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El cumplimiento de las promesas




El cumplimiento de las promesas

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda


En un plano geométrico, la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. En el plano de las relaciones humanas la distancia más corta la encontramos entre la palabra que se promete y su cumplimiento.


Al no cumplirse lo que se promete se rompe el plano de lo humano que fundamenta los grandes principios éticos.


Quiero decir que, cuando no hay rectitud en la distancia entre lo que se promete y su cumplimiento hallamos una falta grave.
La persona que falta a sus palabras miente y como consecuencia pierde la credibilidad que un día tuvo. En adelante, no será más una persona confiable, porque no es fácil volver a creer en la persona que miente. La persona que miente decepciona. Muchas veces, para siempre.


Cuando apelamos a “la palabra de Dios” o cuando “juramos” en su nombre para hacer creíble nuestra palabra es porque de entrada no tenemos la credibilidad que quisiéramos tener. Con eso damos por sentado que la Palabra de Dios es por definición cumplimiento. Como quien dice: “Cuando Dios promete, cumple”. Pero, no siempre podemos decir lo mismo de una persona cualquiera.


Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, notaremos que, todo lo que vemos es obra de Dios. Sin embargo, cualquiera de nosotros podría negar esta afirmación argumentando que la mayoría de las cosas que vemos son realización humana, pero ¿de dónde viene el ser humano y sus capacidades? Entonces, no nos queda más que ver las huellas de Dios en todo cuanto existe.


Todo lo que existe contiene detrás una palabra, o es sostenido por una palabra. Eso explica el por qué todo tiene un nombre. Aquello que no tiene nombre, no existe. Lo que no existe no puede ser pronunciado jamás.


La palabra que le da forma a todas las cosas es la distancia más corta entre un punto y otro. Piensa en una nube, un árbol, un durazno o un niño recién nacido, y contempla la belleza como expresión de la palabra y su forma, en lo que miras.
Al captar toda belleza se nos revela con claridad la realidad de las cosas, como le pasa a los colores con el sol de la mañana. 


Entonces pasamos a describir con vergüenza las enormes crisis éticas que atraviesan las sociedades del mundo presente. No sólo en quienes somos parte de una religión determinada por romper la línea recta entre la palabra que se proclama en los templos y lo que hacemos en la vida práctica, lo vemos también, en los discursos engañosos gestados en los ámbitos de los poderes gubernamentales para saquear las arcas de los estados.


La gravedad de esos males, desde donde queramos verlos, toca techo cuando alcanza a la gente de a pie o a los niños, quienes imitan tales modelos, y creen tener el permiso para hacer lo mismo. Entonces lo que tenemos es una sociedad hipócrita hundida en el caos. Y del caos ¿Qué podemos esperar?

lunes, 25 de febrero de 2019

el Silencio de Dios



El Silencio de Dios

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas.

Guillermo Delgado OP

¿Cómo podemos atrevernos a decir que estamos capacitados para amar si somos incapaces de oír aquellas voces que sólo pueden ser atendidas con el oído del alma?

La capacidad de oír una palabra nos transforma en lo que esa palabra significa. Porque oír nos da capacidades. Cuando Dios creo el universo dijo: Hágase la luz; y la luz se hizo (Gn 1, 3-5). 

Al parecer, la luz oyó la voz de Dios. Ella que estaba en el puro silencio, se hizo luz. Desde entonces la luz ilumina, y adquirió otras capacidades.

María, la Madre del Señor, recibe la buena noticia de Dios porque la espera. O sea, tiene la capacidad de esperar. Porque quien espera como quien persevera alcanza lo que espera. Y es que tarde a temprano “todo absolutamente todo, llegará a ser o a cumplirse". Sólo no se alcanza aquello que no existe y que no se espera.

Esperar en el silencio es vaciar el corazón de todo lo innecesario para darle lugar a las grandes cosas, a lo realmente necesario e importante.

Es en el silencio donde la palabra eterna llega y llena todo aquello que requiere de su presencia. Cómo se llenan las aguas de los mares y las frutas de los sabores más deliciosos.

En el Silencio, Dios nos habla. Oímos y hablamos en él confianza, como lo hacemos con un amigo.

Nosotros estamos acostumbrados a rogar y a pedir a Dios, aquello que necesitamos. Y, Dios se comporta dando todo lo que pedimos:
Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (Mt 7, 7-9).

Mejor si lo hacemos desde el silencio, porque esperar en el silencio es escuchar. En el silencio se filtran las voces de la eternidad, porque de allá venimos. 

En el silencio fue pronunciado nuestro nombre, por el mismo Dios, antes que nuestros padres se amaran.

Eso es el tiempo de Dios, que abre puertas a todas las direcciones. Santa Teresa que sabía de esas cosas, lo dijo: “la paciencia todo lo alcanza”.

Hoy tememos al silencio. El silencio no da pánico. Hemos hecho del silencio un vacío cercano a la muerte, carente de sentido. Para muchos el silencio es nada.

Por eso “procuramos distraernos”. Queremos saciarnos de nosotros mismos. Nada más. Al parecer, hemos perdido a Dios.

En la sociedad actual Dios ya no es tan necesario. Lo que no sabemos es que: Quien pierde a Dios se pierde así mismo. Jesús gritó:
¿De qué le sirve al hombre conquistar el mundo entero si se pierde su alma? Y ¿Qué puede hacer para recuperarla? (Mt 16, 26).

Para escuchar a Dios, reconocer su voz, necesitamos por lo menos una cosa: silencio. Soledad. Callar.

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas. El alma es el mapa por donde Dios camina, ahí nos encontramos para dialogar con él.

Necesitamos silencio y soledad para volver a tener la capacidad de amar. “Callar la boca para que grite el corazón” (San Agustín).

Foto: jgda
jueves, 21 de febrero de 2019

Educar en la Virtud


Educar en la Virtud

La virtud es un grado de perfeccionamiento humano al que todos aspiramos por el camino de los hábitos buenos. ¿Cómo conseguirlo?

El camino son los hábitos buenos y los valores morales.  Pero, ese no es camino plano, sino como el de una escalera, porque los hábitos son los peldaños por el que se sube y se baja. Con ellos se alcanza la altura de la dignidad que nos pone al lado de la santidad (hacia arriba), y a la vez nos dan profundidad y consistencia (hacia abajo).

Encaminados en la virtud nos situamos delante de un horizonte abierto, por un lado, para mirar lejos, y con la profundidad, por otra parte, caminamos en toda dirección que la libertad permita.

Quiere decir que, cada niño al nacer emprende su propio camino, pero nunca en solitario; necesita de quien “se haga cargo” de él (tanto, los padres en la propia casa y el profesor en la escuela) para encaminarse, junto a con quienes viven la vida, a una meta propia.

De ahí la importancia de la educación. Educar en la virtud exige por lo menos cinco momentos clave.

Primero, la enseñanza de la virtud no es puramente teórica, sino práctica. Eso exige instruir el propio mundo en la unión de las ideas y la práctica. Por eso solemos decir que el bien existe porque hay gente buena. La gente buena es aquella que practica el bien. 

Existe un mundo bueno o uno malo. Construido con ideas y prácticas de personas buenas o malas.

Segundo, la virtud es inseparable de lo bello. La belleza se predica sólo de la bondad, la justicia y el amor. Ahí se encuentra la definición de lo divino y de lo humano. Es decir, la belleza se predica de quienes habitan y transitan hacia el mundo feliz. 

Educar para la belleza es hacer valer aquellas aptitudes y valores esenciales que describen la personalidad madura, que acontecen en la responsabilidad, el dominio de sí mismo, la gratuidad, la integridad, las aspiraciones profundas y la capacidad creativa.

Tercero, hay que educar en la unidad de razón y pasión. Es una condición inseparable. Se educa considerando a la persona total y no sólo para una parte de lo humano o para una etapa de la vida. De no hacerlo se mutilan los sueños y la realización. 

Se educa delante de un horizonte abierto de posibilidad para la realización, o la educación es fallida y dual. Y eso puede ser un crimen.

Cuarto, educar a pesar del modelo de las virtudes. El educador “debiera” exigirse, el mismo, aquello que enseña. Pero, al no conseguirlo, eso no le exime de enseñar el camino de la virtud, de no hacerlo, la tarea quedará sin hacerse; porque con frecuencia la educación no siempre puede ser modelada en todos sus ámbitos, tampoco existe la persona íntegra para hacerlo, aunque nunca deje de ser una exigencia humana. 

Para la ética cristiana esto no es posible, pues, quien enseña debe modelar lo que enseña, dado que los hechos y las palabras se abrazan por ser el mejor horizonte a perseguir.

Y, quinto, como ya dijimos, la recta conducta no se aprende sólo por la teoría, por eso siempre se requiere del adiestramiento. Aristóteles decía que las virtudes, como hábitos buenos, se adquieren a base de repetición de actos. No basta con tener claridad de lo bueno, hay que practicarlo infinitamente. Por eso, la virtud embellece a la persona.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda.
miércoles, 6 de febrero de 2019

Las Etapas de la Vida



Las Etapas de la Vida


Nacer no es suficiente para vivir. Vivir es conocer las leyes de la vida. Con razón, “los más grandes enseñan a los más pequeños” a descifrarlas y a hacerlas valer.

Nacer frágiles con las manos apretadas es indicación que somos por naturaleza necesitados. Sólo el día en que nos despidamos de este mundo abriremos los puños. Aquel día quedará liberado lo que se nos dio a la hora de nacer.

La muerte es no necesitar nada. Y debe ser posible mientras vivimos. En cambio la muerte física se impone en el silencio, la frustración y el llanto, porque fue entendida sólo desde la "necesidad y el aburrimiento". 

¿Por qué entender la muerte como final y no como principio? o ¿Por qué la muerte debe ser solamente física? El día que la muerte sea más existencial y no física, viviremos al modo como lo enseñó la Madre Teresa de Calcuta, quien iba con las manos extendidas, nunca empuñadas. De ella aprendimos que las manos extendidas son las del amor y las empuñadas del egoísmo y el odio. Eso es morir para vivir.

¿Por qué sólo en las etapas de la juventud la definición de sí mismo se construye en base a los anhelos y la realización? y ¿Por qué conforme la persona toma decisiones y asume responsabilidades el pasado empieza a ser el horizonte más querido?

Aprender a vivir no es fácil. Conforme nos alejamos de la niñez, la nostalgia de lo que fuimos empieza a imponerse. Nos convertimos en sentimentales. En los recuerdos encontramos el mejor refugio que nos define. Quiero decir que, con el paso de los años la memoria discrimina lo próximo y se remonta a lo recóndito. La memoria se hace más selectiva, nunca olvidadiza. La vida se manifiesta tal cual. Pero, para muchos ya es tarde. Yo creo que para la vida y el amor nunca es tarde.

Es cierto que con la ancianidad la muerte física se asoma, como el sol matutino entre las montañas, tan cierto que el cuerpo en su decaimiento lo recuerda a cada instante. Sin embargo, junto a la muerte, se impone impetuoso, un amor en estado puro; sobre todo, al descubrirse la persona, así misma, en las generaciones que heredan sus genes. Con justicia, los nietos, para los abuelos, son el gran amparo y fortaleza. Y para que quienes aman la vida en todas sus manifestaciones, ese mismo hecho los recompensa a cada instante y más allá del tiempo.

Demasiado tarde llegamos a comprender que la única manera de no morir está en relación con el amor que damos y el amor que recibimos.

En el amor no cesamos de aprender y no cesamos de enseñar. Sólo en el amor es posible vivir la vida hasta el final. Porque ese amor en que amamos nunca fue nuestro, es y sólo puede serlo de Dios.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: Familia Delgado-Acosta

lunes, 21 de enero de 2019

Contrapeso



CONTRAPESO

Todo aquello que vale, vale por la fuerza que lo sostiene. Con frecuencia los valores morales se sostienen en el cumplimiento de las normas morales. Sólo las aves se sostienen en el aire. Pero es por otras razones.

No es exacto decir que la crisis de valores de la sociedad actual se deba a la técnica y la comunicación. Lo ha pasado  es que se han debilitado las normas morales que armonizan la convivencia social. Por eso que ya no somos capaces de sentarnos a la mesa a comer juntos y confiar en las promesas de las otras personas.

De no reconocer la constatación de esta verdad y actuar a tiempo, habremos perdido para siempre al ser humano civilizado. Sólo nos quedará la posibilidad de reeducarnos como se educan a los niños que despiertan del vientre de su madre para mirar la luz del mundo. 

Así como la inercia es carencia porque le falta energía física propia, la gravedad existe gracias al contrapeso necesario de un cuerpo respecto a otro; igual pasa en toda relación humana, ella es contrapeso de dos o más personas. Igual son los las normas morales a los valores y su cumplimiento.

Nada puede sostenerse por sí mismo, todo requiere de ser movido o sostenido por otro. Aun Dios, subsiste en la comunicación de su amor, razón por la cual creó al ser humano.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
domingo, 23 de diciembre de 2018

Un Mundo Feliz


Un mundo Feliz

Quien no es feliz hoy no lo será nunca. Posponer la realización al tiempo futuro no es garantía de nada.

La persona es un proyecto, es verdad, pero nada es posible más más allá de las tareas emprendidas en el tiempo presente.

Para los ciudadanos griegos el destino era la comprensión de un futuro programado o determinado para siempre, que estaba controlado por los dioses. Ante eso nada se podía hacer, más que someterse a “ese destino”.

La persona moderna cuando habla de destino piensa en sus acciones responsables, es decir, en su libertad; porque ha comprendido que no es un reloj programado, ni ha sido creado por un dios (en minúscula) perverso. 

El Dios revelado (o dado a conocer) por Jesús respeta la libertad humana.

Pues, al crear todas las cosas, el cerebro, las nubes y la flor, Dios les impuso unas leyes propias.

Eso es lo que confiere autonomía a la naturaleza y libertad a la persona.

Dios, todo lo hizo bueno en función de la vida feliz, para que todas sus criaturas lo sean ahora; con razón, el colibrí vuela cantando, la flor recrea los colores y los perfuma, el llanto del niño despierta la ternura, y el amanecer hace crecer la esperanza de todo sueño querido.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P
Foto: jgda

El mal y el bien


El mal que se hace a una sola persona afecta a la humanidad entera. El mayor afectado de toda maldad será siempre quien la provocó. Cuando ese efecto te alcance no quedará otro camino que reconciliarse con el ofendido. El mal que un día hiciste en solitario, no lo podrás reparar sin amor y sin el auxilio de otros. Si bien es cierto que nunca llegarás a diluir el mal que hiciste, sin embargo, el amor puede hacer misteriosamente la reparación que tú no puedes hacer por sí mismo (sólo crear las condiciones desde la convicción interior). Los pensadores decían que la vida feliz embellece a la persona. Se embellece quien hace el bien. Dios cuando creó la flor quiso hacerse visible en ella. Al crear al ser humano instituyó una relación permanente de amor. Eso quiere decir que una sola relación de amor es suficiente para afectar positivamente a la humanidad entera. Una persona que ama a otra, en ella, ama a toda la humanidad. La mujer al convertirse en madre no lo es sólo de su hijo, sino de todo lo humano, en cualquier niño mira a su propio hijo. De ahí nacen los valores y dignidad, que no es otra cosa que el reconocimiento del mismo Dios en la persona.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P.
Foto: jgda

Vivir la Vida




Vivir la Vida
Toda la vida es una preparación para la muerte. Al parecer vivimos para morir.

Esta afirmación parece extraña y absurda. Pero no lo es.

Por no pensar en la muerte esta no dejará de llegar. Todos avanzamos con ella a cualquier dirección que nos dirijamos. 

Cada instante vivido, al que llamamos pasado, en realidad son trozos la muerte. Un segundo vivido no retorna nunca, tampoco regresamos donde un día estuvimos.

Vivir es tomar conciencia de la vida para vivirla. Eso se capta con los cambios grandes y pequeños que la muerte nos muestra, para permanecer despiertos.

Una persona despierta, se asombra y maravilla por todo. Saluda amablemente, agradece por todo, celebra con el humito del café caliente, baila cuando se baña, canta mientras maneja. Siente la vida.

La muerte acabará con nuestras fuerzas una tarde cualquiera.

El silencio se impondrá como el viento huracanado en la montaña. Ausentes. Seremos el olvido para quienes avanzan en sus prisas. Entonces, todo en este mundo habrá terminado. Todo.

Diariamente somos testigos de tantos finales. No sólo de la noche para dormir o los noventa minutos del buen fútbol. También se acaban los años de la primaria, la soltería, los días de la navidad familiar. Si no somos nosotros quienes se despiden, serán nuestros padre. En fin, tantos finales, parecieran “normales”. En cierto modo lo son.

Extraña y paradójicamente, sólo los cambios y la muerte dan consistencia y alegría a la vida, aunque esta sea de trabajo agotador, de carencias económicas o de salud.

La resurrección de Jesús sólo se comprende a la sombra de la Cruz. La ternura de una mujer aparece asombrosamente el día que se convirtió en Madre. Pero tuvo que morir a la frescura de la soltería.

O sea, la muerte da sentido a la vida. Con la muerte aprendemos las mejores lecciones para vivir la vida feliz, que acontece bajo el cielo y la piel.

Cuando llegues a este punto, habrás sido consciente de lo grandioso que es vivir. Que de todas las cosas, el tiempo es el factor más determinante; que la vida se acaba como el oxígeno al pez fuera del agua. Que por tanto, sólo debes vivir, perder el tiempo con quienes amas. Eso es vivir.

Habrás vivido cuando comprendas que morir sólo es un momento más del sinuoso camino de la vida. Que no siempre depende de ti.

De la muerte nadie tiene control, solo la vida. Dios. En todo caso tomar control de la muerte es tomar control de la vida. Tener conciencia de esa realidad es vivir la vida feliz.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P.
Foto: jgda

sábado, 22 de diciembre de 2018