La persona se construye cuando tiende a considerar su propia racionalidad,
afectividad y la espiritualidad. La racionalidad conceptual con la que captamos
la realidad no nos permitirá apropiarnos de lo captado sino fuera por los modos
propios de hacernos de las cosas y de nosotros mismos a través de la
afectividad, la pasión y todo aquello que nos mueve a entrar en relación con
las personas y con todo el medio circundante. Los afectos nos ponen al mundo
delante, como un enorme espejo. Sin embargo, con esto se toca techo. Pues de la
racionalidad descendemos a la pasión, y ella no puede agotarse en ella misma,
debe confrontarse otra vez en la racionalidad y a la vez elevarse en el
espíritu, por encima de la razón y la pasión. Esta es la espiritualidad humana,
que no necesariamente es referencia religiosa, lo religiosa es otra dimensión a
esta espiritualidad. La espiritualidad es condición sine qua non –necesaria para que lo otro sea posible- de todo
movimiento humano, en sí mismo y hacia su destino más suyo o propio. Aquí está
aquella esencialidad que hace de la persona un proyecto, proyecto de persona,
con cualidades propias que permiten realizar su vocación.
Para comprender lo dicho sugiero mirar
hacia atrás, desde nuestra niñez. El ser como niños o niñas es revisar,
desde abajo, lo más auténtico, lo que mueve a la relacionalidad. Partir de
abajo nos hace pasar, necesariamente, no sólo por la realidad tal cual, o
imaginada, sino también por lo pensado, y querido. Permite actuar en el
presente, hacer de el un proyecto de vida, encaminar futuros, sólo posibles
desde lo que ahora mismo somos. En este plano del ascenso, suceden los cambios de la belleza -no hay belleza
sin cambio-. Actuar con naturalidad en esa realidad es lo más original y
querido, porque nos hace buenos, actuamos sobre las cosas y comprendemos la
vida sin frustrarnos por lo que no
podemos cambiar y a la vez cambiamos lo que si puede ser cambiado. Olvidar esa noción, de belleza infantil es el trauma más grande que golpea a menudo, sobre todo cuando supuestamente ya somos grandes, y despertamos de los sueños enajenados que nos trajeron los años y el medio. Con todo, lo más auténtico es la verdad de la realidad, porque es lo que realmente somos, en el aquí y ahora, en el devenir de la vida. Ahí la llave que abre la puerta para aprender valores.
podemos cambiar y a la vez cambiamos lo que si puede ser cambiado. Olvidar esa noción, de belleza infantil es el trauma más grande que golpea a menudo, sobre todo cuando supuestamente ya somos grandes, y despertamos de los sueños enajenados que nos trajeron los años y el medio. Con todo, lo más auténtico es la verdad de la realidad, porque es lo que realmente somos, en el aquí y ahora, en el devenir de la vida. Ahí la llave que abre la puerta para aprender valores.
Mirar bien, mirarlo todo, actuar en la realidad nos hace personas
despiertas, porque permite que veamos al árbol desde sus raíces y que seamos vistos
desde adentro.
Foto: Ricardo Guardado, 2013 |
Por: Fr. Guillermo Delgado
Fotos: jgda
FELICIDADES! QUE BONITA REFLEXION Y MUY DESDE LA EXPERIENCIA. SIGA ESCRIBIENDO. SISISISI
ResponderEliminarMuy bonita reflexión, me recuerda las palabras de Johan Manuel Serrat, cuando dice:Bienaventurados los que están en el pozo, porque desde ahí en adelante solo cabe ir mejorando. Bajemos a nuestro pozo y descubramos quien lo alimenta, ya que ahí, abajo esta lo valioso...Entonces... ME GUSTO!
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