y rija, se crea una atmósfera de anomia; las personas parecen deambular por los caminos, según las narraciones del Popol Wuj, como muñecos de madera con apariencia humana, que “no tenían espíritu y no tenían pensamiento; no se acordaban de sus Creadores, de sus Formadores". Pasada la guerra, la gente empezó a parecerse a aquellos primeros hombres creados de madera, que caminaban desorientados por los caminos. No por el “gran olvido” de reconocer a sus Formadores, sino por el despojo del valor de la vida sostenida por una serie normas elementales que habían sido consensuadas socialmente. Habían sido heridos en el tronco.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: jgda, pintura original de Pedro Lesaca, OP (Centro Ak' Kutan).
viernes, 15 de abril de 2016

VIERNES SANTO

Viernes Santo

El viernes Santo los cristianos conmemoramos aquellas horas en que el Varón de dolores (Isaías 53, 3) trazó la dirección que todo ser humano lleva mientras vive en este mundo. 

Esas horas del Varón de dolores también indican las limitaciones y los anhelos humanos. 


La “pasión” del Señor da sentido al dolor y al sufrimiento humano porque trazan una dirección definitiva. El sufrimiento no acaba con el dolor. El árbol herido al tronco una vez tirado muere. La persona nunca. Cuando más agudo el sufrimiento más infinita se hace la vida.


La persona que acompaña al Hijo del Hombre (Daniel 7, 13-14) en su pasión es aquella que se siente acompañada por su Dios  en la hora de los infortunios.

Quien experimenta la misericordia de Dios se convierte en misericordioso. Será siempre solidario en las penas ajenas. 

El Dios que no me abandonó en mis angustias y vergüenzas, no permitirá que yo abandone a quienes sufren su misma pasión en sus propias calamidades.
Sobre todo al saber que el dolor no es nada apreciado cuando está cercado por el sufrimiento. El dolor como principio de la “compasión” es un valor inevitable para la espiritualidad cristiana, por ser la única manera en que teniendo a Cristo como modelo el cristiano aprecia lo valioso de la vida propia y la ajena. Quien experimentó la misericordia, se hace misericordia.

Sentir la herida ajena en la carne blanda del dolor nos une a Dios vivo, como Jesús en la cruz al exclamar:

  "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu" (San Lucas 23, 46).
Como Jesús, nos ponemos en las manos del eterno Padre, para que haga su voluntad.

Quien así procede permite a Dios que sondee su alma. Donarse en su Hijo extremadamente, sin reservarse nada para sí mismo, es permitir que la voluntad divina prevalezca por encima de la propia individualidad. Eso es unirse profundamente en la pasión del Señor.

Quienes comprenden que Dios ha asumido todo lo humano, aun lo más despreciable, en la encarnación de su Hijo, se identifican con él. La última palabra nunca la tienen "las cosas del mal". La última palabra siempre la dice el amor. El amor tiene como epicentro el corazón donde lo divino y lo humano se encuentran. Fuera de ahí todo es pérdida, es condenación.

Esa compresión empieza por ser personal, como es personal la enfermedad del cuerpo. El sufrimiento una vez sentido en la propia carne conmueve a las demás personas. 

El corazón es el lugar de encuentro del amor más sublime que sólo el sufrimiento mas sentido le puede dar el más hondo significado.

Puestos en las manos de Dios. Confiados en que aún en el dolor más intenso alumbrará la oscura pena  es darse por enterados que vamos por el camino de la Cruz hacia el Gólgota, cuya palabra última es el de una vida perdurable.

La resistencia del cuerpo acaba cuando el alma se libera, y un alma liberada sólo puede ser soporte de un cuerpo glorioso.

Lo más hermoso de esta verdad consiste en que para alcanzar tal estado espiritual no debemos acceder al misterioso hecho de la muerte física. La libertad ya es una realidad fundamental del "ahora y aquí mismo". Los creyentes cristianos remachamos tal aseveración diciendo que "Cristo ya nos ha salvado". 

Por consiguiente darle lugar a Dios en nuestras realidades de pasión cotidiana es apostar por una vida de plenitud, ahora y aquí mismo. Es llevar los estigmas de la pasión del Hijo en nuestro propio cuerpo. 



Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Pinturas: Van Gogh
sábado, 19 de marzo de 2016

En la Plaza Mayor

Antes de 1543, ya estabas tú, aquí donde se adoraba a la Madre y Virgen, la del Tupuy, la de plumas de Guacamaya, con pureza de perdiz.
Cuentan los abuelos que ella curaba y lideraba a la comunidad.
Yo pienso que ella eras tú misma. Quien daba a probar la bebida divina.
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Más tarde, como bien sabes, vinieron otras deidades más del cielo y menos de la tierra. También vino María Magdalena, menos mal. 

Con eso, empecé a identificarte en la estela de fragancias que dejabas a tu paso. Eran estelas de aceites exquisitos de nardos y de óleos sagrados, debidamente preparados al calor del desierto. Con lo cual reafirmé que seguías curando los indicios de la muerte amenazante.

Para no utilizar sólo tus manos, sanabas con aquellos ungüentos inventados por ti. Ya para entonces me dabas a beber esencias extrañas que contenían olores difíciles de descifrar. Tú misma ponías el Grial en mi boca como se sostiene el beso.

No pasaban muchas horas sin que se pusiera contento mi corazón, tenía que ser porque tú misma bajabas tan dentro de mi alma que me ponías saludable para siempre. Yo me sentía como un guerrero dispuesto a todo.

Después fui yo con una lupa explorando las verdades recónditas, esas del inconsciente que ahora cuento en mitos: las únicas verdades completas, esas que se cuentan para dialogar y llegar a la raíz de los orígenes, allá donde siempre apareces tú, como primera expresión de la belleza.

Cuando te veo pasar o te aproximas a mí, afirmo que te gusta cuidarme. Guardas mi cuerpo lleno de salud y pones detrás de lo visible la creatividad y la imaginación. Para que pueda mantenerme vivo tomando altura y contar con palabras que te conozco y que me conoces bien.

Hoy mismo me siento en la banqueta de la Plaza Mayor para verte pasar, curando, liderando, virginal y madre.Tan al descubierto que no requieres ni de un símbolo que te represente.

Un día las nuevas generaciones necesitarán contar esta historia. Dirán que no eres sostenida en la verdad y que la imaginación lo puede todo. ¡Claro, es que no te miran como te miro yo, o como me miras tú! 

Por hoy sólo me basta constatarlo. Ahora que la estela de tus fragancias frota la sensibilidad de mi alma y me preparo para la batalla en estas escaramuzas cotidianas.

Por: Gvillermo Delgado.
Foto: prestada del Santo Grial.




jueves, 10 de marzo de 2016