La generación perdida
Como quien se coloca al borde de un puente inmenso a medio
camino, así me siento al final de una década que inevitablemente da lugar al comienzo
de otra.
Al percatarme de los años vividos, no puedo más que sumar:
comenzando por los 16 de conducir automóviles, los 20 de ministerio al servicio
del Pueblo de Dios como fraile dominico; así, la sumatoria se hace infinita. Al
punto de suponer que, avanzar en la dirección de un puente no significa llegar
victorioso al otro lado.
Soy hijo de aquella generación que parió la época de cambios
sociales y tecnológicos, que, por no interpretar debidamente esos cambios se
perdió sumergiéndose en una guerra civil prolongada. Más aún de las guerras y
escaramuzas que se remontan a los tiempos primordiales, guardados como tesoros
en la memoria del corazón.
Si me preguntan de dónde vengo, digo que, del otro lado del
Volcán de San Salvador, o del milenario cráter del Ilopango; digo que vengo de
la sangre mestiza mutilada en las cenizas del Izalco; porque vengo de un mapa
genético dibujado en quienes se defendieron del crimen organizado de las
élites, con carabinas de una sola munición. De suyo el ejército salvadoreño
asesinó a uno de mis abuelos-antepasados en Chalatenango, al norte de San
Salvador, por los años 30, con un disparo en el abdomen al defender las causas
campesinas.
Crecí intacto a pesar de tantos disparos. Siempre quise ser un
revolucionario, pero nunca tuve la edad. Cada vez que oía las descargas de un
fusil me sentía mutilado. Después vinieron las otras guerras, de las que no se
si saldré vivo.
Avanzando sobre el puente
tendido, confieso que soy un hombre de fe, de esos que creen en la radicalidad
del amor. Soy de esos predicadores que insiste en que no hay salvación posible para aquellos que viven solamente para las realidades temporales.
No hay otro modo de llegar victorioso al otro lado del puente, que viviendo para las realidades eternas.
Por: Guillermo Delgado OP
viernes, 6 de diciembre de 2019