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Diez propósitos para un año

 


Diez propósitos para un año

 

La felicidad está en el umbral de tu casa. Déjala entrar.


 

Por: Guillermo Delgado OP

 

La felicidad es una tarea que no llega sola, se hace venir. Nada es posible sin las fuerzas profundas del interior. La felicidad está en el umbral de tu casa. Déjala entrar.

En seguida te propongo 10 propósitos posibles para la felicidad. Un año puede ser tiempo suficiente para que estos te sustenten el alma.

 

1.Creer lo que sueñas. La creencia se abraza con la fe. Convencerte de lo que crees es permitirte surgir desde tus raíces más profundas, como semilla que despierta y se manifiesta en una planta visible que crece y se desarrolla. No puedes sólo creer sin soñar, ni soñar sin creer.

 

2. Ama lo que eres. Con el cristianismo aprendimos que el amor a las otras personas es reflejo del amor propio de la persona que ama; y este es a su vez muestra del gran amor de Dios. ¡Claro! Eso obliga amar lo que uno es. Amar la propia condición humana: mi color de piel, mi condición familiar, mi propia historia. Lo que soy es el equipaje que me aliviana para ser ahora mismo y para avanzar en cualquier dirección con un horizonte preciso.

 

3. Amar a aquellos con quienes convives. Hemos sido creados para amar, para relacionarnos. Del amor venimos y ahí volvemos, siempre. El amor es el único lugar seguro. El amor es el lugar privilegiado y habitado por las personas con quienes convivimos, aunque en la cotidianidad de la vida no siempre expresen todo el amor esperado. Cada uno tiene a esas personas de apellidos e historias similares. A esas hay que amar siempre. Porque ahí comienza todo y ahí se vuelve siempre. Cuando todo se reduce a los más íntimo y personal, siempre tenemos a las personas que amamos y nos aman.

 

4. Buscar espacios de silencio y soledad. Si quieres oír y seguir la voz profunda de las verdades del alma, debes cuidar y crear espacios de silencio y soledad. A veces esos espacios están habitados de personas prudentes, ancianos que pueden ser nuestros padres, abuelos o vecinos; también pueden ser lugares como los templos, las montañas; la propia habitación o esos espacios personales con fragancia y música al gusto. Ahí donde la verdad se impone y se quiere. Esos lugares te convierten en aquello fresco y amable que llevas consigo ahí donde vas o estés. Los demás lo notarán. Verán en ti a un ser misterioso. Lo misterioso viene de la soledad y el silencio. Todos queremos amar lo misterioso y a la vez hacerlo nuestro. Dale lugar a lo misterioso en ti. Luego me cuentas.

 

5. Haz ejercicios físicos. El ejercicio físico es el primer paso para la meditación que unida a las buenas vibras, te hacen fuerte desde la actividad cerebral. De esa combinación proceden, en gran parte, la salud física, emocional, intelectual y espiritual.

 

5. Buscar la salud espiritual. Al decir equilibrio pensamos en la balanza que sostiene dos fuerzas contrarias. Referirnos a la salud espiritual es convivir con todas las fuerzas del interior y del exterior, desde donde nos constituimos, somos y pertenecemos, y nos transformamos en personas con un sentido para vivir, o en personas que tienen razones (o por qués) definidos para vivir. Las personas espirituales llevan la vida con satisfacción, aun en lo difícil, por ejemplo, situaciones de salud, estados de imperfecciones físicas o emocionales o historias fatales. La salud espiritual levanta, orienta y en consecuencia define la calidad de vida que ahora mismo cada uno merece.

 

6. Lee y medita en el conocimiento humano y científico. Si sabes leer, lee. Nadie debiera presumir del conocimiento mínimo. Demasiadas cosas están dichas y explicadas por hombres y mujeres de ciencia, que no debiéramos desconocer. No te conformes con leer aquello que te imponen las redes sociales. Cuida de no caer en la superficialidad de “los contenidos” que te siegan y niegan la posibilidad de conocer la verdad de lo humano y del universo. Se dueño de tu propio destino. Decide tú mismo qué leer, en qué creer. Define la dirección de tu vida desde el conocimiento científico y humano, para no ser uno más en el montón, sino persona en la multitud. Ser el personaje que piensa y habla diferente.

 

7. Crea. Inventa un mundo nuevo. Que sea tu mundo. Antes se decía que hay tantos mundos como personas, porque cada uno creaba el suyo. Ahora no ocurre, porque unos pocos crean jerarquías de valores, modos de ser, preferencias sobre las cosas y las imponen. Por ejemplo, en las redes sociales. Muchos viven según las ocurrencias de otros. Es necesario que volvamos a crear el propio mundo, retomar la autonomía de la libertad. Crea, como el mismo Dios creó el mundo. Inventa tus propias palabras, haz arte. Diseña un universo para ti donde quepan todos aquellos que amas.

 

8. Cuidarse cuidando a los otros y al planeta. Cuidar es el mejor sinónimo del amor. Amar no es sólo un pensamiento, es una tarea. ¿De qué sirve la salud física, emocional y espiritual, sin que redunde en la salud de los otros? Sería una sombra maligna que enferma. Tu autoestima se mira en la planta que cuidas y en el tenue atardecer que entra por tu ventana. De tal modo que cuando contemplas un atardecer te contemplas a ti mismo y cuando cuidas a quienes amas respiras la paz profunda de la belleza.

 

9. Celebrar lo que eres y tienes. No añores nada que no sea aquello que ya tienes en tu ser profundo. Todo lo demás, incluso las personas, llegarán tarde o temprano a tu vida, incluso sin buscarlas. No vivas para las cosas. No vivas para el trabajo. Trabaja para vivir. Deja que las cosas te sirvan y se vayan cuando no las necesites. Suelta, libérate de lo innecesario. Vive con lo esencial. Entonces cada instante será para ti como celebrar lo que eres y lo que ya tienes.

 

10. Agradece en todo momento. Lo que ahora has llegado a ser se debe a lo que decidiste en el pasado. Eres aprendizaje. Agradece por lo que fuiste y por el momento presente. Favorece así todo aquello que sin saber vendrá a tu vida en trabajo, salud, relaciones y buenos tiempos. Celebra la vida. Motivos sobran. Un día te irás de este mundo y todo quedará. Si no agradeces y celebras con alegría un día serás olvidado como las cenizas de un árbol viejo.

martes, 7 de enero de 2025

AUTORREALIZACIÓN

 




Autorrealización


Por: Gvillermo Delgado Acosta

26/07/2024

 

Autorrealización es procurarse uno mismo la realización. Con frecuencia, buscar y hallar la felicidad es la comprensión común de esta premisa. Búsqueda que se hace de dos modos: espiritual y material. 


Sin embargo, si la “felicidad” se busca como bien espiritual, en muchos casos, no pasa de ser un anhelo, una posibilidad, considerada a partir de la incertidumbre. Lo cual explica los equívocos y las frustraciones que eso contrae. Y si, por otra parte, la felicidad se busca como bien material, dirigida a “las cosas” que satisfacen necesidades, a la postre contrae aburrimiento y cansancio.


Entonces, ¿cómo procurarse uno mismo la realización, sin equívocos?


Si de buscar y hallar se trata, digamos que, toda persona se perfecciona no el día que halla lo que busca, sino cuando permanece dirigida u orientada hacia “algo diferente de sí mismo”. Dicho de otro modo, en término de Viktor Frank: la capacidad humana se perfecciona en la medida que se olvida de sí mismo.


La autorrealización no se alcanza el día en que la niña se gradúa de la Universidad o viaja durante el verano europeo financiada por sus propios medios como fruto de su trabajo. No, la realización es fruto de su trascendencia. ¡Ah! Entonces, ¿qué es la trascendencia?


A la autorrealización, llamémosle “autotrascendencia”. ¡Y, ya está! Autotrascendencia entendida como: dirigirse hacia alguien o algo distinto de uno mismo. Esto es: realizar un valor, por ejemplo, al experimentar el placer de ser responsable ante una tarea que hemos asumido; o encontrar a otro ser humano, es lo que ocurre en la amistad o el enamoramiento. 


Todo esto es hallar el sentido a la vida, e incluso y, sobre todo, a lo más trágico, como puede ser el dolor, el sufrimiento y hasta a la muerte, porque hemos respondido a la pregunta ¿Por qué hago esto o lo otro? Sabiendo que ese “por qué” está dirigido más allá de mi mismo. Cuyo alcance se coloca en las otras personas, “a veces” en las cosas, y en el mejor de los casos en Dios.


Viktor Frank dijo en su libro, El hombre en busca de sentido, que la autotrascendencia es la esencia de la existencia. Y esta se halla cuando la persona define sus metas o su autorrealización dirigiéndose a algo distinto de sí mismo; y no a su propia psique.


Sin embargo, ¿Una persona sabe lo que realmente necesita? Además ¿cómo saber si lo que busca es realmente lo que importa?


Yo respondo a esas interrogantes, desde esa esencia que definimos antes. Desde mi identidad espiritual humana y religiosa. Espiritual humana por los anhelos en que me ocupo en la vida cotidiana; y, espiritual religiosa por el dinamismo que me provoca el mandamiento principal del cristianismo, que dice: amarás a tu prójimo como a ti mismo.




viernes, 26 de julio de 2024

EL BIEN QUE VENCE AL MAL

 




La voluntad se hace fuerte al reconocer los propios límites



Por: Gvillermo Delgado OP



¿La maldad es un instinto del que no podemos escapar?


¿A qué se debe que comprendamos el bien que no siempre seguimos? 


¿Por qué ante el mal de una persona, no sea yo quien se imponga con la bondad,  siendo así que la bondad es superior a la maldad?


Es frecuente que, si por alguna razón una persona me ofende, también yo la ofenda. De otro modo, soy malo porque los otros son malos. 


Te propongo tres cosas para responder a estas preguntas. La primera es comprendernos como personas, la segunda es reflexionar sobre  esa condición de persona y una tercera cosa: comprender cómo participamos de una voluntad infinita que por definición es divina.


La primera cosa es comprendernos como personas


Nadie existe al margen de la existencia de los demás. Es necesaria la relación con “los otros” para existir. Quien diga que no necesita a las otras personas para vivir o para ser alguien, se equivoca, y no sólo miente, sino que se le hará imposible realizar su vida.


Sabiéndonos necesitados de los demás para existir, también es un deber ser conscientes de la propia individualidad e independencia. Aunque parezca una contradicción con lo que antes dijimos, podemos afirmar con contundencia que no necesitamos de los demás para existir. Podemos existir sin los otros.


En situaciones como la enfermedad no es una opción ceder al dolor por decisión. No. Simplemente, la enfermedad se impone sobre el cuerpo. Entonces el sufrimiento crece en la voluntad debilitada, donde experimentamos la soledad como vacío y a la vez el urgente apoyo de quienes pueden hacer algo por nosotros.


Con lo cual reconocemos que somos para los demás, pero somos individuales. Ambas condiciones simples hacen la unidad de la persona. Una sin la otra no es posible. Pero en cada caso, nos permite reconocernos: a veces dependientes, a veces independientes. De ahí que la identidad personal se reconoce cuando los demás hablan de nosotros, hablan de nuestra bondad y de nuestra maldad. A la vez, esa identidad se reafirma en la conciencia al saber a ciencia cierta “quien soy yo”.


Preguntémonos otra vez: ¿Puedo escapar del mal que el otro me impone? O: ¿Puedo ser el bien que se sobrepone al mal? ¿Cómo puedo hacerlo?


La segunda cosa es reconocer la fuerza y el poder que reside en la voluntad


Si yo soy distinto a ti no es racional que el otro, en su individualidad se imponga con su mal sobre mí. El mal como fuerza instintiva sólo es una condición de una voluntad debilitada, como le pasa al cuerpo cuando por la avanzada edad o por la enfermedad debilita a todo el cuerpo. Pero el hecho que una persona esté debilitada, eso no se suma hacia otra persona para debilitarla. De serlo es porque ambos tienen voluntad débil.


De ser cierto esto que afirmamos, entonces, lo más propio en la persona es su alma racional, tal como lo afirmaba el filósofo Platón. Aquí esta una primera clave para superar el mal con el bien.


Permitir que la maldad de uno se imponga sobre otro sólo visibiliza una débil racionalidad. La fortaleza describe a la persona de voluntad libre, independiente, encaminada hacia las cosas felices y perdurables.


Finalmente, la tercera cosa es comprendernos como personas infinitas


La voluntad se hace fuerte al reconocer sus límites, y al someterse a la ilimitada e infinita voluntad del Padre, como lo hizo Jesús cuando afirma: "Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya." (Lucas, 22, 42).


La voluntad abrazada a la infinita solo puede ser infinita. La voluntad a pesar de su condición débil se hace fuerte. Superada la debilidad no hay mal ajeno que se imponga sobre ella. La voluntad que se sostiene en la infinita resiste al mal con el bien. En lugar de oscurecerse por el mal del otro, lo ilumina y vence.

lunes, 20 de marzo de 2023

CAMBIAR EN REALIDAD

 


Somos como los árboles que, florecen de pie


Por: Gvillermo Delgado OP


¿Cómo realizar cambios reales en uno mismo? 


El punto de partida es considerar aquellas cosas que no están bien y necesitan ser cambiadas. 


Frente a ese balance de cosas son frecuentes las promesas. Promesas, a veces dichas según lo que creemos que las otras personas esperan de nosotros. Hay otras, dichas “hacia uno mismo”, calculando el impacto negativo que el hecho ha provocado y las consecuencias en el devenir.


Ante lo cual, propongo tres actitudes que deben darse en cada persona, sin excepción; actitudes, no como estados diferentes o escalonados; sino unificados. Estos son: cambios desde abajo, cambios desde dentro, cambios desde la pequeñez.


Cambios desde abajo. La actitud de cambio más auténtica es aquella que nos mueve a doblar las rodillas. Reconociendo con humildad la fragilidad en la que hemos caído. Ya que, mirar desde abajo es dejar que se abra para nosotros lo inmenso de lo alto. Sabiendo que una vez nos pongamos en pie, seremos envueltos por la inmensidad de la altura: donde está el bien preciado, que habíamos perdido por los males consentidos. Es una actitud simple y grandiosa, al mismo tiempo.


Cambios desde dentro. Las rodillas dobladas expresan debilidad y al mismo tiempo grandeza. Un tronco de árbol erguido se eleva gracias a la madurez de su corazón. Pero una vez se fractura o se pudre cede a la fuerza de la gravedad de la que es objeto la tierra. Lo mismo pasa con la persona.


 Elevados somos grandiosos. Debilitados por dentro cedemos a la caída, sólo es cuestión de tiempo, aunque tengamos raíces profundas.


Por tanto, la actitud de cambio que brota desde dentro es de recomposición, para evitar la caída definitiva. Recomposición no es reparación, sino resurgir con las fuerzas naturales con que el alma ha sido dotada, para elevarnos hacia las alturas, nuestra meta. Se trata de fortalecernos desde el propio interior. 


Esto es la espiritualidad, ese lugar del alma, dode la salud se consolida, que nos sostiene en los momentos difíciles, el desde do donde surgimos para sobreponernos a la adversidad.


Si eso es verdad, entonces, ha de ser al mismo tiempo el punto central para realizar todo tipo de cambios y mejorarnos, en dirección de la plenitud.


Cambios desde la pequeñez. Somos grandiosos, no gigantes. No somos para la presunción del poder o las riquezas efímeras. Somos para lo alto que no se extingue, no para la tierra solamente. Somos como los árboles que, florecen de pie. Capaces de dar frutos donde seamos plantados. Por lo cual, nunca será posible elevarnos hacia lo infinito sin antes ser semilla o un frágil esqueje.


Experimentar lo grandioso desde la pequeñez es no olvidar nunca nuestra limitación y que estamos en crecimiento permanente, como la semilla que contiene al invisible árbol. Así, somos el silencio de la frágil semilla que se pudre para despertar del sueño que alberga al interior de su alma, y ser plantados.


El coraje y la fuerza para un cambio real proviene, pues, del reconocernos pequeños como una invisible semilla de mostaza, como en su momento nos ejemplificó el Señor, ya que de ahí nos elevamos o nos recuperamos para el camino que originalmente traíamos.


Cambio real es recuperarnos. Es volver a ser. Volvernos más fuertes; aunque sea a partir del defecto. Cambios reales ya no como expectativas para nadie; ni siquiera para uno mismo. Los cambios reales son para recuperar la estatura que nos corresponde por ser humanos, creaturas de Dios, ya que fuimos creados para la altura, lo grandioso, para la felicidad.

lunes, 13 de marzo de 2023

LO ETERNO Y LO TEMPORAL

 




Todo se escapa en el mismo momento en que intentamos poseerlo


Por: Gvillermo Delgado OP

16/12/2021

 

Las cosas se definen por sus características sensibles. Todas las cosas tienen color, olor, forma, textura, tamaño, espacio. Valen, se compran. Tienen un principio y un final. Tienen causas y efectos. O sea que las cosas hacen comprensible la realidad que se nos presenta a la vista.


De ellas partimos para explicar las realidades más complejas, aquellas que tienen características visibles e invisibles a la vez.


Un árbol no asombra como el nacimiento de un niño; un cuerpo por simétrico que sea no provoca tanta incertidumbre como la eternidad de la vida.


Lo explicable da satisfacciones, tranquilidad, seguridad, estabilidad; porque, en cierto modo podemos poseerlo, como a un par de zapatos. 


Lo inexplicable, como la vida “después de la muerte” se aísla como tema aparte, porque al intentar poseerla se escapa como un atardecer entre las montañas de diciembre.


Por eso, la persona insinúa conocer lo eterno sin poseerlo. Lo cual desata en su alma una serie de añoranzas y un futuro prometedor al que nunca llega.


Con facilidad pasamos del gusto al disgusto; distinguimos lo oscuro de la luz, el nacimiento de la muerte, la alegría de la tristeza, el bien del mal, el amor del odio, lo bueno de lo malo, al diablo de los ángeles, y al Dios eterno de lo pasajero del mundo.


Tenemos dos “cosas” imprescindibles para vivir, que extrañamente no podemos poseerlas, como a un teléfono para manipularlo al gusto. Ellas son: el tiempo y el espacio.


Nadie puede pausar un segundo o alargar un día feliz. El tiempo pasa implacablemente dejando huellas imborrables en “un-de-repente”; en un ¡zas! se convierte en recuerdo, describiendo nostalgias en la memoria. 


Mi madre a sus ochenta años, suele decir: ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Cómo pasa todo! ¡La vida se nos va!


Igual ocurre con el espacio. Tenemos un territorio, una patria y una casa. Tenemos un cuerpo que se calca en la sombra, como huella indeleble mientras avanzamos por los caminos, pero no podemos poseer el propio cuerpo ni a otro ajeno. Todo se escapa en el mismo momento en que intentamos poseerlo. El día que morimos, el espacio queda, la sombra se borra.


Es fácil entender la eternidad de lo temporal. Uno se posee, el otro a tientas.


La persona es el punto de equilibrio entre lo eterno y lo temporal. Sacia sus necesidades, tiene valores, se perfecciona en virtud de la felicidad; y, aunque a veces simula no saberlo, es consciente que todo eso pasará como su sombra por el camino de su juventud.


Cuando la persona se hace en la justicia o se transforma en un ser justo, entonces expresa resabios de eternidad. Pues, sabe que, solo puede definirse en el amor y hacia ahí se encamina, aunque no lo alcance nunca en su totalidad. El amor provoca en todo ser humano una sed eternidad.


De ahí, sabemos que poseemos el amor y que somos poseídos por él. Para asegurarlo salimos a buscarlo en las demás personas y en el mundo de las cosas creadas; pues, lo eterno sólo puede acontecer en el amor, aunque sea a tientas.


El amor se posee sólo mientras la persona ama o es amada. Nadie nació para un par de zapatos. Todos nacimos del amor y para el amor.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Reinventarme para la felicidad

 




Por: Gvillermo Delgado OP
11de junio del 2021


Existe una tensión que me mueve en todo momento. Se trata de aquello que quiero alcanzar en cada cosa. Estoy convencido que cualquier acción sino es en dirección de la felicidad, realmente no vale la pena.


¿Qué otra cosa me puede preocupar más que no tener la paz suficiente para vivir una vida tranquila?


Si quiero gozar la vida lejos de todo mal, me obligo a aceptar los límites que las leyes de la naturaleza me imponen, además de suprimir todo aquello que no necesito.


No necesito aquello que puede ser perdido. Lo que puede ser perdido, no me debiera imponer sufrimiento porque no es parte de la vida, por tanto, de los límites que la naturaleza me impone.


En tal caso, la muerte es el mayor de los límites, que acontece en cada momento del desarrollo cotidiano, como el reloj que va muriendo en cada segundo de tiempo.


Aceptar la muerte es estar preparado para gozar la vida, libre de todo mal y sufrimiento. La muerte como la finalización de todo, no la necesito, pero sí estoy obligado comprenderla como límite, para que el día que “caiga en el sueño de la muerte” (Sal, 13,3) pueda despertar a una vida feliz, sin relojes.


Lo que debe preocuparme es perder aquello que sí necesito y que nadie me puede dar. Eso es lo que depende de mí. Hay algo que nadie me puede quitar porque nadie me lo puede dar. Esa es la paz.


La quietud de espíritu depende de los límites que acepto y de los excesos que suprimo, cuando estos me conducen al dolor y al sufrimiento.


Al otro lado de mí, está la ciencia. Ahí, nada puede ser creado. La ciencia sólo pone al descubierto aquello que es invisible a la simple mirada del conocimiento. La ciencia reinventa lo que ya existe, para que pueda ser captado por la simple mirada. 


El impacto de la re-invención, propio de la ciencia, se debe al efecto de su utilidad y eficacia, pues resuelve aquellas cosas que otrora aceptábamos en la fatalidad del límite. Con la ciencia hacemos de todo cosa, una oportunidad para crecer hacia el mundo más deseado.


Por nuestra parte, la persona que se re-inventa, reconoce los límites de su propia naturaleza. Hace de la razón y de las pasiones, los instrumentos eficaces para guiarse.


Eso es aceptar aquella razón creadora que configura todo lo que existe y que da origen a la naturaleza de todo cuanto existe. A quien llamamos Dios. Si ese es Dios, delante de él, reconocer los limites es emprender caminos de libertad en dirección suya. Donde la meta es la felicidad que acontece en él, sin lo cual será siempre imposible la vida feliz.


Si no inventamos nada, quiere decir que reinventarnos es hacer de la felicidad la terea más digna por el cual vivimos en cada caso.


Esa es la paz que nadie me puede dar, que nadie me puede quitar. Pues yo me la doy, cuando me reinvento a cada instante, mientras el reloj del tiempo avanza.

viernes, 11 de junio de 2021

El DERECHO A LA FELICIDAD

 




El derecho a la felicidad


Por: Gvillermo Delgado OP


¿La felicidad se adquiere como un derecho? ¿Por qué es un derecho? Y, ¿Quién tiene que concederlo?


La felicidad más que un derecho es una tendencia propio de la persona (hacia donde orienta sus anhelos). Es el fin último al que se orienta. En ese afan, cruzamos las fronteras de este al otro mundo a otros universos posibles.


Con la felicidad se trazan las búsquedas mientras se vive y se sacian todas las necesidades e inquietudes. En pocas palabras con la felicidad se realiza la vida. Porque con ella se vive ahora mismo en el horizonte de la eternidad. Desde ahí se comprende la realidad de la dignidad, el sentido del endiosamiento humano: eso de creernos dioses, aunque no seamos más que simples mortales.


Si eso es verdad, entonces, la felicidad ya está en la persona. Forma parte de su diseño original. En lugar de hablar de derechos, más bien, ¿no es cierto que nos toca entenderlos y actuar como se hace con los metales preciosos a la hora de hacer brillar aquello que ya está contendido en su esencia?


Si ya poseemos el derecho a la felicidad nadie tiene que darlo. Aunque nos toque hacerlo valer en algunos casos. Como cuando en cierto modo nos ha sido negado en la convivencia social, en tal caso, toca, obrar como se hace con la mugre sobre la belleza del metal precioso. La mugre, como la envidia al posarse sobre lo bello, acabará más temprano que tarde diluyéndose en la nada, dando lugar a la luz de lo bello. Así pasa con la felicidad.


Santo Tomás de Aquino nos dijo en sus escritos que, los Estados deben organizarse con el fin de procurar el bien común, la paz y la felicidad de los ciudadanos. Tuvo razón. De lo contrario ¿con que otro propósito se rige el destino de un pueblo, sino promoviéndolo a la felicidad?


Por su parte, Dante Alighieri, en su obra Monarquía, afirmó que: el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea. En tal razón, dice el poeta, que Dios al crearnos nos dotó del mayor de los dones, el de la libertad. De donde afirmó que la libertad y la paz nos hacen obrar de un modo casi divino. Pues, la paz y la libertad son medios para la felicidad. Así, en este mundo somos felices como humanos y allá, en el cielo, lo seremos como dioses.


Los Estados Unidos de norte América al promulgar su constitución de 1788, lo hicieron en el fundamento de los principios de la libertad, la unidad, la justicia y la tranquilidad general. Ellos tenían claro, al menos en los inicios, que no hay otro fin mayor que el de la felicidad de los ciudadanos.


Si los Estados deben asegurarnos ese derecho, nos toca luchar colectivamente para que así sea. Al mismo tiempo que cada persona se convierte en el destinatario y la patria de esos derechos.


Así como es imposible que algo acontezca en otra cosa sin que haya en ella cierta disposición de recibir lo que se ofrece, también es imposible, no dar aquello que a la vez se ha recibido. Por tanto, es propio de las personas recibir y dar lo recibido. De lo contario aquello que es recibido gratuitamente pierde el misterio de su grandeza. ¿En qué se convierte un gobierno cuando no cumple con ese mandato? Y, ¿Qué es aquello que se frustra en toda persona si no experimenta la felicidad y la asegura para los otros?


Ningún atleta olímpico recibe la antorcha de los juegos para hacerla suya esperando ansioso la hora en que se extinga. En ese caso el atleta y la antorcha perderían su esencia. Lo mismo pasaría con cualquier persona.


La esencia humana está en su dignidad. Lo muestra cualquier hombre jugando, amando, luchando, trabajando…; sobre todo en aquello que le da sentido al vivir su vida presente en paz y tranquilidad mientras avanza en dirección de la felicidad, que en cierto modo ya posee o ya es poseído por ella.


Con razón toda persona se dignifica al punto de compararse con los dioses, al modo de los griegos. La dignidad describe lo grandioso de lo humano, tanto que al actuar lo hace como si fueran ellos mismos los dioses. Así es como se hicieron las catedrales de piedra firme, erguidas hacia las alturas; así es como se construyen puentes y aeronaves, se programan viajes a velocidades del sonido o la luz y se descifran los códigos genéticos.


Por tanto, una persona digna, jamás espera que los demás le declaren un derecho por pequeño o grande que este sea. Sabe que es un deber suyo asegurarlo. Sabe también, que el único modo de hacerlo valer para todos es asegurarlo primero para sí. Queda claro entonces que es necesario ser feliz siempre y en todo momento para hacer feliz a los otros. Por eso y de este modo es como definimos la felicidad como un derecho.


No hay mejor gloria para una persona que hacer feliz a todos los demás siendo feliz él mismo.

lunes, 19 de abril de 2021

AMA, NADA MÁS

 




La realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo lo único que puedes hacer es amar.

Por: Gvillermo Delgado OP

Foto: original de jgda


Cuando fui estudiante de teología el siglo XX acababa, para entonces asimilé por poco tiempo que “el ser ideal” es posible mientras habitamos este mundo. Los desengaños por los que la misma teología me llevó vinieron después.


Los estadios que el tiempo marca en etapas mientras crecemos determinan lo que seremos para siempre. Vamos a la escuela, hacemos amigos, practicamos deportes o un arte, trabajamos, nos graduamos y tomamos decisiones. Por eso, hoy somos de acuerdo con lo que fuimos un día y mañana llegaremos a ser por lo que ahora somos.


Aprender que la felicidad es una tarea y no una meta allende del horizonte, nos cuesta toda la vida. Eso es lo que asimilé en el siguiente estadio de mi vida.


El día que por fin afirmemos sin tapujos que la realización humana no es posible, nos liberamos de tantos clichés asimilados por los convencionalismos culturales, sociales y a veces religiosos. Quizá ese día empecemos a ser más religiosos y más nosotros mismos. 


Esto que digo de repente podría inquietar el alma de más de dos personas, porque: ¿Quién de nosotros no afirma que vive para realizar su vida?, pero, les pido que continúen esta reflexión hasta el final. Saben ¿por qué?


Cargar con frustraciones, con diversidad de miedos e inseguridades es como si tuviéramos instalada en la raíz del cerebro alguna aplicación malvada imposible de desinstalar. Es como una condena anticipada. Sobre todo, lo cruel y penoso está en la desazón que nos provoca el hecho que experimentemos de tajo tales emociones por el afán de alcanzar la felicidad.


Desaprender, desheredar las propias riquezas, para retomar las promesas y el conocimiento cierto es la lección más hermosa que los profetas y los santos hicieron en su tiempo. 


Imagina a San Jerónimo al abandonar su vida feliz de los circos romanos para dedicarse después a una vida de austeridad, de penitencias y estudio de las Sagradas Escrituras. Si hablamos del Gran Agustín de Hipona, quien no conforme con sus riquezas y conocimientos llegó al despojo, al modo de los evangelios predicados por el mismo Jesús de Nazarét.


Llegado a este punto quizá te preguntes ¿A dónde quiero llegar? Desaprender para volver a aprender es lo que hacemos cuando amamos. 


Amar es despojarnos para volvernos a revestir “con un traje de triunfo”, como dice el profeta Isaías (62, 10). Amar entregándose como aquello que nadie puede comprar al modo del Cantar de los Cantares (8, 7). A eso quiero llegar con todo lo que vengo diciendo.


La felicidad, la realización o “la salvación eterna” de la que dicen las Sagradas Escrituras es posible sí y sólo sí te “despojas”, tal como se lo pidió Jesús al Joven rico: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Solo entonces lo probable será posible.


En pocas palabras, lo que finalmente digo es que la realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo, lo único que puedes hacer es amar. Nada más. 



miércoles, 19 de agosto de 2020