Viendo "Posts antiguos"

El Lugar Más Iluminado de la Noche


Confieso que he amado.

Deseo convertirme en lo que fui
desde antes de la creación del mundo,
y reencontrarte en cada paso,
para que mi universo sea el que otros anhelen. ‬

Mejor dicho,
confieso que he sido amado:
en el amor he sido encontrado
y convertido en el lugar más iluminada de la noche.

En resumen,
he sido iluminado.

De José G. Delgado, OP
Foto: jgda. Claustro de Santo Domingo de Silos (Caleruega, España).
jueves, 6 de abril de 2017

El Perdón



Guillermo Delgado OP

Si eres de las personas que dicen ¿Por qué no soy feliz? 

Examina tus pensamientos. No todos los pensamientos son saludables para el alma, algunos hay que cambiarlos.

¡Toma una postura en favor de la felicidad!

Esto es decisivo porque las ideas que reposan en el interior del alma pronto se traducen en realidades visibles.

Las ideas impulsan las acciones de las manos. En las manos se materializan las ideas que explican la felicidad.

Por eso hay que cuidar los pensamientos y las palabras. De eso depende el bien o el mal que mueve tus acciones.

¿Qué pasa si en plena conciencia te mueves hacia el mal? y ¿Haces del tiempo que posees para ser feliz, un caldo de cultivo para el pecado?

Recuerda esto: Una vez caído en pecado, sólo te queda una alternativa: emprender el camino del perdón, que es el de la felicidad.

Pero, para llegar al momento del perdón, debes primero alcanzar la conversión. Perdón y conversión son los dos ojos que miran en dirección de la felicidad deseada.

La conversión es retornar al camino que en algún momento dejaste. Ese “retornar” es radical cuando la persona se posesiona de sí misma delante de otra persona, para ser alcanzada en el amor, ya que sólo la persona que se siente amada se dirige a la otra persona para amarla.

Quien está en pecado no puede mirar a la otra persona cara a cara, no puede amarla.

En pocas palabras, el pecado es romper en el amor. Por consiguiente, de esa lesión es de donde hay que partir para convertirse y experimentar el perdón.

La “lesión” del pecado, no es un sentimiento de culpa moral como fruto de la ruptura de una norma. No. Es algo más. Es un atentar contra el amor; por tanto, un atentado contra Dios. 

Al considerar el pecado como un atentado contra Dios, como gravísimo, sólo queda una salida, esa es, volver al amado.

La experiencia del mal como fruto del pecado es aquella fuerza que arrastra al pecador sin tener control de sí mismo, como lo hace el río a la rama después de la tempestad.

Esta miseria no es tolerable, porque no es fácil controlarla, ya que pecar, es también faltar a la razón, a la verdad, a la  conciencia recta, en tanto, faltar al amor verdadero para con Dios y con “el otro”. Es romper el hilo de oro que nos une con lo más sagrado.

El pecado provoca un hastío de pena anticipada. Es vivir sentenciado en la larga noche del dolor que no se repara así nomás.

Hay que “hacer algo”, eso, que nadie puede hacer en lugar tuyo. “Debes” hacerlo tu mismo. 

¡Mejor si es ¡ahora!

No queda de otra, hay que "re-tomar el camino", volver al punto del extravío. Allá donde se rompió en el amor.

Sólo aquella hora en que "vuelvas", experimentarás el perdón.

Entonces, verás brillar el amor, como tu gran tesoro. El ser feliz.

Por: De Guillermo Delgado-Acosta, OP

Foto: en red.

sábado, 1 de abril de 2017

La Virgen-Madre de Fátima

Aunque la iconografía de la virgen de Fátima no lleva consigo al niño, como es propio en la Virgen-Madre, ella es la siempre Virgen y Madre del Redentor. Ella misma se identifica como tal a los pastorcitos. Ella es la Virgen fecunda que ha dado luz a quien es la luz, por eso aparece iluminada sobre el árbol de la vida. La ausencia del niño lo encontramos en la ternura que se despliega en los pequeños pastores. La madre no sólo da a luz al Hijo sino que ejerce tal condición con todos los hijos de la humanidad. Al modo de Abrahán ella es “la madre de todos” por quien Dios nos bendice y hace fecundos (Gn 12, 1-4; 1, 26-28).

El niño no sólo crece con la leche de la madre sino que se alimentará toda la vida con el agua de su sabiduría y ternura; de tal modo que la Virgen Madre de Fátima ha sido dada para mí (en condición de hijo).

Es así como Dios-Hijo nos acerca a su madre, cuya realidad trasciende lo simbólico, ya que es realidad histórica y al mismo tiempo realización futura, pues él nos la ha dado como Madre para salir junto a ella a su encuentro al final de los tiempos.


De José G. Delgado, OP

Foto: de web.
viernes, 17 de marzo de 2017

Los Amigos



Los amigos


 Por: Gvillermo  Delgado Acosta OP

Foto: jgda, de un árbol que planté hace unos años

El amor recíproco define a La Amistad. La reciprocidad se caracteriza por la «preocupación» entre los amigos y por el modo de amarse uno mismo. Amar a ese nivel perfecciona el alma de quienes aman, haciendo extensivo el amor a todos los ambientes de la vida, sin ser conscientes. De ese modo, el amor se convierte en aroma que abraza a todo, incluso lo despreciable.

La mistad perfecciona al ser humano. Cualquier cosa que haga el amigo por la persona que ama se convierte en una práctica de perfeccionamiento, ya que el amigo amplia todo su ser en el ser que ama, al punto de «hacerse uno con el todo». Haciéndose ambos inmortales, porque «el amor nunca pasará» (1ª. Cor 13, 8). En estas experiencias se fundan las grandes narraciones mitológicas de todos los tiempos y culturas, convirtiéndose en el gran ideal por el que se vive la vida y se aspira escalar la propia alma para alcanzar la “felicidad”. Por eso, los amigos siempre son punto de referencia, a veces objeto de envidia y odio (porque quienes no aman no soportan a quienes sí aman).

La amistad es el mejor de los sentidos de la vida. La razón de vivir está en los amigos. «Sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera los demás bienes, porque la prosperidad no sirve de nada si se está privado de la posibilidad de hacer el bien, la cual se ejercita, sobre todo, respecto de los amigos» (Aristóteles). La persona amiga es bella, pues se reviste del bien y se encamina siempre al amor. Es como el pastor solitario, quien en la montaña lejana, sabe que avanza hacia un amor que le espera.

Ser amigo de sí mismo. El amigo empieza siéndolo de sí mismo, por eso llega a decir: contemplándote a ti salgo de mi anonimato y hago del amor propio el amor que me perfecciona, perfeccionándote a ti.

La amistad más allá de todo deseo humano. El amigo dice: «no pretende poseer nada de ti, sólo quiere darte lo mejor de sí, porque es el único modo en que puede saciar su sed de eternidad. Nunca antes fui tan grande e importante, sólo a partir de aquel día en que el río de la amistad nos fundió en el agua profunda del amor. Entonces empecé a ser yo mismo a partir de ti. Con razón cada vez que te cuido me cuido a mí mismo».

Aristóteles decía que el amigo es otro yo. Por su parte, Santo Tomás de Aquino afirmaba que: «Quien ama pretende no tanto al amado como su amor. Al punto que, si el amor no es recíproco se extingue» (Santo Tomás de Aquino). De ahí que la esencia de la amistad consiste en contemplarse en las palabras del amigo. La palabra del amigo es la voz del amor.

El amigo verdadero es quien sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo (Leonardo Da Vinci); te reprende en secreto y te alaba en público (Louis Pasteur), los amigos “beben del mismo pozo” (Gustavo Gutiérrez) y sostenidos por un mismo tronco echan raíces profundas. Así pues, pretender la amistad es pretender habitar lo infinito.
martes, 7 de febrero de 2017

Morir con Cristo



MORIR CON CRISTO

Hemos muerto con Cristo, dice San Pablo (Col 3,3). 

¿Qué es morir en Cristo? A caso es:
¿La posibilidad de no ceder a las debilidades humanas?, ¿O vivir como el sordo que no es afectado por el ruido exterior, o como el ciego quien no percibe los olores fétidos o exquisitos? ¿Es vivir desconectados de las realidades temporales?
Humanamente se constata que «cada uno es probado por su propia debilidad que le arrastra y le seduce» (Sant 1,14). 

Si la debilidad se ve como problema no es porque sea mala sino porque no está integrada al conjunto del ser humano.

¿Qué es integrar la debilidad a lo humano? Integrar lo débil es apostar por el dominio de sí mismo y por ser constantes. Por ejemplo, perdonar una ofensa no debe entenderse como un «gesto momentáneo» sino como una «acción permanente».

Perdonar tiene que ver con «arrancar la ofensa». Emprender un modo diferente de tratar y ser tratado, de amar y ser amado. Sólo con el Amor, el pecado puede ser arrancado.

La persona débil ha creado hábitos para vivir en debilidad. Y se ha cerrado al amor. Convertido en esclavo, ha desordenado su existencia.

Los hábitos pueden modificarse, y los vicios erradicarse. Quiero decir que, la vida debilitada puede ser cambiada  desde la recta conciencia y convertirla en fortaleza como punto de apoyo.


En las debilidades hay capacidades ocultas que se traducen en fuerzas, porque las debilidades son «semillas de fuego», como brasas envueltas en sus propias cenizas. A la manera de San Pablo, hay que «presumir» de las debilidades, «porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor 9-10).


Pasar de la debilidad al «dominio de sí mismo» implica modificar los modos de pensar y de hablar, cambiar los tipos de relaciones humanas, ser valientes para decir Sí o No; es dedicar tiempo para la salud interior. A eso llamo integrar la debilidad al ser de la persona.

El resultado es una «persona integral» con pensamientos buenos y sanos juicios.

La persona integrada tiene la virtud para mirar primero lo bueno antes que lo malo, se anticipa a las consecuencias de las propias acciones o ajenas.

Morir en Cristo es vivir en él (escondidos en la interioridad divina, Col 3, 3), porque la vida humana está orientada siempre hacia cosas mayores.

Nadie vive para la debilidad o para la muerte que acaba con todo cuando no tiene alcances mayores en el tiempo. Más bien, todos nos movilizamos hacia la realización de la comunión que tiene su centro en las relaciones humanas y su culmen en Dios que trasciendo la temporalidad.

¡Busquemos vivir en la comunión! 

¡Si es para siempre, Mejor!


Sabiendo que Dios habita la profundidad de nuestras almas, mientras nosotros  habitamos las profundidades de Dios, porque somos de la estirpe divina. Ahí encontramos las capacidades para morir y vivir en el amor.


Por:  Fr. Guillermo Delgado OP
Foto: jgda (de mi jardín exterior).

jueves, 26 de enero de 2017

El Amor y la Esperanza


Diálogos amorosos de María Magdalena
(De un apócrifo reciente)

Ante la muerte
sólo el amor permanece
porque del Amor venimos
y al Amor volvemos.

No adules sino quieres perder.
Si ya perdiste, busca otro camino,
porque todo lo que cambia apunta
hacia aquello que nunca es perdido.

No desandes el mismo camino,
puede ser peligroso para el Amor.
A no ser que fuera para volver
a la Fuente de la Vida.

No pongas en entredicho tu esperanza,
puedes morir para siempre,
que es lo mismo extrañar
eternamente toda felicidad posible.

La inestabilidad es fuego opaco que alumbra la oscuridad,
como preludio de un destello luminoso.
Mientras vivas, 
el cambio es necesario para vivir eternamente.

Lo que no siempre es querido
es advertencia de lo que se aproxima.
Tú que conoces la sublime sabiduría de la vida
¿Por qué le temes a la fría muerte?

Todos heredamos la muerte
aunque nadie la quiere.
Solo yo la quiero,
pero después de vivir la vida
tan feliz que me mate.

Que sea breve el olvido
mientras te espero
al otro lado del Amor
que perdura sin el tiempo.

Mi gran temor de amarte
no consiste en perderte
sino que en yo muera
porque al conocerte
soy yo quien se conoce más
y muriendo yo
es inevitable que tú no mueras
porque el amor
acontece una vez
y es para siempre.

Por: Guillermo Delgado OP
Foto: jgda (Santa María Magdalena en el paso liminar de la Verdad, en San Esteban de Salamanca).
sábado, 14 de enero de 2017

La Muerte

Todos hemos heredado la muerte sin quererla, quizá por eso le tememos. La mejor herencia es aquella que no se merece nunca, como lo que pasa en el amor. En cambio, la muerte, en contraposición al amor, se impone como un regalo obligado. Así por ejemplo, son trozos de muerte aquellos que tienen que soportarse a lo largo de la vida al sentir que «tenemos que amar porque no nos queda de otra». Trozo más trozo hacen una armazón que sostienen aquellas vidas raquíticas, enteleridas, que no sólo han dado muerte al buen ánimo sino que apedrean «el gusto de vivir» de otros.

En cierto modo, yo no quiero lo muerte para mí, porque desconozco el más allá de ese umbral del paso. Cuando pienso en ella, me pongo enclenque y lastimero; porque la muerte acaba con aquellas cosas que tienen su máxima descripción en lo que la vida permite alcanzar en el «aquí mismo» conocido. Lo demás es asunto de fe, de lo que hablaremos en otra oportunidad.

El aguijón de la muerte es temerario cuando no tengo control de esa terrible sombra fría que se posará engreída en mis músculos inertes. A pesar de todo, la muerte se va imponiendo poco a poco aunque la desprecie como aquello que no es querido.

A veces pienso que sólo el paso de los años le añade pequeñas gotas de comprensión a todas las cosas de este mundo conocido, inclusive a la muerte, de tal modo, que morirse es aquella realidad necesaria que obliga a caer en un profundo sueño para levantarse en otro diferente. (Sueño por el que todos los días me levanté con el afán de conquistarlo). Así es como yo he empezado a querer la muerte, sí, mi muerte, para realizar el sueño de vivir la vida, de tal modo que la muerte me encuentre siempre en los campos de la felicidad. Ella es para mí la sorpresa querida, no sólo la herencia impuesta; y, cuando finalmente se imponga será como la esposa amada a quien finalmente se le entrega toda la vida para que haga del amor el regalo más deseado.

Nota de duelo: Debes leer estas líneas bajo los conceptos implícitos de “la apertura a los cambios”, el concepto del “sentido de la vida”, “la realización de los sueños”, “perseverancia en las cosas queridas”, desde luego desde “el amor a ti mismo y el amor al prójimo” (como a ti mismo).

Por:  Fr. Gvillermo Delgado.
Foto: jgda (Castilla, España).
sábado, 7 de enero de 2017

El Pensamiento Honesto

El comportamiento como simple justificación racional puede atentar contra aquello que pretende defender. Si lo racional desoye la voz de la conciencia, lo racional hace de «la libertad» una perversión del pensamiento.

Y si la conciencia no acepta el acervo de la razón, puede constituirse en una simple manipulación sentimental que enajena a la persona en su libertad.

La razón o la conciencia en sí misma movilizada por cualquier tipo de «autoridad», ya sea religiosa, política o económica, con propósitos interesados y egoístas, alienan a la persona; disponen al ser humano a la irresponsabilidad, habilitándolo para acciones crueles (como fueron los soldados nazis, cono son los miembros de las sectas religiosas, o los consumidores empedernidos de estos días).

Comprender tal realidad nos hace “menos hipócritas” y “más honestos”. Sobre todo si adherimos ambas realidades, elevándolas a la altura del espíritu.

El pensamiento honesto, iluminado por la conciencia, es lo que define a la persona espiritual.

En este punto ganamos todos. Pues nos obligamos a callar ante la posibilidad de enjuiciar la conducta de otros.

Un punto más favorable es que nos ahorra a “los predicadores ambulantes” (esos que con cinismo hablan en nombre de “su dios”, sosteniendo discursos que ni ellos mismos creen, porque saben, según su propia razón, que es imposible vivir eso que anuncian); en el mismo orden se ubican los políticos y otros tantos que habitan la ciudad para sacar provecho de los recursos ajenos y de las personas. Pasan por encima de las necesidades elementales de los ciudadanos, y convierten «la plaza del intercambio mutuo» en un «mercado de necesidad ilimitadas».

Vivir lo que predican, cumplir lo que prometen, saciar la necesidad que dicen resolver, eso, todo eso, sería denunciarse así mismo, porque saben que sus palabras en gran parte se fundamentan en argumentos falsos. En un supuesto que eso pasara, entonces, los predicadores, los políticos y el comerciante no tendrían más alternativa que callar.

Con razón, la sabiduría de los maestros iluminados es extraída del silencio, la meditación, el estudio y la oración. Ellos dirán que la palabra es lo último que se dice.

El escrito sagrado de la carta a los Gálatas, expresa: «al llegar la plenitud de los tiempos nos envió a su propio hijo» (4, 4), de otra manera, se manifestó en su Palabra. Con razón, dice en otro pasaje, que: «el verbo se hizo hombre y acampo entre nosotros» (Jn 1, 14). 

Esa es la honestidad: La voz en el silencio de los siglos, que al hacerse visible en la historia, manifiesta la verdad de Dios y la verdad de lo humano.

La persona honesta es «visibilizada en el mundo», sólo después que se ha abandonado en el silencio y convertido en lo que cree, como fruto de su reflexión. La reflexión no es un amasijo de «razones puras», ni de la «pura conciencia», sino de la liberación del espíritu que parte de ambas realidades (lo racional y la recta conciencia). 

Por: Guillermo Delgado OP
Foto: jgda (María Magdalena penitente. Museo de escultura, Valladolid).

jueves, 1 de diciembre de 2016

Lo santo y lo demoníaco

El encanto de la princesa está en que ella expresa la belleza de todos. Pero cuando «todos» dan cuenta que la princesa sólo vela por sus intereses, entonces los demás empiezan a sentirse no-representados, y lo que queda de la princesa son gestos vacíos y acciones mezquinas que rallan en lo espantoso. Lo mismo pasa entre el rey y el tirano. Una misma persona puede transmutar de soberano a dictador. El límite entre uno y otro depende de una membrana delgadísima, casi invisible, que eleva al estrado de lo santo o hunde en el limbo de lo diabólico.

La manera de diferenciar a un santo de un demonio es fácil. El santo obra de tal modo que todo lo que dice y hace, lo hace bello, y esa “belleza perdura en el tiempo” (Aristóteles) porque afecta a las generaciones presentes y venideras. Pues al buscar lo eterno deja huellas aún en las pequeñas cosas que hace, porque las inunda del significado de lo bello, señalando las realidades infinitas. Sin embargo, lo demoníaco es lo efímero, inútil y aparente; por más que persista en hacerse notar en lo bello, recae en lo feo, ridículo y apestoso.

Lo demoníaco se parece a la flor de medio día que fenece al atardecer. Mientras que lo bello, lo santo, es como el árbol plantado junto a las corrientes de agua que da frutos a su tiempo (Sal 1). 

Por: Guillermo Delgado OP
Foto: jgda  (Quema del diablo, Santa María Cahabón).
sábado, 26 de noviembre de 2016

La Libertad

La liberad depende directamente de la aceptación y observancia cuidadosa de los principios normativos que por naturaleza rigen a la persona y a su entorno social. De cómo se aceptan y se cumplen tales pautas depende el tipo de libertad de cada individuo.
Por: Guillermo Delgado OP
Fotos: jgda