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LA IDENTIDAD PRIMERA









Para saber quién es uno mismo hay que ponerse delante de un espejo, y descubrir que cada uno y cada cual tiene muchas identidades o modos de ser. El espejo nos hace sentir que somos y actuamos de distintas maneras, según las circunstancias.

Es parte de la naturaleza humana. Pero la misma naturaleza a veces opaca la posibilidad de aclarar a ciencia cierta lo que somos realmente, lo que queremos, y cuál es nuestro destino. Más allá de las puras satisfacciones humano-biológicas.

Por eso el espejo “debe” dejarnos claro que hay “una identidad que es la primera”, que prevalece por encima de todo, incluso de lo que buscamos con decisión. Es la que da sentido a toda la vida.

El sentido nos da las razones principales del ¿por qué existir? ¿por qué estoy aquí? Además, el sentido es la respuesta a la pregunta ¿Cómo vivir  la existencia con vigor y afecto en los buenos o malos momentos?


La identidad define a la persona como auténtica, antes necesitas responder dos cuestiones más: ¿Qué es la muerte para mi? ¿Qué es la vida? Abordar la muerte sin temblor, sino como única realidad futura, te aclara la existencia presente. Con lo cual determinas un "proyecto" con el que construirás tu futuro. 

De ese modo el sentido es vivir el futuro de manera anticipada. Es afirmar, que  el presente es el futuro que siempre quise, y a la vez, no apartar la mirada del  futuro, o sea de mi proyecto, que perfecciona mi existencia, aquí y ahora. Esto es el ser auténtico.
Por eso todos debemos saber, hasta por obligación humana, cuál es esa identidad primera, la que da sentido a toda la existencia. Para actuar con claridad a la hora de tomar cualquier decisión, y sobre todo para mantenernos firmes sobre la decisión tomada.

¿Qué cosas y personas a parecen en esa exploración de tu sentido? Intenta conocerte a ti mismo. Conociendo es como se ama.

Por: José Guillermo Delgado OP
Fotos: Playas de Salinitas, El Salvador, por jgda
miércoles, 16 de febrero de 2011

QUÉ ES LA NAVIDAD

La navidad como concepto ha evolucionado vertiginosamente a largo de los últimos diez años. Ahora es un concepto cultural determinado por el mercado. En otro tiempo fue un concepto religioso determinada por la espiritualidad cristiana.

¿Bueno o malo? Lo importante es que la navidad sigue siendo un valor importante para congregar a los miembros afines de las familias en el “hogar” (alrededor del fogón, la comida, de los elementos simbólicos de intercambio…).

En el mundo rural, al menos el área centroamericana, los hijos se vinculan en tiempo completo a las tareas domésticas y agrícolas, como aporte económico a la familia de la que son parte, más o menos lejos de la alienación del consumismo. En los ámbitos urbanos el concepto de navidad pasa por ideas como regalos, juguetes, compras, alegría, y en la escala de apreciación aparece lo religioso, casi hasta el final de la lista. Pueden confrontar un sondeo de opinión de  Prensa Libre(http://www.prensalibre.com/pl/2009/diciembre/01/359754.html). La imaginación de los niños al pedir "su regalo" pasa por las fantasías inducidas por la tecnología y el bombardeo mediático. El teléfono móvil y la computadora son instrumentos de juego en esta fantasía. En el mundo campesino la vinculación al trabajo y el descanso de los niños y jóvenes se arraiga al cuidado de la formación simbólico religiosa. Memos alienante, al menos por ahora.

Así inducida e interiorizada la navidad, que tiene un origen religioso, es asimilada como tiempo propicio de relajación espiritual. Hay personas que vinculadas al catolicismo de tradición, inclusive desconocen extrañamente el valor religiosa de esta “temporada”. Para un tiempo de semana santa le escuché a un joven adulto decir que para él la Semana Santa es tiempo para irse al puerto San José.

De todas maneras en una sociedad como la nuestra la navidad fortalece los vínculos familiares y de mistad. Al releerse las tradiciones en prácticas rituales reducidas al círculo familiar, fortalece de algún modo a la sociedad en su conjunto.
Los grandes factores que estropean estos esfuerzos de cohesión siguen siendo la migración, la pobreza y la violencia. Tanto en Guatemala como en El Salvador las personas perciben que el mayor problema social es la inseguridad. Lo cual no quiere decir que la pobreza económica haya sido superada.

La inseguridad ciudadano nos ha llevado al punto de mirar de modos esquizofrénico a las otras personas como si fueran espectros del mal. Y es que la violencia se hornea como pan doméstico; más allá de la violencia intrafamiliar donde niños y mujeres son víctimas, sabemos de casas en que el nieto extorsiona a la abuela, los primos a los tíos; sabemos de tantos casos de autorrobos o autoextorciones como en el caso de los pilotos de buses urbanos; ya no se diga de los asaltos a mano armada de los vecinos conocidos, a veces sin disimulo alguno.

¿Qué nos queda en un mundo así, donde ni debajo de la propia sábana se puede descansar con quietud? Dice una encuestadora de Prensa Gráfica que la cuarta parte de los salvadoreños no se siente seguro ni siquiera en su propia casa, y la tercera parte siente miedo en su colonia (http://www.laprensagrafica.com/el-salvador/politica/76534-seguridad-sigue-siendo-problema.html).

Si el estado aparece como incapaz de mantener viva la ilusión de la esperanza, y quienes son parte de la nación declaramos fallida la funcionalidad de dicho estado ¿no sería una tremenda fatalidad considerar fallido el “hogar” familiar, también? Ante eso: ¿Qué nos queda? ¿Dónde ir?

Nuestros pueblos con una espiritualidad religiosa secular más allá del culto y ritos enmarcados en una religión, merecen ser atendidos.

Las costumbres familiares religiosas y culturales, sean cristianas o no, son la brasa que prende luces para “vestirse con armaduras de luz" (Rm 13, 12). La espiritualidad de cada persona y su irradiación en los círculos inmediatos en que vive es el pasto que fortalece nuestra fe. Qué bueno que partiendo de ello muchos sean religiosamente "buena gente".

Eso me gusta más, que extraer a fuerza de la carga "de ser religiosos" un modo obligado de ser buenos, en ese caso "ser buena gente" es un mandamiento religioso y no fruto del caminar espiritual, por tanto del amor.

Digo eso porque a menudo la religión, en tanto invento humano, no vincula radicalmente a Dios, por tanto no ofrece salvación. En ese caso hay muchas cosas que revisar, tal y como lo hizo Jesús con la religión judía. Las ofertas religiosas, se tornan un peligro para la auténtica fe, quizá por eso muchas personas han optado por tomar distancia de algunas instituciones en particulares, mientras que otras se han radicalizado en alguna "espiritualidad de ocasión".

Va en aumento mi ilusión al pensar que los grandes problemas que tienen origen en pequeñas cosas, y aunque no todos somos causa de tanto efecto malo, se puede "hacer algo". ¡Sí! algo. Al menos. Frente a la cresta de la ola de violencia, yo puedo ser uno menos de los que “va sobre”. Parafraseando a Pablo de Tarso, “apartándome de las obras tenebrosas”. Un gesto irónico es fósforo suficiente para prender la mecha de las discordias.

Ahí donde la familia es la religión, la fe nos hace fuertes como amigos y hermanos. Entonces podemos empezar a comprender a Dios en tanto realidad visible en lo humano, en lo auténticamente humano. Sí, por ahí podemos reinterpretar la navidad, y eso me parece muy saludable.

Que sea pues lo humano, y no el mercado, y ni siquiera las religiones de ocasión, quien definan la navidad. El cristianismo es algo más.

Reinventemos nuestra religiosidad a la luz del Hombre-Dios, a la luz del evangelio, a la luz de lo posible: del verbo hecho carne (la palabra que crea las cosas nuevas, al hombre nuevo). ¡Felices pascuas de Navidad!

Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda
miércoles, 8 de diciembre de 2010

FE

A: Doña Juanita, Tono y Lucky.

"La última palabra
aún no ha sido dicha."
Bertolt Brecht

Por la fe sigo hablando y esperando la palabra que brota del Otro
¿El punto de la fe está en Dios o en el corazón humano? La fe no es el instrumento para creer, esperar, y hacer sólida la paciencia en los momentos de quiebre, de crisis existenciales, solamente. La fe es la fuerza con la que resisto, para no caer en tentación. Es la fuerza tenaz con la que Jesús llegó a la Cruz y murió. Y por ser tan hombre y tan Dios, tan humano como Dios mismo, supo llorar y esperar aún estando muerto, desde los abismos. Desde muy dentro de él mismo.

La fe es el cristal a través del cual puedo ver el amor en estado puro.

Consideremos nuestra frágil condición humana. Las respuestas fáciles y rápidas no siempre tienen el acierto que esperamos después de actuar. La fe como resistencia es la voz interior que ilumina la crisis para saber esperar, que nos dice: en la desazón de la sofoca no te adelantes. Pero no siempre entendemos esto. Es ahí donde la fe es tan real, tan concreta como la verdad, como el dolor que siento en mis articulaciones y en la pérdida de quien he amado con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con toda mi alma. Tan real es la fe, como a quien no veo.

A veces cuando no se ve, la nube del dolor nos oprime apretándonos hacia abajo y nos hunde en el limbo de la desesperación. Entonces, al no ver lo que hay más allá, actuamos sin el amor, con la premura de lo que nos duele, difuminando, por el camino por donde tenemos que transitar,  la penumbra de las confusiones. Y es que a veces la prisa -que lleva la maravilla y el error- nos hace olvidar que la última palabra aún no ha sido dicha.


La fe hace esperar el momento definitivo de la última palabra. Hace fuertes en la esperanza.

Lo cual quiere decir que la fe tiene su asidero en lo más profundo de cada uno y en lo más remoto y abismal de la distancia. El punto medio donde ella se coloca está en la firmeza de cada quien y cada cual,  en la dirección de sentido, más allá de lo que tenemos como fortaleza. Además es darse por enterado que Dios está siempre al otro lado, y también demasiado a este lado.

Salir de mí, e ir más allá de mí: ese es el indicio más sublime de la búsqueda de la fe. Entonces la fe es toda posibilidad de encontrarte, de encontrarnos. De hallarnos en la energía divina que nos sostiene en los tiempos rotos y tristes. Es seguir amándote a pesar de que no estemos juntos, porque seguimos vivos esperando la última palabra.

Por: Guillermo Delgado
Fotos: jgda
martes, 16 de noviembre de 2010

Personas de Paz

Pensando en mis amistades amantes de la Paz. Ellos y ellas, quienes me dan paz y me obligan a ser yo mismo agente de Paz.

Pensando en mis amistades amantes de la Paz. Que me dan paz y me obligan a ser yo mismo agente de Paz

¿Cómo puedo ser persona desde donde emana la paz?

¿Yo, puedo ser el lugar, la casa, donde mora la paz; ahí, donde pueden venir a refugiarse aquellos cansados de ser perseguidos por la muerte?

Me refiero a esas otras muertes, a parte de la persecución cotidiana de nuestra propia muerte, o sea por aquella que nos destina desde que nacemos.

Para entendernos como humanos capaces de vivir en paz necesitamos repensar continuamente nuestra condición de personas desde el reconocimiento de nuestra dignidad, criaturas de Dios y en cuanto abiertos a una mayor plenitud.

Sólo cuando la persona se define delante de Dios se define así mismo, y sólo cuando se define así mismo se reconoce como un ser social, responsable, y no dueño de la creación de la que es sólo parte. Entonces hemos emprendido el camino de la convivencia justa y empezamos andar el camino como constructores de paz.

Sin excepción, todos, absolutamente todos, sabemos cual es nuestro origen y destino. No somos sólo para la muerte. Cualquiera de nosotros se amenaza así mismo cuando desoye esa comprensión, conformándose con el vértigo de su propia limitación. Quien persiste en esa necedad se parece al poeta que reniega de si mismo cuando dice: 
quise ser guerrillero pero nunca maté a nadie. Cada vez que disparé fui yo el único herido (Otoniel Guevara)

Por: Gvillermo Delgado
Fotos: jgda

jueves, 4 de noviembre de 2010

La fuerza de las Palabras

Últimamente me he sentido inconforme con las palabras y las cosas. Y ha sido porque me tropiezo con frecuencia con el lenguaje ambiguo de las palabras. Ese lenguaje ambiguo en el que a veces puedo creer que no creo.
Me imagino a Isaías cuando grita al pueblo diciendo: la salvación y la justicia están a punto de ocurrir. Sí. De acuerdo. La aclaración nuestra es que sólo acontece, la salvación, para quienes creen, o sea para quienes se construyen a sí mismos a partir de certezas y no de ambigüedades.

Ese no sé, ese tal vez, ese quien sabe... es el impedimento más rudimentario que impide que acontezca lo humano, que hagamos visible lo más bello de nuestro encuentro. Que no vean belleza en mi, y que no pueda ver belleza en tí.

Estos últimos días de octubre transito los caminos de Rabinal, en Baja Verapaz. He conversado con ancianos, jóvenes, niños, gente de fe, gente de a pie... y me he llevado la gran sorpresa de encontrar muchas certezas. Al menos pocos ambigüedades. Les aseguro que me ha fortalecido la fe en lo que humanamente es posible. Por eso a pesar del cansancio me animé a escribir estas Palabras.

Quien se construye en certezas, se construye en la verdad, quien avanza en la verdad es imposible que en él y su medio no acontezca lo que tiene que acontecer: la salvación, o el ser librados del mal que nos acecha en cualquier sombra de dudas, y, ser más, más, más. En ese más,  en el que estamos diñeñados, por lo que somos humano-divino.

Las palabras son poderosas. Los hecho son realidad cuando son verdad en el corazón, pues desde esa raíz emana lo bello de las cosas.

El lenguaje ambiguo nos mete en problemas, pospone las posibilidades para que lo que tiene que acontecer ahora se prolongue en el tiempo sin pizcas de no ser más que palabrerías.

Por eso, lo que tiene que acontecer que venga ya. Que venga la Palabra. En el Popol Vuw, los creadores y formadores se cruzaron las palabras, y luego... En las Sagradas Escrituras afirmamos certezas en el creador, cuando dice el escritor sagrado: Y dijo Dios: hágase...

Luego:
el cielo y las nubes,
el firmamento y las estrellas,
los mares y los peces,
las montañas y los ríos,
los árbolesy los bejucos
las bestias del campo y los miles de insectos
las aves el cielo y los monos jugando en las ramas...

Por último aconteció lo humano en lo divino
y vio Dios que todo era muy bueno.

Luego el descanso sagrado.
La gran salvación,
que para Isaías es la gran justicia.

Por: Guillermo Delgado
Fotos: en Rabinal: jgda
martes, 26 de octubre de 2010

Los valores no se pierden

Los valores no se pierden

Yo no comparto la opinión tan difundida que usan muchas personas en las conversaciones habituales y en los análisis ligeros sobre las crisis actuales de la convivencia humana, cuando dicen, que se han perdido los valores.

No. Los valores no se han perdido. Decir que los valores se han perdido es una fatalidad, sería lo mismo decir: que la persona o la sociedad se han perdido y no hay nada que hacer, y aceptar las cosas tal cual están. 

Tal afirmación y actitud sólo es justificación pasiva que induce a dejar las cosas como están y agriar las relaciones de convivencia humana. Y acto seguido dejar los problemas a que otros los resuelvan: al Estado, a la educación escolar, a la Iglesia, por ejemplo. 

Además suele decirse: es problema de todos. Que es lo mismo: es problema de nadie.

Mejor, empecemos con aceptar que las personas y sus valores entran en crisis en el conjunto de una sociedad. Y que éstos tienden a cambiar con el curso del tiempo; como cambia la persona en función de su realización, o por las exigencias de la mismas leyes de la naturaleza. 

Por consiguiente todos cambiamos o no existimos. Nadie puede presumir que no ha cambiado o que no lo hará nunca. Lo que no cambia se petrifica. Están petrificados los nostálgicos que añoran el pasado diciendo que el tiempo de antes era mejor. Con ello justifican sus indiferencias y falta de compromiso con su comunidad. Y se dedican, muchas veces, al hostigamiento de la vida de los otros.

Aceptar que todo cambia, es afirmar que los valores acontecen en el centro de la persona, y que tienen su máxima expresión en los diálogos de amor, de persona a persona; de la persona con la creación entera, y de la persona  con el Creador de lo visible e invisible. Precisamente ahí nos recreamos todos en humanidad.

Las sociedades desesperanzadas, sobre el futuro humano próximo, muestran las carencias de una ética humanista. 

Siendo que somos humanos, las crisis caen en cada individuo. Cada uno hace el conjunto, al todo. Cada uno es morada de encuentro. Donde se nutren y existen los valores. O donde el otro se encuentra consigo mismo.

Ahí está el punto que debemos aclarar. Si nos tenemos, a nosotros mismos, nada está perdido. No hay valores perdidos. A no ser que estuviéramos perdidos en el limbo de la locura. 

En el ámbito de la persona, la esperanza nunca se debe perder, no se puede dejar de creer. O, simplemente nos deshumanizamos para siempre.

La persona es humus -en la fertilidad de los valores-, aún cuando parezca que todo está perdido, como a veces pasa.

Si cada uno hace lo suyo oyendo su voz interior, o se deja iluminar por su propia luz; si se hace cargo de sí mismo y sabe cargar con la pena de los más débiles y marginados, la naturaleza, inclusive… entonces:
¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón (canción de Mercedes Sosa).
 Si haces algo, aunque sea poco -pero algo-, entonces sacas de ti lo que vale, y eso se multiplica como onda expansiva que alcanza la otra orilla. Los valores de nuestras virtudes se expanden infinitamente…

Por: fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
viernes, 1 de octubre de 2010

Una pregunta desde la fe





JESÚS ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?
Aquí una respuesta breve

Por: Gvillermo Delgado OP


En las mismas preguntas que hacemos sobre nuestra existencia y destino encontraremos las respuestas. No tenemos que ir muy lejos.

Es parecido como cuando se nos pregunta sobre algo, interior o exterior, y respondemos con un: “no sé”. En realidad detrás de ese no se, sí sabemos las respuestas, lo que pasa es que nos resistimos a no responder con la verdad, por diversas razones… una razón es el miedo. El miedo es una gran puerta con muchos candados que no permite entrar e ir al otro lado. Llegar donde quiero y debo llegar.


Del mismo modo, imaginemos que estamos delante de Jesús y le preguntamos: Jesús, ¿Qué quieres que haga por ti? Uno tropieza consigo mismo, con Jesús, y con su mundo. Démonos cuenta que sabemos las respuestas de casi todo, pero preferimos dejar la fe en suspenso. Algo así como quien dice: “otro día será”.

Entonces la relación con Jesús se convierte en una relación muda, congelada en el vaso de los tantos compromisos que empezamos y abandonamos, y se quedan ahí como agua estancada, podrida, que no sirve de nada.

Entonces, ¿qué hacer?

Hay que hacer algo. Algo concreto. En primer lugar hay que buscar dentro de uno mismo, a partir de la sinceridad y el deseo de hacer algo. Y segundo vencer los miedos.


Ese hacer algo es desatar los nudos que me amarran en la comodidad, sabiendo que yo tengo cualidades con las que puedo ayudar a los otros. 

Es saber que no tengo derecho a hablar ni criticar si no me comprometo a cambiar las cosas que se pueden ser cambiadas. 

Para eso no hay que hacer grandes cosas, de las que  parecen imposibles, no… sería suficiente colaborar con los que ya están haciendo cosas. Eso es, al menos, hacer algo. Pero yo puedo hacer algo más que colaborar, como emprender algo nuevo. ¿Cómo hacerlo?


Para ese hacer algo debo derrotar los miedos. Convenciéndome que no necesariamente debo pensar como todos piensan, hacer lo que todos hacen, ir donde todos van… eso es fácil y ahí estoy seguro. 

El asunto es atreverse a ser diferente, pensar por sí mismo, ir a veces por otros caminos. Es atreverse a que la inseguridad de la fe te abra camino, como Abraham, cuando tomó camino sin saber que le iba a pedir Dios cuando llegara a la montaña.

Es ofrecerse a sí mismo como Jesús cuando dijo: Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente. Eso es desgastarse por lo que vale la pena, es la razón más importante de la existencia humana.



Ahora, vuelve sobre la pregunta...

No escarbes mucho. La respuesta a tus búsquedas está en la búsqueda misma. No vayas muy lejos. Empieza por encontrarte a ti mismo o a ti misma. No olvides esto: por alguna razón misteriosa el ser humano es un pregunta abierta, que empieza por ser respondida en él mismo.

He ahí el corazón del mandamiento principal del amor: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo. 

Empieza en el ti mismo: se prójimo de ti mismo. Verás pronto a tu prójimo, y llegarás a Dios. Luego vuelve sobre ti mismo... así infinitamente.

Ya puedes decir: Jesús, ¿Qué quieres que haga por ti?

viernes, 27 de agosto de 2010