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La Verdad es simple



La verdad es simple


Por: Guillermo Delgado OP


Lo esencial de la verdad está en lo simple. Sin embargo, a veces se muestra compleja e inaccesible ¿por qué?

Así, como el cristal transparente deja pasar la luz, del mismo modo la verdad puede ser conocida con la simple mirada. Sólo hay que ponerse del lado de la fuente de la luz.

Mis estudiantes de ética hicieron unos ejercicios de observación. Se fueron a cualquier sitio cotidiano donde la vida transcurre. Unos fueron al mercado, al parque, a la Iglesia, al bus, al supermercado, a la propia casa, y a otros tantos lugares.

¿Qué vieron? Vieron gente caminando, hablando, comprando, vendiendo, corriendo, rezando, comiendo… ¿Cuál fue la novedad de esa observación? Sólo una, y es esta: que la verdad está iluminada en cada persona.

La verdad está ahí en cada persona. La verdad es la historia de las almas y su movimiento. Ella nos mueve: a trabajar, a construir sueños o a morirse antes de tiempo.

Ahora, ¿esto es el último descubrimiento los estudiantes de ética han hecho para la humanidad? Claro que no.

Pero nos visibilizaron la verdad, invisible para muchos.

¿Cómo lo hicieron?: Mirando con la simpleza, como quien mira a través de un cristal. Así entraron en el alma de las personas.

Quiero decir que, los estudiantes, no sólo vieron muchas conductas en las personas. Ellos vieron la verdad. Eso «los hizo sentir en su propia alma», aquello que descubrieron en las personas que observaron. 

Puedo suponer que los estudiantes sintieron libertad, y lo concreta que ella es. Más aún, puedo concluir, después de sus reflexiones personales que:


Lo bello es simple. Nadie  podrá experimentar lo bello, sin la capacidad para entrar en el corazón ajeno, como la luz que atraviesa el cristal.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Cuidar la Vida



Armonía es vivir imitando el orden de la naturaleza


Por:  Gvillermo Delgado OP


Cuidar es “hacerse cargo del otro”; atender aquello que es distinto a mí, de tal modo que, “el otro” no sea mínimamente lastimado y vulnerado. Es parecido a la tensión permanente que une la rama al árbol y al instinto de las aves cuando construyen un nido para sus crías.

  

Igual es el valor de la responsabilidad. Estrictamente la responsabilidad es responder: “hacerse cargo de uno mismo”. O asumir las consecuencias de las propias acciones.

 

 La responsabilidad es una de las características de la persona adulta. Que define, al mismo tiempo, la moralidad y la vida buena y feliz.

 

 La responsabilidad y el cuidado

Aunque es diferente al cuidado, la responsabilidad, ayuda a comprender el cuidado. Pues, en cierto modo, la responsabilidad es ocuparse “del otro”; si no fuera así se reduciría a un antivalor que fomenta el individualismo extremo (por ocuparse sólo de sí mismo).

 

 Hacerse cargo de uno mismo, implica también hacerse cargo de los demás. No existe vida feliz si no está orientada a la vida de las otras personas con quienes convivimos.


Por lo mismo, la responsabilidad y el cuidado son fuente de las normas y demás valores morales. 

  

De tal modo que el amor se asimila al cuidado. Quien ama cuida, quien cuida ama. 

  

Salir de uno mismo

Con el cuidado una persona sale de sí misma. Se desprende de su propio yo. Como rama que se arranca del tronco, como esqueje, para reproducirse en una nueva planta. De tal acción se derivan los valores de la compasión, la solidaridad, la amistad, el altruismo, la armonía, etc. Siendo la vida la membrana que envuelve todo e intuye la vida feliz.

 

 El valor de la armonía

Veamos, por ejemplo, el valor de la armonía. El universo es contemplado en las pequeñas cosas. Una diminuta hormiga recrea el hábitat de un maravilloso universo. Para la hormiga todo el mundo acontece de modo articulado cuando avanza por el camino silencioso. 


De ahí que la armonía es como la danza de la creación. Donde nada se mueve por las propias fuerzas.

 

 La armonía es orden. Es el dedo que señala a la belleza y a las leyes naturales que la rigen. La armonía es la belleza de Dios en la naturaleza. Aristóteles dijo que la belleza tiene formas y estas son el orden, la simetría y la delimitación. En ese sentido, el arte es contemplación de la naturaleza. O trata de imitar la naturaleza a través del orden y la simetría. En pocas palabras, armonía es vivir imitando el orden de la naturaleza. Es el arte de Dios.

 

La virtud cardinal

Quienes vivimos con una clara consciencia de la débil condición humana, descubrimos que el mundo (o la recreación) no nos pertenecen. Y, por tanto, no nos queda más que cuidarlo, como cuidamos la salud del cuerpo. Quien cuida la naturaleza que acontece fuera de su cuerpo, cuida su mismo cuerpo.


“Cuidar” de modo responsable es la virtud cardinal propia de las relaciones humanas; porque embellece al mundo que habitamos y al mismo tiempo nos hace bellos a nosotros mismos.

  

La belleza acontece en el instante de las buenas relaciones humanas, porque hacemos habitable la tierra y nuestro propio cuerpo. Cuando eso pasa, el alma ha encontrado su lugar como el agua la quietud de su pozo. 

 

No hay otro modo de existir sin la referencia “a lo otro” de la naturaleza: todo lo que acontece fuera de mí. Ese es el único modo de cuidarnos a nosotros mismos.

  

Somos naturaleza. Somos belleza

Yo no existo sin "lo otro". Aceptar que el universo en su totalidad puede ser comprendido desde mi propio mundo es hacerme consciente de la responsabilidad de “hacerme cargo” del universo que nace de mi interior, del modo en que lo entiendo.  


Eso es lo pasa en el instante en que “me hago cargo del otro”, (de los demás).

martes, 6 de agosto de 2019

El Deseo de María Magdalena



El Deseo de María Magdalena

«Estaba María Magdalena junto al sepulcro fuera llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? (San Juan 20, 11- 15).

Guillermo Delgado Acosta OP

Según San Gregorio Magno, lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer.

Ella buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado.

Ella fue la única en verlo porque se había quedado buscándolo. De ella hemos aprendido que: Lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas.

Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?

Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordar a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es decir: Maestro», ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase (San Gregorio).

Distinto a San Agustín, María Magdalena no buscaba fuera aquella que ya sabía que estaba dentro. Ella buscaba fuera aquel gran amor que ya tenía dentro. Porque esa era la única manera de unirse plenamente con el todo. Hacerse uno en el amor. Como el río que corre abrazarse con sus propias agua al mar. 

El momento de la unidad es precisamente cuando las aguas se confunden: tanto lo humano con lo divino, como las aguas duces del río con las saladas del mar.

El llanto de María Magdalena le perfecciona ya que dilata la búsqueda del amor y pone en aumento el deseo de hallarlo. Aunque no había encontrado del todo lo que ella buscaba, ya sabía que lo conocía. Lo sabía por la fuerza inconfundible el amor interior que le quemaba («porque fuerte como la muerte es el amor... sus destellos de fuego, la llama misma del Señor» Cantar 8, 6).
«Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor» (San Gregorio).

 Buscar afuera lo que ya está dentro

Es imposible buscar y hallar afuera aquello que no está dentro. La fuerza vehemente de buscar fuera sólo puede venir del deseo interior. Si este es bueno, tarde o temprano se expondrá en el descubrimiento pleno.

Cuando se busca fuera aquello que no está dentro cualquier cosa sacia los anhelos de eternidad.

María Magdalena es movida por la misma fuerza del amor interior. Su deseo consiste en saciar su sed con el agua interior. Más aún, fundirse en le único y definitivo amor. Además, sabe que el agua interior no es suya. Sabe que en definitiva encontrar al amado es descubrir ese amor que le subordina el alma.

De pronto, en aquella mañana de búsqueda, María Magdalena dejó salir de sus labios apenados estas palabras:
«Como la sierva que anhela las corrientes de agua,
así suspira mi alma por ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de  Dios vivo» (Salmo 42, 1-2).

Foto: jgda 

lunes, 22 de julio de 2019

Las Metas




Las Metas

Las metas están en el horizonte lejano. Nadie las puede habitar ni alcanzar nunca. Son orientación, para que nadie se extravíe en el camino mientras vive.

Los triunfos, los méritos, la dicha y la gloria engrandecen a la persona efímeramente. Son pasos de niño. Son luces intermitentes que reflejan las estrellas mayores. Nada más. Por eso, como se encienden se apagan.

Toda persona es movida por una fuerza extraordinaria hacia un destino que ella misma desconoce, pero que no cesa de buscar. Esa es la meta señalada por el horizonte.

Quienes dicen caminar en la dirección del horizonte, pero no le miran de frente se extravían en sus afanes de éxitos; caen en el fango de la codicia por querer “llegar a ser más”; invierten su riqueza en pasiones inútiles construyendo “torres” como la de babel para escalar lo alto, pero se trastornan sus mentes.

La única manera de evitar cualquier extravío y las pasiones inútiles es a través del amor. Quien ama no construye una torre para sí mismo, no pretende poseer todo, sólo quiere que su amor tenga eco en otro corazón y para evitar toda perturbación ensancha su alma en dirección de sus metas.

La persona que ama florece como árbol que se eleva a lo alto y se ilumina por aquello que busca. No es engreída. Sólo da fruto y se renueva a cada instante.

Quien ama se parece al atleta que dice:
Si llego al final de una competencia y las personas me aplauden, no precisamente por ocupar un lugar destacado, quiere decir que me reconocen “por lo que yo soy”. No por abrazar un trofeo. En realidad, los trofeos ni las medallas no son necesarias. ¿Para qué me puede servir una medalla de oro?
En todo caso, el triunfo es la sumatoria de muchos esfuerzos, méritos que sólo uno mismo puede darse. Por eso transforma a la persona en “alguien” diferente. Pero no es la meta. Ni por asomo. La meta es la gloria más alta. Tan alta que, morimos sin alcanzarla.

Por consiguiente, la dicha que deviene de una acción no se debe al triunfo sino a los méritos adquiridos a lo largo del sinuoso camino de la vida en dirección de la una meta, que sólo el amor puede premiar.

La gloria de cualquier triunfo tiene que ver con la satisfacción de haber sido movidos en esa dirección del amor. Eso hace buena toda acción.

La acción correcta deja tras de sí una estela misteriosa que da respuesta a las tantas preguntas que el alma contiene.

La persona que ama se funde en el horizonte que le guía a cada paso, que a su vez le convierte a ella misma en misteriosa. A esa persona, todos la queremos retener para conocer el verdadero amor.

Por: Fr. Guillermo Delgado OP
Foto: jgda
lunes, 24 de junio de 2019

El pensamiento ético



El pensamiento ético


Los problemas de salud emocional tienen raíz en la salud moral y ética.


Por: Gvillermo Delgado OP



¿Existe un modo adecuado de pensamiento que permita tomar las mejores decisiones? 


Existen métodos. En su conjunto amplían el horizonte para la mejor de las decisiones. Tradicionalmente la filosófica ha facilitado los caminos más o menos consensuados e idóneos de los que casi nadie puede eludir.


Toda reflexión exige al menos un método, ordenar las ideas para no dar opiniones vanas acerca del comportamiento y orientarlos. 


Si nos damos cuenta, todos tenemos al menos un modo propio para hacerlo.


Por ejemplo, en la reflexión teológica, a mí me funciona ordenar las ideas en el modo de: ver, juzgar y actuar.


Ver es enfrentarse con las cosas y las personas tal cual son. Verlas con la crudeza del caso. El momento de juzgar es evaluar la realidad vista con aquellos criterios que nos ayuden a tomar decisiones. Y el momento del actuar es operativizar acciones a partir de lo visto y juzgado.


Este modo de pensar y tomar decisiones lo aprendí en mis primeros años de estudios académicos en teología, desde entonces no he dejado de sacarle el jugo; porque me di cuenta de que en realidad ya lo sabía y lo aplicaba, aunque no explícitamente.


La persona moral es aquella que tiene todas las capacidades psíquicas e intelectivas en vigencia. Piensa, decide y actúa. Por consiguiente, sabe ser responsable de aquellas acciones que pasan por tales filtros.

En el caso contrario, la persona sigue siendo persona, pero no moral. Una persona no moral, no es apta para la convivencia mínima, ya que está disminuida psicofísica y espiritualmente. Simplemente no es dueña de su pensamiento, sus decisiones y de sus acciones. No puede vivir porque no sabe vivir.

Con razón, hay que sustituir inteligencia emocional por inteligencia moral. Los problemas de salud emocional tienen raíz en la salud moral y ética. No al revés. Las emociones son el soporte de las acciones morales o inmorales. Si quieres salud emocional cuida tu salud moral.

Por eso, ordenar el pensamiento ético es muy importante. El ver, juzgar y actuar es un procedimiento sencillo y complejo al mismo tiempo para lograrlo.

Lo aplica un médico a sus pacientes, las personas cuando instalan una pequeña tienda en su propia casa. Lo usan quienes elaboran proyectos de ayuda social y hasta el Papa cuando elabora sus documentos para sus feligreses.

He ahí, un modo de fundamentar el pensamiento ético. 

Intenta aplicarlo a tu vida y verás que puedes vivir moralmente.

miércoles, 5 de junio de 2019

HACER EL BIEN


Hacer el bien

La moralidad se ocupa de orientar la conducta en dirección del bien. Según esto, el bien es el paraíso perdido y añorado. ¡Hay que encontrarlo y retenerlo!

Solemos decir que la vida feliz se alcanza al dejarnos guiar por ese bien. Entonces: ¿por qué no somos felices de una vez por todas?

Los grandes pensadores y la gente común han definido la “infelicidad” como efecto del mal cuya causa más radical está en la libertad. Como si la libertad fuera un defecto de la naturaleza.

Cuando en realidad la libertad define la dignidad humana. Con la libertad comprendemos el camino de la vida en dirección de la realización definitiva. Otra cosa es la “limitación” que nos recuerda a cada instante que el tiempo y el espacio en que vivimos es breve.

Según esto, la felicidad no está en un lugar, ni es un estado anímico y temporal. La felicidad es un “modo de ser y de estar” de cada persona; al mismo tiempo, es una tarea inconclusa que nos mantiene y mantendrá siempre ocupados. ¿Qué quiere decir esto?

Quiere decir que la felicidad es causada por el bien. El bien es una característica que define lo humano, tanto como define a Dios. Ya que todas las características que definen al Dios eterno también definen a toda persona, sólo que en sus límites.

Si lo dicho es verdad,  entonces, el bien no es solamente aquello que define la moral a la hora de fijarse en el comportamiento humano.

El bien es el modo de ser más original del ser humano. Por eso decimos que el bien origina todas las cosas bellas y deseadas, como la felicidad. Así la felicidad al “venir” del bien, también es un modo de ser.

Lo más propio de la persona es “ser-feliz”. Con razón decimos: soy feliz o somos felices. Ser-feliz es un modo de ser y estar con las personas y en el mundo.

La persona buena hace el bien porque sabe que de ninguna manera puede hacer el mal. Al estar hecha del bien sólo puede definirse buena. Hacer el mal sería atentar con su propia naturaleza.

Atentar con la naturaleza del bien y sus leyes es perderse. Perdidos en el caos no hay salvación posible. A no ser que recuperemos a tiempo la condición original con que fuimos hechos.

La persona buena por definición es feliz. De ahí en adelante todas las demás cualidades embellecerán su conducta. El cantautor español Luis Eduardo Aute, lo dice cantando: “Te embellece ser feliz”.

Si Dios creó a toda persona desde su propia bondad, hacer el bien es el mejor modo de ser humano.

O sea que, al no actuar conforme al bien, negamos la naturaleza humana y la divina al mismo tiempo. Sólo fijémonos como “des-calificamos” a una persona cuando hace el mal. 

A quién actúa según el mal le gritamos “cosas feas” reprochando ignorancia respecto a la naturaleza más propia y original del bien.

Por consiguiente, no nos queda más que hacer el bien, ya que somos del bien y para el bien. 

El paraíso no está perdido. Está en el diseño de cada ser humano. Si actúas conforme al bien la moral no tiene nada que decir. La moral sólo se explicará desde ti.

Por: Fr. José G. Delgado-Acosta OP
Foto: jgda
miércoles, 1 de mayo de 2019

La Vida es un Sueño

La Vida es un Sueño

“Quiero recordar que la vida es un sueño
y en mi corazón siempre guardaré un lugar
por si te llego a encontrar al despertar”.
Pedro Calderón de la Barca.

Nacer es despertar de un sueño que Otro soñó. Ese sueño sólo puede ser conocido mientras vivimos. Nacemos para vivir el sueño de la vida. 

Una vez en el mundo aprendemos a movemos en espacios extremadamente pequeños y breves, que sólo empiezan a tener sentido en aquel instante que los imaginamos buenos. Que terminamos haciéndolos bellos. Esa tuvo que ser la razón que le llevó a decir al filósofo Leibniz que: el mundo que habitamos es el único y mejor entre los posibles mundos.

Tal belleza que ya está en las profundidades del alma la hacemos venir a nuestro mundo exterior visible.

La memoria es el maestro que nos ha encaminado a ser lo que ahora somos, porque se alimenta de una realidad interior donde todo sueño se materializa. Es decir, el sueño es una idea material, concreta.

El sueño es concreto como es concreta la vida. Es la vida la que en este momento me permite leer y pensar lo que leo.

En pocas palabras, la vida es un sueño imaginado y vuelto a imaginar tantas veces posibles, que emerge del alma, hasta día que nos digan: «Retornad hijos de Adán» (Salmo 89, 6).

Retornar es volver al punto de partida como en un círculo perfecto en que acontece la vida con un inicio y un final; que luego se abre como en un espiral hacia lo alto de modo infinito buscando fundirse con lo eterno.

Imaginar en círculo nos convierte en dioses poderosos: con capacidades de crear mundos, de viajar por el espacio, de convertir el agua en luz y calcular la velocidad de un haz por el basto espacio (300.000.000 m/s). Más aún, nos hace capaces de entender la vida como un sueño breve que acaba en otro sueño. Donde la luz no tiene velocidad. Un lugar en que la luz, la justicia y la paz se abrazan.

La vida vino de un sueño que nunca tuvimos y se nos concedió sin tampoco pedirla. Lo cual la convierte un auténtico regalo de amor.

Quien vive sueña la vida feliz. Aun viviéndola, porque sabe que siéndola suya nunca lo es del todo. Además, es consciente que delante de todo regalo de amor no queda más que agradecer el regalo, fundiendo su alma con el dador. Por eso, todo regalo funda la amistad o la hace consiste.

Eso explica las capacidades que tenemos de amar mientras vivimos. El poder de mirar lejos y comprender el dinamismo de las fuerzas misteriosas que nos mueven. La capacidad de abrir puertas, a través de las cuales avanzamos a otros mundos. De tal modo que el día que nos marchemos las dejemos abiertas para que otros tengan la posibilidad de mirar lejos, avanzar hacia horizontes lejanos y materializar sus sueños, tal como lo hicimos nosotros.

Como todo sueño, no puede retenerse para siempre. Al manifestarse en instantes mínimos y efímeros, mientras dormimos, una vez despiertos sólo puede ser narrado de diversos modos e incluso reinventarse. Del mismo modo, el sueño de la vida tiene que venir de una fuerza mayor e infinita que explique todos los demás sueños.

Así, al afirmar que la “la vida es bella”, alguien tuvo que soñarla primero. Crearla desde su propia belleza. Con tal dimensión que nosotros, los mortales de este mundo, nos sintamos obligados a buscarla en todos los rostros y destellos de luz; hasta el día que por fin nos demos cuenta de que la belleza está en el mapa interior del alma. Tomemos en cuenta que, en cierto modo, ahí prevalecen los atisbos más cercanos con aquel que soñó y creo cada vida humana.

Con todo esto que hemos afirmado, también podemos decir que vivir es vivir un sueño breve que sólo es comprendido con la muerte. Por eso exaltamos la bondad de quienes mueren.

Mientras vivimos nos pasamos los días entendiendo la vida y soñándola. Somos incapaces de crearla. Sólo tenemos la capacidad de recibirla y de recrearla. Como en el amor somos capaces de amar y ser amados porque hemos recibido el amor. Jamás hemos sido, ni seremos capaces de crearlo. ¡El amor es uno, como una es su causa!

La muerte muestra colores diferentes de los sueños queridos porque tiene que ver con los sueños consumados. Ese es un grado particular de la belleza hacia donde la vida tiende. Mirarnos desde lo que fuimos nos hace capaces de comprender aquello que ahora somos. No existe otro modo de comprender lo que ahora somos. Sólo se entiende desde lo que un día fuimos.

Por eso, lo queramos o no, somos un invento del pasado. No como un pasado cronológico sino como memoria escrita de manera indeleble en el alma. Despertar todos los días desde la memoria del alma, eso es vivir el sueño de la vida.

Es hermoso vivir el pasado como lo que un día fuimos, para imaginar el mejor mundo posible y contener aquella belleza en la que aún no somos, pero que sin duda seremos.

Si vivir es imaginar lo que podemos llegar a ser, morir es recobrar lo mejor que fuimos. Eso quiere decir que, imaginar la vida desde el pasado es querer la vida, no de cualquier modo, sino haciéndola bella.

Por eso cuando un ser querido fallece reconstruimos su vida hacia nosotros desde los esbozos más hermosos y buenos. Así, la muerte es un tesón necesario para que la vida sea siempre bella. Es una expresión del único y eterno amor.

La vida es un sueño por eso es bella. Por tal motivo, la mejor manera de vivir la vida es vivirla como un sueño. Que el trayecto haga que toda alma buena sea la alfombra por donde Dios camina entre nosotros.

Por: Fr. Guillermo Delgado OP
Revisión: Glenda Macz
Foto: jgda
lunes, 15 de abril de 2019

La Familia Extensa

La familia extensa

Por definición la familia es extensa; aunque en su fue y organización inicial sea “nuclear”.

Con estas dos afirmaciones constato que, toda familia tiene una fuente de organización primaria (que está en el núcleo del encuentro del hombre y la mujer) donde lo humano se ordena. Sin embargo, no es suficiente la fuente y organización; pues requiere de una realización, y ésta la encuentra en los distintos modos en que el núcleo se expande hacia todos aquellos miembros que en cierto modo son afines entre sí.

¿Por qué la familia es extensa en su realización?

Los datos estadísticos y la experiencia de quienes hemos nacido en suelos americanos nos hace decir que nunca es suficiente la educación de los hijos centrada únicamente en la Madre y el Padre. 

Por eso damos mucha importancia a la escuela, a la Iglesia, a las fiestas patronales, a los comités de vecinos; ya no digamos la del valor que damos a las fiestas familiares, a los eventos de solidaridad por enfermedad, por muerte u otras circunstancias, en los círculos de identidad por consanguinidad. 


A esos acontecimientos cotidianos se debe que hablemos de familia en otros términos, dado que son miembros de la familia aquellos que comparten la vida juntos.


En la cultura maya quekchí de Alta Verapaz: Mamá (qaná) y Papá (qawá) se traducen literalmente como "madre nuestra" o "padre nuestro". En esa vida cultural, ser padre o ser madre es asumir esa condición para toda la comunidad. Por eso, toda la comunidad la respeta con entera familiaridad.

La familia de sangre

Al referirnos estrictamente a la familia de sangre, los puntos de atención suelen ser más estrechos y contundentes. Por eso la figura de los abuelos es casi sagrada, pues, son el referente de quienes proveen los elementos y claves necesarios para realizar la vida familiar. Aquí, más que todo, es el desde donde definimos la familia como extensa.

Las familias se definen alrededor de los abuelos, ellos son el texto vivo que lleva cuenta de la historia vigente y de todos aquellos principios y valores indispensables para que la familia se realice.

En Guatemala y Centro América, la casa de los abuelos son el hito para iniciar y culminar toda actividad. Alrededor de ellos gira toda celebración o se curan las heridas que surgen de la crueldad que las relaciones humanas nos dejan.

Al desaparecer la figura de los abuelos, por fallecimiento o por otras razones, la familia se abre a otros círculos de ordenamiento y sentido. Por tales razones la familia jamás deja de configurarse en torno a ellos.

Los otros modos de familia

Con el surgimiento de otras modalidades de definir la familia, por ejemplo, las familias de padres solteros y aquellos que surgen por afinidad sexual, contrario a lo que muchos piensan, la familia se hace más fuerte, porque nos guste o no, esos modos nuevos sólo vienen a reafirmar aquello que el tiempo, y con ello la tradición, nos han llevado a entender qué es realmente la familia.

En la familia siempre hemos tenido tolerancia al aceptar los distintos modos de llevarla adelante, para que el ser humano crezca en humanidad; pero, aquellos modos que atenten con su idoneidad, como pasa en todo cuerpo orgánico, la composición del mismo organismo termina por expulsarlos o integrarlos, según lo requiera su propio proceso evolutivo.

Por eso, no debemos demorarnos en discusiones hepáticas, cuando nos obligan a ser o no tolerantes con uno u otro modo de ver la familia, pues, ella no es mía ni siquiera de quienes la definen en función de crear políticas públicas e internacionales que buscan salvaguardar algunas demandas.

La familia es patrimonio de la humanidad

No. La familia es patrimonio de la humanidad. Todo aquello que atente contra su fuerza dinamizadora de perfeccionamiento terminará por aniquilarse por sí mismo.

Por todo lo anterior, la familia siempre será numerosa. Será extensa. A la vez, siempre se configurará en la relación heterosexual. Será nuclear.

Tanto precisa esta afirmación que incluso llamamos familia a la comunidad, es decir, a todos aquellos que no comparten nuestra historia sanguínea o genética. Por eso, los padrinos los buscamos fuera de los círculos elementales; con eso hacemos más extensa la familia de lo que ya es y más nuclear en su configuración.

Por tanto, no admitir otros modos de ordenar la familia nos convierte no sólo en intolerantes sino en rancios e indiferentes a lo más sagrado y elemental de la familia. «Admitir» significa seguir siendo familia con sus perfecciones e imperfecciones. El tiempo y la tradición nos seguirán dando la razón. 

En cierto modo, al nacer en una familia nos convertimos en herederos de unos procesos ancestrales, de los cuales somos un matiz poco visible. 


Lo que nos queda es perfeccionar y recrear, aún más, aquello que hemos heredado, de acuerdo a las nuevas circunstancias, de tal modo que la familia siga siendo el hogar que asegure una vida digna para nuestra vejez y el techo a aquellos que aún están por venir y que nunca conoceremos. 

La familia es patrimonio de la humanidad y por definición es extensa y nuclear en su fuente.

Por: Guillermo Delgado OP
Foto: jgda
lunes, 25 de marzo de 2019

CAMBIAR

CAMBIAR

Cambiar es convertir algo viejo en nuevo o dar forma diferente a una cosa cualquiera. Es hacer del barro una vasija.

Al hablar de personas, el paso de lo viejo a lo nuevo sólo llega con el tiempo. Nada se puede forzar como el alfarero moldea al barro. El tiempo pueden ser segundos o años. Sólo determinado por el amor.

Lo primero que sabemos de los cambios es que son propios de la naturaleza. Los cambios llegan solos -con el tiempo- porque forman parte de la evolución humana. Eso explica lo que los años hacen con la existencia humana, ya que la vida está en una permanente expansión. La vida inicia en segundos pero puede durar hasta cien años.

Lo segundo que sabemos es que los cambios son profundos. Los cambios profundos se caracterizan por que afectan la naturaleza, pueden cambiarla. Por ejemplo, el agua en la suavidad moldea a su capricho a la tosca piedra. Si eso ocurre entre la piedra y el agua, imagina lo que puede ocurrir entre dos o más personas.

Llamamos cambios profundos aquellos que se dan dentro o al interior de la persona. No son superficiales. Eso quiere decir que hay que llegar y habitar la profundidad de lo que deseamos cambiar. Por ser profundos no es dar forma como pasa con el barro ni moldear la piedra. Es transformar el llanto de muerte en silencio apacible o a las palabras destructivas en aquellas que edifican y acercan a las personas. 

¿Cómo ocurren los cambios profundos? Supongamos a una niña con un temperamento explosivo que la ha convertido para su entorno en antipática e "invivible". 

Si queremos cambiarla, eso sólo será posible en la transformación profunda. O sea, “desde dentro”. Como el jardinero es al rosal, los familiares y los amigos lo serán para esta pequeña.

¿Cómo? Si el cambio “debe” ser desde dentro, entonces hay que entrar en el interior de la niña. Habitar su corazón.

¿Eso es no cambiar nada para cambiarlo todo? Ciertamente. No cambiar nada porque no podemos forzar nada, y cambiarlo todo porque al respetar el modo de ser de la niña,  los cambios se impondrán en su debido momento. Sólo es cuestión de tiempo. Que pueden ser horas, días o muchos años.

Habitar el corazón de niña a quien queremos cambiar es comprenderla, amarla, tal como ella es, con su carácter explosivo. Comprender es cosa del amor. El amor la transformará desde dentro y a profundidad.

Los cambios profundos no siempre ocurren al capricho de quien los anhela, los cambios profundos son un capricho del amor, porque dependen de la fuerza del amor. Toca pues, amar, para hacer venir los cambios al modo en que el amor lo permita. 

Así por ejemplo, si los cambios son profundos y estables es indicación que vienen del amor. 

Por consiguiente, si amas a una persona la cambiarás, sin ni siquiera pretenderlo. El amor, cambia en dirección de la perfección.  Para eso, "debes" entrar y permanecer en el corazón de quien amas, ya que el único modo de amar es y será siempre entrar en el corazón de quien se ama.

Quien ama, ama porque ha logrado entrar y colocarse en el corazón (en el centro) de quien ama. Y quien ama, no solo cambia a la persona que ama, sino que cambia ella misma, y sin pretenderlo cambiará también a su entorno.

Así como el río encuentra su cauce, la persona que ama, como quien recibe amor, se transformará en aquello que ni siquiera sospecha, porque finalmente se transformara en aquello que el amor obligue.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
sábado, 16 de marzo de 2019

Jesús no es para todos



Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”


Por: Guillermo Delgado OP
Foto: El Cristo de Velásquez, Museo del Prado, Madrid.



La sabiduría divina no es ajena a la sabiduría humana. Es más, la sabiduría de Dios sólo es comprensible en el lenguaje y la experiencia humana. Dios es tan cercano al corazón humano, dado el origen divino del corazón humano.



Un río es río en su recorrido, al unirse al mar es mar. Los cristianos, lo somos en Cristo. El cristiano que no se hace uno en Cristo no es cristiano, quizás porque en el camino de su vida aún no ha encontrado el modo de fundir su vida a la de Cristo, tanto como el río al mar.



Jesús no es para todos porque su persona debe ser aceptada libremente, captada de tal modo que afecte el camino que cada uno lleva en la dirección de su final inevitable.



Los cristianos lo somos por el bautismo. Con el bautismo nos hicimos uno en Cristo, al participar de su muerte y resurrección. Aún más, participamos de ordinario, en su vida divina cada vez que escuchamos o leemos su evangelio y al participar de los sacramentos, por ejemplo, en la reconciliación, y sobre todo al unirnos a su mesa del pan eucarístico.



Sin embargo, en muchos casos, “ser cristiano” sólo es una potencialidad o una capacidad sin usar; como una semilla de un árbol de aguacate guardada en un frasco de cristal. O como un un barco anclado en el muelle. Seguro en el vaso o en el muelle, nunca llegará al ancanzar las metas para las cuales fue creado, y vino a este mundo. 



El barco está seguro en el puerto, pero es para navegar. Lo propio de la semilla es llegar a ser árbol y el barco lanzarse al mar. Del mismo modo la identidad del cristiano no es tener otro nombre que se guarda de lunes a viernes y se saca a pasear los fines de semana. Lo propio del cristiano es “ser otro Cristo”, tanto, como un modo de ser.



Jesús es para todos porque es dado a todos, pero no es para todos porque sólo unos pocos logran hacerse uno en él. Cómo el río se hace uno con el mar.



Tal experiencia no es sólo para las personas religiosas o de gran experiencia mística, sino para aquellos que quieran vivir una vida con sentido humano. Sabiendo que todo tiene un inicio y un final. Y mientras se toca cualquiera de los extremos, la vida sólo debiera ser de amor y en el amor, para que valga la pena. Eso es fundirse o hacerse uno en Cristo en la vida cotidiana.



Para que Jesús sea para todos, recomiendo tres prácticas que pueden insertarse en la vida cotidiana.



Primero. No posponer la práctica de la conversión. La conversión es volverse a lo mejor que hemos sido en el pasado, para recuperar el sentido de una vida presente y futura. Conversión es regresar al punto en que nos extraviamos. Los días felices que tuvimos nunca están perdidos para siempre, pueden volver a ser otra vez; todavía con más belleza, si los retomamos desde lo mejor de nosotros mismos. Más aún si logramos examinar lo mejor de las personas. Ahí nos enfrentaremos cara a cara con el mismo Cristo quien nos dijo: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.



Segundo. Oír la voz de Dios en la propia interioridad. La persona o sabe vivir en silencio y en soledad o es incapaz de atender las verdades que están dentro de ella misma y de los grandes maestros, como Jesús.



La voz eterna de Dios suena imponente en el silencio, sólo interrumpido por el llanto del niño que nace, por el silbo del aire nocturno, por la lluvia que golpea los techos de madrugada, por el anciano que muere confiado en un amor mayor.



Hay que bajarse del ruido del mundo para descender a tu interior donde Dios habla en lo secreto y como águila te eleva por las alturas para enseñarte a amar desde lo infinito.


Tercero. Vivir en austeridad, moderación o sobriedad. Significa no acumular cosas más allá de lo que necesitas para vivir. Es darse cuenta de lo poco que necesitas para tener una vida feliz. Casi siempre sólo llegamos a notarlo cuando una persona se despide de este mundo por fallecimiento o cuando enfermamos gravemente. Las despedidas y el regreso a casa nos dan ese sentido de comprensión.

Piensa, por un instante que te vas de viaje por seis meses: echa en la maleta sólo lo que necesitarás para ese tiempo. Luego considera, que viajas por un mes ¿qué pondrías en la maleta? O piensa que viajas por dos días solamente. ¿Y si te vas para siempre fuera del país?: ¿qué necesitas llevarte?

Te darás cuenta de que son pocas las cosas que necesitas. Seguramente harás una selección de lo que en verdad necesitarás.

La vida es un viaje breve hacia la eternidad. ¿De cuanto tiempo? Nadie puede saberlo.


Ir por la vida ligeros de equipaje es llevar consigo en la maleta lo que necesitas. Nada más.


Al salir de viaje y regresar, sabes que en casa hallarás lo que dejaste; en cambio traerás cosas nuevas como regalos para quienes se quedaron esperándote.


Las cosas que dejaste al irte siguen en el mismo lugar, sin mérito y con mucho olvido. Tú en cambio regresas renovado, con el brillo en los ojos de haberte ido y de haber regresado. 


Esos son los frutos de la austeridad, la sobriedad o la moderación. ¿Lo notaste?


Eso es vivir en Cristo. Eso es hacerte uno en Cristo. Es de pocos. No para todos.
domingo, 3 de marzo de 2019