Hambre de DIOS Hechos y Palabras miércoles, 19 de agosto de 2009 1 Un Comentario


Mundo sin centro
Comparemos los días actuales con los pasados. Revisemos algunos tópicos de esta vida nuestra. Con apenas cinco o diez años atrás, ahora todo puede ser accesible gracias a la fuerza de la tecnología y la comunicación. La independencia al unísono con la desobediencia se iza cada vez más alto. La producción creadora está a favor de suscitar consumo por consumo y “necesidades innecesarias”. Ahora es más posible “ser más iguales” sin ser hermanos, donde la sensación efímera del clik fascina. La mentira encanta como si fuera verdad, y todo fluye, fluye, fluye. Todo esto a unas velocidades a penas sentidas. Mientras cabalgamos la cresta de la ola, sin percatarnos de lo que permanece, de lo tenemos o es posible. Esto es vivir en un mundo sin centro. ¿A caso el mundo tiene centro? O ¿Necesitamos la centralidad o “ese algo” que nos de seguridad?

En consecuencia, el código de la autonomía se posa en el atril de cada persona, sin más. Nos dicen: “vístete de hombre nuevo”. Y, “renovados” galanteamos en bronce y oropel. Quien consume es consumido. El peor enemigo puede ser, aquel quien me conoce a fondo. La familia y los amigos “son útiles”, y mediaciones necesarias. La institución familiar es una casa con arranque de barro. Importa vivir ahora, ayer o mañana son palabras de sinónimas de padecimiento. Los fantasmas nos acechan sobre el asfalto, con poder de dioses. La imaginación mítica y legendaria tradicional agrícola se desvanece en la ética individualista y solipsista, que priva de sentido la existencia y la pertenencia a la creación de la que somos parte.

No es preciso afirmar que “los valores se han perdido, pues no existen nuevos valores, nadie en soledad es capaz de crearlos, sólo reinterpretamos los valores permanentes de acuerdo a “la necesidad” e “intereses” presentes. O sea que los valores aprendidos en la tradición, en las riquezas ancestrales, son interpretados a la luz de la necesidad, mientras crecemos.

Búsqueda de un centro
La cultura, como cosa humana y sólo humana, da sentido e identifica. Nos conocemos así mismos y nos re-conocemos delante de los demás. Jesú, el Mestro, pregunta a los suyos: quién dice la gente que soy yo; y para avanzar en el conocimiento de sí y de los otros, insiste, con más prontitud: y ustedes quién dicen que soy yo. Las cuestiones del Maestro, no acontecen porque él fuera inconsciente de su misión e identidad, sino para revelar el ser uno mismo en lo más íntimo del otro.

En algo hay que creer

Mejor si creemos en alguien. Los Cristianos católicos nos fortalecemos en el hontanar de la Eucaristía. Por gracia de la fe, afirmamos la presencia real y salutífera del Señor, en ese evento. De ese modo, el alimento para la vida fortalece la confianza en “los otros” y en el “completamente otro y trascendente”. Participamos de la mesa de los amigos y en la Mesa del Amigo. Comemos y nos alimentamos. La salvación nos envuelve en salud de alma y cuerpo: como personas, que hemos visto la divinidad humana de Dios, y que somos espiadas en la humanidad divina del Señor Jesús. Que por lo mismo, nos hemos integrado a ese misterio de amistad trascendental. En lo humano-divino: creemos, vivimos lo creído a partir de nuestra propia profanidad, en el ámbito de la mesa familiar de los amigos. "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). Cenaré con él. Con él.

En el epicentro
En la Mesa de la Misa, hemos probado el alimento que sustenta el espíritu de todo sentido, que nos direcciona a la consumación del amor, en Dios, más allá de la finitud. Pues, ese es el lugar y el acontecimiento, que funda la acción de gracias y dinamiza al espíritu.

Jesucristo “es el pan de vida”. Tenemos hambre de sentido, de eternidad: queremos al amor verdadero, buscado en toda relación humana, en las cosas creadas, ahí donde describimos huellas de la divinidad. El hombre tiene hambre de Dios, y no le basta el rábano de mesa.

Nuestra hambre
Muchas cosas humanas han cambiado, es verdad, como buen signo; pero no debemos permitir que la cosificación abrace lo humano. En todo caso, que el letargo de la prisa que impone la innovación del consumo, que “lleva maravilla y el error”, no nos permita olvidar nunca que “la cosa humana” es cosa divina.

“Oír misa” es misionar: estar/ser consigo/uno mismo y moverse hacia el otro. Hacerse señal de Dios, ser consciente que soy altar de lo divino, alimento de vida, en la Mesa común. Nuestra hambre es de Dios en la Mesa, porque nuestra hambre es de ser humanos, tan humanos como sólo él puede serlo, en aquel que es rostro humano de Dios y rostro divino de lo humano.

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1 Un Comentario

Unknown 22 de agosto de 2009, 15:25

Hambre de Dios, es el verdadero nombre de nuestra crisis. Teniendo la mesa puesta con el pan de vida, sin costo alguno, en monedas. Quizás porque el precio es el compromiso, y la configuración en El... la humanidad sigue desnutrida. Pero Ud. y yo sabemos que el amor hace accesible el precio y la configuración en El es tan solo reciprocidad.
Gracias por compartirnos su amor, pensamiento, palabras, acciones, con tanta belleza y claridad. Hagase, en comunión perfecta.
Con cariño y admiración
Stella María