Entender la libertad
Rebeldes
La rebeldía es consecuencia de nuestras impotencias, en relación con el dominio de sí mismo, a partir de las leyes que nos gobiernan.
Si las leyes vienen de uno mismo, las consideramos autónomas; si las leyes las imponen desde fuera, de cualquier tipo de institución, entonces las consideramos heterónomas.
La rebeldía es el modo de actuar de acuerdo con las leyes a las que nos oponemos. Oponerse a una o a otra depende de las impotencias, la fragilidad con la que nos enfrentamos al mundo en un caso determinado. Es así como nos oponemos a la religión, a la policía, a la opinión de las personas, al matrimonio; en el peor de los casos, nos oponemos a las leyes de nuestro propio interior.
¿Que pasa cuando ya no nos sentimos dueños de la
propia casa, de nuestro interior ni del ambiente que nos rodea? Ante tal
impotencia nos declaramos ¡rebeldes! «dueños» de nuestra propia ley y de la
verdad. Es decir, no queremos nada con nadie ni con nada, y nos atrincheramos en «nosotros mismos», como los únicos que determinan el presente y el futuro de todo.
¿En qué se ha convertido la
libertad? La libertad se ha convertido en expresión de la propia autonomía.
Al punto de creer que «cualquier
relación si nos impone normas a las que hay que someterse, aunque vengan de Dios,
contradice la libertad». ¡Gran error!
El error consiste en la pretensión de
conquistar la perfecta libertad sólo con los recursos propios, considerarnos dueños absolutos y capaces de disponer de la propia vida a conveniencia.
Pero sólo a Dios pertenece la
perfecta libertad y él se la concede a la persona, si ella la acepta.
Ley
de amor
Por definición la persona no es un
ser pasivo ni puede ser sumiso a la ley. Es autónomo y responsable. Pero
tampoco es la fuente primaria de su ley. Por tales motivos, al ser limitada la
persona no puede, por más que lo intente, generar una ley absoluta para ella
misma.
Por eso, toda ley es propia y a la
vez le es dada de fuera de sí mismo.
El ser humano lucha contra sí mismo
para convertirse en «dios». En realidad, alcanza a ser absoluto, pero sólo
hasta donde su límite se lo permita.
Sin embargo, su pretensión solo
tiene sentido en «dependencia original», porque esa dependencia no destruye su autonomía
interna. Al contrario, le da consistencia.
Esa ley externa de la que depende (llamémosle,
«ley de amor» y que viene del Dios absoluto) sólo puede ser asumida desde el
fondo de lo humano, debido a su capacidad de interiorizarla y hacerla suya, con
lo que se capacita para las grandes cosas.
Pongo aquí la ley del amor, porque si bien es cierto que la persona «se hace en
el amor», es incapaz de «darse ese amor», ya que «el amor siempre le es dado»
como un regalo nunca merecido.
De otro modo, ese amor divino
asumido humanamente nos fundamenta, ya que se convierte en una exigencia de
sentido y de coherencia en el seno de la conducta. Además, el amor define a la
persona. ¿Qué le queda a un hombre si renuncia a esa ley de amor de la cual depende,
quiéralo o no?
Libres
en el mundo
Nosotros somos libres en el mundo,
pero no hemos creado este mundo que constituye nuestro ser; tampoco hemos
creado esa libertad que somos.
Todo esto «se nos ha dado» y se «nos
da» en cada instante, para un tiempo provisional, ya que no podemos matar
nuestra muerte y vivir para siempre, por más que lo intentemos. Nuestra
libertad sólo puede ser vivida en esa provisionalidad. La libertad absoluta cae
fuera de nuestros anhelos.
Quiero decir que, de ser libre, sólo
puedo serlo en el marco de aquella a la que me someto por la ley del amor.
Inmersos en las diversas posibilidades
Por ser limitados siempre nos movemos
en el ámbito de las opciones o posibilidades. El sueño de lo infinito y la
inmortalidad no pueden ser tenidos en el mundo de lo finito y la mortalidad. Entre
una cosa y otra siempre encontraremos un enorme abismo.
Este abismo no puede colmar nunca el
espíritu. Mientras nuestro espíritu no vea a Dios y quede saciado en él,
tendremos que escoger y optar entre las diversas posibilidades.
La
Gracia
La libertad sólo se nos ha dado para
que nos realicemos. Pero hay quienes al entender la libertad como una no-dependencia
de algo o de alguien que los supera, hacen de «su» libertad algo destructivo. En
cambio, aquellos que se entregan y aceptan la dependencia, su libertad es comprometida
y constructiva.
En pocas palabras la libertad es
amar lo que se nos exige. Vivir la ley es una respuesta de amor y libertad.
Sin amor la ley mata. Para que eso
no pase Dios nos da su gracia. La gracia cura y perfecciona la libertad humana para
conducirla a la libertad divina.
La gracia es la vida misma de Dios, que
se le comunica a la persona para regenerarla en su voluntad libre.
La gracia en la voluntad humana es
la presencia del amor divino que opera en su voluntad, es como injertarse en el
mismo Dios.
Por la gracia, Dios infunde en cada
persona un amor por el que ama a Dios por él mismo y a todas las cosas por él.
Ese amor perfecciona la voluntad y la eleva por encima de su naturaleza para
vivir el amor en la libertad.
Ahora piensa ¿Cómo amar a las
personas? ¿cuál es la causa del fracaso de las «relaciones de amor»?
Foto: en red