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el Misterio de Dios


el Misterio de Dios

Es imposible comprender el misterio de lo divino sin comprender el misterio de lo humano. No es posible, a la vez, acceder al misterio de lo humano sin compenetrar en el misterio divino.

La comprensión del misterio supone la participación y abrazo de lo humano con lo divido. Cuyo abrazo no es un puro acercamiento como algunos quieren hacerlo creer. No. Ese abrazo indefectible ha quedado sellado como en una alianza, en el amor radical que Dios ha mostrado en su hijo Jesucristo. Por tanto, es de unión y amor puro que ya nada ni nadie lo puede romper jamás.

Cuando contemplo el llanto de los bebes recién nacidos y la desesperada actitud de sus padres por aquietar sus gemidos, confirmo el sentimiento íntimo de quien extraña a un amor único y extraordinario, que se visibiliza en otro amor semejante (el de los padres respecto a los hijos).

Esos llantos me han permitido entender los tres pasos del misterio humano, que describen el vínculo con lo divino. (Para mayor comprensión lo hago con la analogía de los tres pasos).

1. El primer paso tiene que ver con el nacer. Sin excepción, todos venimos de Dios: quien como “espíritu puro” perfecciona lo mejor del padre y lo mejor de la madre, porque él es padre y madre al mismo tiempo. En este primer nacimiento, somos acogidos en los brazos de una “madre que nos dio a luz”.

2. El segundo es el paso por este mundo. Tiempo único y breve. Donde ponemos a prueba las capacidades de aquel perfeccionamiento de donde procedemos. Este es el mundo de las posibilidades y de la libertad, que, por lo mismo, puede ser de realización o de pérdida, de salvación o condena.

Bienaventurados aquellos que eligen el camino del perfeccionamiento. Con razón las palabras del maestro suenan tan tristes en el alma cuando dice: de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida, y ¿qué puede hacer para recobrarla?

3. El tercer paso del misterio es el de la muerte. “Extraña” e imposible de conocer, porque mientras vivimos, ella es lo más ausente posible, y al morir, la vida no puede ser vivida nunca más, al modo del paso por este mundo. Quizá por eso hasta el mismo Jesús en la víspera de su crucifixión dijo que sentía una enorme tristeza de muerte.

La muerte es el segundo nacimiento. Sólo que esta vez no somos acogidos en los brazos de nuestra madre, como en el primer nacimiento, sino en los brazos del Padre.

En el misterio se dan a conocer todos los secretos del amor. Nada puede quedar oculto. Es decir, el misterio no tiene que ver con lo que no puede ser conocido, sino con lo que se nos muestra en el amor extraordinario.

Tres pasos tenemos, una sola vida y esta es la que viene del primer y único amor, de quien venimos y a quien retornaremos. 

O sea que, el paso por este mundo es tan breve porque es de retorno a la fuente de donde procedemos.

Ahora tengo la oportunidad de hacerme en el misterio y este, sólo puedo alcanzarlo en el amor. El “ahora” (el tiempo en que te amo) es el “mientras tanto” me encamino, y te encaminas conmigo, al abrazo unitivo de quien es la vida y el amor. 

Por: José Gvillermo D. OP
Foto-Arte: Sra. María Elida, 1959, a sus 21 años de Edad. Para entonces yo era un proyecto de amor, nada más. Años más tarde me dio a luz.










jueves, 17 de mayo de 2018

Madurez humana



La persona madura es una persona inteligente

Por: Gvillermo Delgado OP

¿Qué es la madurez humana? Cuatro realidades la definen: La responsabilidad como la condición de quien asume las consecuencias de sus actos de principio a fin. El dominio de sí mismo como la capacidad de sostenerse en lo más auténtico y santo. Las aspiraciones más profundas, como el reconocimiento de que nada caduca en la propia necesidad y su goce. Y la capacidad de crear ideas, que pone a toda persona sólo por debajo de Dios, como quien crea y recrea su propio mundo.

Ninguna de estas características se limita a cierta edad, condición religiosa, ni a capacidades intelectuales, sino estrictamente a la condición humana en crecimiento.

1. La responsabilidad

La persona responsable es aquella que asume las consecuencias de sus actos en todas sus manifestaciones.

La responsabilidad conecta con aquellas actuaciones que inspiran a las demás personas relaciones de confianza; desata los nudos que atan toda posibilidad de creer y dialogar.

A eso le llamo apertura, porque abre puertas hacia todo lo que puede ser. Con la apertura la persona intuye las posibilidades de acción, descubriendo, al mismo tiempo, señales de realización. Se nota cuando una persona abandona su condición pasiva para convertirse en el dinamizador de las posibilidades que tiene entre manos.

Así la responsabilidad hace visible el crecimiento humano. Cuando la responsabilidad se ilumina en la persona, la persona es transparencia, y autenticidad. No teme que lo desnuden en la verdad, tampoco teme a su propia muerte. 

Cuando eso ocurre estamos delante de la persona honesta. 


Si encuentras a alguien con estas características por el camino, no pases de largo. Es una especie en extinción. Domesticarlo es un verdadero reto para la salud moral de tu alma. Detente. La creación entera te lo agradecerá, porque finalmente lo imitarás y otros tantos, te imitarán a ti.

2. El dominio de sí mismo

Lo santo es por excelencia el dominio de sí mismo. Para muchos de nosotros quizá sea una camisa que nos quede grande. Pero no. Porque el dominio de sí mismo es poner en marcha el aprendizaje de la propia experiencia, es la autoconsciencia de lo que uno ha llegado a ser, gracias a la vida. En ese aprendizaje, la persona apunta a un destino que la conciencia traza.

Si la persona adulta es aquella que se define en el dominio de sí misma, eso significa que, en el lenguaje de la ética filosófica, es “virtuosa”, y en el lenguaje religioso es “santa”. Estas alusiones del “ser perfecto”, que se derivan del dominio de sí mismo, son indicios del ser “iluminado”. Eso es: mirar con la claridad del alma.

De ahí deviene la cualidad de la persona transparente. Esa persona que se aconseja primero ella misma antes de aconsejar; no engaña, simplemente porque ella misma no se engaña.

En este nivel, la persona se concibe en el marco del  "carácter de lo sagrado". Esto es la santidad de la persona, contagiada por Dios, que le define como inviolable; porque al mirarse en el espejo de sí mismo contempla el valor absoluto:  el grado más alto que le coloca "casi" al lado de Dios.

3. Las aspiraciones profundas

La madurez humana implica también la insatisfacción que la convierte en soñadora de cosas grandes. Pues, se mide con lo alto y “grandioso”; aspira persistir en lo más íntimo y “profundo”.

La insatisfacción apunta a la consideración de los orígenes de donde el ser ha evolucionado, pues, se remite a la profundidad inconsciente del alma con la cual construye su propia vida.

Estas cualidades hacen misteriosa a la persona. Son objeto de inspiración, sin duda que de ser imitadas.

4. Crear ideas

Finalmente, la madurez humana tiene que ver con las ideas. Las ideas son reales en la práctica porque crean la realidad. De otro modo, todo lo existente es palabra porque son palabras del alma.

La madurez humana implica crear ideas que de suyo están transformando su mundo inmediato, y las propone para trasformar la comunidad de referencia.

Pero no son ideas que vienen de la nada. La persona madura medita, por eso prefiere el silencio y la soledad al bullicio y la compañía; a ese punto se llega a través de la lectura o el diálogo.

Así, por ejemplo, leer es ver las ideas del alma, y, terminar un libro es liberar la nostalgia para transformar el mundo propio y ajeno. Me pasa con frecuencia, siempre que leo o escribo siento el inexorable sentimiento de nostalgia que me retiene o me libera. Esa sensación de luz que el alma libera para ver o para cegar. Igual ocurre en el diálogo, la otra persona revela algo de uno mismo y de la condición humana.

Las ideas son la noble expresión de la realidad. Sean nuestras o no, las ideas, siempre apuntan a una acción o simplemente son su expresión.

Quien se niega a no crear ideas está condenado a ser enajenado. Ajeno a su propia libertad, jamás verá la luz de su propia alma, ni verá por asomo el mundo que siempre soñó para él y su entorno.

Crear ideas es un aprendizaje que pasa por el tamiz de la propia interpretación. En función de todo lo que merece ser cambiado. Los grandes cambios son del pensamiento, de las grandes ideas que crean mundos. No hay transformación sin ideas, ni creación sin un Dios que la pronuncie para llamarla a su existencia real.

Crear y recrear es propio de la madurez humana.

5. La inteligencia moral 

La vida moral es la mejor síntesis de las virtudes antes descritas. De ahí la afirmación que "la persona madura es inteligente". Inteligencia que se  expresa como empatía o "sensibilidad por el otro" en los principios universales básicos (las reglas de oro y en el mandamiento del amor). Que se aplican a los valores personales, metas y acciones, por tanto, definen a la persona por lo que es y por lo que hace, así:
- La integridad como capacidad de armonizar la conducta con "principios humanos universales", con el fin de orientar la vida hacia el fin de toda persona: la realización, la felicidad, vivir en el amor. 
- La responsabilidad en tanto  capacidad de asumir las consecuencias de las acciones como muestra que las acciones son concordes con los principios universales.
- La compasión como capacidad de preocuparse por las otras personas y expresar respeto por ellas; 
- y el perdón como expresión de tolerancia hacia los errores, flexibilidad y capacidad de comprometerse para promover el bien de todos. 

lunes, 23 de abril de 2018

flor Silvestre



Cuando pasé tempranito
en la mañana, por la vereda,
rumbo a la montaña
sentí en la piel desnuda
la mirada de alguien.

Cuando volví a la Casa,
era mediodía,
una alegría
como bomba de fiesta patronal
 estalló muy dentro de mí...

Entonces supe que ella,
esa flor silvestre,
me había visto pasar.

Ya de tarde, casi de noche,
cuando te digo estas cosas.

De: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
martes, 10 de abril de 2018

Amor aPasionado




Amor aPasionado
El amor o es apasionado o no vale la pena. Y si vale la pena es porque ha trascendido hacia la compasión. La compasión es el grado máximo de la pasión.

La pasión es existir, por hacer sensible a los demás la propia experiencia de amor. Y la compasión es trascender más allá de uno mismo esa experiencia, por ser el modo en que un corazón apasionado habita otro corazón distinto al suyo.

La compasión es lo que mejor define al amor, por expandir la propia alma más allá de los propios límites. En el cristianismo hablamos del amor extremo y apasionado del Hijo Dios.

De ordinario la compasión se aplica a la solidaridad de una persona con otra en situaciones críticas, que ha hecho de lo humano  un ser miserable, quien hundido en el abandono, carece de esperanza próxima y lejana; pues, en la desventura todo, todo parece haber llegado a su final. 

Sin embargo, en cada luna llena del equinoccio de primavera, cuando hacemos memoria de la Pasión del Señor, los cristianos estrenamos una nueva sensibilidad espiritual, ese es el amor apasionado que inunda el alma de paz, de formas y olores, de luz y colores, de sabores y música, de recuerdos y sueños. Es la Pascua de la propia vida.

Compungidos, los cristianos, salimos de nuestras casas y elaboramos alfombras y atuendos que indican ese tránsito interior hacia un universo de misterios, o simplemente significamos la procesión permanente de la vida. Y es que, en cada equinoccio somos más viejos y menos dueños de este mundo.

Además, con cada Pascua aprendemos de nuevo que el Dios de los hebreos que se hizo pasar por uno más entre la gente, definió el sentimiento desde la compasión; en tanto, el paso de la propia pasión a la pasión de la miseria ajena. Siendo este, el único modo en que enlazamos con las cosas eternas, porque nos hace capaces de cambiar la desdicha en buenaventura y la desesperanza en aliento nuevo.

Aquellas alfombras de aserrín que decoran las calles en los días de cuaresma y Semana Santa se crean con el fin de dar paso a las andas procesionales. Como arte efímero acaba entre los pies de quienes llevan a hombros los enormes muebles con alegorías religiosas. Pero su destrucción no provoca sentimientos lastimeros, sino de gratitud ante la imagen de un Cristo a quien cada devoto se siente unido por fuertes vínculos matizados en el amor.

Como las alfombras, comprendemos que somos tan efímeros, parecidos a un haz de luz que se extingue con la simple mirada. Ya que, por fin empezamos a comprender que lo único que no se extingue y permanece es el amor misericordioso, pues, nos mueve a abrir el propio corazón y dar paso a tantas personas para que lo habiten.

Cuando eso acontece las alfombras con que decoramos las calles dan paso también a quienes avanzan con la frente en alto en la misma dirección del Hombre-Dios que sangró apasionadamente hasta dar la propia vida, como lo hacen los verdaderos amigos.

Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda

viernes, 23 de marzo de 2018

El riesgo de ser-Uno-mismo


El riesgo de ser-Uno-mismo
Quien busca corre el riesgo de hallar lo buscado. Una vez encontrado ¿Qué hace con  eso? ¿Volverá a buscar en otro sitio, con la idea que es otra cosa lo que en realidad buscaba? 

Así pasarán los años. Hasta que un día, cansado de escudriñar, descubra que envejeció sin otra posibilidad que, esperar a que alguien lo encuentre a él, quizá en un destino sin futuro ni salida.

Por otro lado, la esperanza de quien anhela “ser más” (o tener más) es ser consolado con un futuro, que otros le prometen, sin tampoco tenerlo. En este caso la esperanza es creer que, los hijos serán quienes tocarán aquel sueño con sus dedos rosados.  Podría decirse que, esa esperanza es de los desdichados, por ser construida en cierto modo por quienes ostentan poder sobre otros.

La mejor ecuación para alcanzar cualquier sueño, alimentar esperanzas y anhelos, consiste en hallarse-Uno-mismo, y no buscar otra cosa que no sea la paz interior.

Un día le dijeron a Jesús que lo buscaban su madre y sus hermanos. Él señalando a sus discípulos dijo que sus hermanos y su madre son aquellos que cumplen la voluntad de “miPadre”.

Jesús es expresión del Hombre-iluminado que una vez se ha hallado él mismo en una voluntad superior, en este caso la de “suPadre”, es capaz de encontrarse él mismo en los amigos, la madre, los hermanos y las hermanas.

Entonces, lo primero que hay que tener antes de buscar cualquier cosa es tener un lugar seguro. Y ese lugar siempre será el alma apacible del propio interior; luego, los amigos, los hermanos y la madre. Es decir, primero la propia alma, después, el alma de los otros. Ese es el punto. ¡Nunca descansa tanto el alma como cuando reposa en otra alma! 

La más grande esperanza no tiene que ver con el cumplimiento de una promesa. Sería avanzar hacia el muro ciego de la frustración. La esperanza nace, crece, cuando se alimenta de la construcción de sí mismo y de convicciones profundas. Es perderle el miedo al miedo.  Cuando este no es el pedagogo que "me toma" de la mano sino la condena a una vida de parálisis.

Sólo con el tiempo comprendí el axioma de Sócrates, que dice: “Conócete a ti mismo”. O, la segunda parte del mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Porque no hay verdad más absoluta que conocerse, amarse y correr el riesgo de ser uno mismo.

Por eso, antes de buscar considera si realmente buscas lo que debes.

Si primero desciendes a la profundidad de tu propio pozo, sabrás que encontrarte a ti mismo es un gran riesgo, pero hay que correrlo, por ser el tesoro mayor que cualquiera puede hallar. Todo lo demás viene de ahí, incluso el gran amor. Porque en ti mismo está la fuente de todo, lo que sacia tu sed, y la sed de los amigos.

Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda

miércoles, 21 de marzo de 2018

El Gran Olvido


El Gran Olvido

A la hora en que los amigos empiezan a marcharse la mirada del pensamiento se dirige a la distancia del pasado como una realidad finalizada.

Paradójicamente, el pasado se transforma en el único modo de comprender el porvenir de los acontecimientos, del que inevitablemente seremos parte.

Empezamos a definirnos por lo que fuimos, por las cosas que un día amamos y por el tiempo en que perduramos haciendo tareas en las que empeñamos todos los recursos posibles.

Cuando eso pasa por nuestras mentes, los pensamientos se amotinan al antojo en la certeza de que nada de lo que se ama puede ser olvidado.

El pasado es el alma de los sueños. Sueños como reconstrucción del paraíso querido, y la validación de lo vivido. En cierto modo, los sueños son un invento de lo que podemos llegar a ser.

Los sueños son «el mientras tanto» llegamos al lugar de los amigos que se han ido. Y para demorar en la buena espera, hacemos «del para siempre» canciones obligadas, así migrar a la profundidad del inconsciente Edén.

Con todo, Hombre-Dios es en quien comprendemos esto, que ahora afirmamos.

La gran novedad del Hijo de Dios consiste en que es Palabra hecha Carne. 

Tal misterio sólo puede ser experimentado en el sentimiento de que somos de propiedad divina, desde aquel día que despertamos como palabra de amor, dado que el paso por este mundo no es otra cosa que un tránsito breve de retorno a aquel abismal encuentro.

Esta certeza tiene que ver con que el Hijo de Dios es el amor visible, la ruta que señala y lleva a lo más profundo de los orígenes y a la meta más próxima de cualquier final. Con lo cual, nos aclara en definitiva que es lo humano. 
Lo humano no es la "naturaleza pura". Es el acontecer de Dios en el mundo. Claro está, tampoco aquello que nos define como dioses. Simplemente define lo humano.
Porque el Hijo es la participación de Dios en la humanidad, muy sensible para nosotros en las mejores muestras de amor posible, sobre todo al darnos a su Padre, también como Padre nuestro. 

No hay más grande ternura que sentir los abrazos del Padre en los abrazos de su Hijo.

Desde entonces y para siempre, toda la humanidad (incluidos tú y yo), nos entendemos en el hecho de que provenimos más allá del sueño de Adán. Venimos del sueño de Dios.

Para entonces, el paraíso deja de ser una plena añoranza, pues nunca estará perdido mientras el amor tenga vigencia en nuestras almas. 

Ese amor es uno, donde nada se separa, por ser divino.

En todo caso, por aquello de los extravíos, tenemos que regresar del gran olvido, cuando el amor deja de ser la energía que moviliza las acciones. 

Ya que el gran olvido que da origen a la estupidez tiene ver con la necedad de pronunciar la palabra separada de los hechos; aun sabiendo que las palabras son la materia prima del amor, o separar lo divino de lo humano, sabiendo que sin esa causa seriamos cualquier cosa, sin destino y sin mundo.

No podemos olvidar nunca que, fuera del amor nada existe, que todo pasará, menos el amor (así lo escribió el viejo Pablo). Y si no fuera por eso, nadie nos encontraría jamás. Dichosamente somos palabra, palabra de amor.

Queda prohibido, pues, no separar jamás lo humano de lo divino, ni toda acción del pensamiento amoroso. Ay, de quienes lo hagan en su inefable arrogancia, quedaran condenados a no volver a reunirse más con los amigos que un día se fueron.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: en línea.

martes, 27 de febrero de 2018

Cómo acceder a Dios


Cómo acceder a Dios


Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda (Museo del prado, 2016)


Si lo humano es misterioso ha de ser porque se define en un origen también misterioso.

Mientras vavamos en este mundo, pasaremos el tiempo intentando comprender ese origen y acceder a él.

En ese "mientras tanto", nos jugamos la vida amando, inventando problemas para intentar resolverlos, poseyendo lo humanamente posible para mostrar lo grande que podemos ser, y sobre todo queriendo cambiar el pasado. Es frecuente constatar que, lo único que logramos es colocarnos al borde de un abismo sin salidas.

Con las siguientes ideas intento iluminar ese misterio y cómo acceder a aquello que nos define.

1. El gran sueño fallido
Cualquier persona, haga lo que haga nunca cambiará su pasado. El pasado no puede cambiarse.

La gran fantasía del ser humano es cambiar la ecuación inamovible. Esa quimera se ha transformado en una tentación inevitable, aun sabiendo que es intentar lo imposible. 

Previamente todos sabemos que intentarlo es toparse con un abismo infranqueable que sólo lastimará el corazón.

El sueño de acceder allá atrás del tiempo, para modificarlo, hace débil al momento presente que añade incontables frustraciones al alma. El pasado es lo muerto que no puede revivirse.

A no ser que ese remontarse, atrás del tiempo, posea contenido en lo divino. En ese caso, el pasado en lugar de "un punto muerto" es la posibilidad de acceso a Dios. Pero, ¿Cómo hacerlo?

2. La experiencia fundamental

Sin embargo, extrañamente, el pasado puede ser perfeccionado, al tomar conciencia de lo que soy y somos.

Una vez anclado en esa reflexión puede la persona lanzarse a la búsqueda infinita de la satisfacción de los deseos humanos. Es decir, no sólo mirar hacia atrás, sino sobre todo al futuro. A esto llamamos experiencia trascendental o fundamental.

3.  La conversión
El pasado también puede asumirse y perfeccionarse en la memoria histórica. La memoria es lo que sobrevive del pasado en el presente. Es la razón por lo que ahora somos, pues, somos según lo que un día fuimos o hicimos. Quienes reflexionan y asumen el pasado desde la memoria histórica, ciertamente no cambian nada del pasado, pero sí cambian ellos, y se perfeccionan. A esto llamamos conversión.

El pasado es lo conocido y punto departida para la experiencia y la conversión en función de aquello siempre nuevo que está por conocerse.

Sólo quien cambia de mentalidad y regresa el punto de partida, del cual se extravío, se "reinicia", se renueva. Eso es conversión. Ese punto de partida es donde lo divino acontece. Por eso la conversión es uno de los mejores modos de acceder a Dios.

4. El acceso a Dios
Más atrás del pasado sólo puede colocarse la fuerza originaria, que lo mueve todo, o sea Dios. Ese Dios que se deja sentir cuando toda criatura humana activa las posibilidades de retorno a su fuente, promovidas por la propia razón.

La fuerza originaria, colocada atrás del tiempo, o sea Dios que sacia toda sed, nutre todo sentimiento carente de amor y  fortalece las razones por las cuales existimos y somos.

Ese Dios es tan accesible e invisible a la vez para nosotros, parecido a lo que le pasa al enamorado que al sentir la pureza del amor en su alma no puede imaginar la grandeza de ese amor que le envuelve.

Al mismo tiempo esa fuerza originaria, que también llamamos Creador, traza el rumbo de la historia hasta el momento presente en que cada uno se coloca, ahora mismo.

Ese punto o fuente originaria es de “encuentro”, mientras esperamos que venga lo que está por venir o por conocerse de modo definitivo. Con justa razón esa fuerza la experimentamos como Alfa y Omega: «El que es, el que era, el que viene, el todopoderoso» (Ap 1, 8).

Así es como accedemos a él y resuena su voz, cuando dice:
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

viernes, 9 de febrero de 2018

crecimiento Humano




Toda relación humana comienza en el encuentro de la atracción, de las cuales algunas perduran hasta el final de la vida; otras, al ser adquiridas a la sombra de la familia exigen un esfuerzo extra en la compenetración de valores que se fundamenten en el amor, fuente y motor de toda relación y perfección humana. Ambos tipos requieren de una comprensión apropiada.

Explico esa tarea en cuatro “estadios de la persona” o etapas por las que se promueve a la persona hasta constituirse en “ser plena”.

1. El primer estadio de la responsabilidad
La responsabilidad es “hacerse cargo” de las propias acciones, define el alto grado en que la libertad acontece. La atracción y aceptación de las personas tiene que ver con ese grado de libertad.

La persona libre “seduce” con la simple atracción. Dado que quien “se hace cargo” de sí mismo es “capaz asumir lo otro”. En esta etapa la persona toma altura o penetra en la profundidad de los sueños, a tal punto de beber del puro amor. Se hace atractivo. De ahí, le deviene “la atracción de la simple mirada”.

¿Quién en este mundo no desearía ser parte de un ser libre que le envuelva en el amor, para cuidarle y dejarse cuidar al mismo tiempo?

2. El segundo estadio de la integridad
Del aire ni los aviones se sostienen, las aeronaves requieren de bases profundas, de leyes de la naturaleza cuyas fuerzas están más allá de ellas mismas, que les hacen capaces de “generar”, renovarse en nuevas fuerzas y advertir toda consecuencia.

La integridad se define como unificación del todo en la parte, cuya base está en el interior del ser y en las leyes de alcance universal. Básicamente una persona integral es sostenida por esa integración, que fortalece su vida interior.

La vida interior es como el silente amanecer que va creciendo indefectiblemente en el permanente despertar del “ahora mismo”. La vida interior define a las personas despiertas. Define a quienes viven en el asombro del amanecer y celebran cada instante maravilladas por el latir de su corazón.

Las personas despiertas están conectadas con la naturaleza de las cosas. Al comprender las causas y la finalidad de las leyes de la vida (que es el amor mismo), todo lo que hacen, lo definen como un gesto de agradecimiento. No alaban a Dios en vano.

Por consiguiente, la persona integral no necesita “duplicar” su personalidad. Para ellas la mentira, por ejemplo, no es requerida. La persona integral habita su propio lugar, existe para sí misma, no es aparente, no es enajenada. Al ser sostenida por la ley del amor, sostiene todo amor venga de donde venga, e integra la naturaleza de las cosas que tiende a lo bueno y bello.

3. El tercer estadio de la bondad
La bondad es lo más propio hacia donde tiende la naturaleza humana, negarle sería negar el origen más santo de todo ser, como matar el sueño, fumigar la flor y su fragancia, o ahogar para siempre el fuego de la luz.

La persona que ya asimiló los valores hasta en el inconsciente, vive en su tiempo, sabe que existe para lo justo y para el amor misericordioso.

Llegado a este punto, la mirada de la justicia ilumina lo bueno. La persona no tiene que esforzarse por hacer el bien, ya que es dominada por esa fuerza de ese amor interior. Delante de las personas, como delante de su Dios, hace suya las palabras del poeta cuando dice:
 «Siempre estás tú delante de mí y saltan de alegría todas mis glándulas. ¡Aun de noche mientras duermo, y aun en el subconsciente, te bendigo!» Ernesto Cardenal (1998).

4. El cuarto estadio de la belleza
La belleza es consecuencia de la responsabilidad, la integridad y la bondad. Lo bello es lo bueno por excelencia, el grado más alto del crecimiento humano, es el ser encaminado hacia la felicidad, o quien ya la habita.

La persona bella es algo más que atractiva, es apetecible. No por la bondad que emana de ella, sino por los fundamentos en que se asienta, porque ese tipo de belleza llega hasta la base de sus orígenes, que es lo santo, bello y lo bondadoso en todo su esplendor.
«La belleza está en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios» (1 Pdr 3, 3-4).
Con razón quien desea “tu belleza” no es que quiera poseerte a ti, sino al amor y a la fuente de ese amor. Y al no estar esas fuentes en ti mismo, te convierte en referencia del gran Amor que rige toda tu vida. Si alguien te dice que eres el amor de su vida, no te lo creas del todo, piensa tan solo que te has convertido en la mejor referencia de la belleza.

Es por eso por lo que, la persona bella irradia belleza en todo lo que dice y hace. Le embellece todo. Y no sólo es bella, además es justa, compasiva, autónoma, responsable, moral, etc.

En ese estado y culmen, dime: ¿quién no quisiera ser ese amigo bello, por quien apostar una vida entera?

Por: José G. Delgado OP
Foto:

lunes, 5 de febrero de 2018

El miedo y el Temor de Dios


El miedo y el Temor de Dios

Si por alguna razón llega el miedo a tu vida, déjalo entrar, que penetre en todos tus nervios; eso sí, ponle límites. Dale un tiempo para que haga lo suyo en ti. Pero cuéntale los segundos, que no sean más de diez. De ese modo nunca perderás el control de la “situación”, mejor dicho: Para que la “situación” no te controle a ti.

Luego, prosigue tu vida. Tu tiempo es más breve de lo que supones. No permitas nunca que, las circunstancias invadan toda la existencia, más allá de lo requerido. Los límites los pones tú.

El miedo psicológico es un factor inevitable que inmoviliza a la persona a actuar en libertad, que pronto se convierte en tu aliado, como combustible para sobreponerse a toda adversidad. En este sentido el miedo es necesario como advertencia, que nos ayuda a posponer ciertas acciones.

Bien asumido el miedo, nos obliga a hacer un alto en el camino: como luces de advertencias, indicando la proximidad de un peligro. Con ese "alto" podremos pensar ordenadamente y retomar la dirección que traemos. 

Al decretar OMS al Coronavirus como pandemia (el 11 de marzo del 2020)  nos obliga a hacer giros hacia otros puntos de atención, por ejemplo el cuidado de la salud integral y la calidad de las relaciones humanas a nivel global. 

Las advertencias interiores, esos chispazos que señalan la finalidad de la conducta, están en la raíz del alma: son marca registrada que traemos desde el momento de nacer, para protegernos de todo mal, donde el miedo es la voz de alarma.

El miedo y la valentía

Gracias al miedo, la valentía entra en escena en la actuación humana. Así valoramos la salud y las relaciones humanas. Nos medimos acerca de lo que somos capaces, para enfrentar cualquier situación, real o imaginaria, de manera equilibrada. 

La valentía como valor o coraje es la luz verde que nos mueve al otro lado del miedo; que, como al miedo, también, hay que darle su tiempo.

Por consiguiente, "no hay que temer al miedo", tampoco al valor o valentía. No evadas una ni otra de esas señales del alma. Es la mejor pedagogía con que nos gobierna el inconsciente. Sólo tráelo al nivel superior de lo consciente.

El miedo y la valentía son mensajeros fáciles de interpretar, muchas veces simbolizados como aviso de las grandes cosas que pueden darse, según actúes.

El temor de Dios

La voz de Dios está en la advertencia y en el coraje para vencer en los peligros. Esa voz es la certeza de que, aquello que está por venir se determina por una fuerza divina profunda donde el mismo Dios actúa junto a ti. Los griegos le llamaban a esa fuerza, Daimon o el Ángel bueno que impulsa a la persona hacia la felicidad.

Con justa razón sostenemos que el “temor de Dios” no es miedo a Dios, sino la impronta de su presencia, que no puede ser negada, sino integrada en el amor, para actuar en los modos que sólo el amor entiende y obliga.

Cuando Dios asiste, en lo que llamamos "temor de Dios", nos libra de todo juicio ético (a modo de condena), para que actuemos sólo en función de aquello que nos hace buenos delante de él y de delante de las personas. Hacemos el bien porque esa es nuestra naturaleza, nunca para buscar un premio o por miedo al castigo.  

El temor de Dios, fundamentalmente tiene que ver con el amor; ya que el amor es la fuente primaria de cualquier actuación. 

Por lo mismo, el amor es esa fuerza, esa luz de advertencia o de permiso para dar el paso siguiente hacia el fin al que nos movemos.

Actuar en el temor de Dios tiene que ver con el amor gratuito, desinteresado. Por eso, ese temor es la superación de todo miedo.

Quien ama sólo teme al amor, que va más allá de cualquier seguridad. Quien teme a Dios vive en la tensión permanente de no fallar al gran amor que profesa. 

Quien ama dice: temo porque te amo, no te amo por que te temo. Amar por temor sería lo mismo que sentir miedo o pánico a algo o alguien (incluso a lo imaginario). La fórmula perfecta es temer por amor. 

Por: Gvillermo Delgado OP
domingo, 21 de enero de 2018

un Proyecto de Vida


Proyecto de vida

Alcanzar aquello que uno se propone tiene que ver con la elaboración de razones que puedan ser implementadas como un bien amado. Eso es un Proyecto de Vida.

Los razonamientos válidos son construidos a partir de otras razones, propias o ajenas, y puestas a prueba repetidas veces, hasta el infinito.

En las razones están las fuerzas del movimiento. La acción exige constancia en dos ejes: la fuerza interna que está en la razón y la fuerza externa que es el movimiento. 

Las grandes ideas, como los sueños son la base de toda revolución científica. Del mismo modo, nuestra existencia, primero tuvo que ser una idea en el corazón de Dios, y en el de nuestros padres.

Una persona razonable, sustenta sus pensamientos y acciones en un proyecto. 

Quiero decir que, los propósitos como las razones obligan a creer, confiar, en uno mismo. 

Es frecuente escuchar decir: Yo no tengo nada que no me lo haya dado yo mismo. Todo cae en el marco de mis propias posibilidades.

Este argumento puede sonar a “exceso de autonomía” y lo es; sin embargo, es el punto de arranque y el motor que mueve hacia a todas las direcciones y metas. 

Partimos de la confianza en uno mismo. Luego, nos extendemos a todas aquella direcciones que las relaciones nos permitan. 

Dios está en entre esas relaciones. La más valiosa. Abiertos a Dios es lo mismo que asegurar que la meta trazada nunca será una tarea inútil. La energía, la dirección, el aliento y todo lo demás, vienen de las relaciones y del amor que tiene su fuente en Dios.

Aquellas personas que no tienen proyecto se abandonan en su propia miseria.

Imbuidos en el miedo y las acechanzas del mal, frustran las iniciativas propias y ajenas. Ese tipo de personas, suelen ser poco racionales y atractivas. Definidas por Alberto Cortés como “la masa”. 

La diferencia entre “la masa” y “la persona” es el proyecto y las razones que lo han puesto en movimiento.

Fíjate bien que, las personas sin proyecto, sin propósitos; aluden a las razones y propósitos de otros, repiten hasta el cansancio aquello que justifica “su modo de ser”; suelen ser gente con pocas posibilidades de apertura a los cambios; estáticos esperan que la suerte los sorprenda un día por el camino.

Por consiguiente, cada vez que emprendamos un nuevo año, por la razón que sea, te propongo que consideres tu propia vida a partir de un proyecto; que aprendas a contar con las personas y las cosas; que pienses en lo breve que es la vida; te animo a que no olvides que, las potencialidades si no se ejecutan se frustran al punto de entumecer los sueños; finalmente, no olvides nunca que una persona sin sueños es una persona miserable.

Si eres un soñador como yo, vas a tener tantas frustraciones como las estrellas del firmamento; si no lo eres, serás tan amorfo como el mar después de la tormenta; de uno y otro modo, lo que importa es que tengas un proyecto, que sueñes y que cuentes conmigo.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 3 de enero de 2018