Es, pues, la Madre-Virgen, Nuestra Señora del Rosario.
Esas alusiones definen el prototipo de lo humano íntegro, así salido de las manos del Creador.
Simboliza la vida en su estado de inmortalidad y nacimiento no contaminado por el tener y ser tenido.
Ella es el ofrecimiento como flor a punto de abrirse, como fragancia a punto de expandirse por el aire fresco, como la idea buena que se hace palabra y acción.
Ello es la Virgen. Virginidad no estéril sino fecunda. Apertura que hace surgir nuevas realidades.
Por eso es Virgen-Madre, novia y esposa a la vez. Es la creación santa delante del misterio absoluto, posibilidad de nuestro futuro y la razón última de nuestra existencia.
La madre no sólo da a luz al Hijo sino que ejerce tal condición con todos los hijos de la humanidad. Al modo de Abrahán ella es “la madre de todos” por quien Dios nos bendice y hace fecundos (Gn 12, 1-4; 1, 26-28).
De Guillermo Delgado OP
Foto: jgda
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