A: quienes generan
colores de paz y esperanza,
y se hacen en la predilección el mejor de los colores.
Los colores sin la luz no existen. Se necesita de luz para que surjan. El color no tiene valor propio. Sólo vale cuando brilla delante de lo otro.
Cuando lo evidente es lo menos evidente, digamos cuando no se hace ciencia con el sentido común, la persona se sumerge en el mar de la ceguera.
El ciego, digamos por el ciego de nacimiento (Jn 9), no ve los colores aunque él mismo sí es visto. Por eso, el ciego puede volver a ver. En cambio aquellos que viendo han caído en la ceguedad, y permanecen en el estado de la ceguera interior, en ellos el color es imperceptible, tienen el mal enquistado en el alma como indicación de muerte. En ese caso es casi imposible volver a ver, a no ser que acepten la luz; pero tendrían que aborrecer primero la costra de la iniquidad que los envuelve en la que han profundizado su propia vida.
Eso pasa cuando no
respetamos lo que merece ser respetado, cuando no seguimos los principios de la
justicia en situaciones de injusticia, cuando somos insensibles al drama del
sufrimiento humano. Y a veces cómplices de otros males.
La ceguera moral y espiritual, de aquellos, en la práctica les transforma
hasta el cuerpo físico. Ceguera que les hace andar curvados, opinar no acorde a la realidad, y lo peor es que se sienten movidos al laberinto del atrevimiento de intentar gobernar la vida propia
y ajena. ¡Y, vaya de qué modos! Estos son tan severos, unos beodos, que matan hasta la vida. Basta con leer sus comentarios ( en el f ), sus juicios ( en el t ), o saber de su reputación.
Han olvidado, o quizá también son sordos sin memoria, que Jesucristo es la luz. Luz con la que se reconocen los colores de la vida, y se accede a la felicidad, como color de identidad.
Han olvidado, o quizá también son sordos sin memoria, que Jesucristo es la luz. Luz con la que se reconocen los colores de la vida, y se accede a la felicidad, como color de identidad.
Pretendo decir que, necesitamos pintar el mundo de esperanza. Que la gente, ciega o no, vean que ese color anda por las calles. Que la gente se entere que el color de
la felicidad cruza las calles. Que ese brillo sea el brío de nuestra presencia, el
color que le falta a los parques de este pueblo.
Jesús, el Dios vivo, nos permite encontrar los
colores esenciales, esos que se ven con el corazón. Sin esa luz iremos por la
vida como Diógenes, el sínico, con la lámpara encendida en pleno día buscando
al verdadero ser humano.
Yo, simplemente deseo, que los colores requeridos para este pueblo
estén significados en cada uno de nosotros para que los otros vean que Jesús es
la luz del mundo.
A este mundo le urgen hombres y mujeres que pinten de color la vida.
Ahí está el rojo, el verde, el azul, todos los colores. El blanco de la paz, el azul de la patria, el verde de esperanza, el rojo del amor, el verde-montaña de la alegría, los amarillos de la amabilidad, la transparencia del agua, el negro de la belleza, el celeste de la amabilidad, el rosado de la ternura, el violeta del misterio...
Mostremos
todos los colores a los niños que empiezan a ver. Ellos, también quieren tener
como signo de identidad el color de la felicidad.
Los colores no existen sin la luz. Jesús es
la luz, nosotros los colores que le dan brío al mundo.
Por: Gvillermo Delgado
Foto: jgda y Ricardo Guardado.
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