A lo largo de los siglos hemos aprendidos a nacer y crecer de todos los modos posibles. Pero nunca nos hemos dado por satisfechos. Por eso hemos aprendido a comprender nuestro origen y destino, y no sólo a encontrar explicaciones acerca de las causas primeras, el motor inmóvil de Aristóteles, o comprender qué será de nuestra vida una vez se extinga el cuerpo o el mundo, sino comprender el por qué de nuestra estatura y dignidad. De ahí que nos ocupemos en crecer y caminar hacia el lugar que nos corresponde. Ese lugar no es sólo una realidad fuera del mundo sino en el aquí mismo del mundo donde acontece la vida, el dolor y la muerte, aquí donde Dios ha caminado, y sigue caminando, pues, él mismo dijo que se quedaría entre nosotros: sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20), dijo. Es cierto que mientras el mundo presente sea el de los niños felices, donde vuelen las aves entre las ramas, nazca el agua que genera la electricidad, el mundo de las buenas relaciones humanas, un mundo donde ser pobre no es señal de ignorancia y desprecio, entonces el futuro que nos direcciona inevitablemente será consumado en Dios, porque ya, de alguna manera hemos alcanzado la ruta, la dirección más original.
Por: Gvillermo Delgado
Foto: de Varias
Sin Comentarios
¿Qué piensas de esta reflexión? Dame tu opinión.