La voluntad se hace fuerte al reconocer los propios límites
Por: Gvillermo Delgado OP
¿La maldad
es un instinto del que no podemos escapar?
¿A qué se debe que comprendamos el bien que no siempre seguimos?
¿Por qué ante el mal de una persona, no sea yo quien se imponga con la bondad, siendo así que la bondad es superior a la maldad?
Es frecuente que, si por alguna razón una persona me ofende, también yo la ofenda. De otro modo, soy malo porque los otros son malos.
Te propongo tres cosas para responder a estas preguntas. La primera es comprendernos como personas, la segunda es reflexionar sobre esa condición de persona y una tercera cosa: comprender cómo participamos de una voluntad infinita que por definición es divina.
La primera cosa es comprendernos como personas
Nadie existe
al margen de la existencia de los demás. Es necesaria la relación con “los
otros” para existir. Quien diga que no necesita a las otras personas para vivir
o para ser alguien, se equivoca, y no sólo miente, sino que se le hará
imposible realizar su vida.
Sabiéndonos necesitados
de los demás para existir, también es un deber ser conscientes de la propia individualidad
e independencia. Aunque parezca una contradicción con lo que antes dijimos,
podemos afirmar con contundencia que no necesitamos de los demás para existir. Podemos
existir sin los otros.
En situaciones
como la enfermedad no es una opción ceder al dolor por decisión. No. Simplemente,
la enfermedad se impone sobre el cuerpo. Entonces el sufrimiento crece en la
voluntad debilitada, donde experimentamos la soledad como vacío y a la vez el urgente
apoyo de quienes pueden hacer algo por nosotros.
Con lo cual
reconocemos que somos para los demás, pero somos individuales. Ambas
condiciones simples hacen la unidad de la persona. Una sin la otra no es
posible. Pero en cada caso, nos permite reconocernos: a veces dependientes, a veces
independientes. De ahí que la identidad personal se reconoce cuando los demás hablan
de nosotros, hablan de nuestra bondad y de nuestra maldad. A la vez, esa
identidad se reafirma en la conciencia al saber a ciencia cierta “quien soy yo”.
Preguntémonos
otra vez: ¿Puedo escapar del mal que el otro me impone? O: ¿Puedo ser el bien
que se sobrepone al mal? ¿Cómo puedo hacerlo?
La segunda cosa es reconocer la fuerza y el poder que reside en la voluntad
Si yo soy distinto
a ti no es racional que el otro, en su individualidad se imponga con su mal
sobre mí. El mal como fuerza instintiva sólo es una condición de una voluntad
debilitada, como le pasa al cuerpo cuando por la avanzada edad o por la enfermedad
debilita a todo el cuerpo. Pero el hecho que una persona esté debilitada, eso
no se suma hacia otra persona para debilitarla. De serlo es porque ambos tienen
voluntad débil.
De ser
cierto esto que afirmamos, entonces, lo más propio en la persona es su alma
racional, tal como lo afirmaba el filósofo Platón. Aquí esta una primera clave
para superar el mal con el bien.
Permitir que
la maldad de uno se imponga sobre otro sólo visibiliza una débil racionalidad. La
fortaleza describe a la persona de voluntad libre, independiente, encaminada hacia
las cosas felices y perdurables.
Finalmente, la tercera cosa es comprendernos como personas infinitas
La voluntad se
hace fuerte al reconocer sus límites, y al someterse a la ilimitada e infinita voluntad
del Padre, como lo hizo Jesús cuando afirma: "Padre, si es Tu voluntad,
aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya."
(Lucas, 22, 42).
La voluntad abrazada
a la infinita solo puede ser infinita. La voluntad a pesar de su condición débil se hace
fuerte. Superada la debilidad no hay mal ajeno que se imponga sobre ella. La
voluntad que se sostiene en la infinita resiste al mal con el bien. En lugar de
oscurecerse por el mal del otro, lo ilumina y vence.