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El mal y el sufrimiento humano



Ante la inminente guerra contra Siria,
Ante la la irracionalidad justificada.

Cuando una persona muere algo de todo lo humano muere. Ante una amenaza de guerra, toda la humanidad es amenazada. En el sufrimiento humano, personas con nombre y apellido sufren dolor. Guatemala siente en este momento concreto el dolor. 11 indígenas asesinados el día de ayer, 08 de septiembre, en San Pedro Ayampu, y ahora, 48 personas mueren en accidente de bus en Chimaltenango. ¿Qué decir ante esto? ¿Cómo hablar de Dios en estas circunstancias?

En el sufrimiento humano el silencio de Dios se hace más insoportable, incluso para la persona buena. Es necesario encontrar un sentido a ese sufrimiento para soportarlo y  transformarlo en esperanza.

El mal trae consigo el sufrimiento. Todo lo que Dios creó, lo hizo bueno, al hombre inclusive, lo hizo a su imagen y semejanza, dándole dignidad. Con lo cual la persona libre adquiere buena cuota de autonomía, aún delante de Dios. Por aquí algunas pistas para entender el mal y el sufrimiento.

¿Puede Dios evitar el mal, quitar el sufrimiento de las personas? Sobre todo ¿puede o no puede evitar el sufrimiento de los más pobres, de las víctimas inocentes? Si respondemos a estas preguntas terminamos cuestionando a Dios en su poder y su amor. Sin embargo, las “características de la personalidad de Dios” no podemos entenderlas desde nuestras “experiencias mundanas”, proyectando en ellas nuestra imaginación.

En Jesús vemos un “extraño” poder de Dios, notamos la “debilidad divina” (1 Cor 2,23-25). Ahí está el poder y la debilidad. Dios es amor. El amor es la realidad pura donde conviven el poder y la debilidad. Dios no impone su poder de las formas humanas; en su amor quiere vencer el dolor y el mal, pero no a la manera humana, sino como Dios. A Dios hay que dejarle que sea Dios. El poder del amor es un poder desarmado, vulnerable. Lo vemos en Cristo, que muere humillado en la Cruz. Ahí está la muestra más grande del amor.

¿Nos basta esta reflexión para comprender el sufrimiento? Creo que no. El mal, y por tanto el sufrimiento acontecen en el lugar de lo humano. En la persona está la posibilidad del mal, porque el mal cae en el misterio del ser creado. La persona creada es imperfecta, perfectible, pues, podría ser o estar mejor. La imperfección solo Dios puede superarla y por tanto al mal, y lo haría aniquilando la imperfección. De hacerlo, vendría sería la nada. Ante eso es mejor ser imperfecto que ser nada. La persona, creada finita, no puede tenerlo todo, no puede serlo todo, no puede ser perfecta. Sólo lo absoluto, Dios creador, puede coincidir con lo perfecto.

Aunque nos parezca raro, pero, “un mundo sin sufrimiento sería un mundo deshumanizado. Dios creó a la persona con libertad y dignidad. Dios se retira de la persona, para darle sitio a la persona. Esa no es ausencia o abandono. Simplemente también Dios quiere dejar a lo humano ser humano. Las implicaciones de “esta dignidad humana” traen los abusos del hombre, ya que se atreve a negar al mismo Dios, y el mismo Dios acepta ser negado. Ahí el origen del mal. En este caso, Dios podría quitar el mal, lo cual significaría quitar también la libertad. Pero la persona ya no sería persona, quedaría anulada.

Si el mal y el sufrimiento viene por el “mal uso de la libertad”, eso quiere decir que sólo se soluciona con cambio de mentalidad, que permite crecer en dignidad y en el reconocimiento de la condición de ser criatura. Sartre decía que el “el hombre está condenado a su propia libertad”. Sin embargo, es desde ahí donde se eleva a su condición plena ser humano. La persona debe evolucionar en el amor, si quiere aniquilar al mal y sus consecuencias.

El dolor puede ser expresión de humanización y de sentido humano, porque nos abre al amor. El dolor nos sensibiliza hacia la solidaridad con los que más sufren. El amor transforma a las personas. La personas amada es una persona feliz. Por eso lo contrario de la felicidad no es el dolor o el sufrimiento sino el vacío. Cuando experimentamos el amor no estamos eximidos del dolor, orientamos el sufrimiento de otra manera y lo transformamos. Luchamos con el sufrimiento, pero no nos hundimos con él ni por él.

¿Qué hay de los niños inocentes que sufren las consecuencias de la maldad de los adultos, o qué hay del sufrimiento de quienes sufren los embates de una guerra entre sus dirigentes rivales? ¿Qué podemos hacer?

Ciertamente podemos hacer prácticas de resistencia ante el mal. La mejor manera de hacerlo es tomar partido en favor del bien. Jesús nunca estuvo de acuerdo con el sufrimiento: “Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38). Esa es la práctica de “resistencia”, dirigiendo toda la vida, propia y ajena, hacia el bien. Cuando Dios está de nuestra parte, no podemos menos que hacer el bien y oponernos con todas nuestras fuerzas a todas las fuerzas de las opresiones, la violencia, las guerras, la mentira; todo lo que acarrea el mal y sufrimiento. Quien tiene a Dios sólo puede ser persona de bien y para el bien.

Para los cristianos el sufrimiento se comprende desde la Cruz de Cristo, pues Dios aparece solidario, unido, con la persona que sufre. Ahí está el gran amor de Dios. Aun en el “aparente silencio” del Padre Dios, que no hace nada ante el grito desesperado de su Hijo en la Cruz. El creyente que se une a Cristo encuentra un sentido al sufrimiento, porque en la Cruz de Cristo se esconde el último y definitivo sentido que tiene el sufrimiento, que es la resurrección: es dar futuro a aquello que parece no tenerlo. Esa es nuestra esperanza. 

Por: Gvillermo Delgado
Fotos: varias
lunes, 9 de septiembre de 2013

El sentido de la vida



Reflexionando sobre la vida.
Para los hermanos y amigos.
A: Marcela en plena adolescencia,
y Argelia en su condición de madre.

Hablar del sentido de la vida es identificar las razones que como persona tengo para vivir. Las razones pueden manifestarse cuando respondo al por qué vivir y cómo vivir la vida.

El sentido exige crear una ruta que orienta, en todo momento y lugar de la existencia. Es el horizonte que tiene que ver con la manera de enfrentar las dificultades por difíciles que sean. Abordar el pasado como referente, el futuro como dirección, y el presente como el lugar en que se realiza todo. En cierto modo es realizar el presente. Quien no realiza la vida en el ahora mismo, no la realizará nunca.

El Sentido hace comprensible lo humano como construcción permanente. Nada está hecho. En tanto personas, estamos en la tensión permanente de hacernos. Cosa que obliga a estar siempre abiertos a los cambios. Será el discernimiento ético quien irá diciendo qué convine o no. Lo humano siempre debe ser nuevo. Lo nuevo siempre nos hace explotar la paz interior e imaginar lo bueno. Ese es el sentido.


La vida como tal "en estado puro", debiera estar al margen de la artificialidad a la que con frecuencia está siendo sometida, esa artificialidad que pasa por la alimentación, los bienes de consumo y hasta las relaciones humanas. Lo artificial nos hace artificiales. Eso mata, mata el sentido de vivir la propia vida, y se agrava cuando apunta la vida de "los otros". Sin embargo, existen mecanismos naturales para vivir, que vienen y están en la "naturaleza pura" como el agua, la luz, el olor, el color, la divinidad, la sangre, la altura, el tiempo, el movimiento...

La naturaleza tiene sus leyes, hay que entenderlas y seguirlas, para que no nos sometan otras leyes que no emanan ni del corazón de la persona, ni de la naturaleza, ni de la vida. O sea que la realidad hay que entenderla y vivir, convivir, con ella.

Que no nos parezca extraño que cuando se pierde el humor y la capacidad de vivir en la realidad tal como ella es, aparecen muchas señales indicando que hemos perdido la alegría de vivir. Con frecuencia esas señales vienen con enfermedades, que arrancan del alma, del espíritu, lo mejor de nosotros; y pronto supuran en la tristeza, el dolor de cabeza, en el desánimo, en la pérdida de la sonrisa, en dejar de ser niños, en la no aceptación de los años.

El discernimiento del sentido de la vida a partir del por qué vivir, que a su vez nos señala el cómo vivir, empieza por hacer visible 1) el sentido común, como lo más común de los sentidos 2) el humor: el homo ludem, en tanto, lo más propio de Dios y de lo humano y 3) la aceptación de la realidad, nos capacita a querer aquello que no podemos cambiar y cambiar lo que sí podemos cambiar.

La gran novedad de Jesús está en caer en la cuenta del sentido común, la alegría y la realidad. Por eso su evangelio, que arranca en las bienaventuranzas (Mt, 5), destella con fuerza en lo más sublime: la ley fundamental del amor. Finalmente el sentido debe ser el amor mismo porque nos da orientación, capacidades, potencialidades de ser: ser más. Caminar con dignidad, con altura.

Por: Gvillermo Delgado
Fotos: varias
domingo, 8 de septiembre de 2013

APRENDER VALORES



No es extraña la mirada de quien mira y a la vez no lo mira todo. Al mirar las ramas de un árbol no siempre es posible imaginar sus raíces. La dificultad que imposibilita observar en totalidad las cosas reside no en que las raíces estén bajo tierra, sino en las facultades del que observa, sus intereses con que lo hace, la trivialización de la realidad cuando esta no le afecta. La observación de lo otro es un principio necesario que permite conocer las otras cosas o personas y a la persona misma que mira. De ahí que lo grave quizá no sea el hecho que nuestra observación hacia fuera no sea completa sino que aquella no nos facilite conocernos completamente a nosotros mismos. No mirar nuestras propias raíces.  Sólo divisar nuestras ramas puede ser un gran engaño. La belleza de la rama y la flor es sostenida por algo mayor, que no siempre vemos. Mirar hacia fuera y hacia adentro, considerar lo que se ve y lo que no, es hablar de la integralidad, o sea considera la totalidad de las cosas.
La persona se construye cuando tiende a considerar su propia racionalidad, afectividad y la espiritualidad. La racionalidad conceptual con la que captamos la realidad no nos permitirá apropiarnos de lo captado sino fuera por los modos propios de hacernos de las cosas y de nosotros mismos a través de la afectividad, la pasión y todo aquello que nos mueve a entrar en relación con las personas y con todo el medio circundante. Los afectos nos ponen al mundo delante, como un enorme espejo. Sin embargo, con esto se toca techo. Pues de la racionalidad descendemos a la pasión, y ella no puede agotarse en ella misma, debe confrontarse otra vez en la racionalidad y a la vez elevarse en el espíritu, por encima de la razón y la pasión. Esta es la espiritualidad humana, que no necesariamente es referencia religiosa, lo religiosa es otra dimensión a esta espiritualidad. La espiritualidad es condición sine qua non –necesaria para que lo otro sea posible- de todo movimiento humano, en sí mismo y hacia su destino más suyo o propio. Aquí está aquella esencialidad que hace de la persona un proyecto, proyecto de persona, con cualidades propias que permiten realizar su vocación.
Para comprender lo dicho sugiero mirar hacia atrás, desde nuestra niñez. El ser como niños o niñas es revisar, desde abajo, lo más auténtico, lo que mueve a la relacionalidad. Partir de abajo nos hace pasar, necesariamente, no sólo por la realidad tal cual, o imaginada, sino también por lo pensado, y querido. Permite actuar en el presente, hacer de el un proyecto de vida, encaminar futuros, sólo posibles desde lo que ahora mismo somos. En este plano del ascenso, suceden los cambios de la belleza -no hay belleza sin cambio-. Actuar con naturalidad en esa realidad es lo más original y querido, porque nos hace buenos, actuamos sobre las cosas y comprendemos la vida sin frustrarnos por lo que no
podemos cambiar y a la vez cambiamos lo que si puede ser cambiado. Olvidar esa noción, de belleza infantil es el trauma más grande que golpea a menudo, sobre todo cuando supuestamente ya somos grandes, y despertamos de los sueños enajenados que nos trajeron los años y el medio. Con todo, lo más auténtico es la verdad de la realidad, porque es lo que realmente somos, en el aquí y ahora, en el devenir de la vida. Ahí la llave que abre la puerta para aprender valores.
Mirar bien, mirarlo todo, actuar en la realidad nos hace personas despiertas, porque permite que veamos al árbol desde sus raíces y que seamos vistos desde adentro.
Foto: Ricardo Guardado, 2013
Aquello que aprendimos desde abajo será siempre valioso, prevalecerá en el tiempo, nos hace los filósofos de la vida, que observan no solo para conocer sino para actuar con sabiduría. Lo diferencia de quienes hemos sido educados y quienes no, no dependen sólo de donde o con que instrumentos pedagógicos nos indujeron sino como esto nos ayuda a vivir la vida.

Por: Fr. Guillermo Delgado
Fotos: jgda
lunes, 8 de julio de 2013

APRENDER EN LA ESCUELA


Con el tiempo aprendí que educado son aquellas personas que pasando por la escuela de la vida, y más aún de los pupitres y las letras, aprenden a comprender las leyes naturales de todo lo creado. Al conocerlas se someten a ellas y a la vez las ponen a su servicio. Eso es saber vivir. 
Esas leyes que se rigen en sí mismas, sin que nadie las gobierne, más que la fuerza original que les insufló energía vital y las movió hacia la perfección.  Perfección que crea sueños y lo quita, que genera amor y lo perfecciona. O Sea, en beneficio de la persona humana.  
Con el tiempo aprendí también, que esas leyes están tan dentro de la persona y tan fuera. Tan accesibles y tan lejanas. A veces son la vía de la felicidad, y otras de la frustración. Nos permiten dar explicaciones de la célula original que avanza a más y nos atrae a ser lo que somos, y explicar a qué se debe, eso de morir. En fin, eso aprendí.


Foto tomada por el Dr. Hugo Darío Rodríguez Alburez. Prestada del Álbun de Juan Tomás García Marroquín. Mayo de 1968.
Por eso, en estos últimos días que me fui a posar delante de estudiantes de básico y diversificado en los mínimos espacios académicos de este pueblo de Cahabón, me atreví a decirles, a veces con acento de enojo, o haciendo notar que esa es toda mi verdad, les dije que:



Si la escuela nos ayuda a encontrar las razones del "para qué vivir", en la vida sabremos encontrar las razones de "cómo vivir". De lo contrario no hay por qué ir a la escuela. De no ser así, la escuela no sirve para nada. Perdemos el tiempo, gastamos los pocos recursos que tenemos, y al egresar, del grado que sea, seguimos siendo analfabetos, sumisos, y esclavos de la manipulación de los interesados en manipular las cosas en beneficio propio [más analbabetas que no nosotros pero astutos como serpientes], como a veces acontece en quienes nos gobiernan, aquí en el municipio o en cualquier lugar del planeta.



Si la escuela nos ayuda a desenvolver las potencialidades más sublimes del servicio, del amor,  de la belleza, de la ternura, del cuidado... desde los más propio, digo, desde los valores morales, la conciencia moral, y nos da claves para su aplicación, entonces si hay que ir a la escuela. 


Si en la escuela no nos enseñan a conocer de cerca el drama humano y su realización, los principios de la naturaleza y sus alcances, comprender sus causas y consecuencias, y no nos ayudan a comprometernos a cambiar lo que debe ser cambiado, entonces no hay que ir a la escuela. Porque ¿de qué serviría, como dijo el viejo Marx, "conocer la realidad sino la transformamos"?


Advierto que yo fuí a la escuela. Y por su culpa llegué hasta aquí. De lo contrario posiblemente nunca nos hubiéramos conocido. Vos, no estuvieras leyendo esto que ahora escribo. 

Ya ves, lo que con el tiempo aprendí, al intentar comprender las leyes de la vida.  



Por: Gvillermo Delgado
Fotos: jgda
martes, 16 de abril de 2013