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El Plan de Dios



El Plan de Dios

Dios puede hacer cumplir su palabra con la fuerza de su aliento como cuando dijo: “haya luz”, y “hubo luz” (Gn 1, 3); pero, Dios respeta las leyes y los procesos de la naturaleza que él mismo creó. Eso le hace ser Dios. Pues, no es un dictador que incluso da ordenes en contra de lo que él mismo inició.

La naturaleza lleva un proceso lento, pero sin error. De ahí que en las leyes y comportamientos de la naturaleza encontremos sabiduría.

Así, por ejemplo, Dios está en cada paso de la germinación de la semilla, en su desarrollo, floración y fruto. Notemos, que cada paso tiene armonía de leyes. Es la música de Dios. Él danza y se deleita en su obra, llevándolo todo hacia un fin determinado: como de la semilla a la fruta. Así funciona el plan de Dios.

De donde extraemos una gran lección para nosotros:
¡Respeta las leyes de la vida y serás beneficiado por ella! ¡O sancionado si no las respetas! No olvides nunca que Dios está en el camino de tu vida, ese es su plan: crear, acompañar, trazar caminos hacia una meta definitiva y feliz.

Quien no capta la verdad de las cosas, donde Dios permanece, porque se cree tan autónomo e independiente, tiende a rebelarse contra todo aquello que aparente ser una amenaza para sus intereses. El resultado será siempre el mismo, se perderá en el laberinto del egoísmo y no alcanzará la sabiduría de la vida feliz.

Por naturaleza la persona necesita de un proceso para aprender. Por eso, Dios quiso trazar una línea recta inevitable que va de su nacimiento y a su la muerte. En ese camino la persona aprende el bien, aprende a esperar, a trazar metas y alcanzar todo lo que se propone.

Como en todo, hay que partir de un punto de origen. 

Para mirar lejos primero hay que posar la mirada donde descansan los pies. Juan el Bautista señaló el horizonte del Mesías para todos, pero sólo pudo ser visto por aquellos que lograron mirarse así mismos y cambiar su interior. El ojo se purifica primero para alcanzar la distancia.

En segundo lugar, alcanzar toda distancia es dejar que el tiempo sea movido por su autor, como al viento. Alcanzar es llegar allá donde Dios está. Es dejar a Dios ser Dios en tu vida. 

Por tales motivos, aquellas personas que cumplen sus palabras actúan en nombre de Dios.

Quien hace el bien es señalado como una persona buena y al mismo tiempo, como quien hace visible a Dios en el mundo. Porque sin quererlo ya es parte del Plan de Dios, pues al hacer el bien da cumplimiento a la palabra eterna y está llevando a plenitud la obra que Dios inició un día y confío a la persona humana para que la perfeccionara y la encaminara hacia su plenitud. Dejando claro, a la vez que, él estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. Lo dijo Jesús, en estos términos: He aquí que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda

viernes, 1 de marzo de 2019

El cumplimiento de las promesas




El cumplimiento de las promesas

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda


En un plano geométrico, la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. En el plano de las relaciones humanas la distancia más corta la encontramos entre la palabra que se promete y su cumplimiento.


Al no cumplirse lo que se promete se rompe el plano de lo humano que fundamenta los grandes principios éticos.


Quiero decir que, cuando no hay rectitud en la distancia entre lo que se promete y su cumplimiento hallamos una falta grave.
La persona que falta a sus palabras miente y como consecuencia pierde la credibilidad que un día tuvo. En adelante, no será más una persona confiable, porque no es fácil volver a creer en la persona que miente. La persona que miente decepciona. Muchas veces, para siempre.


Cuando apelamos a “la palabra de Dios” o cuando “juramos” en su nombre para hacer creíble nuestra palabra es porque de entrada no tenemos la credibilidad que quisiéramos tener. Con eso damos por sentado que la Palabra de Dios es por definición cumplimiento. Como quien dice: “Cuando Dios promete, cumple”. Pero, no siempre podemos decir lo mismo de una persona cualquiera.


Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, notaremos que, todo lo que vemos es obra de Dios. Sin embargo, cualquiera de nosotros podría negar esta afirmación argumentando que la mayoría de las cosas que vemos son realización humana, pero ¿de dónde viene el ser humano y sus capacidades? Entonces, no nos queda más que ver las huellas de Dios en todo cuanto existe.


Todo lo que existe contiene detrás una palabra, o es sostenido por una palabra. Eso explica el por qué todo tiene un nombre. Aquello que no tiene nombre, no existe. Lo que no existe no puede ser pronunciado jamás.


La palabra que le da forma a todas las cosas es la distancia más corta entre un punto y otro. Piensa en una nube, un árbol, un durazno o un niño recién nacido, y contempla la belleza como expresión de la palabra y su forma, en lo que miras.
Al captar toda belleza se nos revela con claridad la realidad de las cosas, como le pasa a los colores con el sol de la mañana. 


Entonces pasamos a describir con vergüenza las enormes crisis éticas que atraviesan las sociedades del mundo presente. No sólo en quienes somos parte de una religión determinada por romper la línea recta entre la palabra que se proclama en los templos y lo que hacemos en la vida práctica, lo vemos también, en los discursos engañosos gestados en los ámbitos de los poderes gubernamentales para saquear las arcas de los estados.


La gravedad de esos males, desde donde queramos verlos, toca techo cuando alcanza a la gente de a pie o a los niños, quienes imitan tales modelos, y creen tener el permiso para hacer lo mismo. Entonces lo que tenemos es una sociedad hipócrita hundida en el caos. Y del caos ¿Qué podemos esperar?

lunes, 25 de febrero de 2019

el Silencio de Dios



El Silencio de Dios

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas.

Guillermo Delgado OP

¿Cómo podemos atrevernos a decir que estamos capacitados para amar si somos incapaces de oír aquellas voces que sólo pueden ser atendidas con el oído del alma?

La capacidad de oír una palabra nos transforma en lo que esa palabra significa. Porque oír nos da capacidades. Cuando Dios creo el universo dijo: Hágase la luz; y la luz se hizo (Gn 1, 3-5). 

Al parecer, la luz oyó la voz de Dios. Ella que estaba en el puro silencio, se hizo luz. Desde entonces la luz ilumina, y adquirió otras capacidades.

María, la Madre del Señor, recibe la buena noticia de Dios porque la espera. O sea, tiene la capacidad de esperar. Porque quien espera como quien persevera alcanza lo que espera. Y es que tarde a temprano “todo absolutamente todo, llegará a ser o a cumplirse". Sólo no se alcanza aquello que no existe y que no se espera.

Esperar en el silencio es vaciar el corazón de todo lo innecesario para darle lugar a las grandes cosas, a lo realmente necesario e importante.

Es en el silencio donde la palabra eterna llega y llena todo aquello que requiere de su presencia. Cómo se llenan las aguas de los mares y las frutas de los sabores más deliciosos.

En el Silencio, Dios nos habla. Oímos y hablamos en él confianza, como lo hacemos con un amigo.

Nosotros estamos acostumbrados a rogar y a pedir a Dios, aquello que necesitamos. Y, Dios se comporta dando todo lo que pedimos:
Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (Mt 7, 7-9).

Mejor si lo hacemos desde el silencio, porque esperar en el silencio es escuchar. En el silencio se filtran las voces de la eternidad, porque de allá venimos. 

En el silencio fue pronunciado nuestro nombre, por el mismo Dios, antes que nuestros padres se amaran.

Eso es el tiempo de Dios, que abre puertas a todas las direcciones. Santa Teresa que sabía de esas cosas, lo dijo: “la paciencia todo lo alcanza”.

Hoy tememos al silencio. El silencio no da pánico. Hemos hecho del silencio un vacío cercano a la muerte, carente de sentido. Para muchos el silencio es nada.

Por eso “procuramos distraernos”. Queremos saciarnos de nosotros mismos. Nada más. Al parecer, hemos perdido a Dios.

En la sociedad actual Dios ya no es tan necesario. Lo que no sabemos es que: Quien pierde a Dios se pierde así mismo. Jesús gritó:
¿De qué le sirve al hombre conquistar el mundo entero si se pierde su alma? Y ¿Qué puede hacer para recuperarla? (Mt 16, 26).

Para escuchar a Dios, reconocer su voz, necesitamos por lo menos una cosa: silencio. Soledad. Callar.

Cuando callamos, la voz de Dios empieza a ser fuerte y no sólo se oye fuera de nosotros, o a la distancia, sino en lo profundo de nuestras almas. El alma es el mapa por donde Dios camina, ahí nos encontramos para dialogar con él.

Necesitamos silencio y soledad para volver a tener la capacidad de amar. “Callar la boca para que grite el corazón” (San Agustín).

Foto: jgda
jueves, 21 de febrero de 2019

Educar en la Virtud


Educar en la Virtud

La virtud es un grado de perfeccionamiento humano al que todos aspiramos por el camino de los hábitos buenos. ¿Cómo conseguirlo?

El camino son los hábitos buenos y los valores morales.  Pero, ese no es camino plano, sino como el de una escalera, porque los hábitos son los peldaños por el que se sube y se baja. Con ellos se alcanza la altura de la dignidad que nos pone al lado de la santidad (hacia arriba), y a la vez nos dan profundidad y consistencia (hacia abajo).

Encaminados en la virtud nos situamos delante de un horizonte abierto, por un lado, para mirar lejos, y con la profundidad, por otra parte, caminamos en toda dirección que la libertad permita.

Quiere decir que, cada niño al nacer emprende su propio camino, pero nunca en solitario; necesita de quien “se haga cargo” de él (tanto, los padres en la propia casa y el profesor en la escuela) para encaminarse, junto a con quienes viven la vida, a una meta propia.

De ahí la importancia de la educación. Educar en la virtud exige por lo menos cinco momentos clave.

Primero, la enseñanza de la virtud no es puramente teórica, sino práctica. Eso exige instruir el propio mundo en la unión de las ideas y la práctica. Por eso solemos decir que el bien existe porque hay gente buena. La gente buena es aquella que practica el bien. 

Existe un mundo bueno o uno malo. Construido con ideas y prácticas de personas buenas o malas.

Segundo, la virtud es inseparable de lo bello. La belleza se predica sólo de la bondad, la justicia y el amor. Ahí se encuentra la definición de lo divino y de lo humano. Es decir, la belleza se predica de quienes habitan y transitan hacia el mundo feliz. 

Educar para la belleza es hacer valer aquellas aptitudes y valores esenciales que describen la personalidad madura, que acontecen en la responsabilidad, el dominio de sí mismo, la gratuidad, la integridad, las aspiraciones profundas y la capacidad creativa.

Tercero, hay que educar en la unidad de razón y pasión. Es una condición inseparable. Se educa considerando a la persona total y no sólo para una parte de lo humano o para una etapa de la vida. De no hacerlo se mutilan los sueños y la realización. 

Se educa delante de un horizonte abierto de posibilidad para la realización, o la educación es fallida y dual. Y eso puede ser un crimen.

Cuarto, educar a pesar del modelo de las virtudes. El educador “debiera” exigirse, el mismo, aquello que enseña. Pero, al no conseguirlo, eso no le exime de enseñar el camino de la virtud, de no hacerlo, la tarea quedará sin hacerse; porque con frecuencia la educación no siempre puede ser modelada en todos sus ámbitos, tampoco existe la persona íntegra para hacerlo, aunque nunca deje de ser una exigencia humana. 

Para la ética cristiana esto no es posible, pues, quien enseña debe modelar lo que enseña, dado que los hechos y las palabras se abrazan por ser el mejor horizonte a perseguir.

Y, quinto, como ya dijimos, la recta conducta no se aprende sólo por la teoría, por eso siempre se requiere del adiestramiento. Aristóteles decía que las virtudes, como hábitos buenos, se adquieren a base de repetición de actos. No basta con tener claridad de lo bueno, hay que practicarlo infinitamente. Por eso, la virtud embellece a la persona.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda.
miércoles, 6 de febrero de 2019

Las Etapas de la Vida



Las Etapas de la Vida


Nacer no es suficiente para vivir. Vivir es conocer las leyes de la vida. Con razón, “los más grandes enseñan a los más pequeños” a descifrarlas y a hacerlas valer.

Nacer frágiles con las manos apretadas es indicación que somos por naturaleza necesitados. Sólo el día en que nos despidamos de este mundo abriremos los puños. Aquel día quedará liberado lo que se nos dio a la hora de nacer.

La muerte es no necesitar nada. Y debe ser posible mientras vivimos. En cambio la muerte física se impone en el silencio, la frustración y el llanto, porque fue entendida sólo desde la "necesidad y el aburrimiento". 

¿Por qué entender la muerte como final y no como principio? o ¿Por qué la muerte debe ser solamente física? El día que la muerte sea más existencial y no física, viviremos al modo como lo enseñó la Madre Teresa de Calcuta, quien iba con las manos extendidas, nunca empuñadas. De ella aprendimos que las manos extendidas son las del amor y las empuñadas del egoísmo y el odio. Eso es morir para vivir.

¿Por qué sólo en las etapas de la juventud la definición de sí mismo se construye en base a los anhelos y la realización? y ¿Por qué conforme la persona toma decisiones y asume responsabilidades el pasado empieza a ser el horizonte más querido?

Aprender a vivir no es fácil. Conforme nos alejamos de la niñez, la nostalgia de lo que fuimos empieza a imponerse. Nos convertimos en sentimentales. En los recuerdos encontramos el mejor refugio que nos define. Quiero decir que, con el paso de los años la memoria discrimina lo próximo y se remonta a lo recóndito. La memoria se hace más selectiva, nunca olvidadiza. La vida se manifiesta tal cual. Pero, para muchos ya es tarde. Yo creo que para la vida y el amor nunca es tarde.

Es cierto que con la ancianidad la muerte física se asoma, como el sol matutino entre las montañas, tan cierto que el cuerpo en su decaimiento lo recuerda a cada instante. Sin embargo, junto a la muerte, se impone impetuoso, un amor en estado puro; sobre todo, al descubrirse la persona, así misma, en las generaciones que heredan sus genes. Con justicia, los nietos, para los abuelos, son el gran amparo y fortaleza. Y para que quienes aman la vida en todas sus manifestaciones, ese mismo hecho los recompensa a cada instante y más allá del tiempo.

Demasiado tarde llegamos a comprender que la única manera de no morir está en relación con el amor que damos y el amor que recibimos.

En el amor no cesamos de aprender y no cesamos de enseñar. Sólo en el amor es posible vivir la vida hasta el final. Porque ese amor en que amamos nunca fue nuestro, es y sólo puede serlo de Dios.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: Familia Delgado-Acosta

lunes, 21 de enero de 2019

Contrapeso



CONTRAPESO

Todo aquello que vale, vale por la fuerza que lo sostiene. Con frecuencia los valores morales se sostienen en el cumplimiento de las normas morales. Sólo las aves se sostienen en el aire. Pero es por otras razones.

No es exacto decir que la crisis de valores de la sociedad actual se deba a la técnica y la comunicación. Lo ha pasado  es que se han debilitado las normas morales que armonizan la convivencia social. Por eso que ya no somos capaces de sentarnos a la mesa a comer juntos y confiar en las promesas de las otras personas.

De no reconocer la constatación de esta verdad y actuar a tiempo, habremos perdido para siempre al ser humano civilizado. Sólo nos quedará la posibilidad de reeducarnos como se educan a los niños que despiertan del vientre de su madre para mirar la luz del mundo. 

Así como la inercia es carencia porque le falta energía física propia, la gravedad existe gracias al contrapeso necesario de un cuerpo respecto a otro; igual pasa en toda relación humana, ella es contrapeso de dos o más personas. Igual son los las normas morales a los valores y su cumplimiento.

Nada puede sostenerse por sí mismo, todo requiere de ser movido o sostenido por otro. Aun Dios, subsiste en la comunicación de su amor, razón por la cual creó al ser humano.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
domingo, 23 de diciembre de 2018

Un Mundo Feliz


Un mundo Feliz

Quien no es feliz hoy no lo será nunca. Posponer la realización al tiempo futuro no es garantía de nada.

La persona es un proyecto, es verdad, pero nada es posible más más allá de las tareas emprendidas en el tiempo presente.

Para los ciudadanos griegos el destino era la comprensión de un futuro programado o determinado para siempre, que estaba controlado por los dioses. Ante eso nada se podía hacer, más que someterse a “ese destino”.

La persona moderna cuando habla de destino piensa en sus acciones responsables, es decir, en su libertad; porque ha comprendido que no es un reloj programado, ni ha sido creado por un dios (en minúscula) perverso. 

El Dios revelado (o dado a conocer) por Jesús respeta la libertad humana.

Pues, al crear todas las cosas, el cerebro, las nubes y la flor, Dios les impuso unas leyes propias.

Eso es lo que confiere autonomía a la naturaleza y libertad a la persona.

Dios, todo lo hizo bueno en función de la vida feliz, para que todas sus criaturas lo sean ahora; con razón, el colibrí vuela cantando, la flor recrea los colores y los perfuma, el llanto del niño despierta la ternura, y el amanecer hace crecer la esperanza de todo sueño querido.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P
Foto: jgda

El mal y el bien


El mal que se hace a una sola persona afecta a la humanidad entera. El mayor afectado de toda maldad será siempre quien la provocó. Cuando ese efecto te alcance no quedará otro camino que reconciliarse con el ofendido. El mal que un día hiciste en solitario, no lo podrás reparar sin amor y sin el auxilio de otros. Si bien es cierto que nunca llegarás a diluir el mal que hiciste, sin embargo, el amor puede hacer misteriosamente la reparación que tú no puedes hacer por sí mismo (sólo crear las condiciones desde la convicción interior). Los pensadores decían que la vida feliz embellece a la persona. Se embellece quien hace el bien. Dios cuando creó la flor quiso hacerse visible en ella. Al crear al ser humano instituyó una relación permanente de amor. Eso quiere decir que una sola relación de amor es suficiente para afectar positivamente a la humanidad entera. Una persona que ama a otra, en ella, ama a toda la humanidad. La mujer al convertirse en madre no lo es sólo de su hijo, sino de todo lo humano, en cualquier niño mira a su propio hijo. De ahí nacen los valores y dignidad, que no es otra cosa que el reconocimiento del mismo Dios en la persona.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P.
Foto: jgda

Vivir la Vida




Vivir la Vida
Toda la vida es una preparación para la muerte. Al parecer vivimos para morir.

Esta afirmación parece extraña y absurda. Pero no lo es.

Por no pensar en la muerte esta no dejará de llegar. Todos avanzamos con ella a cualquier dirección que nos dirijamos. 

Cada instante vivido, al que llamamos pasado, en realidad son trozos la muerte. Un segundo vivido no retorna nunca, tampoco regresamos donde un día estuvimos.

Vivir es tomar conciencia de la vida para vivirla. Eso se capta con los cambios grandes y pequeños que la muerte nos muestra, para permanecer despiertos.

Una persona despierta, se asombra y maravilla por todo. Saluda amablemente, agradece por todo, celebra con el humito del café caliente, baila cuando se baña, canta mientras maneja. Siente la vida.

La muerte acabará con nuestras fuerzas una tarde cualquiera.

El silencio se impondrá como el viento huracanado en la montaña. Ausentes. Seremos el olvido para quienes avanzan en sus prisas. Entonces, todo en este mundo habrá terminado. Todo.

Diariamente somos testigos de tantos finales. No sólo de la noche para dormir o los noventa minutos del buen fútbol. También se acaban los años de la primaria, la soltería, los días de la navidad familiar. Si no somos nosotros quienes se despiden, serán nuestros padre. En fin, tantos finales, parecieran “normales”. En cierto modo lo son.

Extraña y paradójicamente, sólo los cambios y la muerte dan consistencia y alegría a la vida, aunque esta sea de trabajo agotador, de carencias económicas o de salud.

La resurrección de Jesús sólo se comprende a la sombra de la Cruz. La ternura de una mujer aparece asombrosamente el día que se convirtió en Madre. Pero tuvo que morir a la frescura de la soltería.

O sea, la muerte da sentido a la vida. Con la muerte aprendemos las mejores lecciones para vivir la vida feliz, que acontece bajo el cielo y la piel.

Cuando llegues a este punto, habrás sido consciente de lo grandioso que es vivir. Que de todas las cosas, el tiempo es el factor más determinante; que la vida se acaba como el oxígeno al pez fuera del agua. Que por tanto, sólo debes vivir, perder el tiempo con quienes amas. Eso es vivir.

Habrás vivido cuando comprendas que morir sólo es un momento más del sinuoso camino de la vida. Que no siempre depende de ti.

De la muerte nadie tiene control, solo la vida. Dios. En todo caso tomar control de la muerte es tomar control de la vida. Tener conciencia de esa realidad es vivir la vida feliz.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P.
Foto: jgda

sábado, 22 de diciembre de 2018

Celebremos la Navidad



Celebremos la Navidad
Los calendarios se ordenan en ciclos con los cuales destacan el paso de un tiempo a otro. Dando significados a cada momento de transición. La finalidad consiste en registrar y conmemorar los acontecimientos del pasado e imaginar el futuro posible. Mostrando que el tiempo no pasa en vano.

De otro modo, lo que se pretende es exteriorizar aquello que habita en la profundidad de las almas y expresar los sentimientos. Para lograrlo a cabalidad se inventaros los símbolos. El fondo de esa verdad es que "algo" está cambiando, hacia afuera y hacia dentro de cada persona.

En los tiempos ancestrales o primordiales se crearon los símbolos. Por ejemplo, durante la navidad prevalecen símbolos como: de luz, de follaje, de la familia, y de todo lo referente a lo nuevo o recién nacido. Con razón, en esas fechas,  nos re-vestimos con ropa nueva, como quien renueva su piel. Y lucimos renovados por dentro y por fuera. Por ser este el único modo de experimentar lo que sentimos en las profundidades de la propia existencia. Y para afrontar con realismo aquello que ya está cambiando en nosotros; a todo cambio que ya se impuso, y no nos hemos querido dar cuenta; por ejemplo, el hecho de no aceptar las enfermedades o la propia vejez.

Notemos que, al terminarse el año solar, se imponen ciertos cambios climáticos, secos o fríos (dependiendo de la latitud), que calzan perfectamente con la simbolización del nacimiento del Hijo de Dios, porque acoge aquello que hemos sido y lo que en cierto modo anhelamos llegar a ser. Con lo cual visualizamos aquello que fuimos y que jamás volveremos a ser nunca más.

El símbolo no sólo representa el nacimiento del Hijo de Dios sino también a nosotros mismos. Por eso, el símbolo es capaz de despertar sentimientos, lanzarnos a lo más recóndito del pasado, o a la profundo del propio inconsciente; y, al mismo tiempo desata la imaginación en base a lo que somos capaces de construir en lo venidero. Pues es lo único que nos queda. El resto depende del Dios en quien creemos. No hay más.

Lo cierto es que, cuando ese acontecimiento simbolizado une el tiempo pretérito infinito y el advenimiento de todas las cosas, transforma las mentalidades y los afectos, ya que permite imaginar el futuro y visualizarnos re-novados.

Por eso, esas fechas cobran actualidad año tras año. Porque lo queramos o no, ya no somos lo mismo que hace 12 meses. Se nos acorta la vida y los significados del tiempo, de los espacios y de las relaciones humanas y de Dios. Ahora la existencia tiene un nuevo candor, color e importancia.

Todo ciclo de tiempo indica, pues, que un círculo se cierra y se abre a la vez. En ese intervalo es donde dan lugar los festejos. Estos suelen ser muy breves como una chispa de luz. Pero, como el sol, que resplandece antes de llegar y al irse, (es lo que vemos en el amanecer y al anochecer), así la espera alegra los corazones y al irse prolonga las alegrías en lo venidero.

La navidad es un acto efímero, es nacer en un instante que emerge de un destello. Es dar a luz la Luz, que ilumina todo toda la vida.

En esa claridad intercambiamos regalos, nos abrazamos, deseamos buenas cosas para unos y otros, antes que llegue la penumbra. Es el instante para soñar el mundo que merecemos vivir, es el cuándo la vida es interpretada y renovada como las hojas de la higuera.

¿Qué sería la vida sin celebraciones? Mataríamos los sueños. El trabajo sería el peor de los azotes. La familia la fruta envenenada que hay que comer como castigo. No habría proyectos de vida, tampoco posibilidades de perfeccionamiento. Pasaríamos los días mordiendo el polvo de la miseria y moriríamos únicamente para las cenizas.

Las celebraciones son necesarias en todo caso. El sentido más grande está en que renueva el alma, lo hace en la comida y la bebida, en la danza y el compartir. Simbolizando todo aquello que merece expresarse, pero que no es posible hacerlo con palabras.

Gracias al festejo el devenir vendrá y superará las dificultades, reparará las fuerzas debilitadas; de tal modo, el festejo hace de la esperanza la materia prima de lo que se espera, y la razón del por qué luchar en el momento presente.

En pocas palabras, navidad es la chispa de vida divina que une el inicio con el final, que renueva el alma mortal en actos de festejos, para asegurar entusiasmos suficientes en el porvenir de glorias o penurias.

Entonces, si la navidad es el nacimiento del hijo del Hombre, es también el nacimiento de lo humano; el instante propicio para la renovación del propio interior.

La navidad es la Palabra Eterna reiterada que dice: lo humano no es polvo de muerte.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda

domingo, 18 de noviembre de 2018