LA MUJER VESTIDA DE SOL Hechos y Palabras lunes, 28 de octubre de 2013 Sin Comentarios

Virgen del Rosario, Templo Santo Domingo, Guatemala.
También hemos aprendido que la madurez de la humanidad no se alcanza con la madurez de la razón ni con el domino de las leyes de la naturaleza. La madurez de la humanidad se alcanza en ver lo humano como un todo, más allá de las diferencias. Lo humano que abarca lo masculino y lo femenino, a los niños y las niñas, a los ancianos y a las ancianas, al hombre y la mujer en comunión entre sí y con su creador. La madurez está en los atisbos, aún primarios, de quienes intentan superar las diferencias a veces conflictuadas entre las generaciones adultocéntricas que imponen criterios diciendo que todo pasado fue mejor, y las generaciones jóvenes que sin distinguir entre lo real y lo irreal creen y crean un mundo basado en lo superfluo y efímero. La madurez llegará cuando el pasado mejor de los adultos y el mundo efímero de los jóvenes se recree desde el corazón de los niños que aprenden a hablar y a crecer de los brazos y palabras de sus padres. Quizá entonces podremos con orgullo enarbolar la bandera como mojón que indica que algo del paraíso terrenal brilla en nuestras inhóspitas calles de la ciudad y del campo. Sin duda que necesitamos de modelos que nos orienten y nos señalen rutas, nos redireccionen, que nos permitan retomar el buen camino que traíamos; modelos que nos ayuden a encontrar el punto en que nos perdimos. Nos ayuda muchísimo la mirada fija de María en su Hijo, el hombre nuevo. La Mujer vestida de sol, que iluminada ilumina lo que ahora encontramos denigrado, lo femenino de lo humano. Ya, estamos enterados que por una mujer Dios vino al mundo, por qué no asistimos a esa verdad y de una vez por todas, damos el valor a quienes son las preferidas por el Señor. No olvidemos esto, en María, somos iluminados todos nosotros. Ella la Virgen del Rosario que no tiene los ojos dirigidos a lo alto, como extraviada en las cosas eternas, o por encima de ella misma, no, sus ojos están dirigidos a nuestros pasos, mientras sostiene fuerte al fruto de su vientre, al sol que le ilumina a ella mima y al mismo tiempo ilumina nuestros pasos. 
Por: Gvillermo Delgado
 Foto: varias
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