Y si la conciencia no acepta el acervo de la razón, puede constituirse en una simple manipulación sentimental que enajena a la persona en su libertad.
La razón o la conciencia en sí misma movilizada por cualquier tipo de «autoridad», ya sea religiosa, política o económica, con propósitos interesados y egoístas, alienan a la persona; disponen al ser humano a la irresponsabilidad, habilitándolo para acciones crueles (como fueron los soldados nazis, cono son los miembros de las sectas religiosas, o los consumidores empedernidos de estos días).
Comprender tal realidad nos hace “menos hipócritas” y “más honestos”. Sobre todo si adherimos ambas realidades, elevándolas a la altura del espíritu.
El pensamiento honesto, iluminado por la conciencia, es lo que define a la persona espiritual.
En este punto ganamos todos. Pues nos obligamos a callar ante la posibilidad de enjuiciar la conducta de otros.
Un punto más favorable es que nos ahorra a “los predicadores ambulantes” (esos que con cinismo hablan en nombre de “su dios”, sosteniendo discursos que ni ellos mismos creen, porque saben, según su propia razón, que es imposible vivir eso que anuncian); en el mismo orden se ubican los políticos y otros tantos que habitan la ciudad para sacar provecho de los recursos ajenos y de las personas. Pasan por encima de las necesidades elementales de los ciudadanos, y convierten «la plaza del intercambio mutuo» en un «mercado de necesidad ilimitadas».
Vivir lo que predican, cumplir lo que prometen, saciar la necesidad que dicen resolver, eso, todo eso, sería denunciarse así mismo, porque saben que sus palabras en gran parte se fundamentan en argumentos falsos. En un supuesto que eso pasara, entonces, los predicadores, los políticos y el comerciante no tendrían más alternativa que callar.
Con razón, la sabiduría de los maestros iluminados es extraída del silencio, la meditación, el estudio y la oración. Ellos dirán que la palabra es lo último que se dice.
El escrito sagrado de la carta a los Gálatas, expresa: «al llegar la plenitud de los tiempos nos envió a su propio hijo» (4, 4), de otra manera, se manifestó en su Palabra. Con razón, dice en otro pasaje, que: «el verbo se hizo hombre y acampo entre nosotros» (Jn 1, 14).
Esa es la honestidad: La voz en el silencio de los siglos, que al hacerse visible en la historia, manifiesta la verdad de Dios y la verdad de lo humano.
Por: Guillermo Delgado OP