Haz un camino de espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas.
ESPIRITUALIDAD
DE LA ALEGRÍA
Quienes hemos vivido
en aldeas o pueblos recordaremos algunas de las prácticas bonitas que se dan
cuando cocinan el ayote en dulce en la casa. Una vez cocinado, vamos y lo
compartimos con los vecinos. Dicen: “Miren, hemos hecho ayote en dulce: Aquí le traigo”. Pareciera que se hace la
ollada de ayote en duce para compartirla con los demás.
Yo no sé si ustedes
también tienen esa costumbre. Se que no es habitual que maten un cerdo y que
inviten “a todos” a que vengan a comer con nosotros. Sobre todo, sin motivo. Aunque
a veces alguien diga: Hoy estaba inspirada la abuela y se le ocurrió matar un
pollo, aunque no sea mucho, pero venimos a compartirlo. Éstas son algunas de
las prácticas de nuestras comunidades.
En algunas parroquias
es habitual que durante la Pascua los fieles nos organicemos para hacer un
paseo. Agarramos nuestras cosas y nos vamos a partir un pastel allá a la orilla
del rio y pasar una mañana celebrando juntos. Somos la comunidad que hemos
hecho un recorrido durante la Cuaresma: hemos rezado juntos y hemos celebrado
la Resurrección del Señor.
Esta práctica es como
una espiritualidad que surge de la alegría.
No es cuestión de
dinero. Es como quien dice: Tan sólo tenía cinco ayotes en la casa, compré panela,
los cociné. Luego los reparto. Simplemente porque hay una alegría en mi
corazón. Lo mismo pasa con el árbol de naranjas con frutas. Mientras más se le
corta más naranjas da. No hay que ser
tacaños y no compartirlas, dice mi Madre. Se trata de compartir, aunque sea un
poquito de la alegría que abunda en el corazón. A esto le llamamos
espiritualidad.
ESPIRITUALIDAD
DEL COMPARTIR
Vivir con espiritualidad
es darle lugar al contentamiento de compartir las naranjas de este árbol, que no
son mías. El Señor las puso en el jardín. Aunque haya sido yo quien las cuida. Son
para compartir con los demás. ¿Qué puedo hacer con una ollada de ayote en dulce
sólo para mí?: ¡No puedo hacer nada!
La espiritualidad es precisamente esto:
Compartir. ¿Para qué estás ahorrando?
¿Para dejar pleitos el día que te mueras?
No. Comparte en cuanto puedas. Esto es precisamente lo que la primera
comunidad de los creyentes junto a los discípulos hacía. Vendían lo que tenían
para compartirlo. Porque la alegría de tener al Señor en el corazón despierta
este gozo. Alegría con la que no me puedo quedar para mí solo. Por ser tanta, y
no me cabe en el pecho, mejor si la comparto.
Esto es vivir de
acuerdo con el Espíritu. No de cualquier espíritu, como ese otro que tiene
límites, que se evidencia en el cansancio. No. Sino éste que una vez damos, se
amplía, genera mucho más en una dirección en la que nosotros ni siquiera
tenemos control.
Así actúa el Espíritu
que no sabemos de dónde viene ni a donde va.
Simplemente es esta ola que nos envuelve. Nos empuja. Y dejamos que vaya
obrando de acuerdo con esa fuerza que hay en nosotros.
Esto es lo que vamos
escuchando en estos días en la comunidad primera de los creyentes y lo que el
mismo Jesús refiere cuando dice: “Dar testimonio”.
ESPIRITUALIDAD
DEL TESTIMONIO
Dar testimonio tiene
dos modos. El certificar un hecho como tal. Yo aseguro que fue así. Yo lo vi. Yo
lo he sentido. Es más, yo lo estoy experimentando, doy fe de esto. Esto es dar
testimonio: porque lo vi, y porque lo vivo lo comparto. La otra manera de entender el testimonio es
imitar la buena acción. Por eso testimonio en la palabra original de los
cristianos era asimilada a la expresión de martirio. Decir: Yo doy testimonio, es morir tal como el
Maestro murió. Así como Él se entregó: así yo quiero entregarme y morir. Testimonio
es imitar lo bueno. Para que ese gran hecho del Maestro también acontezca en mí. Dar testimonio en este sentido es llevar al
extremo nuestra vida en la entrega.
Jesús en diálogo con
Nicodemo alude al testimonio. Hay un testimonio que a ustedes todavía les está
costando. Si hemos experimentado la
resurrección, nos costará dar testimonio, digámoslo así, porque seguimos siendo
terrenos. En el día a día chocamos con lo que creemos, con lo que pensamos. Pareciera
que todo se nos olvida de repente.
Entiendo que debo ser más
amable. Pero de pronto choco con una actitud de enojo, cuando tuve que poner a
prueba mi amabilidad. A veces uno no reacciona sino hasta unos días después.
Somos terrenos, quizá
por eso Jesús le hace ver a Nicodemo: que aún no logra entender de que hay que
nacer de lo Alto, porque aún tiene que avanzar en el desprendimiento. Y que ese
desprendimiento vaya generando en él esta capacidad de compartir. ¿De qué te sirve desprenderte de algo si no
es para compartirlo?
ESPIRITUALIDAD
QUE VIENE DE LO ALTO
Si vas entendiendo
poco a poco las cosas terrenas, lograrás entender las cosas que vienen de lo
Alto. Jesús dice: “Yo te hablo de lo que
he visto”. Y claro está, como tú no lo has visto, todavía no logras penetrar a
profundidad en las cosas de lo Alto. Te cuesta.
Haz un camino de
espiritualidad en tu vida terrena, desde las pequeñas cosas. De otra manera, déjate impulsar por el
Espíritu. Quizá digas: ¡Ah! Es que no se
hacia dónde me va a llevar esto. Y el Maestro insistirá: ¡Déjate llevar, el
Espíritu es como el aire, ¡no sabes de donde viene y no sabes a donde va! Si es
buen Espíritu tiene que venir de un lugar bueno. Si es bueno sabemos que tiene
que ir en una dirección buena. ¡Déjalo!
¡Reparte tus ayotes en miel! ¡Déjalo! ¡Reparte tus naranjas! ¡Déjalo! ¡Se generoso!
Si es el Espíritu el
que te va moviendo, Dios te dará las capacidades, como a las campanas, que
dicen: darán, darán. Así, deja que esta
fuerza de lo Alto mueva tu corazón. Dinamice, active, eso que ha estado
dormido. Y si ya te ha iluminado la Luz
del Espíritu, deja que esta Luz te siga iluminando y que vaya iluminando la
oscuridad de los otros. ¡Estamos en el
tiempo de la Pascua!
Queridos hermanos, el
tiempo de la Pascua no es un tiempo para la confesión ni para decir qué voy a
cambiar, sino para verificar de cómo va el cambio. ¿Cómo estás viviendo tu cambio? ¿Cómo estás impulsando tu cambio? Y para eso
hay que dejar pues, que esta Luz, que este Espíritu con el que miramos alto nos
lleve lejos. Qué sea él quien nos anime, quien nos impulse.
Entonces interróguense
ustedes. Yo me he estado interrogando. Sobre todo, delante de estos textos tan
bonitos de San Juan en el capítulo tercero. Delante de ese texto del diálogo
del Señor con Nicodemo, como decimos: a mí siempre me saca de onda, siempre me
patean fuerte.
Esto de meditar, esto
de dejar que el Espíritu nos mueva, digamos por exigencia de conciencia, me
obliga a dejar cosas, a ser más consecuente con lo que creo, con lo que vivo.
¿Cómo te está moviendo
el Espíritu? ¿Cómo te sigue iluminando
la Luz del Resucitado? Si aún no te
mueve nada, ten por cierto que no hay mañana. ¡No hay mañana! Deja que te asuma como cosa Suya. Esto es
cambiar desde lo Alto, por el Espíritu de Dios. ¡Amén!