Unidos a la Pasión del Señor
Durante la cuaresma constatamos el modo en que Dios sufre apasionadamente
nuestras penas, como sólo Dios puede serlo. Le contemplamos en el rostro de la
ternura femenina de la Madre, sobre todo en la soledad y el sufrimiento. Como
señales de cómo a pesar del dolor la persona humana siempre encuentra un
sentido a su vida.
Identifiquémonos con ella. No perdamos de vista nunca que la Cruz del
Hijo es señal anticipada de la victoria. El vencido que finalmente vence, se
convierte en la Luz que ilumina. Por eso, la madre del Señor nunca se apartó de
la Cruz. Intuyó en su alma que aquello no terminaba en la desnudez del hijo
martirizado, sino en el revestimiento de la nueva condición que devuelve con la
resurrección la dignidad que misteriosamente emerge de la penumbra del llanto.
Aunque se impongan las tinieblas
y la inmensa soledad, la luz tiene más poder ya que viene de lo alto y de las
profundidades del alma. Es que Dios está con
nosotros.
Madre de la luz, llévanos a él.
Por: Gvillermo Delgado O.P.
Foto: Carlos Ortíz
Foto: Carlos Ortíz
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