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LA FE DE LOS CRISTIANOS

 



El creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree.



Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación
del viernes de Pascua 14/04/2023
Transcripción literal:
Lorena Natareno



Los creyentes, sin excepción, donde sea y sobre todo donde expresemos nuestra fe, vamos a encontrar personas que no van a estar de acuerdo con nosotros porque no creen en lo que nosotros creemos.

 

Al no conocer lo que nosotros conocemos por la fe, tampoco tendrán la capacidad de creer.  ¿Por qué? Porque quienes no creen, no conocen. Y si conocen, sólo conocen aquello que su mente, o que sus capacidades a partir de la objetividad les permiten. Así construyen un mundo, -y aquí el lenguaje del Evangelio de San Juan es muy descriptivo- un mundo, de acuerdo con su comprensión racional.   Eso quiere decir, que ellos giran alrededor de ese mundo. Y por más que quieran, no pueden salir de esa realidad construida bajo sus criterios, su modo de ser.  La fe es ir mucho más allá de ese mundo. Es salir de ese mundo, escapar de ese mundo que, en cierto modo, atenta contra ellos mismos, donde perdieron la capacidad de resolver sus problemas más grandes, tales como el sentido de sus vidas. 

 

La fe, por el contrario, nos permite salir de ahí y otorgarnos ese sentido que a veces perdemos. Pero como no se trata simplemente de entrar a discutir y convencer a aquellos que no creen y que, obviamente tienen sus razones para no creer, pues tienen sus argumentos persuasivos, nosotros sólo expresamos nuestra fe y nos valemos de los símbolos, de los signos de fe. 

 

Hay realidades que sólo pueden ser comunicadas a través de símbolos.   Recuerden ustedes cuando se enamoraron.  ¿Qué símbolos usaban? No hacían falta las palabras ¿verdad?  Un pestañazo era suficiente para que el corazón de la otra persona latiera en modo desesperado.  Un signo, un gesto, un movimiento, un corazón dibujado no tiene sentido en sí mismo; pero sí, que lo tiene.

 

Para las grandes cosas no hacen falta grandes argumentos, sino símbolos que lo representen.  Por eso los símbolos son aquellas cosas materiales visibles y sensibles como puede ser una flor, una cruz, el agua, la luz. Esas cosas expresan una realidad no visible y la hacen totalmente presente.  Jesús es una realidad visible, perceptible a través de nuestros símbolos, de nuestros gestos que son expresiones de la fe. 

 

El pez y el pan, dos símbolos que en la Sagrada Escritura destacan, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces. Sobre todo, el pez, que en la iconografía es el ictus: “Jesús Hijo de Dios verdadero”, es una expresión simbólica que nos comunica al Dios verdadero, propio de los primeros símbolos del cristianismo, que los encontramos, todavía, en las catacumbas: lugar de refugio de los cristianos perseguidos por el imperio romano. 

 

El pez es uno de los símbolos que a mi personalmente me gusta muchísimo.  El pez como expresión de Jesús. Es la expresión de Jesús el Hijo de Dios en Quien yo creo, en Quien yo ordeno mi vida.   Jesucristo, el Hijo del Dios verdadero. Él es Aquel en Quien yo desgasto mi tiempo, en Quien yo creo relaciones, es por Quien yo estudio.  Es en Quien yo confío.  Por eso los símbolos que me hacen presente Su condición Divina, se adhieren a mi condición humana.

 

Cuando yo, por ejemplo, porto una Cruz, le pongo mucho significado. La Cruz deja de ser una materialidad cualquiera y se adhiere a mí, según Aquel a Quien yo busco y en Quien yo creo.   Intenten destruir una foto de su primer hijo o de las personas que aman: ¡quizás lo hagan! Pero siempre quedará esa imagen en su corazón, porque no es posible destruir aquello que se adquiere por la fe.

 

Así son nuestros símbolos, nos hacen según esta comprensión. Éstas son las cosas hermosas ¿verdad? ¡Cómo desde la fe, siempre vamos de lo menos a lo más, de lo poquito a lo grande! ¡Porque Dios así se ha comunicado siempre con nosotros!

 

No tengamos miedo, al hecho de que, a veces no podamos expresar nuestra fe con argumentos y conceptos. Simplemente la experiencia que en nosotros comienza por ser poquita va alcanzando un destello inmenso en el que, después ni nosotros lo podemos explicar.   Si no lo sabes decir, es porque te trasciende incluso a ti mismo. Si al amor no lo puedes agarrar, no lo puedes expresar, pero lo vives; eso te hace grande y como te hace grande, entonces, aquellos que presumen de racionalidad no saben qué hacer contigo. 

 

Por eso la mejor condición del cristiano, que lleva en su corazón la fe de Aquel que ha resucitado y viven en él, es simplemente vivir de tal manera que su ser cristiano le convierte en un modo distinto, siempre nuevo de ser.  ¡Nada más!… ¡Nada más que en ese modo de ser!

 

Yo vivo lo que creo y como vivo de acuerdo con lo que creo, pues, esto me es suficiente.  Y por eso, queridos hermanos, el creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree. Con razón y con facilidad nos señalan cuando caemos en un error, en una contradicción ¿verdad?   Porque la fe, la gran verdad que nos ilumina, nos impone en si mismo un modo de ser de acuerdo con lo que creemos. Es la vida ética, que nadie nos la impone desde afuera, nosotros la aceptamos como un modo propio de ser y esto a mi me embellece y embellece mis relaciones humanas, porque lo hago precisamente basado en lo que yo creo.  

 

Todo esto, digamos, cuando lo aceptamos como un modo propio de ser y en ello renovamos constantemente toda nuestra vida, deja fuera de combate a aquellos que no creen, aquellos que no creyendo en Jesucristo no se han adherido a la fe, aquellos que no se congregan con nosotros, aquellos que ordenan su vida de acuerdo con sus únicos criterios. 

 

A nosotros simplemente nos toca ser, como una pequeñita luz, una pequeñita candela encendida con una llamita iluminando las oscuridades de este mundo.  Eso nos convierte en un modo de ser propio porque nuestra vida está configurada en base a Aquel que es la piedra que desecharon los arquitectos ¿verdad?  Esa expresión muy bonita de este Salmo, de aquel a quien despreciaron, aquel “que no tenía valor” ahora se convierte en la base, en el sustento, sin el cual este mundo prácticamente no es comprendido, no puede ser sostenido. 

 

Queridos hermanos, nuestra fe en el Resucitado está basada en un hecho histórico, que sobre todo, le da contenido a nuestra vida. Nos convierte en algo diferente, en un modo de ser nuevo.

 

Que esta Gracia abunde en nosotros y que nos ayude a perseverar así, hasta el final de nuestras vidas. ¡Amén!

domingo, 14 de mayo de 2023

LOS DESEOS PROFUNDOS DE LA VIDA CRISTIANA

 





Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.

Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del martes de Pascua, 11 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno.
 

Si queremos mirar con claridad tenemos que limpiar nuestra mirada. Si queremos mirar con autenticidad, con pureza, tenemos que limpiar nuestro corazón.

 

Si los ojos son la luz del alma. Entonces, ¿miramos realmente con el alma, con su autenticidad? ¿Siendo el alma creada directamente por Dios o imagen suya, nos permite mirar como él mira?

 

MIRAR CON OJOS DIVINOS


Para mirar con ojos divinos y con el corazón se nos sigue pidiendo ser bautizados. Que nos arrepintamos de nuestros pecados. Que recibamos el Espíritu Santo. Estas eran las ideas centrales de la predicación inicial de los discípulos. Pedro lo dijo a todos los judíos: hay que recibir el Espíritu Santo. Sólo después los ojos aprenderán a mirar, y el alma mirará lo que tiene que mirar.

 

Esta es la condición indispensable, para que como bautizados y como quienes nos hemos confesado más de dos veces durante la Cuaresma, recibamos la fuerza del Espíritu Santo, que es esa Luz que nos hace presente al Resucitado, y nos permite vivir en esta condición.

 

EL PECADO ANCLA DEL PASADO


El pecado en nuestra comprensión es aquello que nos ancla, nos mantiene estacionados en cosas del pasado. Porque el pecado es aquello que nos ha hecho daño y nos tiene en este estado. ¿En qué estado estás tú?

 

Basta con revisar las acciones del pasado, aquellas que no nos permiten limpiar nuestra mirada para mirar con claridad hacia el futuro. A veces se nos hace difícil mantener la mirada limpia, porque estamos demasiado anclados en ese pasado. Tan anclados estamos que cuando queremos corregirnos, corregimos a los otros, no nuestro pasado. Queremos apartar a los otros de su pasado, de su pecado. Y por nuestra parte insistimos en mantenernos tal cuales. Así es como aprendimos a sentenciar a otros.

 

Poco parecido lo que sucedió a unos amigos casados. Llegaron a confesarse con migo, después de que la esposa se confesó, se acercó su esposo y me dice:  -“Padre, yo no me voy a confesar, pero perdóneme de una vez los pecados”  -Y eso ¿por qué?, dije. El repuso: - “porque mi mujer ya se confesó con usted y seguramente ya le habló mal de mí, así que de una vez perdóneme”. Suele ocurrir ¿verdad? Son los otros, a los anclados en el pasado a quienes queremos corregir y eso no nos permite mirar con entera claridad.

 

 

Entonces, se trata de reinterpretar la vida presente. La condición del Dios eterno se halla totalmente en el momento presente. Si el pasado queda olvidado con el perdón de los pecados, ya no debiéramos mirar hacia él. Nos toca, más bien, partir del presente hacia adelante y visualizar de una manera totalmente nueva. Si no somos capaces de superar nuestro pasado trágico, doloroso, feo y pecaminoso y a la vez queremos que Dios nos resuelva las cosas, nada será posible a no ser que superemos aquellas cosas del pasado.

 

Por eso recibir el Espíritu Santo implica superar esta condición de pasado y abrirnos a una nueva visión, para que ahora Dios comience a construir con nosotros en adelante las cosas nuevas.

 

Hemos escuchado que las lágrimas en la mentalidad religiosa tienen un sentimiento profundo de culpabilidad.  Entonces ¿Por qué llorar delante de un difunto?  ¿por el amor que le tenemos o porque no volveremos a ver físicamente a la persona que se va?  Casi siempre se nos vuelca un sentimiento por el bien que no hicimos, por lo que no le dijimos...  Si lloramos por el bien que no hicimos, entonces, de aquí en adelante dejemos que la Gracia del Espíritu Santo nos permita llorar nuestra culpa. Por ese pasado que no podemos corregir, porque nos permitirá subir un grado en la bondad. Es lo que ocurre en el caso de María Magdalena.

 

SANTA MARÍA MAGDALENA


En la tradición del Nuevo Testamento, se cuenta que a María Magdalena le expulsaron siete demonios. Es el único dato que hay sobre ella. Por favor no digan que es una pecadora de otro estilo. Algunos de nosotros tenemos más de siete pecados. Somos unos brabucones, chismosos, buscapleitos, no saludamos a nadie. Pues, María Magdalena seguramente era así:  broncosa, enojona, de mal humor.   Si le expulsaron siete demonios es porque era una mujer de armas tomar, por decirlo así. Pero ya había sido perdonada por esto. Su pasado ya había quedado atrás. ¿Por qué llora ahora?   ¿Por qué llora ante la ausencia del Señor?


Llora porque tiene al Señor en su corazón. Porque Él ya forma parte de su condición de persona, de mujer.  No llora con sentimiento de culpa.


Persiste en el llanto por el mismo amor. Si en el amor nos hacemos buenos, esa bondad tiende a perfeccionarnos. Es como decir: ya soy buena, ahora quiero ser mejor; ahora soy mejor, quiero ser perfecta.

 

La mayoría hemos ido a la escuela. Como estudiantes al superar una calificación de sesenta, la pasando bien. Si logramos un nivel de ochenta o de noventa por ciento y un día sacamos un sesenta, sufriremos y lloraremos porque ya nos habíamos acostumbrado a un grado de perfeccionamiento.


 Así es en la superación humana y espiritual. Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.


El llanto de María Magdalena tiene que ver con el deseo de retener al Señor y plantearle un mundo de acuerdo con este amor, del que ella ya participa con Él. Ella visualiza el futuro. A pesar de eso las lágrimas no le permiten mirar con claridad, por eso confundió a Jesús con el jardinero (¡benditos jardineros! ¡dichosos los que nos gusta hacer jardín!). Pero una vez lo reconoce quiere hacerlo para ella, y de la comunidad; porque María Magdalena también representa a la comunidad. La comunidad de los creyentes que ya son parte de él. Por eso, María Magdalena, quiere que el Señor se quede para siempre con ella.

 

LA ESPERANZA CRISTIANA


Definir desde aquí nuestro futuro, es definir nuestra esperanza. Definir el hacia donde vamos y aquello en lo que nos vamos convirtiendo cada día. La persona que vive en la esperanza no solamente va realizando sueños de futuro, sino que va encontrando ya las satisfacciones de sus anhelos; porque va convirtiéndose en algo nuevo cada día, porque ya está encarando aquello en lo que finalmente, se convertirá. Esta es la esperanza.

 

Uno de los momentos tan místicos, tan sublimes y auténticos de los cristianos está en la Eucaristía. La Eucaristía cobra notoriedad en nosotros porque nos convierte desde la esperanza en aquello que seremos. Al participar, ya de la Eucaristía, nos estamos alimentando eternamente de lo que seremos para siempre. De tal manera que teniendo a Cristo en nuestro corazón lo tendremos a él eternamente. Esto define nuestra esperanza. Esto define en María Magdalena, su sueño de eternidad. La esperanza es querer poseer al Señor ahora mismo y que él me posea. La esperanza es que Él entre en mi alma y que me ilumine desde dentro. Esta es una experiencia mística y profunda de fe.

Queridos hermanos, si hemos salido de un tiempo de Cuaresma en el que hemos superado nuestros pasados trágicos de pecado, ahora nos abrimos con la Luz de la resurrección hacia un futuro y a una esperanza prometedora que, experimentamos en el resucitado. Eso es lo que nos ha convertido en personas diferentes, nuevas.  Esto es vivir en la condición de la Gracia. Esto es lo que ya nos provoca una inquietud de tensión hacia adelante. Es lo que nos hace sentir y proclamar nuestra fe y creer en la salvación eterna. 

 

Pidamos al Señor que esa Gracia abunde en nosotros, que nos ilumine desde la profundidad de nuestra alma. Que nuestra vida tenga sentido en función de nosotros mismos y para darle sentido a los otros.

 

Muchas personas en nuestro derredor andan carentes de sentido, con hambre de Dios. Aunque no lo digan. Con un hambre de eternidad que, aunque no lo expresen, la mendigan. Muchos mendigan amor y por no expresarlo, se auto torturan y torturan a los demás.  Sufren y hacen sufrir.  Si nosotros tenemos la Gracia, la esperanza, tenemos las capacidades de iluminar sus almas.  Si tenemos un sentido que viene de la esperanza, podemos dar ese sentido a la vida de los otros. Que el Señor nos conceda su abundante Gracia. ¡Que así sea! ¡Amén!

miércoles, 10 de mayo de 2023

LUNES DE PASCUA



El que obedece a su conciencia no se equivoca nunca


Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación de lunes de Pascua, 10 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno. 



¿Cómo ayudar a una persona en situación de tristeza? ¿Cómo acompañar a aquellos que se sienten afectados por un acontecimiento en donde, por ejemplo, se les derrumba su empresa, o hay problemas serios en la familia? ¿Cómo ayudar en estos casos?

 

¿Cómo siendo una persona ajena a los problemas puedes meterte y sin que te pidan opinión, opinar porque crees que tienes que hacerlo? ¿Cómo intervenir?

 

Desde afuera de una situación confusa uno tiene más o menos la claridad de lo que pasa, distinto a la poca claridad que tienen aquellos que están dentro. Uno casi puede decir: “estás errado en el modo en que estás actuando”. “Estás totalmente resignado cuando en realidad hay otra posibilidad que tú no ves”.

 

Esta claridad de ver desde fuera ocurre porque desde ahí se mira con más verdad. Tomando distancia de un hecho uno logra tener un panorama mucho más amplio y criterios mucho más claros, diferentes a los que tienen quienes están “metidos en el ajo”.

 

Y si nosotros, por otro lado, no somos los agentes externos, sino los que estamos dentro del problema, ¿Cómo tener la claridad y la solvencia que la Luz nos da en estas situaciones para decidir convenientemente?

 

Hay sucesos en los que nuestro corazón sigue alterado emocionalmente. Estamos confusos. Una ruptura hace pedazos el corazón.

 

El mejor modo de resistir es volver a nuestro quehacer de cada día, “con actitud resignada”. Si soñé un mundo mejor construyendo una familia o una empresa y éstas fracasan, resignarme no es lo mismo que perder el sentido de la vida, sino volver a otro modo de vida, a otro trabajo, igual sea a picar piedra, porque sé que debo seguir en las mil batallas.

 

Muchas veces la crisis se desata en el mismo instante en que intentamos resolver los problemas siendo parte de él. Las mujeres que experimentaron la resurrección del Señor en su propio corazón se sumergieron en un drama profundo. Siendo parte de ese suceso y a la vez tomando distancia de él. Es un agridulce.

El texto de hoy nos cuenta que: “Después de escuchar las palabras del Ángel, las mujeres salieron a toda prisa del sepulcro…”  Es decir, toman distancia del sepulcro, a pesar de estar involucradas directamente en esta experiencia única de la Resurrección del Señor. “La confusión las define: están llenas de temor y de gran alegría al mismo tiempo”.

 

Esta confusión, entre el temor y la alegría, es una clave de lectura para interpretar desde el discernimiento.

 

El temor no es exactamente miedo, como trastorno mental. Aquí el temor implica un grado de respeto, de admiración. Es estar delante de algo que es grande, que trasciende en altura, en belleza… en admiración. Este temor es provocado en nosotros cuando nos sentimos delante de la Divinidad. Es lo que movió a las mujeres a que corrieran a dar la noticia a los discípulos…”

 

Los otros que no están donde están las mujeres, tendrán una opinión diferente. Aclararse les moverá no sólo a una cuestión nueva, mental y afectiva; no, sino a la configuración de una nueva comunidad de los discípulos. Teniendo en este caso al Maestro como centro, quien les irá dando las luces suficientes para avanzar en el camino. 

 

En la vida práctica existe un principio de la ética, que nos resuelve el asunto de la duda. ¿Qué hacer en la duda? Este dice: -Obedece a tu conciencia.

 

El que obedece a su conciencia no se equivoca nunca. Cuando alguien venga a ustedes y les pida un consejo en una situación confusa, no se adelanten a dar consejos, aunque tengamos claridad de lo que se debe hacer o no. Pregunten, a quien pide el consejo: ¿Qué dice tu corazón? Devolvámosle el mandado y extraigamos de ahí las respuestas que el busca. Luego ya podemos ser su cómplice, en el buen sentido, para acompañarle, para que este hermano, se apropie de esa verdad que está en su interior.

 

Es lo que hacen las mujeres, lo que hacen los discípulos. Ceden a la verdad de su conciencia. No persisten en el enojo, por la muerte cruenta e injusta de su maestro. Ceder a la verdad que ya está en ti es permitir que Dios ilumine tu interior.

 

Deja que destelle en tu corazón aquella verdad que se te planta delante. Obedeciendo a tu conciencia. Dios es la verdad mucho más consciente de lo que imaginas. Quizá a veces se te muestre inconsciente, en ese caso sólo deja que se te aclare y se eleve al estado de lo consciente. Deja que repose lo que hay en ti. Déjalo como aquello que está en el fondo del rio, que pronto flotará o se manifestará.

 

En estos casos a veces necesitamos a alguien que nos ayude ¿verdad?; porque aún con la claridad de nuestra conciencia también nos resistimos a no quererla oír. Es lo que en los temas de estudio de la conciencia se llama “apropiación de esa ley interior”.

 

En el camino espiritual hemos aprendido a obedecer desde la conciencia. Si lo hacemos, ten por cierto que no te vas a equivocar. Sigue la verdad de tu corazón, porque ahí en tu corazón no solo acontece algo de tu naturaleza humana que llamamos dignidad, sino que ahí mismo está la misma voz de Dios, la misma Luz del Espíritu que es la que trasluce en ti, en tus grandes anhelos por amar, por conquistar, por ser grande.

 

Desde lo interior de esta luz al destellar en ti, te haces exteriormente bello, atractivo y capaz para hacer grandes cosas con (o por) los demás.

 

Si escuchas a tu conciencia y con base a esto te construyes, serás una persona auténtica. Entonces llegarás a saber que ya no puedes presentarte como quien engaña a los demás.

 

No te engañes a ti mismo. Escucha la verdad más profunda que hay en ti. Esto es Cristo el Resucitado. Es la verdad que urge en ti, por dramática que sea la situación de la familia que se derrumba, de la empresa que se cae, de los líos.   Si partes de esa verdad profunda, de la Luz Divina de tu interior, harás el camino con Aquel que es el Camino, Aquel que es la Verdad, Aquel que es la Vida, Aquel que es nuestra resurrección, en quien nuestra vida nos colma de sentido.


En este agridulce de las mujeres, del temor y alegría, nos toca a nosotros resolver. 


Queridos hermanos, en este lunes de Pascua pidamos al Señor que aumente en nosotros esta Gracia y que obedezcamos a nuestra conciencia. Con Él y con nuestras capacidades; sin duda no nos equivocaremos nunca. Esto es sin dudas lo que nos hace aptos para también acompañar a los demás. Que así sea.  Amén.

lunes, 1 de mayo de 2023

Domingo de Resurrección

 


Creer en Él para entenderlo a Él, entenderlo a Él para creer en Él.

Por: Gvillermo Delgado OP
Homilía pronununciada el 09/04/2023
Transcripción literal de Lorena Natareno


Hay una etapa de nuestra vida, especialmente durante la juventud, donde florecen demasiadas cosas en nuestros corazones. Por ejemplo, ilusiones. Puede ocurrir que crezcan ilusiones en nuestro corazón como una fe inquebrantable con la que prácticamente decidamos el devenir de los días o puede ser, también al mismo tiempo que, decidamos que no florezca nada; sino dejar que crezca sólo aquello que viene de nuestras capacidades humanas; cuanto eso pasa, nos convertimos en el defecto que combatimos en las otras personas, lo que no nos permite llegar a ser lo que ya sabemos que debemos ser.

 

Siendo joven, puedo recordar, precisamente aquellos momentos en que ilusionado por lo que yo no sé de qué manera mis padres sembraron en mi corazón y que me han permitido ser lo que ahora soy, al punto que creció en mi un gran amor a Dios, a la Iglesia, a los sacramentos. Y fui poco a poco ofreciendo mi propia vida sin que nadie me lo indujera, así lo sentí. Nunca fui obligado a ir a Misa, pero nunca tampoco me lo impidieron. Sentía una ilusión tan grande que yo no entendía por qué otros no la sentían, tampoco aquel contentamiento por los sacramentos por la escucha de la palabra, por la oración; por el contrario, los compañeros de estudio tenían más bien reacciones distintas a mí. No comprendía por qué mis compañeros, por el contrario, tenían comportamientos y hacían actividades diferentes, por ejemplo, durante las vacaciones o en el fin de semana. No siempre coincidíamos. Unos se ocupaban en pasear o en hacer otras cosas distintas a las que por lo menos, dos o tres hacíamos distintas en aquel tiempo.

 

Esto tiene que ver precisamente con el sentimiento profundo que crece en el corazón de cada uno y que carecería de valor si no fuera por una disposición que muchas veces es cultivada por nuestros padres o por la comunidad cristiana. Estoy convencido que ninguno de los presentes estaría acá sin que hubiera gente que los ha acompañado desde chiquitos, que les ha permitido crecer en la fe y en el amor.

 

Y es que es en estas primeras etapas y en el crecimiento de nuestra fe cuando abundan los cuestionamientos, preguntas abiertas que no tienen respuesta. Así, por ejemplo, “Es que no creo porque no entiendo”.

 

Uno podría responder a la manera de San Agustín: “Es que no entiendes porque no crees”. Porque solamente aquel que cree entiende. Y solo aquel que entiende aumenta en la fe. La fe no te da una única respuesta. La fe abre un campo inmenso en el que va permitiendo ahondar en el misterio insondable de Dios. Dios es un abismo profundo que nunca logramos penetrar. Por eso es un Misterio. No es una respuesta hecha. No es un concepto elaborado por la RAE, sino una respuesta abierta que se va expandiendo y haciendo; por lo mismo es tan grande que nos provoca un dinamismo de avanzar en esa dirección.

 

Este es el testimonio que escuchamos en los Hechos de los Apóstoles, de los profetas, de los primeros creyentes, de cuantos creen en Él; de todos, de quienes han recibido el perdón de los pecados.

 

Creer en Él para entenderlo a Él, entenderlo a Él para creer en Él. Esto es lo que provoca en nosotros esa inquietud, ese rumor que va creciendo en el corazón, que no entendemos de donde viene y a donde nos lleva; pero vamos avanzando con ese rumor profundo. Es el Señor que va hablando desde adentro. Es la misma inquietud que puso en el Corazón de María, de los discípulos, de los jóvenes que consagran su vida al Señor en el matrimonio o en la vida consagrada. No sería posible de otro modo, sin este creer en que Dios a través de lo que yo puedo hacer Él está queriendo manifestar su grandísimo y misterioso amor. La buena noticia que nos transmiten, en ese sentido los Apóstoles, es que creyendo en Él y por su medio llega a nosotros el perdón de los pecados. Esto es posible. El perdón de los pecados sí es posible.

 

Creer en Él permite que esta luz penetre en tu alma oscurecida por el pecado. Si le das lugar a Él, Él te irá dando las respuestas poco a poco a tus búsquedas, y así como la luz abrasa todo, abrasará todo tu ser desde lo profundo de tu alma. Te convertirá en un ser humano distinto. Ya no tendrás la única respuesta de tus búsquedas sino tendrás, más bien, una fuerza, un camino en la dirección de esa luz.

 

Por eso la resurrección, para nosotros define nuestro destino. ¿Cuál es tu destino?

Es bien frecuente decir que lo único que tenemos definido para el futuro, del cual no nos vamos a librar, es de la muerte. Si ese fuera nuestro destino, acabaríamos como la muerte: en la oscuridad, en el abismo de las tinieblas. Pero no, nuestro destino es la resurrección, ella es el hacia donde sabemos que vamos avanzando.

 

En la misma tradición judía la muerte se describe como dormición, como dormirse; de hecho, el cementerio, para ellos es “el lugar del sueño”. Cuando le avisan a Jesús de que Lázaro estaba muerto, Él dice: “No está muerto, simplemente duerme”. Es decir, si creemos en Dios nos dormimos en Él y despertamos para contemplar su rostro (salmo 16, 15). Este es el anhelo más profundo, despertar para contemplar su rostro. Él es nuestro destino. Por eso ¿de qué manera ahora experimentamos este acontecimiento elemental de nuestra fe?

 

Esto es precisamente… lo elemental, lo más valioso, lo que logramos comprender en el cristianismo.  ¿qué es la fe? Es precisamente la resurrección del Señor. ¿De qué manera? Esto queda muy bien expresado en los textos que hemos escuchado hoy.

 

Este dinamismo de vivir como personas resucitadas a través del Bautismo que hemos recibido. El Bautismo es renacer para avanzar en la vida. Es como un árbol que está en un permanente cambio, como dice el escritor uruguayo, Eduardo Galeano: “todo cambia y el que no cambia es una bestia”. Todo cambia y estamos en este fluir permanente como el río que corre. Abrirnos a los cambios, a las transformaciones no en cualquier dirección sino en dirección de la Luz, en dirección del perfeccionamiento, es precisamente cuando le damos lugar a la Gracia del Bautismo que es movido no por cualquier espíritu sino por el Espíritu Santo de Dios, el que va orientando nuestras vidas. Esto es lo que define nuestra resurrección. Dar muestras de que somos bautizados, que hemos sido sumergidos, que nos hemos levantado de estas aguas que nos han limpiado y nos van encaminando a la perfección.

 

Ser bautizados en el Señor, ahí en esta intuición tan profunda que tuvieron nuestros primeros hermanos que dieron fe de la resurrección, nos dan una tremenda enseñanza. Recordemos cuando comenzaron a congregarse en la comunidad para orar y poner en vigencia la condición de resucitados desde aquellos primeros momentos en que experimentaron la resurrección del Señor, ellos nos dijeron: que había que bautizarnos todos los de la casa, incluidos los niños, todos los de la comunidad, ¿Por qué? porque tenemos que crecer en todo el sentido de la palabra, en estatura, en gracia como se dice del mismo Jesús siendo un niño de 12 años. No solamente en el momento en que entendemos lo que significa el bautismo, como dicen algunos hermanos equivocadamente, o sea cuando eres grande y lo entiendes todo. El problema es que cuando lo entiendas todo ya no tendrás la posibilidad para vivir todo lo que entiendes.

 

Cree, pero si no entiendes aun lo que crees, serás alimentado por aquellos que creen y entienden lo que creen. Ellos son nuestros padres, nuestra comunidad. Ahí nos alimentamos. En la medida que creas irás entendiendo. Y en la medida en que entiendas irás entrando en el Misterio.

 

Bañados en esta Agua, en aquel que murió y bajó hacia el lugar de los muertos, eso es bañarnos en Él para resucitar en Él. Bautizarnos es sumergirnos en el Misterio de Dios mismo. Bautizarnos es levantarnos en Él, en su Luz inaccesible. Esta que nos da la fortaleza para resistir a las adversidades.

Es lo que celebramos nosotros los bautizados en el Señor, los resucitados en Él. Esta es nuestra salud, este es nuestro gozo.

 

Son los momentos significativos para nuestra vida. Si comparamos este con otros tiempos, solemos preguntar: ¿Dónde están nuestros hermanos que se han bautizado como nosotros? Aquellos cuyos padres vinieron jubilosos un día y los presentaron para ser bautizados… ¿en dónde están? ¿Siguen todavía en las procesiones cargando al Señor, no se han enterado de que está resucitado?

 

Con mucha suerte algunos bautizados han participado en esta Semana Mayor de las procesiones. ¡Bendito sea Dios porque han tenido la oportunidad de contemplar, de escuchar, de mirar, de experimentar en el silencio su entrega amorosa a través de las imágenes; pero hay muchísimos que no! Yo escuché a un compañero decir que la Semana Santa no tendría que ser el momento para confesarse, sino mas bien después; porque para muchos bautizados, la Semana Santa no es el momento de meditación, sino el tiempo para pecar. Entonces, hay que confesarse después, pasada la Semana Mayor.

 

¿Qué hay entonces, de este hecho tan relevante de la resurrección, siendo así que es el fundamento de nuestra fe? ¿Qué hay? Si somos consientes e iluminados por esta Luz de lo alto, nos toca sin duda, iluminar a aquellos que pareciera que no se han enterado aún que existe esa Luz.

 

La resurrección es el dinamismo que nos mueve porque es la fuerza del Espíritu con el que nosotros resistimos a los embates del mal, el dinamismo con lo que vencemos la oscuridad, es lo que nos permite entender para crecer en la fe, para encaminarnos en dirección de Aquel que es nuestro destino. De tal modo que, llegado el momento en que nos llame a su presencia contemplemos su rostro, rostro que, ya ahora mismo contemplamos, experimentamos, sentimos. Porque Él es quien nos da las razones para vivir nuestras vidas. 

 

Esto es lo que en nuestra juventud buscábamos y no lo sabíamos, cuando interrogábamos y buscábamos respuestas. Esta es la respuesta a nuestra inquietud profunda que nos lleva al extremo de tomar decisiones.

 

¡Qué bien por nosotros que hemos tomado decisiones, aun sabiendo que no teníamos la última respuesta a nuestras preguntas! Es un error pensar que no decidimos porque no están las cosas tan claras. Nadie puede tener todo claro de una vez. Sin embargo, puedes tener la certeza de que, si lo has hecho, y lo has hecho a la Luz de Aquel que es la Luz, Él llevará esto a feliz término. Él te ayudará en el camino, te asistirá en los obstáculos y te irá orientando para resistir en las adversidades. Esta es la condición de los bautizados, esto es lo que hoy celebramos, el sentido de nuestra fe cristiana, creer en la resurrección, vivir como bautizados.

 

Queridos hermanos, que este gozo, que esta gracia ilumine nuestra alma, nuestro ser y que se traduzca en actitudes de alegría y de bondad.

 

Si nos ha costado y nos siguen costando las relaciones humanas, seamos amables. Es algo sencillo. Sabiendo que hemos sido iluminados por lo Alto, propongámonos ser amables, respetuosos. Si los otros no saben ser amigos, no por eso no lo seamos, si los otros no saludan, no hagamos lo mismo, saludemos. Mostremos que somos de la Luz y no de la oscuridad. No porque los demás hacen lo malo eso tengo que hacer yo. El pecado no es una decisión democrática. La Luz a veces nos aísla en la soledad, cuando la democracia del mal se impone. Sin embargo, notemos que basta solamente con que una Luz irradie en la oscuridad para vencer la diversidad de la democracia del mal.

 

Pidamos al Señor que nos conceda esta Gracia, y que iluminados desde lo Alto permanezcamos así, permanentes en esta condición de bautizados.


jueves, 27 de abril de 2023

EL BIEN QUE VENCE AL MAL

 




La voluntad se hace fuerte al reconocer los propios límites



Por: Gvillermo Delgado OP



¿La maldad es un instinto del que no podemos escapar?


¿A qué se debe que comprendamos el bien que no siempre seguimos? 


¿Por qué ante el mal de una persona, no sea yo quien se imponga con la bondad,  siendo así que la bondad es superior a la maldad?


Es frecuente que, si por alguna razón una persona me ofende, también yo la ofenda. De otro modo, soy malo porque los otros son malos. 


Te propongo tres cosas para responder a estas preguntas. La primera es comprendernos como personas, la segunda es reflexionar sobre  esa condición de persona y una tercera cosa: comprender cómo participamos de una voluntad infinita que por definición es divina.


La primera cosa es comprendernos como personas


Nadie existe al margen de la existencia de los demás. Es necesaria la relación con “los otros” para existir. Quien diga que no necesita a las otras personas para vivir o para ser alguien, se equivoca, y no sólo miente, sino que se le hará imposible realizar su vida.


Sabiéndonos necesitados de los demás para existir, también es un deber ser conscientes de la propia individualidad e independencia. Aunque parezca una contradicción con lo que antes dijimos, podemos afirmar con contundencia que no necesitamos de los demás para existir. Podemos existir sin los otros.


En situaciones como la enfermedad no es una opción ceder al dolor por decisión. No. Simplemente, la enfermedad se impone sobre el cuerpo. Entonces el sufrimiento crece en la voluntad debilitada, donde experimentamos la soledad como vacío y a la vez el urgente apoyo de quienes pueden hacer algo por nosotros.


Con lo cual reconocemos que somos para los demás, pero somos individuales. Ambas condiciones simples hacen la unidad de la persona. Una sin la otra no es posible. Pero en cada caso, nos permite reconocernos: a veces dependientes, a veces independientes. De ahí que la identidad personal se reconoce cuando los demás hablan de nosotros, hablan de nuestra bondad y de nuestra maldad. A la vez, esa identidad se reafirma en la conciencia al saber a ciencia cierta “quien soy yo”.


Preguntémonos otra vez: ¿Puedo escapar del mal que el otro me impone? O: ¿Puedo ser el bien que se sobrepone al mal? ¿Cómo puedo hacerlo?


La segunda cosa es reconocer la fuerza y el poder que reside en la voluntad


Si yo soy distinto a ti no es racional que el otro, en su individualidad se imponga con su mal sobre mí. El mal como fuerza instintiva sólo es una condición de una voluntad debilitada, como le pasa al cuerpo cuando por la avanzada edad o por la enfermedad debilita a todo el cuerpo. Pero el hecho que una persona esté debilitada, eso no se suma hacia otra persona para debilitarla. De serlo es porque ambos tienen voluntad débil.


De ser cierto esto que afirmamos, entonces, lo más propio en la persona es su alma racional, tal como lo afirmaba el filósofo Platón. Aquí esta una primera clave para superar el mal con el bien.


Permitir que la maldad de uno se imponga sobre otro sólo visibiliza una débil racionalidad. La fortaleza describe a la persona de voluntad libre, independiente, encaminada hacia las cosas felices y perdurables.


Finalmente, la tercera cosa es comprendernos como personas infinitas


La voluntad se hace fuerte al reconocer sus límites, y al someterse a la ilimitada e infinita voluntad del Padre, como lo hizo Jesús cuando afirma: "Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya." (Lucas, 22, 42).


La voluntad abrazada a la infinita solo puede ser infinita. La voluntad a pesar de su condición débil se hace fuerte. Superada la debilidad no hay mal ajeno que se imponga sobre ella. La voluntad que se sostiene en la infinita resiste al mal con el bien. En lugar de oscurecerse por el mal del otro, lo ilumina y vence.

lunes, 20 de marzo de 2023

CAMBIAR EN REALIDAD

 


Somos como los árboles que, florecen de pie


Por: Gvillermo Delgado OP


¿Cómo realizar cambios reales en uno mismo? 


El punto de partida es considerar aquellas cosas que no están bien y necesitan ser cambiadas. 


Frente a ese balance de cosas son frecuentes las promesas. Promesas, a veces dichas según lo que creemos que las otras personas esperan de nosotros. Hay otras, dichas “hacia uno mismo”, calculando el impacto negativo que el hecho ha provocado y las consecuencias en el devenir.


Ante lo cual, propongo tres actitudes que deben darse en cada persona, sin excepción; actitudes, no como estados diferentes o escalonados; sino unificados. Estos son: cambios desde abajo, cambios desde dentro, cambios desde la pequeñez.


Cambios desde abajo. La actitud de cambio más auténtica es aquella que nos mueve a doblar las rodillas. Reconociendo con humildad la fragilidad en la que hemos caído. Ya que, mirar desde abajo es dejar que se abra para nosotros lo inmenso de lo alto. Sabiendo que una vez nos pongamos en pie, seremos envueltos por la inmensidad de la altura: donde está el bien preciado, que habíamos perdido por los males consentidos. Es una actitud simple y grandiosa, al mismo tiempo.


Cambios desde dentro. Las rodillas dobladas expresan debilidad y al mismo tiempo grandeza. Un tronco de árbol erguido se eleva gracias a la madurez de su corazón. Pero una vez se fractura o se pudre cede a la fuerza de la gravedad de la que es objeto la tierra. Lo mismo pasa con la persona.


 Elevados somos grandiosos. Debilitados por dentro cedemos a la caída, sólo es cuestión de tiempo, aunque tengamos raíces profundas.


Por tanto, la actitud de cambio que brota desde dentro es de recomposición, para evitar la caída definitiva. Recomposición no es reparación, sino resurgir con las fuerzas naturales con que el alma ha sido dotada, para elevarnos hacia las alturas, nuestra meta. Se trata de fortalecernos desde el propio interior. 


Esto es la espiritualidad, ese lugar del alma, dode la salud se consolida, que nos sostiene en los momentos difíciles, el desde do donde surgimos para sobreponernos a la adversidad.


Si eso es verdad, entonces, ha de ser al mismo tiempo el punto central para realizar todo tipo de cambios y mejorarnos, en dirección de la plenitud.


Cambios desde la pequeñez. Somos grandiosos, no gigantes. No somos para la presunción del poder o las riquezas efímeras. Somos para lo alto que no se extingue, no para la tierra solamente. Somos como los árboles que, florecen de pie. Capaces de dar frutos donde seamos plantados. Por lo cual, nunca será posible elevarnos hacia lo infinito sin antes ser semilla o un frágil esqueje.


Experimentar lo grandioso desde la pequeñez es no olvidar nunca nuestra limitación y que estamos en crecimiento permanente, como la semilla que contiene al invisible árbol. Así, somos el silencio de la frágil semilla que se pudre para despertar del sueño que alberga al interior de su alma, y ser plantados.


El coraje y la fuerza para un cambio real proviene, pues, del reconocernos pequeños como una invisible semilla de mostaza, como en su momento nos ejemplificó el Señor, ya que de ahí nos elevamos o nos recuperamos para el camino que originalmente traíamos.


Cambio real es recuperarnos. Es volver a ser. Volvernos más fuertes; aunque sea a partir del defecto. Cambios reales ya no como expectativas para nadie; ni siquiera para uno mismo. Los cambios reales son para recuperar la estatura que nos corresponde por ser humanos, creaturas de Dios, ya que fuimos creados para la altura, lo grandioso, para la felicidad.

lunes, 13 de marzo de 2023