Por: José Gvillermo Delgado OP
A mi hermano Leonel Delgado en su cumpleaños.
En cada Ave María
suenan voces ausentes
retenidas en algún lugar infinito.
Escucho gritos a voz en cuello
en las sombras de los edificios
agonizantes,
luchando,
contra las fuerzas de luz.
En la altura del campanario
me revisto de gravedad
con la alegría tenaz
de los libros retenidos
en sus letras grises.
Aquí o allá,
donde sea:
bebo a sorbos
a esos pájaros diminutos y mustios,
a los volcanes impávidos
en desfiles nupciales
bajo la tarde del domingo.
En esta altura mortal
puedo ser Andrómeda,
el Ío solitario de júpiter
en el telescopio de Galileo Galilei,
o,
a la ves,
volcán voluptuoso,
engreído,
deshabitado,
quien apunta con su dedo de fe;
o
quien con la edad aprende
a morir con el Amazonas
en el abrazo eterno
de la sal de los mares.
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