Viendo "Posts antiguos"

LA SAMARITANA




A propósito de la cuaresma
a la luz de Juan 4,5-15. 23-30.



Por: José Gvillermo Delgado-Acosta
Fotos: de la la web. 



1. Jesús, cansado del camino, se había sentado junto al pozo. Era mediodía. Una mujer de Samaria fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".


Jesús ha caminado toda la mañana desde Galilea. Tiene sed. El cansancio es un desvanecimiento parecido a la muerte. El agua es el sustento que devuelve la fuerza perdida. Pero no logra refrescar el alma. Desde la Cruz, Jesús dijo: “tengo sed”, pero no pudo contener la muerte. Humanamente no resiste a la muerte. Es vencido como todo mortal.


Pide agua a la Samaritana. Jesús sólo desea fortalecer su cuerpo para seguir el camino. Pero ese es el momento donde se da a conocer delante de aquella mujer. Entonces, cambia su idea. Ya no habla solo de “agua”, sino también de “agua viva”.


La Samaritana no es capaz de darle agua porque el pozo de donde Jesús espera beber es del pozo interior. De la profundidad de la vida. No es capaz. Su humanidad aún no ha dado el salto a la autenticidad humana. Se ha conformado con "con su agua". Sus "cinco maridos", beben de su agua, pero siguen con sed.

Las personas vacías, no pueden dar de beber. Esas personas son aquellas que se han aferrado exclusivamente a lo humano, no pueden ver más allá.


2. La Samaritana dice: "Señor, ¿De dónde sacas esa agua viva? Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".


Jesús saca el agua de su propio pozo. De dentro de él mismo. El agua viva es profundidad. Es alcanzar lo divino desde las propias raíces humanas. Es el rostro que hace transparente el rostro de Dios, como agua que deja ver el fondo o cristal que deja pasar la luz. Es el rostro iluminado. En camino.


La Samaritana busca sacar agua del pozo de Jacob. Es el intento de vivir y sobrevivir en el cansancio, en los límites de la vida humana. Sin profundidad. Es conformarse sólo con lo humano, como trabajar para vivir, casi como los animales. Es sobrevivir enfrentando al otro. Es llenarse de las satisfacciones que nos dan las cosas y los momentos, que traen inyectada la soledad y el vacío. Dar de eso, es hacer de aquel que nos recibe a un pordiosero permanente del amor.


La samaritana descubre las cosas con las que llena su cántaro (sus maridos). No tiene más. No puede ver más allá. Su agua es agua de estanque, no corre. Es un coco vacío.



3. La mujer dejó su cántaro, corrió a la cuidad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?”. Salieron de la cuidad e iban hacia él.


El cuerpo/la persona es el pozo/lugar donde acontece el encuentro con Dios y con uno mismo.




Para que ese encuentro sea posible, es necesario que se den al menos dos cosas previas. 


Primero, mirar hacia dentro de sí mismo, para examinar la propia humanidad. 


Segundo, vaciarse de sí mismo, de las cosas que tiene dentro, para dejar espacio a Dios y a las otras personas. Es olvidar nuestro viejo cántaro, que se llena y se vacía. Ese que no es capaz de hacer nacer de sí mismo el manantial de vida.



Sólo entonces corremos a la ciudad. Ahí donde está la gente. Quienes esperan ver beber del agua viva. Les encaminamos, les enseñamos el camino, que ya conocemos.


Cuando me lleno de Dios, entonces, yo mismo me convierto en manantial de donde emana para los otros el agua para su cuerpo cansado y para su alma sedienta de Dios.



Es precisamente entonces cuando la persona humana ha encontrado el sentido de su vida. Es el momento cuando salimos de la ciudad al encuentro de Él, como la Samaritana.


Vaciarse de sí mismo para llenarse de Dios es divinizar nuestra propia humanidad. Es abrir la puerta "a los otros", que entren, beban del agua de nuestro pozo. Beban humanidad.


miércoles, 24 de febrero de 2010

Los pecados de Haití

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera. Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:


-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica
A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:


-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede. Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.


En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado... de artistas.


En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses".


Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: "Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas". Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".

La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.

DUARDO GALEANO
miércoles, 27 de enero de 2010

Después de las Diez de la Noche

El silencio pasa lisamente
entre los árboles y sus hojas
para tocar quedamente
el sueño de los niños de Cobán.

Orgullosos con su estatura,
los liquidambar, pinos y cipreses
se beben de pie la altura del Universo
en su acantilado Amor.

Los carros descalzos
corren en apuesta de asfalto,
y van dejando sus chasquidos
entre las manos limpias
de los montes y sus aliados.


Sin embargo,
las calles no llegan a ninguna parte.
Duermen,
también.

Tal vez los amantes despiertos
a esta hora puntual
lleguen al vacío del profundo conformismo
cuando sepan por fin
que lo único nuevo
sólo puede estar
en el sol del amanecer.

...
¡Prolónguese la noche!
¡brillen los astros
en el firmamento celeste
para alumbrar la tierra!


Y Dios vio que todo era bueno.

Aquí en Cobán.


Por: Fr. Gvillermo Delgado
Fotos: Varias.
viernes, 13 de noviembre de 2009

LA IDENTIDAD CRISTIANA





Mis siete puntos 
para entender la identidad cristiana



Por: Gvillermo Delgado OP



1. La identidad no es una conquista para siempre, se construye durante toda la vida, se acopla y afirma en cada época y cada cultura. Además, se va haciendo poco a poco entre varias identidades; donde hay una como la más importante, que predomina en la persona. Con la que cada cada uno es reconocido. Para muchos de nosotros ser cristiano es la identidad primera. Despues todo lo demás.


Para descubrir la propia identidad hay que responderse a las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿Quién dicen que soy? ¿Cuál es el sentido para mi vida? ¿Cómo va cambiando ese sentido a lo largo del tiempo? 


2. La identidad tiene que ver con «Ser uno mismo» en la diversidad del mundo. Por ejemplo, la auténtica identidad cristiana en medio de todas las corrientes de pensamiento de la vida social implica fortalecer las capacidades de diálogo y tolerancia.


No sólo hacer una profesión de fe, al modo de doctrina según los dogmas de la Iglesia; más bien, se trata de dar razones de lo que se cree, o dar evidencia de la esperanza a través de la propia experiencia o la ajena. Este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el tener presente las líneas fundamentales del ser cristiano a la luz del Evangelio de Jesús.



3. Ser auténticos en la novedad tecnológica y la diversidad cultural. El mundo de la tecnología nos confiere una infinidad de posibilidades para evolucionar y ser mejores personas. Hay muchas cosas que no están siendo bien aprovechadas, quizá porque entrañan riesgos que no se pueden soslayar, de los cuales debemos estar prevenidos, so pena perder la verdadera identidad cristiana. Por consiguiente, conviene considerar dos presupuestos: 


  • Un primer presupuesto es conocer el cristianismo a la luz del Evangelio de Jesús. El asombroso panorama cultural de la fe  es ya de por sí invaluable. Con justa razón puede llamarse católica. Que en su sentido etimológico es universal, ya que se ha encarnado en múltiples formas a lo largo de XXI siglos y a lo ancho del orbe. Ese conocer  no debe ser para «creernos» que somos «mejores que otros», sino para aprender y crecer como personas. Se trata de hacer nuestro propio camino, para heredar a las próximas generaciones, aún no conocidas, aquello que ellos deben perfeccionar.

  • En segundo lugar, es indispensable poseer una auténtica cultura cristiana. Estamos obligados a formarnos más allá del catecismo escolar para no ser presas de la manipulación a causa de la propia ignorancia. Podríamos fácilmente sentir un cierto complejo ante los clichés y los ataques sistemáticos de los diversos medios de comunicación; por ejemplo, a raíz de tópicos tales como la inquisición, las cruzadas, el antisemitismo y más recientemente la pedofilia; hasta el punto, de que alguno pudiera avergonzarse de su fe y por supuesto ocultarla en la plaza pública o en los ámbitos más personales de la vida. Tal actitud mostraría ignorancia: como la enemiga mayor de Dios sobre la Tierra.

4. Reconocer nuestros orígenes. No hay que olvidar, por ejemplo, entre otras muchas realidades, que los ideales de la Revolución Francesa tienen una matriz incontrovertiblemente cristiana: libertad, igualdad y fraternidad que impregnan el mensaje cristiano. Ha sido en la cultura cristiana donde ha surgido la democracia, y el fenómeno de la universidad, como lugar de saber y como manifestación de la confianza del hombre en su propia razón.


El cristianismo se ha trascendido hacia diversos fueros. Así, la Iglesia Católica, por ejemplo, ha sido promotora desde sus inicios de los grandes valores universales, como la justicia y la paz. La Iglesia ha sido siempre, como decía Juan  Pablo II, «experta en humanidad» y continúa siéndolo. Los derechos humanos y la reflexión sobre la dignidad y la defensa de la persona son indudablemente un legado cristiano. Actualmente la Iglesia entabla una feroz y pacífica batalla para defenderlos, siendo en ello casi una voz aislada en el conjunto de la sociedad. Con ello sólo busca ser fiel a la herencia que se ha desprendido directamente del mensaje de Jesús.



5. La fe cristiana se ha enriquecido con las múltiples facetas de la inculturación a lo largo de este tiempo, y simultáneamente ha realizado una labor de criba, purificando aquellos elementos culturales incompatibles con el mensaje cristiano y sobre todo con la dignidad humana, para saber tocar después las mejores notas de las sinfonías que cada cultura pueda ofrecer desde su hermosa herencia ancestral. Con ello, la misma fe se ha purificado, al punto de pedir perdón por los enormes pecados históricos que le han alejado del Evangelio de Jesús.


 El legado cultural y humano de la fe es invaluable; va del Mausoleo de Constanza en Roma a la Capilla del Rosario en Puebla, de “La Ciudad de Dios” de San Agustín al Quijote de Cervantes, de San Francisco a Teresa de Calcuta, etc. Más aún en la cercanía y afinidad con las culturas originarias de los Pueblos de África, los Mayas de Guatemala, los Incas del Perú, los árabes y la enorme diversidad cultural.



6. Solidaridad con los cristianos. Además de conocer la fe cristiana, su tradición y su vida, y valorarla convenientemente, es necesario estar al tanto de lo que hacen y sufren los cristianos en todo el mundo. Las malas noticias se propagan con mayor rapidez que las realidades buenas del heroísmo cristiano de tantos fieles a lo largo del mundo. Es preciso conocerlos y servir de altavoces para que el mensaje cristiano pueda seguir fecundando el mundo y no se repliegue a causa de la presión ejercida en su contra.


7. La identidad cristiana empieza «por conocerse uno mismo» a partir de las experiencias internas y la realidad social que nos abraza. Se trata, también de conocer lo que se cree, dar razones de ello. Eso permite mirar a través de un cristal limpio, lejos de ideologías perversas y malintencionadas. Lo cual permite amar realmente, bajo el principio de que sólo se ama lo que se conoce. 


«El sentido que emana de la fe determina la identidad». La identidad bien discernida da consistencia a la vida en todos los ámbitos de la vida. Ayuda a buscar respuestas a las inquietudes más importantes de la persona dentro de los límites humanos y no en la dispersión del mundo.


Una buena construcción del ser a partir de la identidad configura a la persona adulta,  al buen ciudadano, al buen profesional y cristiano. Eso quiere decir, llegar a ser personas auténticas y responsables que lleguen a afirmar, sin tapujos: soy cristiano.


Fotos: Varias de jgda; orquideas: Ramiro Argueta; Medallón: Miriam Mancilla.

viernes, 6 de noviembre de 2009

LA GRACIA


Las Gracias humanas Desde pequeños se nos enseña a ser agradecidos. Dar gracias es una máxima de las primeras instrucciones para un niño. Un saludo basta para agradecer. Casi nadie recibe un regalo sin antes decir gracias.


Puedo asegurar que parte de la naturaleza humana es ser agradecidos. Aunque siempre no falte quienes no reconozcan de inmediato los favores y las bondades de otros.


El dar gracias se realiza normalmente entre dos personas. Siempre hay uno de un lado que otorga un regalo y quien lo recibe del otro lado.


Lo grandioso del regalo es que quien lo otorga lo hace por iniciativa propia. Hacer un regalo siempre nace del corazón. Y cuando no nace del corazón y de una disposición libre, entonces ya no es regalo.


Con lo que una persona regala a otra, busca alcanzar a la otra persona, abrazarle, unirse a ella a través de ese gesto simbólico. Y con eso sella una amistad, se vincula íntimamente a ella. Es uno de las mejores y bellas maneras de expresar el amor. O de sacar del amor que hay dentro del corazón para ofrendarlo al amado o amada. Eso es ensanchar el alma para alcanzar al otro.


Por eso, por sencillo que sea un regalo, este, es siempre un símbolo de amor. El regalo es como el río que une la fuente con el mar. Con el regalo la persona siempre quiere decir algo de ella misma. De ahí que quien recibe un regalo no puede más que agradecer, porque no es una cosa la que recibe, en el regalo recibe a la misma persona que regala. Así, el clavel que recibe la amada de su amado ya no es el clavel, es su amado mismo.


La gracia produce el efecto de la amistad y el encuentro entre las personas. ¿Qué pasa si rechazo el clavel de mi amada? O ¿Si recibo y luego no agradezco? Yo quiero estar en gracia de amistas y comunión con los demás. De la misma manera yo quiero estar en gracia de Dios.

La Gracia de Dios
La Gracia de Dios¿Qué es la gracia de Dios? O mejor dicho ¿qué es estar en gracia de Dios? La gracia de Dios es el favor personal que Dios hace a la persona humana. Ese favor es una iniciativa divina y personal de Dios, del cual no está obligado a hacerlo. Si Dios nos hiciera favores, simplemente por cumplir su obligación de Dios, entonces ese favor no sería gracia. Sería sólo “un favor”, “un favorcito”.


Por eso el efecto de ese favor en el que Dios mismo se comunica a la persona es la gracia de Dios en la persona. Quien recibe ese favor de Dios está en gracia de Dios. Y quien recibe ese favor, del mismo modo agradece a Dios. O sea, aquella persona que recibe el favor de Dios y agradece con gestos de amor, esa persona está en gracia de Dios. Esas son las personas amigas de Dios y amigas de la humanidad. Esas son las personas auténticamente humanas.


Con razón predicamos siempre que todo creyente cristiano tiene que reconocerse como llamado por Dios a la vida más íntima de su creador. Pues hace participar a la persona de su naturaleza divina.
¿Cómo hace participar Dios a las personas de naturaleza divina? A través de la gracia. Y lo maravilloso de esa entrega amorosa es que Él se da a sí mismo. Dios no da regalos. Él mismo es el regalo. O sea que el dador –Dios- y el don –el regalo- son la misma cosa. Ya decía el autor de la carta a los Hebreos de Jesús, que él es sacerdote, víctima y altar. Todo junto.


La gracia no es lo que Dios da, sino el mismo darse libre de Dios, en su todo. Y como ya dijimos esa gracia divina no la merece ninguna criatura humana, ni siquiera la que carece de pecado, ni el más santo.
Lo misterioso en la relación entre Dios y el ser humano reside precisamente en que la persona se tiene que reconocer como agraciado. De ahí que de comprenda así mismo como criatura con un destino infinito. De ahí que la vocación de todo ser humano, se oriente hacia el ser más, su insatisfacción humana por plenificarse en Dios. Pues sabe desde sí mismo que sólo en Dios descansa su auténtica realización. El cielo es ese descaso en Dios, y el infierno la enorme frustración de traicionarse a sí mismo, el infierno es la condena a no descansar nunca, por no alcanzar nunca aquel amor por el que fue creado.


De ese modo el amor del Padre a su hijo y del Esposo a la esposa es un ensayarse en el gran amor. Ese ensayo es ir por las veredas hacia el paraíso prometido. Así quien ama, como quien canta o reza vive en la tensión de la esperanza de llegar a amar a Dios un día, de cantarle a Dios un día, de hablar y ver a Dios un día cara a cara.


El infierno, como ya hicimos ver, es la desgracia. Es el fiarse de lo que uno puede tener, es construirse a través de lo que uno puede construir únicamente. Es vivir para beber únicamente del agua limitada que vierte lo humano, lo humano que acaba, envejece y desaparece como las plantas y los animales. Pero nosotros, los cristianos somos para el cielo, para la dicha, la bienaventuranza eterna y no para la desgracia y la desventura.


El ser humano ha sido creado por Dios y para Dios. Y ese vínculo íntimo ha estado presente desde el principio. En ese sentido el paraíso celestial es la realización de la amistad de Dios con la persona, es la participación del hombre en la vida divina y eterna, el paraíso terrenal sería entonces el comienzo efectivo de la participación del hombre en la vida divina y eterna que se manifestará hasta el fin de los tiempos en el paraíso eterno.

jueves, 15 de octubre de 2009

¿Cómo Educar en valores en tiempo de globalización?



Educar en valores

De Guillermo Delgado OP



¿DE DÓNDE PARTIMOS?

Constataciones de la globalización


1. La globalización es un indicador de que no hay distancias físicas ni culturales, que todo está comunicado entre sí. A través de este fenómeno económico-científico y cultural se imponen costumbres y valores aceptados acríticamente por las diversas gentes, siendo unos sectores de la población más susceptibles a su aprehensión.
2. Las nuevas contradicciones pasan por las modalidades espontáneas de igualar a todas las culturas a través del mercado (economía), y a la vez por ensanchar las diferencias entre las grandes masas de pobres ubicados en los países del Sur y los pocos ricos del Norte.
3. Constatamos una sobrevaloración de lo material sobre lo social o moral.
4. La educación pasa por aceptación de la tecnología (útiles para el aprendizaje), la comunicación (conectados con otros mundos y “cosas”) y la economía (consumo).
5. Existe la sensación de que existe una única cultura (no existen mundos distintos), que se funda exclusivamente desde la “gran cultura”.
6. En las relaciones familiares: “Los padres se han vuelto como los hijos y los hijos como los padres. Como que los hijos saben más que los padres. Quizá porque el patrón regulado es que "somos guiados" por los medios y las técnicas de comunicación. La esperanza en las familias, está puesta en los niños y los jóvenes, pero ellos son afectados por la globalización”. (Adolfo Chen, Cobán, febrero del 2009).
7. Con la globalización tenemos una amenaza y un reto. “Es una situación bastante difícil. Hay que hacer uso responsable de las cosas. Si nos perjudica, hay que tener en cuenta eso”. (Taller sobre globalización Ak Kutan, febrero del 2009).
8. Existe el peligro de imitar en la pequeña familia los problemas de la “familia grande” (el Estado). Por ejemplo, imitar el quehacer de quienes gobiernan las cosas del Estado, en tanto “estado fallido”, al hacerlo infiltramos hacia nuestras familias esa condición de “familias fallidas” (infuncionales), debido a la aceptación inconsciente de los modos de hacer trampa, de ser infieles a las promesas,  y así una serie de acciones que solo aluden al fracaso social. 

¿EDUCAR PARA QUÉ?

1. Formar para la vida, no siempre para ser alguien (profesionalidad interesada). Una exdirectora de un Colegio Católico en El Salvador, hablando sobre los muchos jóvenes profesionales desempleados, me decía: “A veces creo que soy deshonesta con los jóvenes, cuando los oriento poniendo a la educación como un modo de acceder a la realización profesional”. En la realidad, no siempre la educación es garantía de lo que se busca. A veces no se alcanza nada. 
2. Formar para la diversidad cultural y religiosa. Con el criterio ético paulino: “Examinarlo todo y quedarse con lo bueno”. Dado que:
a) La religión no es el centro de la vida. Al menos para las nuevas generaciones. La Iglesia católica aparece como una religión más y no como la religión rectora de otros tiempos. Somos parte de un mundo atomizado. Y la religión es la mejor muestra de ella. No hablamos de “La Iglesia”, sino de “las iglesias”. Todas aparecen como portadoras de verdad.
b) Pérdida de credibilidad de las instituciones y las personas que las representan. La crisis institucional vulnera las relaciones sociales. Las personas quedan desamparadas ¿Dónde ir? ¿Quién me ampara? ¿Dónde está el Estado? ¿Dónde se fue el "pater familias"?
c) Aceptar críticamente la secularización. Ante las tendencias de la aceptación de la existencia de Dios sin religión, y ante los nuevos modos de individualismo y espiritualidad fuera de lo religioso, en contraste con el surgimiento de movimientos radicalmente conservadores, hemos de considerar esos extremos con criticidad.
d) Sopesar la integración de la espiritualidad (desde la mística humanista), junto a normas y costumbres propias, cara a la “gran cultura”, para la gran comunidad humana.
3. Formar para la consolidación de la familia. Familia nuclear, extensa (nuevos modos: familia monoparental, familias cortoplacistas, familias gay…). Revalorar la familia en ámbitos más amplios cosanguíneamente, cara a gran familia humana.
4. Formar en la valoración del costo humano del trabajo y la cooperación conjunta del cuido de la creación (pensar en actividades concretas, que visibilicen resultados inmediatos).
5. Formar en la revaloración de las normas. A partir de la sabiduría popular y el aprendizaje que nos da  la experiencia (en la figura del anciano o de los adultos mayores) y las tradiciones transmitidas y pulidas a lo largo del tiempo. A partir de las relaciones estímulo-sanción.

¿COMO HACERLO?

1. Con jornadas culturales para el fortalecimiento (sobre la base de lo existente) de valores, más allá de las condiciones sociales, religiosas y éticas. Por ejemplo: “la semana de la paz”, con compromisos concretos: “Yo, soy la paz” o “yo no golpeo”. E inducir respuesta con actitudes concretas en plazos cortos.
2. Revitalizar los tiempos lúdicos. Como días de campo, con tares de aprendizaje concretos. Con el fin de reactivar las capacidades de convivencia. Para contrarrestar las actitudes egocéntricas que se despliegan a partir de la globalización y de la gran familia humana.
3. Buscar sensibilizar sobre el sentido del dolor humano, a partir de los excluidos (el siervo doliente de Asíais). En contra de la aceptación lejana de la violencia que le pasa a otros, y ante la incursión de la materialización y manipulación de las cosas por el acceso desmedido de la tecnología y los medios de comunicación masivos y privados.
4. Agilizar métodos para palpar realidades, en combinación con conceptos abstractos. No basta con dar información, hay que crear métodos propios de conocimiento. La realidad duele, “la realidad se carga”. Alguien tiene que hacer algo. El indiferentismo tiene costos sociales y golpea éticamente a la persona. El indiferentismo mata.

Fotos: jgda
sábado, 5 de septiembre de 2009

Descripción

Este escrito es de una tarde cualquiera de julio del año 2004. Yo estaba en Cahabón.

Montaña de carbón
que remoja el pan en pétalos transparentes.
Clavos largos, largos y agudos atravesando la piel.
Montaña elevada en el puño apretado del odio amargo
del café frío, sin mano, sin boca.
Campana desbocada por el hambre
como serpiente lastimada,
de música atorada en el absurdo y sordo amor de invierno.

¡Por qué nadie lamenta en su canto
que la sangre hierve en peroles de odio maldecido
o que el plomo endurecido de las palabras
arrastradas por la tempestad
de una tarde desesperada
avanza como soldado a la trinchera de una absurda noche de muertes!

No llueve sobre los pantanos negros,
no llueve en la calle gris.
Las chorchas manchan de amarillo la tarde,
los Zenzontles al cantar “piden lluvia”,
lluvia verde, dicen los campesinos.
Las montañas rezan inmóviles
mirando al cielo intenso de azul:
musitan palabras en ramas verdes.

Los frailes con estolas bordadas a mano
madrugan a la misa
y reciben dolores de corazón en sus manos.

Sin distinguir si lejanos o cercanos,
solos se oyen ladrar los perros con acento ausente.
Suenan los gallos sus trompetas a los mártires anónimos
tras segundos de silencio.
Los niños lloran acurrucados por el calor.
Más lejos que cerca, aún:
Los zumbiditos de los carros rayan la calle hacia Lanquín
Invisibles en los polvazales.
La escuela se atraganta de los gritos de las muchachas
Que juegan como urracas en las ramas de los guayabales.


Y no llueve,
no llueve,
no llueve!

(No dejo de sentir penetrante
tu mirada de vuelo bajo:
en tus ojos que me aguardan sin pestañear).
miércoles, 26 de agosto de 2009

Llega la hora



La gloria de los grandes hombres se mide por la lucha que han hecho durante toda su vida al hacer sus tareas, y no por los triunfos que han alcanzado. “La mayor satisfacción está en el esfuerzo y no en los resultados” (Gandhi).

Esos hombres se parecen a los árboles que en el verano tienen que votar sus hojas para mantenerse vivos, y sobrevivir para el próximo invierno. Pero es entonces, sí en verano, cuando florecen, exponen sus mejores galas, como si murmuraran: que no hay esfuerzo sin belleza. Por eso, dicen que las flores más bonitas son las del desierto, pues pintan de colores la soledad (Rubén Blades).

Como el campesino que disfruta la sombra después varias horas bajo el sol. En la sombra medita la cosecha que espera, cosecha que no será para sí únicamente, sino para compartirla. El campesino piensa en su mujer y sus hijos. En cosas tan pequeñas como estas se mide la gloria de los grandes hombres.
Hemos oído decir a Jesús: Ha llegado la hora en que el hijo del hombre sea glorificado. (Jn 12,23)

¿Esa hora y esa gloria, tienen que ver con la llegada de la muerte? Pienso que sí.

La hora tiene que ver con ese día. El día que nadie quiere, pero al que cada día nos aproximamos, en cada año que pasa, en cada segundo que queda atrás. La muerte no llega de repente. Porque hemos avanzado hacia ella al caminar y vivir. Quien avanza, como Jesús por los caminos que van de Galilea a Jerusalén, o como don Gonzalo de Cobán a Guatemala, construye su propia historia, y nunca será sorprendido repentinamente por la muerte. La muerte sólo sorprende a aquellos que nunca hicieron un camino propio, ni amaron mientras andaban, o a aquellos que se apartaron de quienes amaron antes.

Dice el Maestro que esa hora es para ser glorificado . Pero para ser glorificado habrá que saber morir. Sabe morir quien no se aferra a la vida, o mejor dicho a la no- vida. La no vida tiene que ver con el sufrimiento de vivir sin vivir, y más triste aún de morir sin haber vivido. Muere sin haber vivido quien se muere (o se desvive) por las cosas, quien se cosifica porque se hace uno con esas cosas ajenas a la vida (aquello que no es humano o que se coloca lejos de lo divino). Quien es glorificado como Jesús, da su vida, y se reproduce así mismo como las estacas de la bugambilia o veranera, y extiende su belleza a otros patios. Da su vida a través del servicio, sabe qué es cargar con la realidad y el sufrimiento ajeno. La máxima agustiniana: el que no vive para servir, no sirve para vivir, es la razón para Vivir, y ser glorificado por ella misma, aquí y ahora, entre ustedes y delante de Dios.

Si alguien pudiera afirmar de mi o de Don Gonzalo, que somos glorificados, por lo que somos o hemos hecho, ya podríamos tranquilizar nuestras conciencias. Sabríamos que no vivimos sin vivir, y que atisbamos una vida más allá de las cosas a partir de las cuales a menudo nos definimos.

Ahora nuestra alma está turbada, como pasó con Jesús, cuando llegó su hora. ¿Pero esa turbación que nos aflige es porque el morir ahora es pensar de otro modo y valorar menos lo que merece menos valor? ¿O como Santa Teresa, porque anhelamos la vida divina? Eso quiere decir, que toda vida es como la semilla del maíz, que ya no vuelve a ser la misma cuando se entrega al silencio de la tierra que la abraza.

Si yo hubiera muerto físicamente esta tarde, y, después de dejarme solito como semilla en la tierra, ¿Ustedes regresarían, a sus casas, retornarían sus trabajos de vida cotidiana? Desde luego que sí, porque la vida sigue. Pero ante la experiencia de la muerte del otro, algo debe cambiar en los demás. Ya que toda muerte nos recuerda nuestra propia muerte. Conscientes de ello tendríamos que vivir una vida que valga la pena vivirla, como personas gloriosas. Esa es nuestra grandesa.
sábado, 22 de agosto de 2009