Por: Gvillermo Delgado OP
Las virtudes no se heredan, son forjadas por cada persona a base de esfuerzo y constancia.
Con
las virtudes, vivimos un estilo de vida, donde las actitudes correctas definen el comportamiento y la vida moral de cualquier persona.
Por
eso son perfecciones y hábitos que ayudan a llevar una vida buena.
Constituyen el mundo de las excelencias y los valores.
En pocas palabras, las virtudes, son camino de perfeccionamiento.
Y como todo aprendizaje
exigen adiestramiento, disciplina y amor al arte.
Son
utópicas. Pues nos elevan a horizontes cada vez más altos y abiertos.
Su
función consiste en desinstalarnos y obligarnos a andar. Como la estrella que
nunca alcanzaremos, pero nos orienta para llegar a un destino trazado.
Son
sugerencias permanentes entre lo que se piensa y se hace, ahora mismo, para no
instalarnos en la mera utopía, sino para avanzar de modo permanente, realizando
en cada paso lo que buscamos más allá del horizonte.
La
identidad de los bautizados cristianos se define a partir de las virtudes
teologales de la fe, la esperanza y la caridad infundidas sobrenaturalmente por
Dios en el bautismo.
Sin
embargo, dichas virtudes deben ser asumidas humanamente para que determinen el
actuar de las personas. Por esa vía se entienden y realizan los caminos
espirituales y la vida de santidad.
Si las virtudes no son una herencia
sino tareas que cada uno asume para realizar su vocación humana, también son un
regalo de la naturaleza divina con la cual la persona se realiza y alcanza la
vida feliz que, se prolonga más allá de los alcances que este mundo nos
permite.
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