

Mis siete puntos
para entender la identidad cristiana
1. La identidad no es una conquista para siempre, se construye durante toda la vida, se acopla y afirma en cada época y cada cultura. Además, se va haciendo poco a poco entre varias identidades; donde hay una como la más importante, que predomina en la persona. Con la que cada cada uno es reconocido. Para muchos de nosotros ser cristiano es la identidad primera. Despues todo lo demás.
Para descubrir la propia identidad hay que responderse a las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿Quién dicen que soy? ¿Cuál es el sentido para mi vida? ¿Cómo va cambiando ese sentido a lo largo del tiempo?
2. La identidad tiene que ver con «Ser uno mismo» en la diversidad del mundo. Por ejemplo, la auténtica identidad cristiana en medio de todas las corrientes de pensamiento de la vida social implica fortalecer las capacidades de diálogo y tolerancia.
No sólo hacer una profesión de fe, al modo de doctrina según los dogmas de la Iglesia; más bien, se trata de dar razones de lo que se cree, o dar evidencia de la esperanza a través de la propia experiencia o la ajena. Este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el tener presente las líneas fundamentales del ser cristiano a la luz del Evangelio de Jesús.
3. Ser auténticos en la novedad tecnológica y la diversidad cultural. El mundo de la tecnología nos confiere una infinidad de posibilidades para evolucionar y ser mejores personas. Hay muchas cosas que no están siendo bien aprovechadas, quizá porque entrañan riesgos que no se pueden soslayar, de los cuales debemos estar prevenidos, so pena perder la verdadera identidad cristiana. Por consiguiente, conviene considerar dos presupuestos:
4. Reconocer nuestros orígenes. No hay que olvidar, por ejemplo, entre otras muchas realidades, que los ideales de la Revolución Francesa tienen una matriz incontrovertiblemente cristiana: libertad, igualdad y fraternidad que impregnan el mensaje cristiano. Ha sido en la cultura cristiana donde ha surgido la democracia, y el fenómeno de la universidad, como lugar de saber y como manifestación de la confianza del hombre en su propia razón.
El cristianismo se ha trascendido hacia diversos fueros. Así, la Iglesia Católica, por ejemplo, ha sido promotora desde sus inicios de los grandes valores universales, como la justicia y la paz. La Iglesia ha sido siempre, como decía Juan Pablo II, «experta en humanidad» y continúa siéndolo. Los derechos humanos y la reflexión sobre la dignidad y la defensa de la persona son indudablemente un legado cristiano. Actualmente la Iglesia entabla una feroz y pacífica batalla para defenderlos, siendo en ello casi una voz aislada en el conjunto de la sociedad. Con ello sólo busca ser fiel a la herencia que se ha desprendido directamente del mensaje de Jesús.
5. La fe cristiana se ha enriquecido con las múltiples facetas de la inculturación a lo largo de este tiempo, y simultáneamente ha realizado una labor de criba, purificando aquellos elementos culturales incompatibles con el mensaje cristiano y sobre todo con la dignidad humana, para saber tocar después las mejores notas de las sinfonías que cada cultura pueda ofrecer desde su hermosa herencia ancestral. Con ello, la misma fe se ha purificado, al punto de pedir perdón por los enormes pecados históricos que le han alejado del Evangelio de Jesús.
El legado cultural y humano de la fe es invaluable; va del Mausoleo de Constanza en Roma a la Capilla del Rosario en Puebla, de “La Ciudad de Dios” de San Agustín al Quijote de Cervantes, de San Francisco a Teresa de Calcuta, etc. Más aún en la cercanía y afinidad con las culturas originarias de los Pueblos de África, los Mayas de Guatemala, los Incas del Perú, los árabes y la enorme diversidad cultural.
6. Solidaridad con los cristianos. Además de conocer la fe cristiana, su tradición y su vida, y valorarla convenientemente, es necesario estar al tanto de lo que hacen y sufren los cristianos en todo el mundo. Las malas noticias se propagan con mayor rapidez que las realidades buenas del heroísmo cristiano de tantos fieles a lo largo del mundo. Es preciso conocerlos y servir de altavoces para que el mensaje cristiano pueda seguir fecundando el mundo y no se repliegue a causa de la presión ejercida en su contra.
7. La identidad cristiana empieza «por conocerse uno mismo» a partir de las experiencias internas y la realidad social que nos abraza. Se trata, también de conocer lo que se cree, dar razones de ello. Eso permite mirar a través de un cristal limpio, lejos de ideologías perversas y malintencionadas. Lo cual permite amar realmente, bajo el principio de que sólo se ama lo que se conoce.
Una buena construcción del ser a partir de la identidad configura a la persona adulta, al buen ciudadano, al buen profesional y cristiano. Eso quiere decir, llegar a ser personas auténticas y responsables que lleguen a afirmar, sin tapujos: soy cristiano.
Fotos: Varias de jgda; orquideas: Ramiro Argueta; Medallón: Miriam Mancilla.
Las Gracias humanas Desde pequeños se nos enseña a ser agradecidos. Dar gracias es una máxima de las primeras instrucciones para un niño. Un saludo basta para agradecer. Casi nadie recibe un regalo sin antes decir gracias.
Puedo asegurar que parte de la naturaleza humana es ser agradecidos. Aunque siempre no falte quienes no reconozcan de inmediato los favores y las bondades de otros.
El dar gracias se realiza normalmente entre dos personas. Siempre hay uno de un lado que otorga un regalo y quien lo recibe del otro lado.
Lo grandioso del regalo es que quien lo otorga lo hace por iniciativa propia. Hacer un regalo siempre nace del corazón. Y cuando no nace del corazón y de una disposición libre, entonces ya no es regalo.
Con lo que una persona regala a otra, busca alcanzar a la otra persona, abrazarle, unirse a ella a través de ese gesto simbólico. Y con eso sella una amistad, se vincula íntimamente a ella. Es uno de las mejores y bellas maneras de expresar el amor. O de sacar del amor que hay dentro del corazón para ofrendarlo al amado o amada. Eso es ensanchar el alma para alcanzar al otro.
Por eso, por sencillo que sea un regalo, este, es siempre un símbolo de amor. El regalo es como el río que une la fuente con el mar. Con el regalo la persona siempre quiere decir algo de ella misma. De ahí que quien recibe un regalo no puede más que agradecer, porque no es una cosa la que recibe, en el regalo recibe a la misma persona que regala. Así, el clavel que recibe la amada de su amado ya no es el clavel, es su amado mismo.
La gracia produce el efecto de la amistad y el encuentro entre las personas. ¿Qué pasa si rechazo el clavel de mi amada? O ¿Si recibo y luego no agradezco? Yo quiero estar en gracia de amistas y comunión con los demás. De la misma manera yo quiero estar en gracia de Dios.La Gracia de Dios
La Gracia de Dios¿Qué es la gracia de Dios? O mejor dicho ¿qué es estar en gracia de Dios? La gracia de Dios es el favor personal que Dios hace a la persona humana. Ese favor es una iniciativa divina y personal de Dios, del cual no está obligado a hacerlo. Si Dios nos hiciera favores, simplemente por cumplir su obligación de Dios, entonces ese favor no sería gracia. Sería sólo “un favor”, “un favorcito”.
Por eso el efecto de ese favor en el que Dios mismo se comunica a la persona es la gracia de Dios en la persona. Quien recibe ese favor de Dios está en gracia de Dios. Y quien recibe ese favor, del mismo modo agradece a Dios. O sea, aquella persona que recibe el favor de Dios y agradece con gestos de amor, esa persona está en gracia de Dios. Esas son las personas amigas de Dios y amigas de la humanidad. Esas son las personas auténticamente humanas.
Con razón predicamos siempre que todo creyente cristiano tiene que reconocerse como llamado por Dios a la vida más íntima de su creador. Pues hace participar a la persona de su naturaleza divina.
¿Cómo hace participar Dios a las personas de naturaleza divina? A través de la gracia. Y lo maravilloso de esa entrega amorosa es que Él se da a sí mismo. Dios no da regalos. Él mismo es el regalo. O sea que el dador –Dios- y el don –el regalo- son la misma cosa. Ya decía el autor de la carta a los Hebreos de Jesús, que él es sacerdote, víctima y altar. Todo junto.
La gracia no es lo que Dios da, sino el mismo darse libre de Dios, en su todo. Y como ya dijimos esa gracia divina no la merece ninguna criatura humana, ni siquiera la que carece de pecado, ni el más santo.
Lo misterioso en la relación entre Dios y el ser humano reside precisamente en que la persona se tiene que reconocer como agraciado. De ahí que de comprenda así mismo como criatura con un destino infinito. De ahí que la vocación de todo ser humano, se oriente hacia el ser más, su insatisfacción humana por plenificarse en Dios. Pues sabe desde sí mismo que sólo en Dios descansa su auténtica realización. El cielo es ese descaso en Dios, y el infierno la enorme frustración de traicionarse a sí mismo, el infierno es la condena a no descansar nunca, por no alcanzar nunca aquel amor por el que fue creado.
De ese modo el amor del Padre a su hijo y del Esposo a la esposa es un ensayarse en el gran amor. Ese ensayo es ir por las veredas hacia el paraíso prometido. Así quien ama, como quien canta o reza vive en la tensión de la esperanza de llegar a amar a Dios un día, de cantarle a Dios un día, de hablar y ver a Dios un día cara a cara.
El infierno, como ya hicimos ver, es la desgracia. Es el fiarse de lo que uno puede tener, es construirse a través de lo que uno puede construir únicamente. Es vivir para beber únicamente del agua limitada que vierte lo humano, lo humano que acaba, envejece y desaparece como las plantas y los animales. Pero nosotros, los cristianos somos para el cielo, para la dicha, la bienaventuranza eterna y no para la desgracia y la desventura.
El ser humano ha sido creado por Dios y para Dios. Y ese vínculo íntimo ha estado presente desde el principio. En ese sentido el paraíso celestial es la realización de la amistad de Dios con la persona, es la participación del hombre en la vida divina y eterna, el paraíso terrenal sería entonces el comienzo efectivo de la participación del hombre en la vida divina y eterna que se manifestará hasta el fin de los tiempos en el paraíso eterno.
Este escrito es de una tarde cualquiera de julio del año 2004. Yo estaba en Cahabón.