Unidos a la Pasión del Señor
Foto: Carlos Ortíz
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¿Cómo ser mejores y más felices? |
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Es el Sol que penetra con su luz hasta lo más profundo y secreto |
Con la Madre compartimos la condición de ser criaturas, creados por Dios. En ella la humanidad entera ha sido asumida por Dios porque ha dado lugar a la Palabra Eterna.
Ella es como el vientre de la humanidad donde lo divino ha construido su casa, y se ha quedado para habitar y abrazar a la creación entera.
Quiere decir que Dios habita en los más íntimo y profundo, y en lo más externo y visible de la persona. Con lo cual, lo humano es imagen de lo Divino, porque ahí se hace alter (el otro yo). Más allá de lo puramente "humano", y más allá de la pura interioridad. Porque Dios está en la casa interior donde intimamos con él para hacernos fuertes. Dios está en la exterioridad, puesto en el camino: avanza en la misma calle donde tú y yo buscamos trascendernos.
Esa cercanía de Dios sería imposible aceptarla y comprenderla sin la aceptación y comprensión de la presencia de Dios en el corazón de nuestras culturas y nuestros sueños. El lenguaje y la condición femenina de la Madre visibiliza lo que el Papa León Magno, decía: "Jesús fue tan humano, como sólo Dios puede serlo".
Por: Gvillermo Delgado
Fotos: Varias
La ignorancia es presunción contradictoria que permite pensar que lo sabemos todo. Inmoviliza las ideas y las acciones hacia la recta conciencia. La ignorancia es ceguera, atrevimiento.
Santo Tomás de Aquino pensaba que la ignorancia es un defecto con el que
nacemos, pero al igual que la oscuridad se disipa con la luz de la sabiduría. La sabiduría es la cualidad natural de la persona despierta. Y la persona despierta es persona de esperanza.
Según Aristóteles, el Filósofo, la esperanza es el sueño de los hombres despiertos (Aristóteles). Entonces, si la ignorancia es un defecto, la esperanza es un dulce efecto. Gracias a que "siempre vamos de menos a más", en búsqueda de lo perfecto. Gracias a que estamos en marcha hacia lo que llamamos la realización.
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La Pascua 2013. Templo Santa María Cahabón. Foto: Ricardo Guardado. |
Tienen al Maestro delante. Su autoridad no era considerada del buen Espíritu. Intentan sacarlo de la arena política y de todo ámbito de influencias. La finalidad es la aniquilación. ¿Cómo lo hacen? Fácil: lo denigran, lo insultan. Lo desnudan en público. Ahí, sobre una cruz.
A la hora en que los débiles se quedan sin argumentos (esos que confiere la verdad), usan el grito, el insulto, el desprestigio. Entienden que la mejor manera de vencer es ridiculizar, hacer la guerra, torturar, mentir, retorcer las leyes a su antojo, o manipular la opinión.
Los seudopoderosos, necesitan de subterfugios (de las armas, los gritos, los insultos). Sin ello no son nada, sólo pura debilidad. Lo peor es que de la misma autoridad en que quieren imponerse desean adoctrinar a los demás con emblemas religiosos. Convirtiéndose en puritanos y falsos.
Sin embargo, el movimiento es inverso. La moralidad y la ética es consecuencia o efecto de la verdad y el amor. De otro modo, la causa de la moralidad está en la raíz del amor y la misericordia. Esto no siempre lo entienden. Pero lo usan así, como estrategia para aventajar.
Cuando la moralidad no brota de su fuente, entonces es falsa, y nadie tiene que obedecerla.
Los que realmente tienen autoridad y fortaleza no se esconden en nada ni en nadie, simplemente aman. Son tan suaves como el agua, tan discretos como el amor. Son tan sublimes como la flor silvestre del camino que expresa su colorido y fragancia.
Recuerda que, “lo blando es más fuerte que lo duro, el agua es más poderosa que la roca y el amor puede más que la violencia” (Hesse: Siddartha).
El suave movimiento del agua moldea hasta la más dura piedra. Sólo es cuestión de tiempo.
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: Ricardo Guardado
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¿Qué llevas puesto, qué piensas, de dónde vienes, quiénes son tus parientes, qué amigos tienes? |
Los del pueblo presumen conocimiento de él. Pero lo hacen despectivamente. Lo han visto caminar y trabajar desde que era niño. Es un artesano, que echa punta junto a su padre y camina con su madre. Luego, lo identifican por su trabajo y por el lugar que habita. Lo hacen con expresiones despectivas. Como si fuera indigno tener un padre carpintero o una madre en el vecindario. El caso es no pronunciar su nombre, ni reconocer sus buenas acciones. Por eso se refieren a él diciendo “ese”, “este”. ¿No será envidia, odio, o esas cosas que nacen cuando vemos brillar belleza en quien tenemos delante? Para los ciegos, la belleza de la luz es obstáculo para ver que aquel joven es movido por el buen Espíritu, y no por la fuerza del mal, el Satán, como ellos ven por ser hijos de las tinieblas. Por eso tienen una visión parcial y prejuiciada. Con razón decía Albert Einstein: Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
El grado de conocimiento que tenemos de nosotros mismos determina lo que somos en la práctica, que se nota en la calidad de estima y de trato a las personas. Basta con mirar a las personas. Sospechar quien es, para condicionar mi modo y calidad de relación.
¿Qué llevas puesto, qué piensas, de dónde vienes, quiénes son tus parientes, qué amigos tienes? Date cuenta que eso será determinante para que te consideren y vean lo bueno que hay en ti; igual, tu, usarás esos mismos criterios para aproximarte y dejarte aproximar a las otras personas.
Es feo aceptar, que muchos acabamos siendo un eslabón más de esa cadena.
A pesar de todo, yo sí creo que es posible desintegrar un prejuicio. Aún, cuando signifique modificar las relaciones humanas, o perder a las personas para siempre. A veces quizá sea mejor. Como dijo el poeta, de mis tiempos de utopía: "amor mío tenemos que separarnos para que se salven los demás". Si asumimos acciones drásticas, más allá de victimización, diremos como el otro poeta: "me fui a la guerra, pero nunca maté a nadie, y cada vez que disparaba siempre era yo quien salía herido". Démosle nombre a "ese", a "éste". Reverdecerá el desierto delante de tí.
- Por: Gvillermo Delgado
- Fotos: Varias
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Lago de Atitlán, Guatemala. Prensa Libre, 2013. |
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Foto. Ricardo Guardado, Cahabón, 2013. |