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CAMINO A EMAÚS

 



 
La Cruz no siempre deja oír la voz de Dios,

 pareciera que su voz también se apaga.


 

Por Gvillermo Delgado

Homilía del domingo 23 de abril del 2023.

Transcripción literal de Lorena Natareno.

 

El paso de los días felices

 

Si conocen San Salvador, sobre la ruta al oriente del país, está san Martin. Cuyo Patrón es San Martín de Tours. Su fiesta es el once de noviembre.  Un poco a la periferia está una aldea llamada Corinto o El Sauce. En la ribera del lago Ilopango. Pues ahí nací yo. En la ribera del lago Ilopango.

 

Un niño que nace en esos ambientes aprende rápido a pescar, a nadar, a perseguir mariposas. A jugar en estos ambientes. Pero esa vida infantil se termina pronto. Esa fue mi primea infancia.

 

Más o menos de ocho años dejé la aldea. Conservo aún en mi cabeza y en mi corazón aquellos recuerdos bonitos de infancia.

 

En esta aldea celebrábamos al Santo Niño de Atocha, los días del ocho al diez de febrero. De niño: ¿qué es lo que uno espera cada año?   ¡Las fiestas!  ¡Los cumpleaños! En mi caso, no me acostumbraron a celebrar el cumpleaños, pero sí las fiestas de los Santos. ¡Ya viene la fiesta de San Martín de Tours!, decíamos. Era evocar los juegos mecánicos, los dulces, las bombas y las despiertas.  ¡Ya viene la fiesta del Niño de Atocha! Pues bueno, las Cofradías y todos los juegos de luces que hacían en el lago, eran eventos especiales que se quedaron en la mente.

 

Como los tiempos felices que uno siempre recuerda: terminaron muy rápidos. Vino la guerra y fuimos expulsados del pueblo. Yo terminé mi infancia, mi niñez, en otro pueblo que se llama Quezaltepeque. Al otro lado del volcán de San Salvador. Siempre a la periferia de San Salvador.  Ahí continué mis estudios y crecí haciéndome hombre.

 

Nunca volvimos a ser los mismos. Donde fuéramos llevábamos una tristeza profunda, porque fuimos desarraigados del pueblo.

 

En el Salvador a aquellos que dejamos el lugar de origen para ir a otro lugar se nos llamó “desplazados de guerra”.

 

Dejar el lago fue triste. Ahí éramos felices.  Dejamos la casa. Dejamos nuestro pueblo. Dejamos para siempre la fiesta del Niño de Atocha con los Santos. Aunque, también los santos fueron despojados de los templos. San Martín siguió ahí, pero de bajo perfil.

 

Al recordar nuestra infancia hablamos de aquellos años. No dejamos de hablar de los momentos bonitos, cómo se oscureció y como la nostalgia nos deja siempre con un halo de tristeza.  Nunca volvieron aquellos tiempos y lugares, ¡nunca! Nunca volvimos a celebrar la fiesta del Santo Niño de Atocha ni la fiesta de San Martín.  Muchas personas de la comunidad no las volvimos a ver porque fueron asesinadas. Otros no volvieron a reunirse en la comunidad de los creyentes donde de niños celebrábamos. Quizá en otro momento nos encontremos.

 

Oscuridad en el corazón

 

Nos ha pasado que al reencontrarnos con algunos de la antigua aldea ya no nos reconocemos en el camino y fervor de la antigua comunidad. Algunos se congregan en iglesias evangélicas. Ya no es posible volver a contar aquello. Las experiencias ahora son diferentes, algunos no quieren saber nada más de la comunidad, aunque sí de Dios.  Al parecer una oscuridad nubló sus corazones.

 

En Quezaltepeque, el nuevo lugar donde nos vinimos a vivir, éramos totalmente desconocidos. No conocíamos a niños de nuestras edades. No conocíamos a los vecinos. Éramos los sospechosos del vecindario. Así es como comenzamos una nueva experiencia de fe. Un nuevo Patrón comenzó a guiar nuestras vidas: San José. Él fue el nuevo Patrón que nos adoptó.

 

¿Qué hay cuando somos desarraigados? ¿En qué nos convertimos?  Cuando migramos de nuestras casas hacia otros lugares ¿En qué nos convertimos?  ¿Cómo dejamos que lo que vibra internamente en nuestros corazones con alegría se convierta en otro tipo de vibraciones, quizás negativas?

 

Vamos adoptando nuevos estilos de vida. A veces nos convertimos en personas coléricas, entristecidas, que nunca más vuelven a recobrar la alegría. Nos convertimos en personas que en la frustración decimos: “somos inútiles, estamos condenados a este estilo de vida”. Y nunca más nos recuperamos. Otros, de estas experiencias sacamos provecho, innovamos el pensamiento y el corazón.

 


Discípulos desarraigados

 

Los discípulos de Emaús, como nosotros, también quedaron desarraigados de la comunidad- creyente, de sus amigos los discípulos. Van de regreso decepcionados y entristecidos. Como nos ha ocurrido a muchos. Algunos afirman: ¡Ya lo sé todo! ¡Ya nadie tiene que explicarme nada! Mis razones son suficientes para vivir mi vida. Entonces se hace válida la pregunta: ¿Qué hay con las intuiciones y las verdades de tu corazón? ¿Por qué nos encontramos a tantos hermanos que en otros momentos se congregaron o que vinieron a bautizarse a nuestros Templos bajo la misma fe, la misma devoción, celebraban con nosotros las fiestas patronales y ahora los encontramos por el camino como no creyentes? Van protestando por la vida: ¡Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia!  ¡Yo creo en Dios, pero no en los Sacramentos!   Unos entran a nuestros templos esporádicamente y al parecer no creen en nada. ¿Cómo entonces, queridos hermanos, podemos transmitirles nuestras experiencias profundas de fe?

 

La intuición de la fe

 

Con el tiempo escuché decir a mi mamá que en aquellas circunstancias de la oscuridad que nos provocó el desarraigo al dejar nuestras tierras y tener que escondernos en otro municipio; decía: “yo me hincaba pidiéndole al Señor que nos diera mucha paz y que saliéramos de todo esto”. Porque no migramos porque nuestros papás consiguieron un nuevo trabajo, sino por huir. Lo cual significó perderlo todo. No teníamos de qué vivir, ni donde vivir.

 

Yo fui de los niños que cuando terminaban las vacaciones del año escolar, en el mes de octubre trabajábamos junto a nuestros papás. Veía con resignación a los demás compañeros de estudio jugar en las canchas de basquetbol.

 

Otra vez oí decir a mi mamá: “Yo sentía una gran tristeza por todo lo perdido”. Al ir al mercado o al centro del municipio pasábamos cerca de una iglesia evangélica donde aplaudían. En ese contexto, también ella dijo: “Yo sentía que ellos eran más felices que nosotros. Tuve una vez la gran tentación de entrar, cantar y aplaudir con ellos, pero era más fuerte lo que sentía en mi corazón”. De pequeños, lo único que hacíamos era ir a Misa los domingos. “Yo sentía que aquí eran más alegres, pero mi corazón no cedió a eso”, dijo mi madre. Con el paso del tiempo comprendí que lo que le pasó a mi mamá tenía que ver con su intuición de fe: esta era la alegría que prevalecía a pesar de la tristeza.

 

 

Esta es como la alegría de los discípulos de Emaús que todavía prevalece en su corazón. Prevalece como brasa abrazada por las cenizas. Está ahí. Arde, no con el mismo fervor de siempre, porque la muerte, la tristeza ahora es demasiado grande y les envuelve de tal manera que están vencidos.

 

La intuición de mi madre consolidó en todos sus hijos la fe que ahora nos sostiene en lo que somos, porque no nos dejamos vencer por la oscuridad, por la muerte.

 

La chispa de la Resurrección del Señor es la brasa. No arde como quisiéramos, no ilumina los pasos como quisiéramos porque el impacto de la muerte, de la tristeza, y de la persecución son mucho más poderosas.

 

Los malvados tienen mucho más poder sobre nosotros. Pero la fe nos sostiene. Es precisamente aquella que nos devolvió la alegría.  Mas tarde, es verdad. ¿Tuvimos que ser pacientes? Es cierto. ¿Tuvimos que experimentar la pobreza? También. ¿Tuvimos que escondernos? También. Pero triunfó y se impuso la fe sobre nosotros.

 

Esta es la misma fe de los discípulos de Emaús que tuvieron que esconderse porque tenían miedo.  ¿Por qué aun cuando el mismo Señor les explica las Escrituras para ellos no es suficiente? ¿Porque aun cuando Él se sienta a comer con ellos y les ha mostrado las llagas, no sigue siendo suficiente?

 

El triunfo de la Cruz

 

Ellos regresan a su lugar de origen buscando un lugar seguro de refugio. Pero, como solemos decir: “en la confusión no dejes de seguir la intuición de tu corazón”.  Esa que pareciera que ahora está totalmente oscurecida. Y la fe que debiera ser la única respuesta no lo es porque en lugar de darnos una sola respuesta a nuestras preguntas siempre nos abre a más preguntas.

 

Quienes quieren una única pregunta y experiencia como respuesta para guiar sus vidas se equivocan, porque Dios se manifiesta de distintas maneras, y nos habla aún en los momentos de terror.

 

El mismo terror que Él experimentó en la Cruz. La Cruz no siempre deja oír la voz de Dios, pareciera que su voz también se apaga.  Quienes sabemos esperar aún en estas circunstancias lo hacemos con la certeza que Él vence sobre la muerte. Esa es la alegría con la que después logramos despertar a estas nuevas experiencias de vida y de amor en Él, porque creemos que ha Resucitado.

 

Ahora aquí en Guatemala, nunca pensé que iba a venir y quedarme tanto tiempo y compartir la fe con ustedes ¡Nunca pensé! Tal vez sólo lo intuí cuando leí el Popol Vuh, en los estudios básicos. Recuerdo que encontraba mucha nostalgia en los relatos. Desde entonces, siempre quise conocer Guatemala.

 

Lo primero que hice al llegar por aquí fue preguntar: ¿Dónde están los lugares descritos en el Popol Vuh?

 

 

También me impresionó a mi llegada a Verapaz, el saludo de las personas: ¿Ma sa sa’ laa cho’ol? Que es lo mismo: ¿Cómo está tu corazón?  Y uno dice: Ah, ¡qué bonito!... más aún al seguir el diálogo:

 - ¡Mi corazón está bien! ¿Y el tuyo?

 - ¡Bien está mi corazón!  

 

Eso me alegró mucho porque es lo mismo que decir: yo no te hablo a ti, yo le hablo a tu corazón.   ¿Cómo está esa intuición profunda, que te mueve? 

 

Es algo así como sentir que lo que me mueve es ese motorcito interior de los afectos, de la ternura del corazón.  ¿Cómo está tu corazón?  Es un poquito parecido a lo que nos mueve en la fe del Señor: ¿Cómo va tu corazón? ¿Cómo están tus intuiciones de fe?   ¿Puede mucho más la tristeza, los problemas cotidianos que esa verdad que está dentro de tu corazón? 

 

Atender la voz del corazón

 

Posiblemente, queridos hermanos, sintamos que en muchos de nosotros pueden más las tristezas y los problemas, por eso nos quedamos escondidos, dormidos todo el día cuando debiéramos buscar un refugio, un espacio seguro para expresar la fe, para pedir ayuda a Aquel que está dentro de nosotros; pero quizá tú no sabes que él está ahí, que te ayuda a aclararte a lo largo del camino.  O al menos te ayuda a no dejarte vencer por la oscuridad de los problemas y de la tristeza.

 

Los discípulos de Emaús, una vez captaron con su intuición lo que el texto dice que: “Ardía nuestro corazón”, en ese ardor lograron mirar que Aquel forastero, era el Señor.  Esa intuición es precisamente la que los obliga a seguir en búsqueda y les hace volverse para encontrarse de nuevo con los discípulos.

 

Nosotros dejamos de celebrar la fiesta del Santo Niño de Atocha, pero San José nos volvió a recoger en la experiencia de la fe y ahí nos hicimos hombres, ahí nos hicimos profesionales todos los hermanos, a pesar de nuestras calamidades, a pesar de que la guerra nos tenía intimidados.

 

¡Así es!  Y esta es la experiencia de todos, queridos hermanos. Quizás la mía suene medio trágica y hasta inverosímil.  Otros tienen experiencias distintas; quizás mucho más trágicas, mucho más feas que esta.

 

El amor que se impone

 

La muerte no puede contra aquellos que creemos. El Amor se impone. No como a veces quisiéramos. No como lo imaginamos, sino como Dios lo imagina, como Dios lo supone para cada uno de nosotros. Y nos traza de tal manera la dirección de nuestro destino, que es él mismo a quien vamos encontrando  poco a poco juntos con los demás hermanos. Solo con el tiempo nos volvemos a reunir y nuestros ojos se van abriendo. 

 

Yo siempre simbolicé a mis papás con la gallina que cuida a sus pollitos para que no sean atrapados por el águila. Los pollitos dispersos acuden debajo de las alas de la gallina para protegerse y evitar ser atrapados. Así fueron mis padres, nos sobreprotegieron. Como el mismo Señor que nos protege en la adversidad. ¡Y a veces no nos damos cuenta de eso! porque nos sentimos tan seguros.

 

Que la Luz de lo Alto, la alegría de la Resurrección, queridos hermanos, sea precisamente aquella que, si aún no está plenificada totalmente en nosotros, le dejemos para que bajo la intuición profunda de la fe siga guiando nuestras vidas y alumbre nuestras oscuridades en la dirección de nuestra meta, nuestro destino. Esa oscuridad que Él mismo experimentó en la persecución, en la muerte y nubló el corazón y la mirada de aquellos que estaban reunidos con Él.  Pero no pudo la oscuridad ni la muerte. La fe es mucho más poderosa y el amor la expresión de esa fe que nos tiene reunidos a nosotros. Es la fuerza con la que venceremos siempre.

 

Si Cristo venció desde la muerte nosotros en Cristo también venceremos, porque Él es nuestra resurrección, Él es nuestro Salvador. ¡Que así sea!

sábado, 10 de junio de 2023

ESPIRITUALIDAD DE LA PASCUA

 


Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.



Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del martes 18 de abril del 2023.

Transcripción literal de Lorena Natareno.


 

ESPIRITUALIDAD DE LA ALEGRÍA

 

Quienes hemos vivido en aldeas o pueblos recordaremos algunas de las prácticas bonitas que se dan cuando cocinan el ayote en dulce en la casa. Una vez cocinado, vamos y lo compartimos con los vecinos. Dicen: “Miren, hemos hecho ayote en dulce:  Aquí le traigo”. Pareciera que se hace la ollada de ayote en duce para compartirla con los demás.

 

Yo no sé si ustedes también tienen esa costumbre. Se que no es habitual que maten un cerdo y que inviten “a todos” a que vengan a comer con nosotros. Sobre todo, sin motivo. Aunque a veces alguien diga: Hoy estaba inspirada la abuela y se le ocurrió matar un pollo, aunque no sea mucho, pero venimos a compartirlo. Éstas son algunas de las prácticas de nuestras comunidades.

 

En algunas parroquias es habitual que durante la Pascua los fieles nos organicemos para hacer un paseo. Agarramos nuestras cosas y nos vamos a partir un pastel allá a la orilla del rio y pasar una mañana celebrando juntos. Somos la comunidad que hemos hecho un recorrido durante la Cuaresma: hemos rezado juntos y hemos celebrado la Resurrección del Señor.

 

Esta práctica es como una espiritualidad que surge de la alegría. 

 

No es cuestión de dinero. Es como quien dice: Tan sólo tenía cinco ayotes en la casa, compré panela, los cociné. Luego los reparto. Simplemente porque hay una alegría en mi corazón. Lo mismo pasa con el árbol de naranjas con frutas. Mientras más se le corta más naranjas da.  No hay que ser tacaños y no compartirlas, dice mi Madre. Se trata de compartir, aunque sea un poquito de la alegría que abunda en el corazón. A esto le llamamos espiritualidad.

 

 

ESPIRITUALIDAD DEL COMPARTIR

 

Vivir con espiritualidad es darle lugar al contentamiento de compartir las naranjas de este árbol, que no son mías. El Señor las puso en el jardín. Aunque haya sido yo quien las cuida. Son para compartir con los demás. ¿Qué puedo hacer con una ollada de ayote en dulce sólo para mí?: ¡No puedo hacer nada!

 

 La espiritualidad es precisamente esto: Compartir.  ¿Para qué estás ahorrando? ¿Para dejar pleitos el día que te mueras?  No. Comparte en cuanto puedas. Esto es precisamente lo que la primera comunidad de los creyentes junto a los discípulos hacía. Vendían lo que tenían para compartirlo. Porque la alegría de tener al Señor en el corazón despierta este gozo. Alegría con la que no me puedo quedar para mí solo. Por ser tanta, y no me cabe en el pecho, mejor si la comparto.

 

Esto es vivir de acuerdo con el Espíritu. No de cualquier espíritu, como ese otro que tiene límites, que se evidencia en el cansancio. No. Sino éste que una vez damos, se amplía, genera mucho más en una dirección en la que nosotros ni siquiera tenemos control.

 

Así actúa el Espíritu que no sabemos de dónde viene ni a donde va.  Simplemente es esta ola que nos envuelve. Nos empuja. Y dejamos que vaya obrando de acuerdo con esa fuerza que hay en nosotros.

 

Esto es lo que vamos escuchando en estos días en la comunidad primera de los creyentes y lo que el mismo Jesús refiere cuando dice: “Dar testimonio”.

 

ESPIRITUALIDAD DEL TESTIMONIO

 

Dar testimonio tiene dos modos. El certificar un hecho como tal. Yo aseguro que fue así. Yo lo vi. Yo lo he sentido. Es más, yo lo estoy experimentando, doy fe de esto. Esto es dar testimonio: porque lo vi, y porque lo vivo lo comparto.  La otra manera de entender el testimonio es imitar la buena acción. Por eso testimonio en la palabra original de los cristianos era asimilada a la expresión de martirio.  Decir: Yo doy testimonio, es morir tal como el Maestro murió. Así como Él se entregó: así yo quiero entregarme y morir. Testimonio es imitar lo bueno. Para que ese gran hecho del Maestro también acontezca en mí.  Dar testimonio en este sentido es llevar al extremo nuestra vida en la entrega.

 

Jesús en diálogo con Nicodemo alude al testimonio. Hay un testimonio que a ustedes todavía les está costando.  Si hemos experimentado la resurrección, nos costará dar testimonio, digámoslo así, porque seguimos siendo terrenos. En el día a día chocamos con lo que creemos, con lo que pensamos. Pareciera que todo se nos olvida de repente.  

 

Entiendo que debo ser más amable. Pero de pronto choco con una actitud de enojo, cuando tuve que poner a prueba mi amabilidad. A veces uno no reacciona sino hasta unos días después.

 

Somos terrenos, quizá por eso Jesús le hace ver a Nicodemo: que aún no logra entender de que hay que nacer de lo Alto, porque aún tiene que avanzar en el desprendimiento. Y que ese desprendimiento vaya generando en él esta capacidad de compartir.  ¿De qué te sirve desprenderte de algo si no es para compartirlo?

 

ESPIRITUALIDAD QUE VIENE DE LO ALTO

 

Si vas entendiendo poco a poco las cosas terrenas, lograrás entender las cosas que vienen de lo Alto.  Jesús dice: “Yo te hablo de lo que he visto”. Y claro está, como tú no lo has visto, todavía no logras penetrar a profundidad en las cosas de lo Alto. Te cuesta.

 

Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.  De otra manera, déjate impulsar por el Espíritu.  Quizá digas: ¡Ah! Es que no se hacia dónde me va a llevar esto. Y el Maestro insistirá: ¡Déjate llevar, el Espíritu es como el aire, ¡no sabes de donde viene y no sabes a donde va! Si es buen Espíritu tiene que venir de un lugar bueno. Si es bueno sabemos que tiene que ir en una dirección buena.  ¡Déjalo! ¡Reparte tus ayotes en miel! ¡Déjalo! ¡Reparte tus naranjas!  ¡Déjalo! ¡Se generoso!

 

Si es el Espíritu el que te va moviendo, Dios te dará las capacidades, como a las campanas, que dicen: darán, darán.  Así, deja que esta fuerza de lo Alto mueva tu corazón. Dinamice, active, eso que ha estado dormido.  Y si ya te ha iluminado la Luz del Espíritu, deja que esta Luz te siga iluminando y que vaya iluminando la oscuridad de los otros.  ¡Estamos en el tiempo de la Pascua!

 

Queridos hermanos, el tiempo de la Pascua no es un tiempo para la confesión ni para decir qué voy a cambiar, sino para verificar de cómo va el cambio.  ¿Cómo estás viviendo tu cambio?  ¿Cómo estás impulsando tu cambio? Y para eso hay que dejar pues, que esta Luz, que este Espíritu con el que miramos alto nos lleve lejos. Qué sea él quien nos anime, quien nos impulse.

 

Entonces interróguense ustedes. Yo me he estado interrogando. Sobre todo, delante de estos textos tan bonitos de San Juan en el capítulo tercero. Delante de ese texto del diálogo del Señor con Nicodemo, como decimos: a mí siempre me saca de onda, siempre me patean fuerte.

 

Esto de meditar, esto de dejar que el Espíritu nos mueva, digamos por exigencia de conciencia, me obliga a dejar cosas, a ser más consecuente con lo que creo, con lo que vivo.

 

¿Cómo te está moviendo el Espíritu?  ¿Cómo te sigue iluminando la Luz del Resucitado?   Si aún no te mueve nada, ten por cierto que no hay mañana. ¡No hay mañana!  Deja que te asuma como cosa Suya. Esto es cambiar desde lo Alto, por el Espíritu de Dios.   ¡Amén!

sábado, 3 de junio de 2023

LA NOCHE OSCURA

 


Un primer paso nos llevará a dar otros pasos más consistentes, más seguros.


Por: Gvillermo Delgado OP

Homilía del lunes 17 de abril del 2023.

Transcripción literal de: Lorena Natareno.

Fotografía: Lorena Natareno.

 

 

Hemos pasamos por momentos en los que nos declaramos como quienes han surgido de la tiniebla. Arrastrados, oscurecidos, perdimos el tesoro del amor que albergábamos en nuestro corazón. Porque actuamos mal y destruimos cosas.

 

También podemos describir de cómo han emergido cosas bonitas de algunos momentos de oscuridad, porque la oscuridad nos permitió meditar y descender al propio interior, a la propia conciencia y entender algo que de otra manera quizás no hubiera sido posible. 

 

Hay momentos tristes de la vida que, en lugar de oscurecernos, han iluminado el tesoro de nuestro corazón. Y nos han convertido en personas nuevas.

 

Las Sagradas Escrituras describe “el momento de la tiniebla” referido a Judas el Iscariote.  Judas envuelto en la tiniebla del mal, no dejó que el bien prevaleciera en él.  Una membrana lo aisló de tal manera que lo arrastró a las tinieblas del mal.

 

El salmo 35 dice que el malvado se acuesta meditando el crimen y no rechaza la maldad. Medita para perfeccionar lo malo. Diseña estrategias para derribar al justo.

 

Al mismo tiempo nos encontramos con los Santos…  A San Juan de la Cruz, a Santa Teresa, a Santa Catalina de Siena, a San Gregorio de Nisa y tantísimos más… Para la mayoría de los Santos la noche es el tiempo de la meditación, de la contemplación del Misterio Eterno. La noche es para contemplar las estrellas y descubrir la belleza de lo alto y al mismo tiempo relacionarla con las leyes morales que están en lo profundo del corazón.

 

 

En la tradición judía, la Torá se medita de noche. Por eso, la noche es un momento de crecimiento y de fortalecimiento espiritual. Esta es la razón por la cual el Evangelio de San Juan nos presenta a Nicodemo visitando al Señor de noche.  Precisamente en esos momentos Jesús le plantea una cuestión de fondo, dado que Nicodemo es un maestro que conoce bien las escrituras, le dice: “Hay que renacer de lo alto”. 

 

Renacer es como volvernos a inventar a nosotros mismos. Es renovarnos desde lo que ya somos.   Desde la condición actual, igual sea una condición pecadora, igual sea de errores… Pero reinventarnos. 

 

Esta es una capacidad en la que algunos logran comprender, contemplar el cielo nocturno y estrellado y descender al propio interior para contemplar las leyes de su moralidad. Al hacer esa combinación, del cielo estrellado con las leyes morales del interior, uno se descubre así mismo pequeño, mínimo. También sabe que lo grandioso acontece al descubrir que las verdades ya están en su corazón. Entonces, sabe que esta es la oportunidad para renovarse. 

 

La invitación que Jesús le hace a Nicodemo no logra su objetivo en un primer momento. Nicodemo con su alta sabiduría no logra entenderlo, aún apoyándose en el conocimiento de la Torá.  Renacer de lo alto, como lo indica Jesús es retomar las cosas desde Aquel que viene directamente de lo Alto. Aquel que es más que Moisés, mucho más que un profeta, mucho más que un Sacerdote, mucho más que un Maestro terreno, es Aquel que viene de lo Alto. 

 

Renacer desde Él es comprender que hay que ir más allá del cielo estrellado, más allá de la ley moral del interior que está en nuestros corazones.

 

Queridos hermanos, ahora piensen ustedes si han tenido noches oscuras o noches de tiniebla. Cualquiera que sea su pensamiento, vean que la consecuencia es evidente.  La de tiniebla acontece cuándo le dimos cabida al mal, al demonio y nos armamos en valor para hacer el mal. Es cuando nos ahorcamos o ahorcamos a otros a la manera de Judas. Esa es la tiniebla. 

 

¿Hemos tenido noches de oscuridad a la manera de Nicodemo en la que nos hemos enfrentado con nosotros mismos y nos hemos encontrado con el Señor? Quizás hayamos tenido noches oscuras como las que hablan los místicos. Noches del arrebato místico donde me encuentro a solas con el Señor.  A veces pareciera que esa noche es una controversia en donde no logro entender o distinguir donde termina una cosa y comienza la otra, porque muchas veces estas noches de oscuridad también son momentos de pérdida.

 

 Y lo digo, la noche, no solo como la hora física. Ese después que oscurece porque termina el día de luz, sino esos momentos en los que por ejemplo perdimos a un ser querido.

 

Ustedes piensen si perder a un ser que hemos amado tanto es un tiempo de tiniebla o es de oscuridad.  Si es de tiniebla es porque nos empeoramos. Si es de oscuridad porque nos mejoramos a pesar de la contradicción que la pérdida nos provoca. Es frecuente que a pesar de la pérdida no dejamos que se encapsule nuestro tesoro, el corazón, por la tiniebla del mal. En el caso contario somos presa fácil de la maldad. Y pasamos a renegar de Dios.

 

 

En la pérdida de nuestra noche oscura, no perdemos el sentido de la vida, sino más bien, a pesar del llanto, la desolación, del luto y de la tristeza, algo se nos ilumina. Y comenzamos a entender que este es un momento totalmente nuevo que no se nos hubiera dado, tristemente, sin la pérdida de este ser querido.  Este es un momento de oscuridad, esta es la noche oscura de la meditación, este es el resurgir desde lo Alto. 

 

 

Por eso queridos hermanos, la invitación que hace Jesús a Nicodemo, también se nos hace a nosotros. Se nos hace ahora, desde la vida espiritual que se traduce en la práctica ordinaria de nuestra vida. Y es precisamente el hecho de nacer de lo Alto del Agua y del Espíritu. Condición bautismal que consiste en sumergirnos en el corazón de Dios.

 

El que se sumerge en el corazón de Dios deja que Dios habite también su corazón.  Este momento es lo que algunos llaman, comprendido a partir de esta mística de Nicodemo, “el punto cero”, el punto de partida. 

 

Este momento de oscuridad –“punto cero”- es donde yo me reinvento. Reinvento mis relaciones, mi trabajo, mis negocios, mi vida moral, mi pensamiento, mis sentimientos.  Decir, yo me reinvento, es colocarme en el punto cero a partir del cual doy un primer paso.  Mi primer pasito como el niño o la niñita que empieza a caminar. Inseguro. De la mano de otros, de aquellos que ya tienen mucho más trecho de camino, que nos van trazando una dirección espiritual. 

 

Un primer paso nos llevará a dar otros pasos más consistentes, más seguros. De otra manera a crecer, a crecer. Ya no solamente de la mano de aquellos que nos guían, sino de Aquel que ahora abunda en nuestro corazón, que va iluminando toda nuestra existencia.

 

¿Ustedes habitan una noche oscura o una de tiniebla?   Si es de tiniebla, para no caer en la tentación del malvado, pidamos al Señor que nos conceda la Gracia de convertirnos, de cambiar nuestro modo de pensar.   Si es de oscuridad a la manera de Nicodemo, que anime nuestro espíritu, nos mejore o nos ayude a mejorarnos para renacer de lo Alto o para reinventarnos con los demás y para con Dios.  ¡Amén!


sábado, 27 de mayo de 2023

LAS HERIDAS QUE CURAN

 



A veces las heridas son una muestra de amor


Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del II Domingo de Pascua
16 de abril del Señor 2023.
Transcipción literal de: Lorena Natareno



TOMÁS, EL APOSTOL DEFRAUDADO

Haciendo un poco de jardinería esta semana me pasé lastimando el brazo derecho con las espinas de un árbol de tzité, que yo mismo sembré, quizá hace dos años. 


¡Duele! Aunque duelen los rasguños, uno le resta importancia porque sabe que las heridas del cuerpo externamente visibles duelen, pero sanan pronto. 

 

Hay heridas de dentro que siguen sangrando y a veces uno las lleva hasta la muerte y nunca cicatrizaron.  A veces nos toca acompañar, escuchar, sentarnos a llorar con algunas personas que fueron lastimados de niños.  Personas que hicieron promesas de amor, que iniciaron un proyecto empresarial y en un momento determinado fueron lastimadas. Pues, se encontraron con personas que les fallaron: les prometieron lealtad y les mintieron.  ¡Tuvieron que destruir todo y hasta ahora sangran por dentro!  

 

¿Es suficiente, que, a esas personas, les sigamos escuchando y les demos consuelos y les digamos, por ejemplo: “Ten paciencia, el Señor se va a encargar de ti, él te hará justicia” o decirle a uno de los conyugues: “¡sopórtalo a él!, ¡por fin es tu esposo!, ¡aguántalo!”?   ¿Qué hay con esto?  ¿Hasta dónde podemos sanar a nuestros hermanos desde la fe, desde el afecto, la compañía, y la complicidad que la familia provoca?

 

Porque una herida externa se sana con el tiempo. Y si la herida es profunda, vamos inmediatamente a quien pueda suturarla; y al cicatrizar quedan visibles los recuerdos. ¡Ahí estarán y a pesar de todo, seguirán siendo poco relevantes!   Pero aquellas heridas que siguen sangrando por dentro, ¿qué hay de ellas? Si nos han transformado en personas de mal humor, si nos han hecho desagradables cuando antes éramos agradables ¿Qué hay de nosotros? Hay expresiones abundantes como éstas: “Yo antes era feliz, hoy no lo soy”, como dice Chente Fernández: “sangramos por la herida”.  

 

Hoy nos encontramos con esta narración bellísima sobre el Apóstol Tomás llamado el mellizo.  En el segundo domingo de Pascua siempre escuchamos este texto. Hoy que también celebramos el día de la Misericordia, día instituido por iniciativa del Santo Padre Juan Pablo II. Nos encontramos, pues, con la figura de este Apóstol. En la narración del texto destaca un elemento importante, ese es:  ¡el momento en el que él profesa su fe!, ¡ratifica su amor al Señor, precisamente en el instante en que se encuentra delante de él.

 

 ¿Por qué el apóstol Tomás no estaba con los demás discípulos cuando ellos estaban reunidos? Juntos habían consolidado la unidad entre sí ante la ausencia del Señor. Pero Tomás es el gran ausente. 

 

Tomás junto con Pedro, fueron estos dos Apóstoles que habían dicho en reiteradas ocasiones, al Señor: “Estoy dispuesto a morir por Ti”.  Tomás dijo en algún momento a sus compañeros: “Vamos y muramos con Él”.  Expresión profunda de amor, valiente, como quien hace una promesa radical: “yo muero por ti, yo prometo darte mi vida y la ofrezco delante de ti; es más, lo hago público para que todos lo sepan. “Estoy dispuesto a todo, inclusive llegar al final contigo”.  Algo así es la promesa de Pedro, de Tomás.  

 

Entonces ¿por qué ahora no está?  Los que interpretan estos textos dicen que seguramente se sentía defraudado.  Defraudado: ¿Por qué?  Porque Jesús había muerto como un bandido. La muerte de Cruz a la distancia quizás no nos impacta tantísimo, pero en aquel contexto alguien que moría en la cruz era alguien cualquiera, alguien de la calle, un delincuente, un ladrón; alguien que incluso, para aquellos contextos mentales, tenía que morir.  A muchos de nosotros no nos asombra que un delincuente sea acribillado a balazos en la calle porque andaba con su arma y se enfrentó con otro.  ¡No nos sorprende porque pareciera que es de su naturaleza morir así, por ser un delincuente!  Esto y aquello, es un poco parecido. No es que Jesús anduviera haciendo maldades, todo lo contrario, pero para muchos pareciera que sí. 

 

Si en algún momento te definen como un delincuente, como alguien que incluso falta a los principios elementales de la fe, como le pasó a Jesús; entonces la muerte es una consecuencia lógica para ti. Es por eso por lo que Tomás se siente defraudado. Supongamos que le oímos decir: ¿Cómo es que este hombre en quien yo expresé mi radicalidad de amor al punto de decir que moriría por Él, no era tal como yo lo supuse? Eso solo puede ser expresión del sentirse defraudado, derrotado y un poco frustrado. 

 

Es natural que una persona tome distancia ante la frustración, ante el desencanto y a veces deje pasar el tiempo para aliviase y otras veces dejar pasar el tiempo para siempre. Esto es lo que pasó con Tomás.

 

LA HERIDA UN PUNTO DE PARTIDA

Queridos hermanos, aquí hay dos elementos que valen la pena tener en cuenta.  El primero es que si nosotros queremos sanar tenemos que establecer un punto de partida. Desde Tomás ese punto de partida es la herida. Pues desde ahí interpretémoslo. Cuando así ocurre la herida no es tal, aunque sea objetiva porque está a la vista; porque la herida, extrañamente comienza a iluminarnos. Y para esto, queridos hermanos, no debemos enfocarnos en los momentos felices de antes de la herida. Si nos colocamos en ese momento previo ciertamente vamos a extrañar ese momento feliz que tuvimos antes de ser heridos ¿no es cierto?

 

Cuando trazamos una frontera a partir de la herida uno quisiera echar tan atrás, tan atrás, hasta aquel momento lejano tan cómodo y seguro como el que teníamos cuando estábamos en el vientre de nuestra madre. En el vientre de la madre estábamos totalmente protegidos, no expuestos a los momentos de dolor. 

 

Tomás está en aquel momento previo de la herida. No quiere enfrentar la realidad que ahora ha acontecido. Por eso, hay que traerlo a que mire la herida de las frustraciones. La frustración de la herida es lo real. Lo demás, los tiempos felices de antes de la herida ya no son posibles, ya no existen. 


¿Por qué lloras, por qué te frustras ante aquello que ya no existe, que ya no está?  No te engañes.   La verdad debemos iluminarla a partir de la herida para acá. Es decir, de lo que tenemos delante. No desde lo que no tenemos.  Imaginemos los tiempos felices que tuvimos hace veinte años y cómo todavía seguimos atrás de esos veinte años extrañando lo que antes fuimos y ahora no tenemos. Y nos culpamos y culpamos a otros por ya no tener esos tiempos felices. Lo que realmente importa ahora es la herida. Y trazar la vida desde la herida hacia acá. Cuando procedemos así empezará en nosotros la verdadera sanidad. Eso es lo que finalmente descubre Tomás.

 

Ahora, imaginemos al apóstol diciéndole al Señor: ¡Me duele verte! Y no me atrevo a introducir mi dedo en tus heridas de tus manos, Señor; ni mi mano en tu costado herido. ¡No me atrevo a hacerlo!  Si Tomás no lo hace es porque ya no es necesario. Es suficiente constatar el hecho de las heridas. ¡Ha sanado!

  

SANAR LAS HERIDAS CON LA VERDAD

La segunda cuestión tiene que ver con responder a la pregunta: ¿Qué es aquello que nos ayuda a recuperarnos? Nos guste o no lo que nos pasa por enfrentarnos con la verdad, lo que nos hace sufrir muchas veces está en la mentira, en el engaño, esto que hemos adoptado como que fuera la realidad, pero que no lo es.

 

Nuestra alma comienza a iluminarse al aceptar con coraje la verdad de las cosas. ¿Te cuesta aceptar la verdad porque te duele?  No hay más alternativa que encararla. Tienes que ser humilde para presentarte delante de los demás con tu verdad. Todo lo demás es la mentira.  ¿De qué te sirve permitir que habite en ti una mentira?

 

Si no te abres a la verdad de las cosas nunca sanarás las heridas. En la verdad es donde encontrarás la auténtica salud.

 

En aquel momento en que permitimos que la verdad se apropie de lo que está aconteciendo en nosotros, la crisis empieza a caerse a pedazos. El miedo empieza a irse. Comenzamos a mostrarnos delante de los demás como lo que realmente somos. Nos presentamos como quien dice: ¡Ahora es cuando!

 

LA FE COMO PUNTO CLAVE DE SANACIÓN

Por eso, queridos hermanos, comprendamos la fe de Tomás a partir de estos dos momentos.

 

Tomás se encuentra con Jesús. En ese encuentro acontecen dos realidades preciosas que son las que definen prácticamente la fe.  Ese es el momento de la sanidad profunda en Tomás.

 

La primera realidad tiene que ver con las heridas del Maestro.  ¿Por qué si está resucitado nos muestra las llagas, los recuerdos del sufrimiento?  ¿Por qué? No es simplemente para llorar por lo que le pasó, si no para darnos muestras de su amor. Las heridas son eso, una expresión de Amor. Como cuando nos lastimamos haciendo trabajos de carpintería o de jardín. A menudo nos lastimamos queriendo hacer mejor el jardín, queriendo hacer una mesa nueva.  Cuando trabajando te lastimaste, tu trabajo se convierte en una muestra de amor. Por eso, llevo la herida y mi cicatriz como si fuera un trofeo, para mostrar lo que yo he sido capaz de hacer, lo que yo he sido capaz de hacer por amor.

 

Queridos hermanos, de no ser por el cansancio del trabajo y de los años, las heridas fueran una verdadera frustración solamente. El cansancio sería un reclamo, como cuando vamos por el camino con bastón en mano porque no podemos caminar, podemos decir: me hice viejo por ti, batallé por ti y mira lo desgraciado que ahora soy.  Pero no. El bastón es más bien un trofeo, una cruz que uno abraza con amor… porque así me desgasté y así llegué a este momento.  Eso es mostrarle las llagas a Tomás. Por eso Tomás se impacta profundamente. 

 

Y la segunda cuestión es, provocar precisamente en los Discípulos y en concreto a Tomás este momento de fe. Este es el punto clave.  Aquel que es capaz de reconocer el Amor que a través de las llagas el otro expresa, es capaz de adherirse profundamente a Aquel que nos ha amado y profesarle su fe, como Tomás al decir: ¡Señor mío y Dios mío!  En donde ya no hace falta explorar a fondo las heridas de la otra persona ni mis propias heridas interiores. Es aquí donde la fe sana, donde el Amor transforma, donde la persona se hace totalmente nueva. Nueva en el presente eterno en el que Dios está actuando.  

 

Entonces, nuestra vida cobra un nuevo significado y sentido. La vida se traducido en lo que el mismo texto dice acá, en la alegría de mirarlo a Él. En la alegría de hacer nuestro trabajo sabiendo que Él obra también en nosotros y con nosotros.  Que no todo depende de lo que yo con mi inteligencia y con mis capacidades soy capaz de hacer.  Que Dios también está obrando en mí, conmigo; y si igual me canso, me envejezco, me deterioro, el Señor va actuando en mí, va transformando las cosas desde mí.

 

Queridos hermanos, posiblemente nosotros llevemos heridas o cicatrices del cuerpo, visibles o invisibles interiormente. Presentarnos delante del Señor con estas heridas con estos dolores, con estas frustraciones y mirarle a Él, permitiendo entonces que desde la fe Él nos levante, Él nos sanará. Este es precisamente el momento culminante en que la Misericordia no simplemente es una expresión que está por encima de nuestras cabezas, sino es el punto clave de nuestra sanidad. 

 

Salgamos del mundo de las frustraciones, del dolor dando nuevo sentido a las cosas.  La fe es ese lugar que nos coloca fuera del dolor y del sufrimiento.  “Ya estamos hartos de sufrir”, nos decimos muchas veces. Si “topamos” con el dolor en la piel, podríamos tomar decisiones de las que las que quizá no tendremos tiempo ni para arrepentirnos. 

  

La fe nos sana. En el Señor encontramos el sentido de nuestra salvación. Por eso estas expresiones tan bonitas del escritor sagrado del Evangelio de San Juan lo ratifica: “Se escribieron estas cosas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios y para que creyendo tengan vida en su Nombre”. Nosotros tenemos vida en Su Nombre. Y como dice también el Apóstol San Pablo: nuestra fe es como el oro que se purifica en el fuego. Así en la dificultad, en las pruebas, en las heridas, en las frustraciones, no se apaga la fe; ahí nos purificamos. Las heridas nos iluminan todavía mucho más.   En ese sentido, las heridas que vienen de las pruebas, del engaño y de las frustraciones se convierten en luz que nos hacen mucho más poderosos. Decimos: ¡En el Nombre del Señor, nuestra vida tiene sentido, la merecemos y vale la pena vivirla!

 

¡Qué el Señor nos sane! ¡Que el Señor nos purifique a partir de nuestras heridas! ¡Desde sus llagas! ¡Desde la Cruz! Abracemos esa Cruz. Es la que nos sana, esa es la Cruz que nos salva. Que así sea. A Amén.

sábado, 20 de mayo de 2023