Todos hemos heredado la muerte sin quererla,
quizá por eso le tememos. La mejor herencia es aquella que no se merece nunca,
como lo que pasa en el amor. En cambio, la muerte, en contraposición al amor,
se impone como un regalo obligado. Así por ejemplo, son trozos de muerte aquellos
que tienen que soportarse a lo largo de la vida al sentir que «tenemos que amar
porque no nos queda de otra». Trozo más trozo hacen una armazón que sostienen aquellas
vidas raquíticas, enteleridas, que no sólo han dado muerte al buen ánimo sino
que apedrean «el gusto de vivir» de otros.
En cierto modo, yo no quiero lo muerte para mí,
porque desconozco el más allá de ese umbral del paso. Cuando pienso en ella, me
pongo enclenque y lastimero; porque la muerte acaba con aquellas cosas que
tienen su máxima descripción en lo que la vida permite alcanzar en el «aquí
mismo» conocido. Lo demás es asunto de fe, de lo que hablaremos en otra
oportunidad.
El aguijón de la muerte es temerario cuando no
tengo control de esa terrible sombra fría que se posará engreída en mis
músculos inertes. A pesar de todo, la muerte se va imponiendo poco a poco aunque
la desprecie como aquello que no es querido.
A veces pienso que sólo el paso de los años le añade
pequeñas gotas de comprensión a todas las cosas de este mundo conocido, inclusive
a la muerte, de tal modo, que morirse es aquella realidad necesaria que obliga
a caer en un profundo sueño para levantarse en otro diferente. (Sueño por el
que todos los días me levanté con el afán de conquistarlo). Así es como yo he
empezado a querer la muerte, sí, mi muerte, para realizar el sueño de vivir la
vida, de tal modo que la muerte me encuentre siempre en los campos de la
felicidad. Ella es para mí la sorpresa querida, no sólo la herencia impuesta; y,
cuando finalmente se imponga será como la esposa amada a quien finalmente se le
entrega toda la vida para que haga del amor el regalo más deseado.
Nota de duelo: Debes leer estas líneas bajo los conceptos implícitos de “la apertura a
los cambios”, el concepto del “sentido de la vida”, “la realización de los
sueños”, “perseverancia en las cosas queridas”, desde luego desde “el amor a ti
mismo y el amor al prójimo” (como a ti mismo).Por: Fr. Gvillermo Delgado.
Foto: jgda (Castilla, España).
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